DEUTERONOMIO




Estas son las palabras que dijo Moisés a todo Israel al otro lado del Jordán en el desierto, en la Arabá, frente a Suf, entre Parán y Tófel, Labán, Jaserot y Di Zahab. Once son las jornadas desde el Horeb, por el camino del monte Seír, hasta Cadés Barnea. El año cuarenta, el día uno del undécimo mes, habló Moisés a los israelitas exponiendo todo cuanto Yahveh la había mandado respecto a ellos. Después de batir a Sijón, rey de los amorreos, que moraba en Jesbón, y a Og, rey de Basán, que moraba en Astarot y en Edreí, al otro lado del Jordán, en el país de Moab, decidió Moisés promulgar esta Ley. Dijo: Yahveh, nuestro Dios, nos habló así en el Horeb: «Ya habéis estado bastante tiempo en esta montaña. ¡En marcha!, partid y entrad en la montaña de los amorreos, y donde todos sus vecinos de la Arabá, la Montaña, la Tierra Baja, el Négueb y la costa del mar; en la tierra de Canaán y el Líbano, hasta el río grande, el río Eufrates. Mirad: Yo he puesto esa tierra ante vosotros; id a tomar posesión de la tierra que Yahveh juró dar a vuestros padres Abraham, Isaac y Jacob, y a su descendencia después de ellos.» Yo os hablé entonces y os dije: «No puedo cargar con todos vosotros yo solo. Yahveh, vuestro Dios, os ha multiplicado y sois ahora tan numerosos como las estrellas del cielo. Yahveh, el Dios de vuestros padres, os aumente mil veces más todavía y os bendiga como os ha prometido. Pero ¿Cómo voy a poder yo solo llevar vuestro peso, vuestra carga y vuestros litigios? Escoged entre vosotros hombres sabios, perspicaces y experimentados, de cada una de vuestras tribus, y yo los pondré a vuestra cabeza.» Me respondisteis: «Está bien lo que propones hacer.» Yo tomé, entre los jefes de vuestras tribus, hombres sabios y experimentados, y los hice jefes vuestros: jefes de millar, de cien, de cincuenta y de diez, así como escribas para vuestras tribus. Y di entonces esta orden a vuestros jueces: «Escucharéis lo que haya entre vuestros hermanos y administraréis justicia entre un hombre y su hermano o un forastero. No haréis en juicio acepción de personas, escucharéis al pequeño lo mismo que al grande, no tendréis miedo al hombre, pues la sentencia es de Dios. El asunto que os resulte demasiado difícil, me lo remitiréis a mí, y yo lo oiré.» Yo os prescribí entonces todo lo que tenías que hacer. Partimos del Horeb y fuimos por ese enorme y temible desierto que habéis visto, camino de la montaña de los amorreos, como Yahveh nuestro Dios nos había mandado, y llegamos a Cadés Barnea. Yo os dije: «Ya habéis llegado a la montaña de los amorreos que Yahveh nuestro Dios nos da. Mira: Yahveh tu Dios ha puesto ante ti este país. Sube a tomar posesión de él como te ha dicho Yahveh el Dios de tus padres; no tengas miedo ni te asustes». Pero todos vosotros os acercasteis a decirme: «Enviemos delante de nosotros hombres para que exploren el país y nos den noticias sobre el camino por donde hemos de subir y sobre las ciudades en que podemos entrar.» Me pareció bien la propuesta y tomé de entre vosotros doce hombres, uno por tribu. Partieron y subieron a la montaña; llegaron hasta el valle de Eskol y lo exploraron. Tomaron en su mano frutos del país, nos los trajeron, y nos informaron: «Buena tierra es la que Yahveh nuestro Dios nos da.» Pero vosotros os negasteis a subir; os rebelasteis contra la orden de Yahveh vuestro Dios, y os pusisteis a murmurar en vuestras tiendas: «Por el odio que nos tiene nos ha sacado Yahveh de Egipto, para entregarnos en manos de los amorreos y destruirnos. ¿Adónde vamos a subir? Nuestros hermanos nos han descorazonado al decir: Es un pueblo más grande y corpulento que nosotros, las ciudades son grandes y sus murallas llegan hasta el cielo. Y hasta anaquitas hemos visto allí.» Yo os dije: «No os asustéis, no tengáis miedo de ellos. Yahveh vuestro Dios, que marcha a vuestro frente, combatirá por vosotros, como visteis que lo hizo en Egipto, y en el desierto, donde has visto que Yahveh tu Dios te llevaba como un hombre lleva a su hijo, a todo lo largo del camino que habéis recorrido hasta llegar a este lugar.» Pero ni aun así confiasteis en Yahveh vuestro Dios, que era el que os precedía en el camino y os buscaba lugar donde acampar, con el fuego durante la noche para alumbrar el camino que debíais seguir, y con la nube durante el día. Yahveh oyó encolerizado vuestras palabras y juró así: «Ni un solo hombre de esta generación perversa verá la tierra buena que yo juré dar a vuestros padres, excepto Caleb, hijo de Yefunné: él la verá, y yo le daré a él y a sus hijos la tierra que ha pisado, porque siguió cabalmente a Yahveh.» Por culpa vuestra Yahveh se irritó también contra mí y me dijo: «Tampoco tú entrarás allí. Será tu ayudante Josué, hijo de Nun, el que entrará. Fortalécele, ya que él dará a Israel posesión de la tierra. Pero vuestros pequeños, de los que dijisteis que iban a servir de botín, vuestros hijos que no conocen todavía el bien y el mal, sí entrarán allá, a ellos se la daré yo, y ellos la poseerán. Y vosotros ahora, volveos y partid hacia el desierto por el camino del mar de Suf.» Vosotros me respondisteis: «Hemos pecado contra Yahveh nuestro Dios. Subiremos y combatiremos como Yahveh nuestro Dios nos ha mandado.» Ceñísteis cada uno vuestras armas y creísteis fácil subir a la montaña. Pero Yahveh me dijo: «Diles: No subáis a combatir porque no estoy yo en medio de vosotros, y así seréis derrotados por vuestros enemigos.» Yo os hablé, pero vosotros no me escuchasteis; fuisteis rebeldes a la orden de Yahveh y tuvisteis la osadía de subir a la montaña. Los amorreos, habitantes de aquella montaña, salieron a vuestro encuentro, os persiguieron como lo hubieran hecho las abejas, y os derrotaron en Seír hasta Jormá. A vuestro regreso llorasteis ante Yahveh, pero Yahveh no escuchó vuestra voz ni os prestó oídos. Por eso tuvisteis que permanecer en Cadés todo ese largo tiempo que habéis estado allí. Luego nos volvimos y partimos hacia el desierto, por el camino del mar de Suf, como Yahveh me había mandado. Durante muchos días anduvimos rodeando la montaña de Seír. Yahveh me habló y me dijo: «Ya habéis dado bastantes rodeos a esta montaña: dirigíos hacia el norte. Y da al pueblo esta orden: Vais a pasar por el territorio de vuestros hermanos, los hijos de Esaú, que habitan en Seír. Ellos os temen; pero vosotros tened mucho cuidado; no los ataquéis, porque yo no os daré nada de su país, ni siquiera la medida de la planta del pie, ya que el monte Seír se lo he dado en posesión a Esaú. La comida que comáis se la compraréis por dinero, y por dinero les compraréis también el agua que bebáis. Pues Yahveh tu Dios te ha bendecido en todas tu obras: ha protegido tu marcha por este gran desierto, y hace ya cuarenta años que Yahveh tu Dios está contigo sin que te haya faltado nada.» Pasamos, pues, al lado de nuestros hermanos, los hijos de Esaú que habitan en Seír, por el camino de la Arabá, de Elat y de Esyón Guéber; después cambiando de rumbo, tomamos el camino del desierto de Moab. Yahveh me dijo: «No ataques a Moab, no le provoques al combate, pues yo no te daré nada de su país, ya que Ar se la he dado en posesión a los hijos de Lot. (Antiguamente habitaban allí los emitas, pueblo grande, numeroso y corpulento como los anaquitas. Tanto a ellos como a los anaquitas se los tenía por refaítas, pero los moabitas los llamaban emitas. Igualmente en Seír habitaron antiguamente los joritas, pero los hijos de Esaú los desalojaron, los exterminaron y se establecieron en su lugar, como ha hecho Israel con la tierra de su posesión, la que Yahveh les dio.) Y ahora, levantaos y pasad el torrente Zéred.» Y pasamos el torrente Zéred. El tiempo que estuvimos caminando desde Cadés Barnea hasta que pasamos el torrente Zéred fue de 38 años; por lo que había desaparecido ya del campamento toda la generación de hombres de guerra, como Yahveh les había jurado. La misma mano de Yahveh había caído sobre ellos para extirparlos de en medio del campamento hasta hacerlos desaparecer. Cuando la muerte había hecho desaparecer a todos los hombres de guerra en medio del pueblo, Yahveh me habló y me dijo: «Vas a pasar hoy la frontera de Moab, por Ar, y vas a encontrarte con los hijos de Ammón. No los ataques ni les provoques; pues yo no te daré nada del país de los hijos de Ammón, ya que se lo he entregado a los hijos de Lot en posesión. (También éste era considerado país de refaítas; los refaítas habitaron aquí antiguamente; y los ammonitas los llamaban zanzumitas, pueblo grande, numeroso y corpulento como los anaquitas; Yahveh los exterminó ante los ammonitas, que los desalojaron y se establecieron en su lugar; así había hecho también en favor de los hijos de Esaú, que habitaban en Seír, exterminando delante de ellos a los joritas; aquéllos los desalojaron y se establecieron en su lugar hasta el día de hoy. Y también a los avitas, que habitan en los campos hasta Gaza; los kaftoritas, venidos de Kaftor, los exterminaron y se establecieron en su lugar). Levantaos, partid y pasad el torrente Arnón. Mira, yo pongo en tus manos a Sijón, el amorreo, rey de Jesbón, y todo su país. Comienza la conquista; provócale al combate. Desde hoy comienzo a infundir terror y miedo de ti entre todos los pueblos que hay debajo del cielo: al tener noticia de tu llegada temblarán todos y se estremecerán.» Del desierto de Quedemot envié mensajeros a Sijón, rey de Jesbón, con estas palabras de paz: «Voy a pasar por tu país; seguiré el camino sin desviarme a derecha ni a izquierda. La comida que coma véndemela por dinero, el agua que beba dámela por dinero; sólo deseo pasar a pie, como me han dejado los hijos de Esaú que habitan en Seír y los moabitas que habitan en Ar, hasta cruzar el Jordán para ir hacia la tierra que nos da Yahveh nuestro Dios.» Pero Sijón, rey de Jesbón, no quiso dejarnos pasar por allí porque Yahveh tu Dios le había empedernido el espíritu y endurecido el corazón, a fin de entregarle en tus manos, como lo está todavía hoy. Yahveh me dijo: «Mira, he comenzado a entregarte a Sijón y su país; empieza la conquista, apodérate de su territorio.» Sijón salió a nuestro encuentro con todo su pueblo, y nos presentó batalla en Yahás. Yahveh nuestro Dios nos lo entregó y le derrotamos a él, a sus hijos y a todo su pueblo. Nos apoderamos entonces de todas sus ciudades y consagramos al anatema toda ciudad: hombres, mujeres y niños, sin dejar superviviente. Tan sólo guardamos como botín el ganado y los despojos de las ciudades tomadas. Desde Aroer, al borde del valle del Arnón, y la ciudad que está en el valle, hasta Galaad, no hubo ciudad inaccesible para nosotros; Yahveh nuestro Dios nos las entregó todas. Únicamente respetaste el país de los ammonitas, toda la ribera del torrente Yabboq y las ciudades de la montaña, todo lo que Yahveh nuestro Dios había prohibido. Luego nos volvimos y subimos por el camino de Basán. Og, rey de Basán, salió a nuestro encuentro con todo su pueblo y nos presentó batalla en Edreí. Yahveh me dijo: «No le temas, porque yo le he entregado en tus manos con todo su pueblo y su país. Harás con él lo que hiciste son Sijón, el rey amorreo que habitaba en Jesbón.» Yahveh nuestro Dios entregó en nuestras manos también a Og, rey de Basán, con todo su pueblo. Le batimos hasta no dejarle ni un superviviente. Nos apoderamos entonces de todas sus ciudades; no hubo ciudad que no les tomáramos: sesenta ciudades, toda la confederación de Argob, reino de Og en Basán, plazas fuertes todas ellas, con altas murallas, puertas y cerrojos; sin contar las ciudades de los perizitas, en gran número. Las consagramos al anatema, como habíamos hecho con Sijón, rey de Jesbón: anatema a toda ciudad: hombres, mujeres y niños; aunque guardamos como botín todo el ganado y los despojos de estas ciudades. Así tomamos entonces, de mano de los dos reyes amorreos, el país de Transjordania, desde el torrente Arnón hasta el monte Hermón (los sidonios llaman al Hermón Siryón, y los amorreos lo llaman Senir): todas las ciudades de la Altiplanicie, todo Galaad y todo Basán hasta Salká y Edreí, ciudades del reino de Og en Basán. (Og, rey de Basán, era el último superviviente de los refaítas: su lecho es el lecho de hierro que se halla en Rabbá de los ammonitas, de nueve codos de largo por cuatro de ancho, en codos corrientes. De este país tomamos posesión entonces: desde Aroer, a orillas del torrente Arnón, la mitad de la montaña de Galaad con sus ciudades se la di a los rubenitas y a los gaditas. A la media tribu de Manasés le di el resto de Galaad y todo Basán, reino de Og: toda la confederación de Argob. (A todo este Basán es a lo que se llama el país de los refaítas.) Yaír, hijo de Manasés, se quedó con toda la confederación de Argob, hasta la frontera de los guesuritas y de los maakatitas, y dio a Basán su nombre que aún conserva: Aduares de Yaír. A Makir le di Galaad. A los rubenitas y a los gaditas les di desde Galaad hasta el torrente Arnón - la mitad del torrente marcaba la frontera - y hasta el torrente Yabboq, frontera de los ammonitas. La Arabá y el Jordán hacían de frontera, desde Kinnéret hasta el mar de la Arabá (el mar de la Sal), al pie de las laderas del Pisgá, al oriente. Yo os ordené entonces: «Yahveh, vuestro Dios, os ha dado esta tierra en posesión. Vosotros pasaréis armados al frente de vuestros hermanos los israelitas, todos hombres de armas. Sólo vuestras mujeres, vuestros hijos y vuestros rebaños (pues sé que tenéis rebaños numerosos) quedarán en las ciudades que yo os he dado, hasta que Yahveh conceda reposo a vuestros hermanos, como a vosotros, y ellos también hayan tomado posesión de la tierra que Yahveh vuestro Dios les ha dado al otro lado del Jordán; entonces volveréis cada uno a la heredad que yo os he dado.» A Josué también le di entonces la orden siguiente: «Tus propios ojos han visto todo lo que Yahveh vuestro Dios ha hecho con estos dos reyes; lo mismo hará Yahveh con todos los reinos por donde vas a pasar. No les temáis, porque el mismo Yahveh vuestro Dios combate por vosotros.» Entonces hice esta súplica a Yahveh: «Yahveh, Señor mío, tú has comenzado a manifestar a tu siervo tu grandeza y tu mano fuerte; pues ¿Qué Dios hay, en los cielos ni en la tierra, que pueda hacer obras y proezas como las tuyas? Déjame, por favor, pasar y ver la tierra buena de allende el Jordán, esa buena montaña y el Líbano.» Pero, por culpa vuestra, Yahveh se irritó contra mí y no me escuchó; antes bien me dijo: «¡Basta ya! No sigas hablándome de esto. Sube a la cumbre del Pisgá, alza tus ojos al occidente, al norte, al mediodía y al oriente; y contempla con tu ojos, porque no pasarás ese Jordán. Da tus órdenes a Josué, dale ánimos y fortalécele, porque él pasará al frente de este pueblo: él le pondrá en posesión de esa tierra que ves.» Y nos quedamos, en el valle, enfrente de Bet Peor. Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las normas que yo os enseño para que las pongáis en práctica, a fin de que viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que os da Yahveh, Dios de vuestros padres. No añadiréis nada a lo que yo os mando, ni quitaréis nada; para así guardar los mandamientos de Yahveh vuestro Dios que yo os prescribo. Vuestros propios ojos han visto lo que hizo Yahveh con Baal Peor: a todos los que habían seguido a Baal Peor, Yahveh tu Dios los exterminó de en medio de ti; en cambio vosotros, que habéis seguido unidos a Yahveh vuestro Dios, estáis hoy todos vivos. Mira, como Yahveh mi Dios me ha mandado, yo os enseño preceptos y normas para que los pongáis en práctica en la tierra en la que vais a entrar para tomarla en posesión. Guardadlos y practicadlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos estos preceptos, dirán: «Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente.» Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahveh nuestro Dios siempre que le invocamos? Y ¿Cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy? Pero ten cuidado y guárdate bien, no vayas o olvidarte de estas cosas que tus ojos han vito ni dejes que se aparten de tu corazón en todos los días de tu vida; enséñaselas, por el contrario, a tus hijos y a los hijos de tus hijos. El día que estabas en el Horeb en presencia de Yahveh tu Dios, cuando Yahveh me dijo: «Reúneme al pueblo para que yo les haga oír mis palabras a fin de que aprendan a tenerme mientras vivan en el suelo y se las enseñen a sus hijos», vosotros os acercasteis y permanecisteis al pie de la montaña, mientras la montaña ardía en llamas hasta el mismo cielo, entre tinieblas de nube y densa niebla. Yahveh os habló de en medio del fuego; vosotros oíais rumor de palabras, pero no percibíais figura alguna, sino sólo una voz. Él os reveló su alianza, que os mandó poner en práctica, las diez Palabras que escribió en dos tablas de piedra. Y a mí me mandó entonces Yahveh que os enseñase los preceptos y normas que vosotros deberíais poner en práctica en la tierra en la que vais a entrar para tomarla en posesión. Tened mucho cuidado de vosotros mismos: puesto que no visteis figura alguna el día en que Yahveh os habló en el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a pervertiros y os hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea: figura masculina o femenina, figura de alguna de las bestias de la tierra, figura de alguna de las aves que vuelan por el cielo, figura de alguno de los reptiles que serpean por el suelo, figura de alguno de los peces que hay en las aguas debajo de la tierra. Cuando levantes tus ojos al cielo, cuando veas el Sol, la Luna, las Estrellas y todo el ejército de los cielos, no vayas a dejarte seducir y te postres ante ellos para darles culto. Eso se lo ha repartido Yahveh tu Dios a todos los pueblos que hay debajo del cielo, pero a vosotros os tomó Yahveh y os sacó del horno de hierro, de Egipto, para que fueseis el pueblo de su heredad, como lo sois hoy. Por culpa vuestra Yahveh se irritó contra mí y juró que yo no pasaría el Jordán ni entraría en la tierra buena que Yahveh tu Dios te da en herencia. Yo voy a morir en este país y no pasaré el Jordán. Vosotros en cambio lo pasaréis y poseeréis esa tierra buena. Guardaos, pues, de olvidar la alianza que Yahveh vuestro Dios ha concluido con vosotros, y de haceros alguna escultura o representación de todo lo que Yahveh tu Dios te ha prohibido; porque Yahveh tu Dios es un fuego devorador, un Dios celoso. Cuando hayas engendrado hijos y nietos y hayáis envejecido en el país, si os pervertís y hacéis alguna escultura de cualquier representación, si hacéis lo malo a los ojos de Yahveh tu Dios hasta irritarle, pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra que desapareceréis rápidamente de esa tierra que vais a tomar en posesión al pasar el Jordán. No prolongaréis en ella vuestros días, porque seréis completamente destruidos. Yahveh os dispersará entre los pueblos y no quedaréis más que unos pocos, en medio de las naciones adonde Yahveh os lleve. Allí serviréis a dioses hechos por manos de hombre, de madera y piedra, que ni ven ni oyen ni comen ni huelen. Desde allí buscarás a Yahveh tu Dios; y le encontrarás si le buscas con todo tu corazón y con toda tu alma. Cuando estés angustiado y te alcancen todas estas palabras, al fin de los tiempos, te volverás a Yahveh tu Dios y escucharás su voz; porque Yahveh tu Dios es un Dios misericordioso: no te abandonará ni te destruirá, y no se olvidará de la alianza que con juramento concluyó con tus padres. Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿Hubo jamás desde un extremo a otro del cielo palabra tan grande como ésta? ¿Se oyó semejante? ¿Hay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, y haya sobrevivido? ¿Algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación de en medio de otra nación por medio de pruebas, señales, prodigios y guerra, con mano fuerte y tenso brazo, por grandes terrores, como todo lo que Yahveh vuestro Dios hizo con vosotros, a vuestros mismos ojos, en Egipto? A ti se te ha dado a ver todo esto, para que sepas que Yahveh es el verdadero Dios y que no hay otro fuera de él. Desde el cielo te ha hecho oír su voz para instruirte, y en la tierra te ha mostrado su gran fuego, y de en medio del fuego has oído sus palabras. Porque amó a tus padres y eligió a su descendencia después de ellos, te sacó de Egipto personalmente con su gran fuerza, desalojó ante ti naciones más numerosas y fuertes que tú, te introdujo en su tierra y te la dio en herencia, como la tienes hoy. Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que Yahveh es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y los mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que Yahveh tu Dios te da para siempre. Moisés reservó entonces tres ciudades allende el Jordán, al oriente, a las que pudiera huir el homicida que hubiera matado a su prójimo sin querer, sin haberle odiado anteriormente, y huyendo a una de estas ciudades, salvara su vida. Eran éstas, para los rubenitas, Béser, en el desierto, en la Altiplanicie; para los gaditas, Ramot en Galaad; para los manasitas, Golán en Basán. Esta es la ley que expuso Moisés a los israelitas. Estos son los estatutos, preceptos y normas que dictó Moisés a los israelitas a su salida de Egipto, al otro lado del Jordán, en el valle próximo a Bet Peor, en el país de Sijón, rey de los amorreos, que habitaba en Jesbón, aquel a quien Moisés y los israelitas habían batido a su salida de Egipto, y cuyo país habían conquistado, así como el país de Og, rey de Basán, - los dos reyes amorreos del lado oriental del Jordán, desde Aroer, que está situada al borde del valle del Arnón, hasta el monte Siryón (esto es, el Hermón) - con toda la Arabá del lado oriental del Jordán, hasta el mar de la Arabá, al pie de las laderas del Pisgá. Moisés convocó a todo Israel y les dijo: Escucha, Israel, los preceptos y las normas que yo pronuncio hoy a tus oídos. Apréndelos y cuida de ponerlos en práctica. Yahveh nuestro Dios ha concluido con nosotros una alianza en el Horeb. No con nuestros padres concluyó Yahveh esta alianza, sino con nosotros, con nosotros que estamos hoy aquí, todos vivos. Cara a cara os habló Yahveh en la montaña, de en medio del fuego; yo estaba entre Yahveh y vosotros para comunicaros la palabra de Yahveh, ya que vosotros teníais miedo del fuego y no subisteis a la montaña. Dijo: «Yo soy Yahveh tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. «No habrá para ti otros dioses delante de mi. «No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos ni de lo que hay abajo en la tierra ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto. Porque yo, Yahveh tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, y tengo misericordia por mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos. «No tomarás en falso el nombre de Yahveh tu Dios, porque Yahveh no dejará sin castigo a quien toma su nombre en falso. «Guardarás el día del sábado para santificarlo, como te lo ha mandado Yahveh tu Dios. Seis días trabajarás y harás todas tus tareas, pero el día séptimo es día de descanso para Yahveh tu Dios. No harás ningún trabajo ni tú ni tu hijo ni tu hija ni tu siervo ni tu sierva ni tu buey ni tu asno ni ninguna de tus bestias ni el forastero que vive en tus ciudades; de modo que puedan descansar, como tú, tu siervo, y tu sierva. Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahveh tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso Yahveh tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso Yahveh tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado. Honra a tu padre y a tu madre, como te lo ha mandado Yahveh tu Dios, para que se prolonguen tus días y seas feliz en el suelo que Yahveh tu Dios te da. «No matarás. «No cometerás adulterio. «No robarás. «No darás testimonio falso contra tu prójimo. «No desearás la mujer de tu prójimo, no codiciarás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo.» Estas palabras dijo Yahveh a toda vuestra asamblea, en la montaña, de en medio del fuego, la nube y la densa niebla, con voz potente, y nada más añadió. Luego las escribió en dos tablas de piedra y me las entregó a mí. Cuando vosotros oísteis la voz que salía de las tinieblas, mientras la montaña ardía en fuego, os acercasteis a mí todos vosotros, jefes de tribu y ancianos, y dijisteis: «Mira, Yahveh nuestro Dios nos ha mostrado su gloria y su grandeza y hemos oído su voz de en medio del fuego. Hemos visto en este día que puede Dios hablar al hombre y seguir éste con vida. Pero ahora, ¿Por qué hemos de morir? - porque este fuego nos va a devorar -; si seguimos oyendo la voz de Yahveh nuestro Dios, moriremos. Pues, ¿Qué hombre ha oído como nosotros la voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, y ha sobrevivido? Acércate tú a oír todo lo que diga Yahveh nuestro Dios, y luego nos dirás todo lo que Yahveh nuestro Dios te haya dicho; nosotros lo escucharemos y lo pondremos en práctica.» Yahveh oyó vuestras palabras y me dijo: «He oído las palabras de este pueblo, lo que te han dicho; está bien todo lo que han dicho. ¡Ojalá fuera siempre así su corazón para temerme y guardar todos mis mandamientos, y de esta forma ser eternamente felices, ellos y sus hijos! Ve a decirles: “Volved a vuestras tiendas.” Y tú quédate aquí junto a mí; yo te diré a ti todos los mandamientos, preceptos y normas que has de enseñarles para que los pongan en práctica en la tierra que yo les doy en posesión.» Cuidad, pues, de proceder como Yahveh vuestro Dios os ha mandado. No os desviéis ni a derecha ni a izquierda. Seguid en todo el camino que Yahveh vuestro Dios os ha trazado: así viviréis, seréis felices y prolongaréis vuestros días en la tierra que vais a tomar en posesión. Estos son los mandamientos, preceptos y normas que Yahveh vuestro Dios ha mandado enseñaros para que los pongáis en práctica en la tierra a la que vais a pasar para tomarla en posesión, a fin de que temas a Yahveh tu Dios, guardando todos los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, tú, tu hijo y tu nieto, todos los días de tu vida, y así se prolonguen tus días. Escucha, Israel; cuida de practicar lo que te hará feliz y por lo que te multiplicarás, como te ha dicho Yahveh, el Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel. Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh. Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se la repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas. Cuando Yahveh tu Dios te haya introducido en la tierra que a tus padres Abraham, Isaac y Jacob juró que te daría: ciudades grandes y prósperas que tú no edificaste, casas llenas de toda clase de bienes, que tú no llenaste, cisternas excavadas que tú no excavaste, viñedos y olivares que tú no plantaste, cuando hayas comido y te hayas saciado, cuida de no olvidarte de Yahveh que te sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre. A Yahveh tu Dios temerás, a él le servirás, por su nombre jurarás. No vayáis en pos de otros dioses, de los dioses de los pueblos que os rodean, porque un Dios celoso es Yahveh tu Dios que está en medio de ti. La ira de Yahveh tu Dios se encendería contra ti y te haría desaparecer de la haz de la tierra. No tentaréis a Yahveh vuestro Dios, como le habéis tentado en Massá. Guardaréis puntualmente los mandamientos de Yahveh vuestro Dios, los estatutos y preceptos que te ha prescrito, harás lo que es justo y bueno a los ojos de Yahveh para que seas feliz y llegues a tomar posesión de esa tierra buena de la que Yahveh juró a tus padres que arrojaría a todos tus enemigos ante ti, como te ha dicho Yahveh. Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: «¿Qué son estos estatutos, estos preceptos y estas normas que Yahveh nuestro Dios os ha prescrito?», dirás a tu hijo: «Éramos esclavos de Faraón en Egipto, y Yahveh nos sacó de Egipto con mano fuerte. Yahveh realizó a nuestros propios ojos señales y prodigios grandes y terribles en Egipto, contra Faraón y toda su casa. Y a nosotros nos sacó de allí para conducirnos y entregarnos la tierra que había prometido bajo juramento a nuestros padres. Y Yahveh nos mandó que pusiéramos en práctica todos estos preceptos, temiendo a Yahveh nuestro Dios, para que fuéramos felices siempre y nos permitiera vivir como el día de hoy. Tal será nuestra justicia: cuidar de poner en práctica todos estos mandamientos ante Yahveh nuestro Dios, como él nos ha prescrito.» Cuando Yahveh tu Dios te haya introducido en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión, y haya arrojado delante de ti a naciones numerosas: hititas, guirgasitas, amorreos, cananeos, perizitas, jivitas y jebuseos, siete naciones más numerosas y fuertes que tú, cuando Yahveh tu Dios te las entregue y las derrotes, las consagrarás al anatema. No harás alianza con ellas, no les tendrás compasión. No emparentarás con ellas, no darás tu hija a su hijo ni tomarás su hija para tu hijo. Porque tu hijo se apartaría de mi seguimiento, serviría o otros dioses; y a la ira de Yahveh se encendería contra vosotros y se apresuraría a destruiros. Por el contrario, esto es lo que haréis con ellos: demoleréis sus altares, romperéis sus estelas, cortaréis sus cipos y prenderéis fuego a sus ídolos. Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre la haz de la tierra. No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres, por eso os ha sacado Yahveh con mano fuerte y os ha librado de la casa de servidumbre, del poder de Faraón, rey de Egipto. Has de saber, pues, que Yahveh tu Dios es el Dios verdadero, el Dios verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a los que le aman y guardan sus mandamientos, pero que da su merecido en su propia persona a quien le odia, destruyéndole. No es remiso con quien le odia: en su propia persona le da su merecido. Guarda, pues, los mandamientos, preceptos y normas que yo te mando hoy poner en práctica. Y por haber escuchado estas normas, por haberlas guardado y practicado, Yahveh tu Dios te mantendrá la alianza y el amor que bajo juramento prometió a tus padres. Te amará, te bendecirá, te multiplicará, bendecirá el fruto de tu seno y el fruto de tu suelo, tu trigo, tu mosto, tu aceite, las crías de tus vacas y las camadas de tus rebaños, en el suelo que a tus padres juró que te daría. Serás bendito más que todos los pueblos. No habrá macho ni hembra estéril en ti ni en tus rebaños. Yahveh apartará de ti toda enfermedad; no dejará caer sobre ti ninguna de esas malignas epidemias de Egipto que tú conoces, sino que se las enviará a todos los que te odian. Destruirás, pues, todos esos pueblos que Yahveh tu Dios te entrega, sin que tu ojo tenga piedad de ellos; y no darás culto a sus dioses, porque eso sería un lazo para ti. Acaso digas en tu corazón: «Esas naciones son más numerosas que yo; ¿Cómo voy a poder desalojarlas?» Pero no las temas: acuérdate bien de lo que Yahveh tu Dios hizo con Faraón y con todo Egipto, de las grandes pruebas que tus ojos vieron, las señales y prodigios, la mano fuerte y el tenso brazo con que Yahveh tu Dios te sacó. Lo mismo hará Yahveh tu Dios con todos los pueblos a los que temes. Yahveh tu Dios enviará incluso avispas contra ellos para destruir a los que hubieren quedado y se te hubieren ocultado a ti. Así que no tiembles ante ellos, porque en medio de ti está Yahveh tu Dios, Dios grande y temible. Yahveh tu Dios irá arrojando a esas naciones de delante de ti poco a poco; no podrás exterminarlas de golpe, no sea que las bestias salvajes se multipliquen contra ti, sino que Yahveh tu Dios te las entregará y les infligirá grandes descalabros hasta que queden destruidas. Entregará a sus reyes en tu mano y tú borrarás sus nombres de debajo del cielo: nadie podrá resistir ante ti, hasta que los hayas destruido. Quemaréis las esculturas de sus dioses, y no codiciarás el oro y la plata que los recubren ni lo tomarás para ti, no sea que por ello caigas en un lazo, pues es una cosa abominable para Yahveh tu Dios; y no debes meter en tu casa una cosa abominable, pues te harías anatema como ella. Las tendrás por cosa horrenda y abominable, porque son anatema. Todos los mandamientos que yo os prescribo hoy, cuidad de practicarlos, para que viváis, os multipliquéis y lleguéis a tomar posesión de la tierra que Yahveh prometió bajo juramento a vuestros padres. Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahveh. No se gastó el vestido que llevabas ni se hincharon tus pies a lo largo de esos cuarenta años. Date cuenta, pues, de que Yahveh tu Dios te corregía como un hombre corrige a su hijo, y guarda los mandamientos de Yahveh tu Dios siguiendo sus caminos y temiéndole. Pues Yahveh tu Dios te conduce a una tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y hontanares que manan en los valles y en las montañas, tierra de trigo y de cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares, de aceite y de miel, tierra donde el pan que comas no te será racionado y donde no carecerás de nada; tierra donde las piedras tienen hierro y de cuyas montañas extraerás el bronce. Comerás hasta hartarte, y bendecirás a Yahveh tu Dios en esa tierra buena que te ha dado. Guárdate de olvidar a Yahveh tu Dios descuidando los mandamientos, normas y preceptos que yo te prescribo hoy; no sea que cuando comas y quedes harto, cuando construyas hermosas casas y vivas en ellas, cuando se multipliquen tus vacadas y tus ovejas, cuando tengas plata y oro en abundancia y se acrecienten todos tus bienes, tu corazón se engría y olvides a Yahveh tu Dios que te sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre; que te ha conducido a través de ese desierto grande y terrible entre serpientes abrasadoras y escorpiones: que en un lugar de sed, sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca más dura; que te alimentó en el desierto con el maná, que no habían conocido tus padres, a fin de humillarte y ponerte a prueba para después hacerte feliz. No digas en tu corazón: «Mi propia fuerza y el poder de mi mano me han creado esta prosperidad», sino acuérdate de Yahveh tu Dios, que es el que te da la fuerza para crear la prosperidad, cumpliendo así la alianza que bajo juramento prometió a tus padres, como lo hace hoy. Pero si llegas a olvidarte de Yahveh tu Dios, si sigues a otros dioses, si les das culto y te postras ante ellos, yo certifico hoy contra vosotros que pereceréis. Lo mismo que las naciones que Yahveh va destruyendo a vuestro paso, así pereceréis también vosotros por haber desoído la voz de Yahveh vuestro Dios. Escucha, Israel. Hoy vas a pasar ya el Jordán para ir a desalojar a naciones más grandes y fuertes que tú, ciudades grandes, de murallas que llegan hasta el cielo, un pueblo grande y corpulento, los anaquitas, a quienes tú conoces y de quienes has oído decir: «¿Quién puede hacer frente a los hijos de Anaq?» Pero has de saber hoy que Yahveh tu Dios es quien va a pasar delante de ti como un fuego devorador que los destruirá y te los someterá, para que los desalojes y los destruyas rápidamente, como te ha dicho Yahveh. No digas en tu corazón cuando Yahveh tu Dios los arroje de delante de ti: «Por mis méritos me ha hecho Yahveh entrar en posesión de esta tierra», siendo así que sólo por la perversidad de estas naciones las desaloja Yahveh ante ti. No por tus méritos ni por la rectitud de tu corazón vas a tomar posesión de su tierra, sino que sólo por la perversidad de estas naciones las desaloja Yahveh tu Dios ante ti; y también por cumplir la palabra que juró a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob. Has de saber, pues, que no es por tu justicia por lo que Yahveh tu Dios te da en posesión esa tierra buena, ya que eres un pueblo de dura cerviz. Acuérdate. No olvides que irritaste a Yahveh tu Dios en el desierto. Desde el día en que saliste del país de Egipto hasta vuestra llegada a este lugar, habéis sido rebeldes a Yahveh. En el Horeb irritasteis a Yahveh, y Yahveh montó en tal cólera contra vosotros que estuvo a punto de destruiros. Yo había subido al monte a recoger las tablas de piedra, las tablas de la alianza que Yahveh había concluido con vosotros. Permanecí en el monte cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan ni beber agua. Yahveh me dio las dos tablas de piedra escritas por el dedo de Dios, en las que estaban todas las palabras que Yahveh os había dicho de en medio del fuego, en la montaña, el día de la Asamblea. Al cabo de cuarenta días y cuarenta noches, después de darme las dos tablas de piedra, las tablas de la alianza, me dijo Yahveh: «Levántate, baja de aquí a toda prisa, porque tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto, se ha pervertido. Bien pronto se han apartado del camino que yo les había prescrito: se han hecho un ídolo de fundición.» Continuó Yahveh y me dijo: «He visto a este pueblo: es un pueblo de dura cerviz. Déjame que los destruya y borre su nombre de debajo del cielo; y que haga de ti una nación más fuerte y numerosa que ésta.» Yo me volví y bajé del monte, que ardía en llamas, llevando en mis manos las dos tablas de la alianza. Y vi que vosotros habíais pecado contra Yahveh vuestro Dios. Os habíais hecho un becerro de fundición: bien pronto os habíais apartado del camino que Yahveh os tenía prescrito. Tomé entonces las dos tablas, las arrojé de mis manos y las hice pedazos a vuestros propios ojos. Luego me postré ante Yahveh; como la otra vez, estuve cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan ni beber agua, por todo el pecado que habíais cometido haciendo el mal a los ojos de Yahveh hasta irritarle. Porque tenía mucho miedo de la ira y del furor que irritaba a Yahveh contra vosotros hasta querer destruiros. Y una vez más me escuchó Yahveh. También contra Aarón estaba Yahveh violentamente irritado hasta querer destruirle. Yo intercedí también entonces en favor de Aarón. Y vuestro pecado, el becerro que os habíais hecho, lo tomé y lo quemé; lo hice pedazos, lo pasé a la muela hasta que quedó reducido a polvo, y tiré el polvo al torrente que baja de la montaña. Y en Taberá, y en Massá, y en Quibrot Hattaavá, irritasteis a Yahveh. Y cuando Yahveh os hizo salir de Cadés Barnea diciendo: «Subid a tomar posesión de la tierra que yo os he dado», os rebelasteis contra la orden de Yahveh vuestro Dios, no creísteis en él ni escuchasteis su voz. Habéis sido rebeldes a Yahveh vuestro Dios desde el día en que os conoció. Me postré, pues, ante Yahveh y estuve postrado estos cuarenta días y cuarenta noches, porque Yahveh había hablado de destruiros. Supliqué a Yahveh y dije: «Señor Yahveh, no destruyas a tu pueblo, tu heredad, que tú rescataste con tu grandeza y que sacaste de Egipto con mano fuerte. Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac y Jacob, y no tomes en cuenta la indocilidad de este pueblo ni su maldad ni su pecado, para que no se diga en el país de donde nos sacaste: “Porque Yahveh no ha podido llevarlos a la tierra que les había prometido, y por el odio que les tiene, los ha sacado para hacerlos morir en el desierto.” Pero ellos son tu pueblo, tu heredad, aquellos a quienes tú sacaste con tu gran fuerza y tu tenso brazo.» Yahveh me dijo entonces: «Labra dos tablas de piedra como las primeras y sube donde mí a la montaña; hazte también un arca de madera. Yo escribiré en las tablas las palabras que había en las primeras que rompiste, y tú las depositarás en el arca.» Hice un arca de madera de acacia, labré dos tablas de piedra como las primeras y subí a la montaña con las dos tablas en la mano. Él escribió en las tablas lo mismo que había escrito antes, las diez Palabras que Yahveh había dicho en el monte, de en medio del fuego, el día de la Asamblea. Y Yahveh me las entregó. Yo volví a bajar del monte, puse las tablas en el arca que había hecho y allí quedaron, como me había mandado Yahveh. Los israelitas partieron de los pozos de Bené Yaacán, hacia Moserá. Allí murió Aarón y allí fue enterrado. Le sucedió en el sacerdocio su hijo Eleazar. De allí se dirigieron a Gudgoda y de Gudgoda a Yotbatá, lugar de torrentes. Yahveh separó entonces a la tribu de Leví para llevar el arca de la alianza de Yahveh, sirviéndole y dando la bendición en su nombre hasta el día de hoy. Por eso Leví no ha tenido parte ni heredad con sus hermanos: Yahveh es su heredad, como Yahveh tu Dios le dijo. Yo me quedé en el monte, como la primera vez, cuarenta días y cuarenta noches. También esta vez me escuchó Yahveh y renunció a destruirte. Y me dijo Yahveh: «Levántate, ve a ponerte al frente de este pueblo, para que vayan a tomar posesión de la tierra que yo juré a sus padres que les daría.» Y ahora, Israel, ¿Qué te pide tu Dios, sino que temas a Yahveh tu Dios, que sigas todos sus caminos, que le ames, que sirvas a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, que guardes los mandamientos de Yahveh y sus preceptos que yo te prescribo hoy para que seas feliz? Mira: De Yahveh tu Dios son los cielos y los cielos de los cielos, la tierra y cuanto hay en ella. Y con todo, sólo de tus padres se prendó Yahveh y eligió a su descendencia después de ellos, a vosotros mismos, de entre todos los pueblos, como hoy sucede. Circuncidad el prepucio de vuestro corazón y no endurezcáis más vuestra cerviz, porque Yahveh vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas ni admite soborno; que hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al forastero, a quien da pan y vestido. (Amad al forastero porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto.) A Yahveh tu Dios temerás, a él servirás, vivirás unido a él y en su nombre jurarás. Él será objeto de tu alabanza y él tu Dios, que ha hecho por ti esas cosas grandes y terribles que tus ojos han visto. No más de setenta personas eran tus padres cuando bajaron a Egipto, y Yahveh tu Dios te ha hecho ahora numeroso como las estrellas del cielo. Amarás a Yahveh tu Dios y guardarás siempre sus ritos, sus preceptos, normas y mandamientos. Vosotros sabéis hoy - no vuestros hijos, que ni saben ni han visto la lección de Yahveh vuestro Dios, su grandeza, su mano fuerte y su tenso brazo - las señales y hazañas que realizó Él en medio de Egipto, contra Faraón rey de Egipto y todo su pueblo; lo que hizo con el ejército de Egipto, con sus caballos y sus carros, precipitando sobre ellos las aguas del mar de Suf cuando os perseguían, y aniquilándolos Yahveh hasta el día de hoy; lo que ha hecho por vosotros en el desierto hasta vuestra llegada a este lugar; lo que hizo con Datán y Abirón, hijos de Eliab el rubenita, cuando la tierra abrió su boca y los tragó en medio de todo Israel, con sus familias, sus tiendas y todos los que les seguían. Pues vuestros mismos ojos han visto toda esta gran obra que Yahveh ha realizado. Guardaréis todos los mandamientos que yo os prescribo hoy, para que os hagáis fuertes y lleguéis a poseer la tierra a la que vais a pasar para tomarla en posesión, y para que prolonguéis vuestros días en el suelo que Yahveh juró dar a vuestros padres y a su descendencia, tierra que mana leche y miel. Porque la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión no es como el país de Egipto del que habéis salido, donde después de sembrar había que regar con el pie, como se riega un huerto de hortalizas. Sino que la tierra a la que vais a pasar para tomarla en posesión es una tierra de montes y valles, que bebe el agua de la lluvia del cielo. De esta tierra se cuida Yahveh tu Dios; los ojos de Yahveh tu Dios están constantemente puestos en ella, desde que comienza el año hasta que termina. Y si vosotros obedecéis puntualmente a los mandamientos que yo os prescribo hoy, amando a Yahveh vuestro Dios y sirviéndole con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, yo daré a vuestro país la lluvia a su tiempo, lluvia de otoño y lluvia de primavera, y tú podrás cosechar tu trigo, tu mosto y tu aceite; yo daré a tu campo hierba para tu ganado, y comerás hasta hartarte. Cuidad bien que no se pervierta vuestro corazón y os descarriéis a dar culto o otros dioses, y a postraros ante ellos; pues la ira de Yahveh se encendería contra vosotros y cerraría los cielos, no habría más lluvia, el suelo no daría su fruto y vosotros pereceríais bien pronto en esa tierra buena que Yahveh os da. Poned estas palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, atadlas a vuestra mano como una señal, y sean como una insignia entre vuestros ojos. Enseñádselas a vuestros hijos, hablando de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado. Las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas, para que vuestros días y los días de vuestros hijos en la tierra que Yahveh juró dar a vuestros padres sean tan numerosos como los días del cielo sobre la tierra. Porque, si de verdad guardáis todos estos mandamientos que yo os mando practicar, amando a Yahveh vuestro Dios, siguiendo todos sus caminos y viviendo unidos a él, Yahveh desalojará delante de vosotros a todas esas naciones, y vosotros desalojaréis a naciones más numerosas y fuertes que vosotros. Todo lugar que pise la planta de vuestro pie será vuestro; desde el Río, el río Eufrates, hasta el mar occidental, se extenderá vuestro territorio. Nadie podrá resistiros; Yahveh vuestro Dios hará que se os tema y se os respete sobre la haz de toda la tierra que habéis de pisar, como él os ha dicho. Mira: Yo pongo hoy ante vosotros bendición y maldición. Bendición si escucháis los mandamientos de Yahveh vuestro Dios que yo os prescribo hoy, maldición si desoís los mandamientos de Yahveh vuestro Dios, si os apartáis del camino que yo os prescribo hoy, para seguir a otros dioses que no conocéis. Cuando Yahveh tu Dios te haya introducido en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión, pondrás la bendición sobre el monte Garizim y la maldición sobre el monte Ebal. (Estos montes están, como sabéis, al otro lado del Jordán, detrás del camino del poniente, en el país de los cananeos que habitan en la Arabá, frente a Guilgal, cerca de la Encina de Moré.) Ya que vais a pasar el Jordán para ir a tomar posesión de la tierra que Yahveh vuestro Dios os da, cuando la poseáis y habitéis en ella, cuidaréis de poner en práctica todos los preceptos y normas que yo os expongo hoy. Estos son los preceptos y normas que cuidaréis de poner en práctica en la tierra que Yahveh el Dios de tus padres te ha dado en posesión, todos los días que viváis en su suelo. Suprimiréis todos los lugares donde los pueblos que vais a desalojar han dado culto a sus dioses, en lo alto de los montes, en las colinas, y bajo todo árbol frondoso; demoleréis su altares, romperéis sus estelas, quemaréis sus cipos, derribaréis las esculturas de sus dioses y suprimiréis su nombre de este lugar. No procederéis así respecto de Yahveh vuestro Dios, sino que sólo vendréis a buscarle al lugar elegido por Yahveh vuestro Dios, de entre todas las tribus, para poner en él la morada de su nombre. Allí llevaréis vuestros holocaustos y vuestros sacrificios, vuestros diezmos y las ofrendas reservadas de vuestras manos, vuestras ofrendas votivas y vuestras ofrendas voluntarias, los primogénitos de vuestro ganado mayor y menor, allí comeréis en presencia de Yahveh vuestro Dios y os regocijaréis, vosotros y vuestras casas, de todas las empresas en que Yahveh tu Dios te haya bendecido. No haréis lo que nosotros hacemos aquí hoy, cada cual lo que le parece bien, porque todavía no habéis llegado al lugar de descanso y a la heredad que Yahveh tu Dios te da. Pero cuando paséis el Jordán y habitéis en la tierra que Yahveh vuestro Dios os da en herencia, cuando él os haya puesto al abrigo de todos vuestros enemigos de alrededor, y viváis con tranquilidad, llevaréis al lugar elegido por Yahveh vuestro Dios para morada de su nombre todo lo que yo os prescribo: vuestros holocaustos y vuestros sacrificios, vuestros diezmos y las ofrendas reservadas de vuestras manos, lo más selecto de vuestras ofrendas que hayáis prometido con voto a Yahveh; y os regocijaréis en presencia de Yahveh, vosotros, vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros siervos y vuestras siervas, así como el levita que vive en vuestras ciudades, ya que no tiene parte ni heredad con vosotros. Guárdate de ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar sagrado que veas; sólo en el lugar elegido por Yahveh en una de tus tribus podrás ofrecer tus holocaustos y sólo allí pondrás en práctica todo lo que yo te mando. Podrás, sin embargo, siempre que lo desees, sacrificar y comer la carne, como bendición que te ha dado Yahveh tu Dios, en todas tus ciudades. Tanto el puro como el impuro podrán comerla, como si fuese gacela o ciervo. Sólo la sangre no la comeréis; la derramarás en tierra como agua. No podrás comer en tus ciudades el diezmo de tu trigo, de tu mosto o de tu aceite ni los primogénitos de tu ganado mayor o menor, ninguna de tus ofrendas votivas o de tus ofrendas voluntarias ni las ofrendas reservadas de tus manos. Sino que lo comerás en presencia de Yahveh tu Dios, en el lugar elegido por Yahveh tu Dios y solamente allí, tú, tu hijo y tu hija, tu siervo y tu sierva, y el levita que vive en tus ciudades. Y te regocijarás en presencia de Yahveh tu Dios por todas tus empresas. Guárdate de dejar abandonado al levita mientras vivas en tu suelo. Cuando Yahveh tu Dios haya ensanchado tu territorio, como te ha prometido, y digas: «Querría comer carne», si deseas comer carne, podrás hacerlo siempre que quieras. Si el lugar elegido por Yahveh tu Dios para morada de su nombre está demasiado lejos de ti, podrás sacrificar del ganado mayor y menor que Yahveh te haya concedido, del modo que yo te he prescrito; lo podrás comer en tus ciudades a la medida de tus deseos; y lo comerás como se come la gacela o el ciervo; podrán comerlo tanto el puro como el impuro. Guárdate sólo de comer la sangre, porque la sangre es la vida, y no debes comer la vida con la carne. No la comerás, la derramarás en tierra como agua. No la comerás, para que seas feliz, tú y tu hijo después de ti, por haber hecho lo que es justo a los ojos de Yahveh. Pero las cosas sagradas que te correspondan y las que hayas prometido con voto, irás a llevarlas a aquel lugar elegido por Yahveh. Harás el holocausto de la carne y de la sangre sobre el altar de Yahveh tu Dios; la sangre de tus sacrificios será derramada sobre el altar de Yahveh tu Dios, y tu podrás comer la carne. Observa y escucha todas estas cosas que yo te mando, para que seas feliz siempre, tú y tu hijo después de ti, por haber hecho lo que es bueno y justo a los ojos de Yahveh tu Dios. Cuando Yahveh tu Dios haya exterminado las naciones que tú vas a desalojar ante ti, cuando las hayas desalojado y habites en su tierra, guárdate de dejarte prender en el lazo siguiendo su ejemplo después de haber sido ellos exterminados ante ti, y de buscar sus dioses, diciendo; «¿Cómo servían estas naciones a sus dioses? Así haré yo también,» No procederás así con Yahveh tu Dios. Porque todo lo que es una abominación para Yahveh, lo que detesta, lo hacen ellos en honor de sus dioses: llegan incluso a quemar al fuego a sus hijos e hijas en honor de sus dioses. Todo esto que yo os mando, cuidaréis de ponerlo por obra, sin añadir ni quitar nada. Si surge en medio de ti un profeta o vidente en sueños, que te propone una señal o un prodigio, y llega a realizarse la señal o el prodigio que te ha anunciado, y te dice: «Vamos en pos de otros dioses (que tú no conoces) a servirles», no escucharás las palabras de ese profeta o de ese vidente en sueños. Es que Yahveh vuestro Dios os pone a prueba para saber si verdaderamente amáis a Yahveh vuestro Dios con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma. A Yahveh vuestro Dios seguiréis y a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis y viviréis unidos a él. Ese profeta o vidente en sueños deberá morir por haber predicado la rebelión contra Yahveh tu Dios - que te sacó del país de Egipto y te rescató de la casa de servidumbre - para apartarte del camino que Yahveh tu Dios te ha mandado seguir. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti. Si tu hermano, hijo de tu padre o hijo de tu madre, tu hijo o tu hija, la esposa que reposa en tu seno o el amigo que es tu otro yo, trata de seducirte en secreto diciéndote: «Vamos a servir a otros dioses», desconocidos de ti y de tus padres, de entre los dioses de los pueblos próximos o lejanos que os rodean de un extremo a otro de la tierra, no accederás ni le escucharás, tu ojo no tendrá piedad de él, no le perdonarás ni le encubrirás, sino que le harás morir; tu mano caerá la primera sobre él para darle muerte, y después la mano de todo el pueblo. Le apedrearás hasta que muera, porque trató de apartarte de Yahveh tu Dios, el que te sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre. Y todo Israel, cuando lo sepa, tendrá miedo y dejará de cometer este mal en medio de ti. Si oyes decir que en una de las ciudades que Yahveh tu Dios te da para habitar en ella algunos hombres, malvados, salidos de tu propio seno, han seducido a sus conciudadanos diciendo: «Vamos a dar culto a otros dioses», desconocidos de vosotros, consultarás, indagarás y preguntarás minuciosamente. Si es verdad, si se comprueba que en medio de ti se ha cometido tal abominación, deberás pasar a filo de espada a los habitantes de esa ciudad; la consagrarás al anatema con todo lo que haya dentro de ella; amontonarás todos sus despojos en medio de la plaza pública y prenderás fuego a la ciudad con todos sus despojos, todo ello en honor de Yahveh tu Dios. Quedará para siempre convertida en un montón de ruinas, y no volverá a ser edificada. De este anatema no se te quedará nada en la mano, para que Yahveh aplaque el ardor de su ira y sea misericordioso contigo, tenga piedad de ti y te multiplique como prometió bajo juramento a tus padres, a condición de que escuches la voz de Yahveh tu Dios guardando todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy y haciendo lo que es justo a los ojos de Yahveh tu Dios. Hijos sois de Yahveh vuestro Dios. No os haréis incisión ni tonsura entre los ojos por un muerto. Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios, y Yahveh te ha escogido para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre la haz de la tierra. No comerás nada que sea abominable. Estos son los animales que podréis comer: buey, carnero, cabra, ciervo, gacela, gamo, cabra montés, antílope, búfalo, gamuza. Y todo animal de pezuña partida, hendida en dos mitades, y que rumia, lo podéis comer. Sin embargo, entre los que rumian y entre los animales de pezuña partida y hendida no podréis comer los siguientes: el camello, la liebre y el damán, que rumian pero no tienen la pezuña hendida; los tendréis por impuros. Tampoco el cerdo, que tiene la pezuña partida y hendida, pero no rumia; lo tendréis por impuro. No comeréis su carne ni tocaréis su cadáver. De entre todo lo que vive en el agua, podéis comer lo siguiente: todo lo que tiene aletas y escamas lo podéis comer. Pero no comeréis lo que no tiene aletas y escamas: lo tendréis por impuro. Podéis comer toda ave pura, pero las siguientes no las podéis comer: el águila, el quebrantahuesos, el águila marina, el buitre, las diferentes especies de halcón, todas las especies de cuervo, el avestruz, la lechuza, la gaviota y las diferentes especies de gavilanes, el búho, el ibis, el cisne, el pelícano, el calamón, el somormujo, la cigüeña, las diferentes especies de garza real, la abubilla y el murciélago. Tendréis por impuro todo bicho alado, no lo comeréis. Podéis comer todo volátil puro. No comeréis ninguna bestia muerta. Se la darás al forastero que vive en tus ciudades para que él la coma, o bien véndesela a un extranjero. Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios. No cocerás el cabrito en la leche de su madre. Cada año deberás apartar el diezmo de todo lo que tus sementeras hayan producido en tus campos, y, en presencia de Yahveh tu Dios, en el lugar que él haya elegido para morada de su nombre, comerás el diezmo de tu trigo, de tu mosto y de tu aceite, así como los primogénitos de tu ganado mayor y menor; a fin de que aprendas a temer siempre a Yahveh tu Dios. Si el camino es demasiado largo para ti, si no puedes transportarlo porque el lugar elegido por Yahveh para morada de su nombre te cae demasiado lejos, cuando Yahveh tu Dios te haya bendecido, lo cambiarás por dinero, llevarás el dinero en tu mano e irás al lugar elegido por Yahveh tu Dios; allí emplearás este dinero en todo lo que desees, ganado mayor o menor, vino o bebida fermentada, todo lo que tu alma apetezca. Comerás allí en presencia de Yahveh tu Dios y te regocijarás, tú y tu casa. Y no abandonarás al levita que vive en tus ciudades, ya que él no tiene parte ni heredad contigo. Cada tres años apartarás todos los diezmos de tus cosechas de ese año y los depositarás a tus puertas. Vendrán así el levita - ya que él no tiene parte ni heredad contigo - el forastero, el huérfano y la viuda que viven en tus ciudades, y comerán hasta hartarse. Y Yahveh tu Dios te bendecirá en todas las obras que emprendas. Cada siete años harás remisión. En esto consiste la remisión. Todo acreedor que posea una prenda personal obtenida de su prójimo, le hará remisión; no apremiará a su prójimo ni a su hermano, si se invoca la remisión en honor de Yahveh. Podrás apremiar al extranjero, pero a tu hermano le concederás la remisión de lo que te debe. Cierto que no debería haber ningún pobre junto a ti, porque Yahveh te otorgará su bendición en la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia para que la poseas, pero sólo si escuchas de verdad la voz de Yahveh tu Dios cuidando de poner en práctica todos estos mandamientos que yo te prescribo hoy. Sí, Yahveh tu Dios te bendecirá como te ha dicho: prestarás a naciones numerosas, y tú no pedirás prestado, dominarás a naciones numerosas, y a ti no te dominarán. Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos, en alguna de las ciudades de tu tierra que Yahveh tu Dios te da, no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia. Cuida de no abrigar en tu corazón estos perversos pensamientos: «Ya pronto llega el año séptimo, el año de la remisión», para mirar con malos ojos a tu hermano pobre y no darle nada; él apelaría a Yahveh contra ti y te cargarías con un pecado. Cuando le des algo, se lo has de dar de buena gana, que por esta acción te bendecirá Yahveh, tu Dios en todas tus obras y en todas tus empresas. Pues no faltarán pobres en esta tierra; por eso te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra. Si tu hermano hebreo, hombre o mujer, se vende a ti, te servirá durante seis años y al séptimo le dejarás libre. Al dejarle libre, no le mandarás con las manos vacías; le harás algún presente de tu ganado menor, de tu era y de tu lagar; le darás según como te haya bendecido Yahveh tu Dios. Recordarás que tu fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahveh tu Dios te rescató: por eso te mando esto hoy. Pero si él te dice: «No quiero marcharme de tu lado», porque te ama, a ti y a tu casa, porque le va bien contigo, tomarás un punzón, le horadarás la oreja contra la puerta, y será tu siervo para siempre. Lo mismo harás con tu sierva. No se te haga demasiado duro el dejarle en libertad, porque el haberte servido seis años vale por un doble salario de jornalero. Y Yahveh tu Dios te bendecirá en todo lo que hagas. Todo primogénito que nazca en tu ganado mayor o menor, si es macho, lo consagraras a Yahveh tu Dios. No someterás al trabajo al primogénito de tu vaca ni esquilarás al primogénito de tu oveja. Lo comerás, tú y tu casa, cada año, en presencia de Yahveh tu Dios, en el lugar elegido por Yahveh. Si tiene alguna tara, si es cojo o ciego o con algún otro defecto grave, no lo sacrificarás a Yahveh tu Dios. Lo comerás en tus ciudades, lo mismo el puro que el impuro, como si fuese gacela o ciervo; sólo la sangre no la comerás; la derramarás en tierra como agua. Guarda el mes de Abib y celebra en él la Pascua en honor de Yahveh tu Dios, porque fue en el mes de Abib, por la noche, cuando Yahveh tu Dios te sacó de Egipto. Sacrificarás en honor de Yahveh tu Dios una víctima pascual de ganado mayor y menor, en el lugar elegido por Yahveh tu Dios para morada de su nombre. No comerás con la víctima pan fermentado; durante siete días la comerás con ázimos - pan de aflicción - porque a toda prisa saliste del país de Egipto: para que te acuerdes todos los días de tu vida del día en que saliste del país de Egipto. Durante siete días no se verá junto a ti levadura, en todo tu territorio, y de la carne que hayas sacrificado la tarde del primer día no deberá quedar nada para la mañana siguiente. No podrás sacrificar la Pascua en ninguna de las ciudades que Yahveh tu Dios te da, sino que sólo en el lugar elegido por Yahveh tu Dios para morada de su nombre, sacrificarás la Pascua, por la tarde a la puesta del Sol, hora en que saliste de Egipto. La cocerás y la comerás en el lugar elegido por Yahveh tu Dios, y a la mañana siguiente te volverás y marcharás a tus tiendas. Comerás ázimos durante seis días; el día séptimo habrá reunión en honor de Yahveh tu Dios; y no harás ningún trabajo. Contarás siete semanas. Cuando la hoz comience a cortar las espigas comenzarás a contar estas siete semanas. Y celebrarás en honor de Yahveh tu Dios la fiesta de las Semanas, con la ofrenda voluntaria que haga tu mano, en la medida en que Yahveh tu Dios te haya bendecido. En presencia de Yahveh tu Dios te regocijarás, en el lugar elegido por Yahveh tu Dios para morada de su nombre: tú, tu hijo y tu hija, tu siervo y tu sierva, el levita que vive en tus ciudades, el forastero, el huérfano y la viuda que viven en medio de ti. Te acordarás de que fuiste esclavo en Egipto y cuidarás de poner en práctica estos preceptos. Celebrarás la fiesta de las Tiendas durante siete días, cuando hayas recogido la cosecha de tu era y de tu lagar. Durante tu fiesta te regocijarás, tú, tu hijo y tu hija, tu siervo y tu sierva, el levita, el forastero, el huérfano y la viuda que viven en tus ciudades. Durante siete días harás fiesta a Yahveh tu Dios en el lugar elegido por Yahveh; porque Yahveh tu Dios te bendecirá en todas tus cosechas y en todas tus obras, y serás plenamente feliz. Tres veces al año se presentarán todos tus varones ante Yahveh tu Dios, en el lugar elegido por él: en la fiesta de los Ázimos, en la fiesta de las Semanas, y en la fiesta de las Tiendas. Nadie se presentará ante Yahveh con las manos vacías; sino que cada cual ofrecerá el don de su mano, según la bendición que Yahveh tu Dios te haya otorgado. Establecerás jueces y escribas para tus tribus en cada una de las ciudades que Yahveh te da; ellos juzgarán al pueblo con juicios justos. No torcerás el derecho, no harás acepción de personas, no aceptarás soborno, porque el soborno cierra los ojos de los sabios y corrompe las palabras de los justos. Justicia, sólo justicia has de buscar, para que vivas y poseas la tierra que Yahveh tu Dios te da. No plantarás cipo ni ninguna clase de árbol, junto al altar de Yahveh tu Dios que hayas construido; y no te erigirás estela, cosa que detesta Yahveh tu Dios. No sacrificarás a Yahveh tu Dios ganado mayor o menor que tenga cualquier tara o defecto, porque es una abominación para Yahveh tu Dios. Si hay en medio de ti, en alguna de las ciudades que Yahveh tu Dios te da, un hombre o una mujer que haga lo que es malo a los ojos de Yahveh tu Dios, violando su alianza, que vaya a servir a otros dioses y se postre ante ellos, o ante el Sol, la Luna, o todo el ejército de los cielos, cosa que yo no he mandado, y es denunciado a ti; si, después de escucharle y haber hecho una indagación minuciosa, se verifica el hecho y se comprueba que en Israel se ha cometido tal abominación, sacarás a las puertas de tu ciudad a ese hombre o mujer, culpables de esta mala acción, y los apedrearás, al hombre o a la mujer, hasta que mueran. No se podrá ejecutar al reo de muerte más que por declaración de dos o tres testigos; no se le hará morir por declaración de un solo testigo. La primera mano que se pondrá sobre él para darle muerte será la de los testigos, y luego la mano de todo el pueblo. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti. Si tienes que juzgar un caso demasiado difícil para ti, una causa de sangre, de colisión de derechos, o de lesiones, un litigio cualquiera en tus ciudades, te levantarás, subirás al lugar elegido por Yahveh tu Dios, y acudirás a los sacerdotes levitas y al juez que entonces esté en funciones. Ellos harán una investigación y te indicarán el fallo de la causa. Te ajustarás al fallo que te hayan indicado en este lugar elegido por Yahveh, y cuidarás de actuar conforme a cuanto te hayan enseñado. Te ajustarás a las instrucciones que te hayan dado y a la sentencia que te dicten, sin desviarte a derecha ni a izquierda del fallo que te señalen. Si alguno procede insolentemente, no escuchando ni al sacerdote que se encuentra allí al servicio de Yahveh tu Dios, ni al juez, ese hombre morirá. Harás desaparecer el mal de Israel. Así todo el pueblo, al saberlo, temerá y no actuará más con insolencia. Si cuando llegues a la tierra que Yahveh tu Dios te da, la tomes en posesión y habites en ella, dices: «Querría poner un rey sobre mí como todas las naciones de alrededor». Deberás poner sobre ti un rey elegido por Yahveh, y a uno de entre tus hermanos pondrás sobre ti como rey; no podrás darte por rey a un extranjero que no sea hermano tuyo. Pero no ha de tener muchos caballos, ni hará volver al pueblo a Egipto para aumentar su caballería, porque Yahveh os ha dicho: «No volveréis a ir jamás por ese camino.» No ha de tener muchas mujeres, cosa que podría descarriar su corazón. Tampoco deberá tener demasiada plata y oro. Cuando suba al trono real, deberá escribir esta Ley para su uso, copiándola del libro de los sacerdotes levitas. La llevará consigo; la leerá todos los días de su vida para aprender a temer a Yahveh su Dios, guardando todas las palabras de esta Ley y estos preceptos, para ponerlos en práctica. Así su corazón no se engreirá sobre sus hermanos y no se apartará de estos mandamientos ni a derecha ni a izquierda. Y así prolongará los días de su reino, él y sus hijos, en medio de Israel. Los sacerdotes levitas, toda la tribu de Leví, no tendrán parte ni heredad con Israel: vivirán de los manjares ofrecidos a Yahveh y de su heredad. Esta tribu no tendrá heredad entre sus hermanos; Yahveh será su heredad, como él le ha dicho. Este será el derecho de los sacerdotes sobre aquellos que ofrezcan un sacrificio de ganado mayor o menor: se dará al sacerdote la espaldilla, las quijadas y el cuajar. Le darás las primicias de tu trigo, de tu mosto y de tu aceite, así como las primicias del esquileo de tu ganado menor. Porque a él le ha elegido Yahveh tu Dios entre todas las tribus para ejercer su ministerio en el nombre de Yahveh él y sus hijos para siempre. Si el levita llega de una de tus ciudades de todo Israel donde reside, y entra por deseo propio en el lugar elegido por Yahveh, oficiará en el nombre de Yahveh su Dios, como todos sus hermanos levitas que se encuentran allí en presencia de Yahveh; comerá una porción igual a la de ellos, aparte lo que obtenga por la venta de sus bienes patrimoniales. Cuando hayas entrado en la tierra que Yahveh tu Dios te da, no aprenderás a cometer abominaciones como las de esas naciones. No ha de haber en ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, que practique adivinación, astrología, hechicería o magia, ningún encantador ni consultor de espectros o adivinos ni evocador de muertos. Porque todo el que hace estas cosas es una abominación para Yahveh tu Dios y por causa de estas abominaciones desaloja Yahveh tu Dios a esas naciones delante de ti. Has de ser íntegro con Yahveh tu Dios. Porque esas naciones que vas a desalojar escuchan a astrólogos y adivinos, pero a ti Yahveh tu Dios no te permite semejante cosa. Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis. Es exactamente lo que tú pediste a Yahveh tu Dios en el Horeb, el día de la Asamblea, diciendo: «Para no morir, no volveré a escuchar la voz de Yahveh mi Dios ni miraré más a este gran fuego». Y Yahveh me dijo a mí: «Bien está lo que han dicho. Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande. Si alguno no escucha mis palabras, las que ese profeta pronuncie en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas de ello. Pero si un profeta tiene la presunción de decir en mi nombre una palabra que yo no he mandado decir, y habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá.» Acaso vas a decir en tu corazón: «¡Cómo sabremos que esta palabra no la ha dicho Yahveh?» Si ese profeta habla en nombre de Yahveh, y lo que dice queda sin efecto y no se cumple, es que Yahveh no ha dicho tal palabra; el profeta lo ha dicho por presunción; no le tengas miedo. Cuando Yahveh tu Dios haya exterminado a las naciones cuya tierra te va a dar Yahveh tu Dios, cuando las hayas desalojado y habites en sus ciudades y sus casas, te reservarás tres ciudades en medio de la tierra que Yahveh tu Dios te da en posesión. Tendrás franco el camino de acceso a ellas, y dividirás en tres partes el territorio del país que Yahveh tu Dios te da en posesión: esto para que todo homicida pueda huir allá. Este es el caso del homicida que puede salvar su vida huyendo allá. El que mate a su prójimo sin querer, sin haberle odiado antes (por ejemplo, si va al bosque con su prójimo a cortar leña y, al blandir su mano el hacha para tirar el árbol, se sale el hierro del mango y va a herir mortalmente a su prójimo), éste puede huir a una de esas ciudades y salvar su vida: no sea que el vengador de sangre, cuando su corazón arde de ira, persiga al asesino, le dé alcance por ser largo el camino, y le hiera de muerte, siendo así que éste no es reo de muerte, puesto que no odiaba anteriormente al otro. Por eso te doy yo esta orden: «Te reservarás tres ciudades»; y si Yahveh tu Dios dilata tu territorio, como juró a tus padres, y te da toda la tierra que prometió dar a tus padres. A condición de que guardes y practiques todos los mandamientos que yo te prescribo hoy, amando a Yahveh tu Dios y siguiendo siempre sus caminos, a estas tres ciudades añadirás otras tres. Así no se derramará sangre inocente en medio de la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia, y no habrá sangre sobre ti. Pero si un hombre odia a su prójimo y le tiende una emboscada, se lanza sobre él, le hiere mortalmente y aquél muere, y luego huye a una de estas ciudades, los ancianos de su ciudad mandarán a prenderle allí, y le entregarán en manos del vengador de sangre, para que muera. No tendrá tu ojo piedad de él. Harás desaparecer de Israel todo derramamiento de sangre inocente, y así te irá bien. No desplazarás los mojones de tu prójimo, puestos por los antepasados, en la heredad recibida en la tierra que Yahveh tu Dios te da en posesión. Un solo testigo no es suficiente para convencer a un hombre de cualquier culpa o delito; sea cual fuere el delito que haya cometido, sólo por declaración de dos o tres testigos será firme la causa. Si un testigo injusto se levanta contra un hombre para acusarle de transgresión, los dos hombres que por ello tienen pleito comparecerán en presencia de Yahveh, ante los sacerdotes y los jueces que estén entonces en funciones. Los jueces indagarán minuciosamente, y si resulta que el testigo es un testigo falso, que ha acusado falsamente a su hermano, haréis con él lo que él pretendía hacer con su hermano. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti. Los demás, al saberlo, temerán y no volverán a cometer una maldad semejante en medio de ti. No tendrá piedad tu ojo. Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie. Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, y veas caballos, carros y un pueblo más numeroso que tú, no les tengas miedo; porque está contigo Yahveh tu Dios, el que te sacó del país de Egipto. Cuando estéis para entablar combate, el sacerdote se adelantará y hablará al pueblo. Les dirá: «Escucha, Israel; hoy vais a entablar combate con vuestros enemigos; no desmaye vuestro corazón, no tengáis miedo ni os turbéis ni tembléis ante ellos, porque Yahveh vuestro Dios marcha con vosotros para pelear en favor vuestro contra vuestros enemigos y salvaros.» Luego los escribas hablarán al pueblo y dirán: «¿Quién ha edificado una casa nueva y no la ha estrenado todavía? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en el combate y la estrene otro hombre. «¿Quién ha plantado una viña y todavía no la ha disfrutado? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en el combate y la disfrute otro. «¿Quién se ha desposado con una mujer y no se ha casado aún con ella? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en el combate y se case con ella otro hombre.» Los escribas dirán además al pueblo: «¿Quién tiene miedo y siente enflaquecer su ánimo? Váyase y vuelva a su casa, para que no desanime el corazón de sus hermanos como lo está el suyo.» En cuanto los escribas hayan acabado de hablar al pueblo, se pondrán al frente de él jefes de tropa. Cuando te acerques a una ciudad para combatir contra ella, le propondrás la paz. Si ella te responde con la paz y te abre sus puertas, todo el pueblo que se encuentre en ella te deberá tributo y te servirá. Pero si no hace la paz contigo y te declara la guerra, la sitiarás. Yahveh tu Dios la entregará en tus manos, y pasarás a filo de espada a todos sus varones; las mujeres, los niños, el ganado, todo lo que haya en la ciudad, todos sus despojos, lo tomarás como botín. Comerás los despojos de los enemigos que Yahveh tu Dios te haya entregado. Así has de tratar a las ciudades muy alejadas de ti, que no forman parte de estas naciones. En cuanto a las ciudades de estos pueblos que Yahveh tu Dios te da en herencia, no dejarás nada con vida, sino que las consagrarás al anatema: a hititas, amorreos, cananeos, perizitas, jivitas, y jebuseos, como te ha mandado Yahveh tu Dios, para que no os enseñen a imitar todas esas abominaciones que ellos hacían en honor de sus dioses: ¡pecaríais contra Yahveh vuestro Dios! Si, al atacar una ciudad, tienes que sitiarla mucho tiempo para tomarla, no destruirás su arbolado metiendo en él el hacha; te alimentarás de él sin talarlo. ¿Son acaso hombres los árboles del campo para que los trates como a sitiados? Sin embargo podrás destruir y cortar los árboles que sabes que no son frutales, y hacer con ellos obras de asedio contra esa ciudad que está en guerra contigo, hasta que caiga. Si en el suelo que Yahveh tu Dios te da en posesión se descubre un hombre muerto, tendido en el campo, sin que se sepa quién lo mató, tus ancianos y tus escribas irán a medir la distancia entre la víctima y las ciudades de alrededor. Los ancianos de la ciudad que resulte más próxima al muerto, tomarán una becerra a la que no se le haya hecho todavía trabajar ni llevar el yugo. Los ancianos de esa ciudad bajarán la becerra a un torrente de agua perenne, donde no se haya arado ni se siembre, y allí, en el torrente, romperán la nuca de la becerra. Se adelantarán entonces los sacerdotes hijos de Leví; porque a ellos ha elegido Yahveh tu Dios para estar a su servicio y para dar la bendición en el nombre de Yahveh, y a su decisión corresponde resolver todo litigio y toda causa de lesiones. Todos los ancianos de la ciudad mas próxima al hombre muerto se lavarán las manos en el torrente, sobre la becerra desnucada. Y pronunciarán estas palabras: «Nuestras manos no han derramado esa sangre y nuestros ojos no han visto nada. Cubre a Israel tu pueblo, tú Yahveh que lo rescataste, y no dejes que se derrame sangre inocente en medio de tu pueblo Israel.» Así quedarán a cubierto de esa sangre, y tú habrás quitado de en medio de ti la sangre inocente, haciendo lo que es justo a los ojos de Yahveh. Cuando vayas a la guerra contra tus enemigos, y Yahveh tu Dios los entregue en tus manos y te lleves sus cautivos, si ves entre ellos una mujer hermosa, te prendas de ella y quieres tomarla por mujer, la llevarás a tu casa. Ella se rapará la cabeza y se hará las uñas, se quitará su vestido de cautiva y quedará en tu casa llorando a su padre y a su madre un mes entero. Después de esto podrás llegarte a ella, y serás su marido y ella será tu mujer. Si más tarde resulta que ya no la quieres, la dejarás marchar en libertad, y no podrás venderla por dinero ni hacerla tu esclava, por cuanto la has humillado. Si un hombre tiene dos mujeres a una de las cuales ama y a la otra no, y tanto la mujer amada como la otra le dan hijos, si resulta que el primogénito es de la mujer a quien no ama, el día que reparta la herencia entre sus hijos no podrá dar el derecho de primogenitura al hijo de la mujer que ama, en perjuicio del hijo de la mujer que no ama, que es el primogénito. Sino que reconocerá como primogénito al hijo de ésta, dándole una parte doble de todo lo que posee: porque este hijo, primicias de su vigor, tiene derecho de primogenitura. Si un hombre tiene un hijo rebelde y díscolo, que no escucha la voz de su padre ni la voz de su madre, y que, castigado por ellos, no por eso les escucha, su padre y su madre le agarrarán y le llevarán afuera donde los ancianos de su ciudad, a la puerta del lugar. Dirán a los ancianos de su ciudad: «Este hijo nuestro es rebelde y díscolo, y no nos escucha, es un libertino y un borracho.» Y todos los hombres de su ciudad le apedrearán hasta que muera. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti, y todo Israel, al saberlo, temerá. Si un hombre, reo de delito capital, ha sido ejecutado y le has colgado de un árbol, no dejarás que su cadáver pase la noche en el árbol; lo enterrarás el mismo día, porque un colgado es una maldición de Dios. Así no harás impuro el suelo que Yahveh tu Dios te da en herencia. Si ves extraviada alguna res del ganado mayor o menor de tu hermano, no te desentenderás de ella, sino que se la llevarás a tu hermano. Y si tu hermano no es vecino tuyo, o no le conoces, la recogerás en tu casa y la guardarás contigo hasta que tu hermano venga a buscarla; entonces se la devolverás. Lo mismo harás con su asno, con su manto, o con cualquier objeto perdido por tu hermano que tú encuentres; no puedes desentenderte. Si ves caído en el camino el asno o el buey de tu hermano, no te desentenderás de ellos, sino que le ayudarás a levantarlos. La mujer no llevará ropa de hombre ni el hombre se pondrá vestidos de mujer, porque el que hace esto es una abominación para Yahveh tu Dios. Si encuentras en el camino un nido de pájaros, con polluelos o huevos, sobre un árbol o en el suelo, y la madre echada sobre los polluelos o sobre los huevos, no tomarás a la madre con las crías. Deja marchar a la madre, y puedes quedarte con las crías. Así tendrás prosperidad y larga vida. Cuando construyas una casa nueva, pondrás un pretil a tu azotea; así tu casa no incurrirá en la venganza de sangre en el caso de que alguno se cayera de allí. No sembrarás tu viña con semilla de dos clases, no sea que quede consagrado todo: la semilla que siembres y el fruto de la viña. No ararás con un buey y una asna juntos. No vestirás ropa tejida mitad de lana y mitad de lino. Te harás unas borlas en las cuatro puntas del manto con que te cubras. Si un hombre se casa con una mujer, y después de llegarse a ella, le cobra aversión, le atribuye acciones torpes y la difama públicamente diciendo: «Me he casado con esta mujer y, al llegarme a ella, no la he encontrado virgen,» el padre de la joven y su madre tomarán las pruebas de su virginidad y las descubrirán ante los ancianos de la ciudad, a la puerta. El padre de la joven dirá a los ancianos: «Yo di mi hija por esposa a este hombre; él le ha cobrado aversión, y ahora le achaca acciones torpes diciendo: “No he encontrado virgen a tu hija.” Sin embargo, aquí tenéis las señales de la virginidad de mi hija», y levantarán el paño ante los ancianos de la ciudad. Los ancianos de aquella ciudad tomarán a ese hombre, le castigarán, y le pondrán una multa de cien monedas de plata, que entregarán al padre de la joven, por haber difamado públicamente a una virgen de Israel. Él la recibirá por mujer, y no podrá repudiarla en toda su vida. Pero si resulta que es verdad, si no aparecen en la joven las pruebas de la virginidad, sacarán a la joven a la puerta de la casa de su padre, y los hombres de su ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido una infamia en Israel prostituyéndose en casa de su padre. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti. Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y la mujer misma. Así harás desaparecer de Israel el mal. Si una joven virgen está prometida a un hombre y otro hombre la encuentra en la ciudad y se acuesta con ella, los sacaréis a los dos a la puerta de esa ciudad y los apedrearéis hasta que mueran: a la joven por no haber pedido socorro en la ciudad, y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti. Pero si es en el campo donde el hombre encuentra a la joven prometida, la fuerza y se acuesta con ella, sólo morirá el hombre que se acostó con ella; no harás nada a la joven: no hay en ella pecado que merezca la muerte. El caso es semejante al de un hombre que se lanza sobre su prójimo y le mata: porque fue en el campo donde la encontró, y la joven prometida acaso gritó sin que hubiera nadie que la socorriera. Si un hombre encuentra a una joven virgen no prometida, la agarra y se acuesta con ella, y son sorprendidos, el hombre que acostó con ella dará al padre de la joven cincuenta monedas de plata; ella será su mujer, porque la ha violado, y no podrá repudiarla en toda su vida. Nadie tomará a la mujer de su padre, no retirará el borde del manto de su padre. El hombre que tenga los testículos aplastados o el pene mutilado no será admitido en la asamblea de Yahveh. El bastardo no será admitido en la asamblea de Yahveh ni siquiera en su décima generación será admitido en la asamblea de Yahveh. El ammonita y el moabita no serán admitidos en la asamblea de Yahveh; ni aun en la décima generación serán admitidos en la asamblea de Yahveh, nunca jamás. Porque no vinieron a vuestro encuentro con el pan y el agua cuando estábais de camino a la salida de Egipto, y porque alquiló para maldecirte a Balaam, hijo de Beor, desde Petor, Aram de Mesopotamia. Sólo que Yahveh tu Dios no quiso escuchar a Balaam, y Yahveh tu Dios te cambió la maldición en bendición, porque Yahveh tu Dios te ama. No buscarás jamás mientras vivas su prosperidad ni su bienestar. No tendrás por abominable al idumeo, porque es tu hermano; tampoco al egipcio tendrás por abominable, porque fuiste forastero en su país. A la tercera generación, sus descendientes podrán ser admitidos en la asamblea de Yahveh. Cuando salgas a campaña contra tus enemigos, te guardarás de todo mal. Si hay entre los tuyos un hombre que no esté puro, por causa de una polución nocturna, saldrá del campamento y no volverá a entrar. Pero a llegar la tarde se lavará, y a la puesta del Sol podrá volver al campamento. Tendrás fuera del campamento un lugar, y saldrás allá fuera. Llevarás en tu equipo una estaca, y cuando vayas a evacuar afuera, harás un hoyo con la estaca, te darás vuelta, y luego taparás tus excrementos. Porque Yahveh tu Dios recorre el campamento para protegerte y entregar en tu mano a tus enemigos. Por eso tu campamento debe ser una cosa sagrada, Yahveh no debe ver en él nada inconveniente; de lo contrario se apartaría de ti. No entregarás a su amo el esclavo que se haya acogido a ti huyendo de él. Se quedará contigo, entre los tuyos, en el lugar que escoja en una de tus ciudades, donde le parezca bien; no le molestarás. No habrá hieródula entre las israelitas, ni hieródulo entre los israelitas. No llevarás a la casa de Yahveh tu Dios don de prostituta ni salario de perro, sea cual fuere el voto que hayas hecho: porque ambos son abominación para Yahveh tu Dios. No prestarás a interés a tu hermano, ya se trate de réditos de dinero, o de víveres, o de cualquier otra cosa que produzca interés. Al extranjero podrás prestarle a interés, pero a tu hermano no le prestarás a interés, para que Yahveh tu Dios te bendiga en todas tus empresas, en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión. Si haces un voto a Yahveh tu Dios, no tardarás en cumplirlo, porque sin duda Yahveh tu Dios te lo reclamaría, y te cargarías con un pecado. Si te abstienes de hacer voto, no habrá pecado en ti. Pero lo que salga de tus labios lo mantendrás, y cumplirás el voto que has hecho voluntariamente a Yahveh tu Dios, lo que has dicho con tu propia boca. Si entras en la viña de tu prójimo, podrás comer todas las uvas que quieras, hasta saciarte, pero no las meterás en tu zurrón. Si pasas por las mieses de tu prójimo, podrás arrancar espigas con tu mano, pero no meterás la hoz en la mies de tu prójimo. Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le redactará un libelo de repudio, se lo pondrá en su mano y la despedirá de su casa. Si después de salir y marcharse de casa de éste, se casa con otro hombre, y luego este otro hombre le cobra aversión, le redacta un libelo de repudio, lo pone en su mano y la despide de su casa (o bien, si llega a morir este otro hombre que se ha casado con ella), el primer marido que la repudió no podrá volver a tomarla por esposa después de haberse hecho ella impura. Pues sería una abominación a los ojos de Yahveh, y tú no debes hacer pecar a la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia. Si un hombre está recién casado, no saldrá a campaña ni se le impondrá compromiso alguno; quedará exento en su casa durante un año, para recrear a la mujer que ha tomado. No se tomará en prenda el molino ni la muela; porque ello sería tomar en prenda la vida misma. Si se encuentra a un hombre que haya raptado a uno de sus hermanos, entre los israelitas - ya le haya hecho su esclavo o le haya vendido - ese ladrón debe morir. Harás desaparecer el mal de en medio de ti. En caso de lepra, cuida bien de observar y ejecutar todo lo que os enseñen los sacerdotes levitas. Procuraréis poner en práctica lo que yo les he mandado. Recuerda lo que Yahveh tu Dios hizo con María cuando estabais de camino a la salida de Egipto. Si haces algún préstamo a tu prójimo, no entrarás en su casa para tomar la prenda, sea cual fuere. Te quedarás fuera, y el hombre a quien has hecho el préstamo te sacará la prenda afuera. Y si es un hombre de condición humilde, no te acostarás guardando su prenda; se la devolverás a la puesta del Sol, para que pueda acostarse en su manto. Así te bendecirá y habrás hecho una buena acción a los ojos de Yahveh tu Dios. No explotarás al jornalero humilde y pobre, ya sea uno de tus hermanos o un forastero que resida en tus ciudades. Le darás cada día su salario, sin dejar que el sol se ponga sobre esta deuda; porque es pobre, y para vivir necesita de su salario. Así no apelará por ello a Yahveh contra ti, y no te cargarás con un pecado. No morirán los padres por culpa de los hijos ni los hijos por culpa de los padres. Cada cual morirá por su propio pecado. No torcerás el derecho del forastero ni del huérfano ni tomarás en prenda el vestido de la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que Yahveh tu Dios te rescató de allí. Por eso te mando hacer esto. Cuando siegues la mies en tu campo, si dejas en él olvidada una gavilla, no volverás a buscarla. Será para el forastero, el huérfano y la viuda, a fin de que Yahveh tu Dios te bendiga en todas tus obras. Cuando varees tus olivos, no harás rebusco. Lo que quede será para el forastero, el huérfano y la viuda. Cuando vendimies tu viña, no harás rebusco. Lo que quede será para el forastero, el huérfano y la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto. Por eso te mando hacer esto. Cuando hay pleito entre dos hombres, se presentarán a juicio para que se pronuncie entre ellos: se dará la razón a quien la tenga y se condenará al culpable. Si el culpable merece azotes, el juez le hará echarse en tierra en su presencia y hará que le azoten con un número de golpes proporcionado a su culpa. Podrá infligirle cuarenta azotes, pero no más, no sea que al golpearle más sea excesivo el castigo, y tu hermano quede envilecido a tus ojos. No pondrás bozal al buey que trilla. Si unos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin tener hijos, la mujer del difunto no se casará fuera con un hombre de familia extraña. Su cuñado se llegará a ella, ejercerá su levirato tomándola por esposa, y el primogénito que ella dé a luz llevará el nombre de su hermano difunto; así su nombre no se borrará de Israel. Pero si el cuñado se niega a tomarla por mujer, subirá ella a la puerta donde los ancianos y dirá: «Mi cuñado se niega a perpetuar el nombre de su hermano en Israel, no quiere ejercer conmigo su levirato.» Los ancianos de su ciudad llamarán a ese hombre y le hablarán. Cuando al comparecer diga: «No quiero tomarla», su cuñada se acercará a él en presencia de los ancianos, le quitará su sandalia del pie, le escupirá a la cara y pronunciará estas palabras: «Así se hace con el hombre que no edifica la casa de su hermano»; y se le dará en Israel el nombre de «Casa del descalzado». Si un hombre está peleándose con su hermano, y la mujer de uno de ellos se acerca y, para librar a su marido de los golpes del otro, alarga la mano y agarra a éste por sus partes, tú le cortarás a ella la mano sin piedad. No tendrás en tu bolsa pesa y pesa, una grande y otra pequeña. No tendrás en tu casa medida y medida, una grande y otra pequeña. Has de tener un peso cabal y exacto, e igualmente una medida cabal y exacta, para que se prolonguen tus días en el suelo que Yahveh tu Dios te da. Porque todo el que hace estas cosas, todo el que comete fraude, es una abominación para Yahveh tu Dios. Recuerda lo que te hizo Amalec cuando estabais de camino a vuestra salida de Egipto, cómo vino a tu encuentro en el camino y atacó por la espalda a todos los que iban agotados en tu retaguardia, cuando tú estabas cansado y extenuado; ¡no tuvo temor de Dios! Por eso, cuando Yahveh tu Dios te haya asentado al abrigo de todos tus enemigos de alrededor, en la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia para que la poseas, borrarás el recuerdo de Amalec de debajo de los cielos. ¡No lo olvides! Cuando llegues a la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia, cuando la poseas y habites en ella, tomarás las primicias de todos los productos del suelo que coseches en la tierra que Yahveh tu Dios te da, las pondrás en una cesta, y las llevarás al lugar elegido por Yahveh tu Dios para morada de su nombre. Te presentarás al sacerdote que esté entonces en funciones y le dirás: «Yo declaro hoy a Yahveh mi Dios que he llegado a la tierra que Yahveh juró a nuestros padres que nos daría.» El sacerdote tomará de tu mano la cesta y la depositará ante el altar de Yahveh tu Dios. Tú pronunciarás estas palabras ante Yahveh tu Dios: «Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y residió allí como inmigrante siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Nosotros clamamos a Yahveh Dios de nuestros padres, y Yahveh escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y Yahveh nos sacó de Egipto con mano fuerte y tenso brazo en medio de gran terror, señales y prodigios. Nos trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel, y ahora yo traigo las primicias de los productos del suelo que tú, Yahveh, me has dado.» Las depositarás ante Yahveh tu Dios y te postrarás ante Yahveh tu Dios. Luego te regocijarás por todos los bienes que Yahveh tu Dios te haya dado a ti y a tu casa, y también se regocijará el levita y el forastero que viven en medio de ti. El tercer año, el año del diezmo, cuando hayas acabado de apartar el diezmo de toda tu cosecha y se lo hayas dado al levita, al forastero, a la viuda y al huérfano, para que coman de ello en tus ciudades hasta saciarse, dirás en presencia de Yahveh tu Dios: «He retirado de mi casa lo que era sagrado; se lo he dado al levita, al forastero, al huérfano y a la viuda, según todos los mandamientos que me has dado sin traspasar ninguno de tus mandamientos ni olvidarlos. Nada de ello he comido estando en duelo, nada he retirado hallándome impuro, nada he ofrecido a un muerto. He escuchado la voz de Yahveh mi Dios y he obrado conforme a todo lo que me has mandado. Desde la morada de tu santidad, desde lo alto de los cielos, contempla y bendice a tu pueblo Israel, así como al suelo que nos has dado como habías jurado a nuestros padres, tierra que mana leche y miel.» Yahveh tu Dios te manda hoy practicar estos preceptos y estas normas; las guardarás y las practicarás con todo tu corazón y con toda tu alma. Has hecho decir a Yahveh que él será tu Dios - tú seguirás sus caminos, observarás sus preceptos, sus mandamientos y sus normas, y escucharás su voz -. Y Yahveh te ha hecho decir hoy que serás su pueblo propio, como él te ha dicho - tú deberás guardar todos sus mandamientos -; él te elevará en honor, renombre y gloria, por encima de todas las naciones que hizo, y serás un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios como él te ha dicho. Moisés y los ancianos de Israel dieron al pueblo esta orden: «Guardad todos los mandamientos que yo os prescribo hoy. Cuando paséis el Jordán para ir a la tierra que Yahveh tu Dios te da, erigirás grandes piedras, las blanquearás con cal, y escribirás en ellas todas las palabras de esta Ley, en el momento en que pases para entrar en la tierra que Yahveh tu Dios te da, tierra que mana leche y miel, como te ha dicho Yahveh el Dios de tus padres. Y cuando hayáis pasado el Jordán, erigiréis estas piedras en el monte Ebal, como os lo mando hoy, y las blanquearéis con cal. Levantarás allí en honor de Yahveh tu Dios un altar de piedras, sin labrarlas con el hierro. Con piedras sin labrar harás el altar de Yahveh tu Dios, y sobre este altar ofrecerás holocaustos a Yahveh tu Dios. Allí también inmolarás sacrificios de comunión, los comerás y te regocijarás en presencia de Yahveh tu Dios. Escribirás en esas piedras todas las palabras de esta Ley. Grábalas bien.» Después Moisés y los sacerdotes levitas hablaron así a todo Israel: «Calla y escucha, Israel. Hoy te has convertido en el pueblo de Yahveh tu Dios. Escucharás la voz de Yahveh tu Dios y pondrás en práctica los mandamientos y preceptos que yo te prescribo hoy.» Y Moisés ordenó aquel día al pueblo: Estos son los que se situarán en el monte Garizim para dar la bendición al pueblo, cuando hayáis pasado el Jordán: Simeón, Leví, Judá, Isacar, José y Benjamín; y estos otros los que se situarán, para la maldición, en el monte Ebal: Rubén, Gad, Aser, Zabulón, Dan y Neftalí. Los levitas tomarán la palabra y dirán en voz alta a todos los israelitas: Maldito el hombre que haga un ídolo esculpido o fundido, abominación de Yahveh, obra de manos de artífice, y lo coloque en un lugar secreto. - Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien desprecie a su padre o a su madre. - Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien desplace el mojón de su prójimo. - Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien desvíe a un ciego en el camino. - Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien tuerza el derecho del forastero, el huérfano o la viuda. - Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien se acueste con la mujer de su padre, porque descubre el borde del manto de su padre. - Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien se acueste con cualquier bestia. - Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien se acueste con su hermana, hija de su padre o hija de su madre. - Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien se acueste con su suegra. - Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien mate a traición a su prójimo. - Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien acepte soborno para quitar la vida a un inocente. - Y todo el pueblo dirá: Amén. Maldito quien no mantenga las palabras de esta Ley, poniéndolas en práctica. - Y todo el pueblo dirá: Amén. Y si tú escuchas de verdad la voz de Yahveh tu Dios, cuidando de practicar todos los mandamientos que yo te prescribo hoy, Yahveh tu Dios le levantará por encima de todas las naciones de la tierra, y vendrán sobre ti y te alcanzarán todas las bendiciones siguientes, por haber escuchado la voz de Yahveh tu Dios. Bendito serás en la ciudad y bendito en el campo. Bendito será el fruto de tus entrañas, el producto de tu suelo, el fruto de tu ganado, el parto de tus vacas y las crías de tus ovejas. Benditas serán tu cesta y tu artesa. Bendito serás cuando entres y bendito cuando salgas. A los enemigos que se levanten contra ti, Yahveh los pondrá en derrota: salidos por un camino a tu encuentro, por siete caminos huirán de ti. Yahveh mandará a la bendición que esté contigo, en tus graneros y en tus empresas, y te bendecirá en la tierra que Yahveh tu Dios te da. Yahveh hará de ti el pueblo consagrado a él, como te ha jurado, si tú guardas los mandamientos de Yahveh tu Dios y sigues sus caminos. Todos los pueblos de la tierra verán que sobre ti es invocado el nombre de Yahveh y te temerán. Yahveh te hará rebosar de bienes: frutos de tus entrañas, frutos de tu ganado, y frutos de tu suelo, en esta tierra que él juró a tus padres que te daría. Yahveh abrirá para ti los cielos, su rico tesoro, para dar a su tiempo la lluvia necesaria a tu tierra y para bendecir todas tus obras. Prestarás a naciones numerosas, y tú no tendrás que tomar prestado. Yahveh te pondrá a la cabeza y no a la zaga; siempre estarás encima y nunca debajo, si escuchas los mandamientos de Yahveh tu Dios, que yo te prescribo hoy, guardándolos y poniéndolos en práctica, sin apartarte ni a derecha ni a izquierda de ninguna de estas palabras que yo os prescribo hoy, para ir en pos de otros dioses a servirles. Pero si desoyes la voz de Yahveh tu Dios, y no cuidas de practicar todos sus mandamientos y sus preceptos, que yo te prescribo hoy, te sobrevendrán y te alcanzarán todas las maldiciones siguientes: Maldito serás en la ciudad y maldito en el campo. Malditas serán tu cesta y tu artesa. Maldito el fruto de tus entrañas y el fruto de tu suelo, el parto de tus vacas y las crías de tus ovejas. Maldito serás cuando entres y maldito cuando salgas. Yahveh enviará contra ti la maldición, el desastre, la amenaza, en todas tus empresas, hasta que seas exterminado y perezcas rápidamente, a causa de la perversidad de tus acciones por las que me habrás abandonado. Yahveh hará que se te pegue la peste, hasta que te haga desaparecer de este suelo adonde vas a entrar para tomarlo en posesión. Yahveh te herirá de tisis, fiebre, inflamación, gangrena, sequía, tizón y añublo, que te perseguirán hasta que perezcas. Los cielos de encima de tu cabeza serán de bronce, y la tierra de debajo de ti será de hierro. Yahveh dará como lluvia a tu tierra polvo y arena, que caerán del cielo sobre ti hasta tu destrucción. Yahveh hará que sucumbas ante tus enemigos: salido a su encuentro por un camino, por siete caminos huirás de ellos, y serás el espanto de todos los reinos de la tierra. Tu cadáver será pasto de todas las aves del cielo y de todas las bestias de la tierra sin que nadie las espante. Yahveh te herirá con úlceras de Egipto, con tumores, sarna y tiña, de las que no podrás sanar. Yahveh te herirá de delirio, ceguera y pérdida de sentidos, hasta el punto que andarás a tientas en pleno mediodía como el ciego anda a tientas en la oscuridad, y tus pasos no llegarán a término. Estarás oprimido y despojado toda la vida, y no habrá quien te salve. Te desposarás con una mujer y otro hombre la hará suya; edificarás una casa y no la habitarás; plantarás una viña y no podrás disfrutar de ella. Tu buey será degollado a tus propios ojos, y no podrás comer de él; tu asno será robado en tu presencia, y no se te devolverá; tus ovejas serán entregadas a tus enemigos, y no habrá quien te salve; tus hijos y tus hijas serán entregados a otro pueblo; tus ojos se consumirán mirando todos los días hacia ellos, pero tus manos no podrán hacer nada. El fruto de tu suelo y toda tu fatiga lo comerá un pueblo que no conoces. No serás más que un explotado y oprimido toda la vida. Y te volverás loco ante el espectáculo que verás con tus ojos. Yahveh te herirá de úlceras malignas en las rodillas y en las piernas, de las que no podrás sanar, desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza. Yahveh te llevará a ti y al que hayas puesto sobre ti a una nación que ni tú ni tus padres conocíais, y allí servirás a otros dioses, de madera y de piedra. Serás el asombro, el proverbio y la irrisión de todos los pueblos a donde Yahveh te conduzca. Echarás en tus campos mucha semilla y cosecharás poco, porque la asolará la langosta. Plantarás y cultivarás viñas, pero no beberás vino ni recogerás nada, porque el gusano las devorará. Tendrás olivos por todo tu territorio, pero no te ungirás de aceite, porque tus olivos caerán. Engendrarás hijos e hijas, pero no serán para ti, porque irán al cautiverio. Todos tus árboles y los frutos de tu suelo serán presa de los insectos. El forastero que vive junto a ti subirá a costa tuya cada vez más alto, y tú caerás cada vez más bajo. Él te prestará, y tú tendrás que tomar prestado; él estará a la cabeza y tú a la zaga. Todas estas maldiciones caerán sobre ti, te perseguirán y te alcanzarán hasta destruirte, por no haber escuchado la voz de Yahveh tu Dios, guardando los mandamientos y los preceptos que él te ha prescrito. Serán como una señal y un prodigio sobre ti y sobre tu descendencia para siempre. Por no haber servido a Yahveh tu Dios en la alegría y la dicha de corazón, cuando abundabas en todo, servirás a los enemigos que Yahveh enviará contra ti, con hambre, sed, desnudez y privación de todo. Él pondrá en tu cuello un yugo de hierro hasta que te destruya. Yahveh levantará contra ti una nación venida de lejos, de los extremos de la tierra, como el águila que se cierne. Será una nación de lengua desconocida para ti, una nación de rostro fiero, que no respetará al anciano ni tendrá compasión del niño. Comerá el fruto de tu ganado y el fruto de tu suelo, hasta destruirte; no te dejará trigo, mosto ni aceite ni los partos de tus vacas ni las crías de tus ovejas, hasta acabar contigo. Te asediará en todas tus ciudades, hasta que caigan en toda tu tierra tus murallas más altas y más fortificadas, en las que tú ponías tu confianza. Te asediará en tus ciudades, en toda la tierra que te haya dado Yahveh tu Dios. Comerás el fruto de tus entrañas, la carne de tus hijos y tus hijas que te haya dado Yahveh tu Dios, en el asedio y la angustia a que te reducirá tu enemigo. El más delicado y tierno de entre los tuyos mirará con malos ojos a su hermano, e incluso a la esposa de su corazón y a los hijos que le queden, negándose a compartir con ellos la carne de sus hijos que se comerá, al quedarle ya nada en el asedio y la angustia a que tu enemigo te reducirá en todas tus ciudades. La más delicada y tierna de las mujeres de tu pueblo, tan delicada y tierna que no hubiera osado posar en tierra la planta de su pie, mirará con malos ojos al esposo de su corazón, e incluso a su hijo y a su hija, a las secundinas salidas de su seno y a los hijos que dé a luz, pues los comerá a escondidas, por la privación de todo, en el asedio y la angustia a que te reducirá tu enemigo en todas tus ciudades. Si no cuidas de poner en práctica todas las palabras de esta Ley escritas en este libro, temiendo a ese nombre glorioso y temible, a Yahveh tu Dios, Yahveh hará terribles tus plagas y las de tu descendencia: plagas grandes y duraderas, enfermedades perniciosas y tenaces. Hará caer de nuevo sobre ti aquellas epidemias de Egipto a las que tanto miedo tenías, y se pegarán a ti. Más todavía, todas las enfermedades y plagas que no se mencionan en el libro de esta Ley, las suscitará Yahveh contra ti, hasta destruirte. No quedaréis más que unos pocos hombres, vosotros que erais tan numerosos como las estrellas del cielo, por haber desoído la voz de Yahveh tu Dios. Y sucederá que lo mismo que Yahveh se complacía en haceros favor y en multiplicaros, así se gozará en perderos, y destruiros. Seréis arrancados del suelo adonde vas a entrar para tomarlo en posesión. Yahveh te dispersará entre todos los pueblos, de un extremo a otro de la tierra, y allí servirás a otros dioses, de madera y de piedra, desconocidos de ti y de tus padres. No hallarás sosiego en aquellas naciones ni habrá descanso para la planta de tus pies, sino que Yahveh te dará allí un corazón trémulo, languidez de ojos y ansiedad de alma. Tu vida estará ante ti como pendiente de un hilo, tendrás miedo de noche y de día, y ni de tu vida te sentirás seguro. Por la mañana dirás: «¡Ojalá llegase la tarde!», y por la tarde dirás: «¡Ojalá llegase la mañana!», a causa del espanto que estremecerá tu corazón y del espectáculo que verán tus ojos. Yahveh volverá a llevarte a Egipto en barcos, por ese camino del que yo te había dicho: «No volverás a verlo más.» Y allí os ofreceréis en venta a vuestros enemigos como esclavos y esclavas, pero no habrá ni comprador. Estas son las palabras de la alianza que Yahveh mandó a Moisés concluir con los israelitas en el país de Moab, aparte de la alianza que había concluido con ellos en el Horeb. Moisés convocó a todo Israel y les dijo: Vosotros visteis todo lo que Yahveh hizo a vuestros propios ojos en Egipto con Faraón, sus siervos y todo su país: las grandes pruebas que tus mismos ojos vieron, aquellas señales, aquellos grandes prodigios. Pero hasta el día de hoy no os había dado Yahveh corazón para entender, ojos para ver, ni oídos para oír. Durante cuarenta años os he hecho caminar por el desierto, sin que se hayan gastado los vestidos sobre vosotros ni las sandalias en tus pies. No habéis tenido pan que comer ni vino o licor fermentado que beber, para que supierais que yo, Yahveh, soy vuestro Dios. Luego llegasteis a este lugar. Sijón, rey de Jesbón, y Og, rey de Basán, salieron a nuestro encuentro para hacernos la guerra, pero los derrotamos. Conquistamos su país, y se lo dimos en heredad a Rubén, a Gad y a la media tribu de Manasés. Guardad, pues, las palabras de esta alianza y ponedlas en práctica, para que tengáis éxito en todas vuestras empresas. Aquí estáis hoy todos vosotros en presencia de Yahveh vuestro Dios: vuestros jefes de tribu, vuestros ancianos y vuestros escribas, todos los hombres de Israel, con vuestros hijos y vuestras mujeres (y también el forastero que está en tu campamento, desde tu leñador hasta tu aguador), a punto de entrar en la alianza de Yahveh tu Dios, jurada con imprecación, que Yahveh tu Dios concluye hoy contigo para hacer hoy de ti su pueblo y ser él tu Dios como te ha dicho y como juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob. Y no solamente con vosotros hago yo hoy esta alianza y esta imprecación, sino que la hago tanto con quien está hoy aquí con nosotros en presencia de Yahveh nuestro Dios como con quien no está hoy aquí con nosotros. Pues vosotros sabéis cómo vivíamos en Egipto, y cómo hemos pasado por las naciones por las que habéis pasado. Habéis visto sus monstruos abominables y los ídolos de madera y de piedra, de plata y de oro que hay entre ellos. No haya entre vosotros hombre o mujer, familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy de Yahveh vuestro Dios para ir a servir a los dioses de esas naciones. No haya entre vosotros raíz que eche veneno o ajenjo. Si alguien, después de haber oído las palabras de esta imprecación, se las promete felices en su corazón diciendo: «Aunque me conduzca en la terquedad de mi corazón, todo me irá bien, puesto que la abundancia de agua quitará la sed», Yahveh no se avendrá a perdonarle. Porque la ira y el celo de Yahveh se encenderán contra ese hombre, toda la imprecación escrita en este libro caerá sobre él, y Yahveh borrará su nombre de debajo de los cielos. Yahveh le separará de todas las tribus de Israel, para su desgracia, conforme a todas las imprecaciones de la alianza escrita en el libro de esta Ley. La generación futura, vuestros hijos que vendrán después de vosotros, así como el extranjero llegado de un país lejano, verán las plagas de esta tierra y las enfermedades con que Yahveh la castigará, y exclamarán: «Azufre, sal, calcinación es su tierra entera; no se sembrará ni germinará ni hierba alguna crecerá en ella, como en la catástrofe de Sodoma y Gomorra, Admá y Seboyím, que Yahveh asoló en su ira y su furor.» Y todas las naciones preguntarán: «¿Por qué ha tratado así Yahveh a esta tierra? ¿Por qué el ardor de tan gran ira?» Y se dirá: «Porque han abandonado la alianza que Yahveh, Dios de sus padres, había concluido con ellos al sacarlos del país de Egipto; porque se han ido a servir a otros dioses y se han postrado ante ellos, dioses que no conocían y que él no les había dado en suerte. Por eso se ha encendido la ira de Yahveh contra este país y ha traído sobre él toda la maldición escrita en este libro. Yahveh los ha arrancado de su suelo con ira, furor y gran indignación, y los ha arrojado a otro país donde hoy están.» Las cosas secretas pertenecen a Yahveh nuestro Dios, pero las cosas reveladas nos atañen a nosotros y a nuestros hijos para siempre, a fin de que pongamos en práctica todas las palabras de esta Ley. Cuando te sucedan todas estas cosas, la bendición y la maldición que te he propuesto, si las meditas en tu corazón en medio de las naciones donde Yahveh tu Dios te haya arrojado, si vuelves a Yahveh tu Dios, si escuchas su voz en todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma, Yahveh tu Dios cambiará tu suerte, tendrá piedad de ti, y te reunirá de nuevo de en medio de todos los pueblos a donde Yahveh tu Dios te haya dispersado. Aunque tus desterrados estén en el extremo de los cielos, de allí mismo te recogerá Yahveh tu Dios y vendrá a buscarte; te llevará otra vez a la tierra poseída por tus padres, para que también tú la poseas, te hará feliz y te multiplicará más que a tus padres. Yahveh tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tu descendencia, a fin de que ames a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, para que vivas. Yahveh tu Dios descargará todas sus imprecaciones sobre los enemigos y adversarios que te han perseguido. Tú volverás a escuchar la voz de Yahveh tu Dios y pondrás en práctica todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy. Yahveh tu Dios te hará prosperar en todas tus obras, en el fruto de tus entrañas, el fruto de tu ganado y el fruto de tu suelo. Porque de nuevo se complacerá Yahveh en tu felicidad, como se complacía en la felicidad de tus padres, si tú escuchas la voz de Yahveh tu Dios guardando sus mandamientos y sus preceptos, lo que está escrito en el libro de esta Ley, si te conviertes a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma. Porque estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo, para que hayas de decir: «¿Quién subirá por nosotros al cielo a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?» Ni están al otro lado del mar, para que hayas de decir: «¿Quién irá por nosotros al otro lado del mar a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?» Sino que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica. Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los mandamientos de Yahveh tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas a Yahveh tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y multiplicarás; Yahveh tu Dios te bendecirá en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar a postrarte ante otros dioses y a darles culto, yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio y que no viviréis muchos días en el suelo que vas a tomar en posesión al pasar el Jordán. Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando Yahveh tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a él; pues en eso está tu vida, así como la prolongación de tus días mientras habites en la tierra que Yahveh juró dar a tus padres Abraham, Isaac y Jacob. Moisés acabó diciendo estas palabras a todo Israel: «He cumplido 120 años. Ya no puedo salir ni entrar. Y Yahveh me ha dicho: Tú no pasarás este Jordán. Yahveh tu Dios pasará delante de ti, él destruirá ante ti esas naciones y las desalojará. Será Josué quien pasará delante de ti, como ha dicho Yahveh. Yahveh las tratará como trató a Sijón y a Og, reyes amorreos, y a su país, a los cuales destruyó. Yahveh os los entregará, y vosotros los trataréis exactamente conforme a la orden que yo os he dado. ¡Sed fuertes y valerosos!, no temáis ni os asustéis ante ellos, porque Yahveh tu Dios marcha contigo: no te dejará ni te abandonará.» Después Moisés llamó a Josué y le dijo en presencia de todo Israel: «¡Se fuerte y valeroso!, tú entrarás con este pueblo en la tierra que Yahveh juró dar a sus padres, y tú se la darás en posesión. Yahveh marchará delante de ti, él estará contigo; no te dejará ni te abandonará. No temas ni te asustes.» Moisés puso esta Ley por escrito y se la dio a los sacerdotes, hijos de Leví, que llevaban el arca de la alianza de Yahveh, así como a todos los ancianos de Israel. Y Moisés les dio esta orden: «Cada siete años, tiempo fijado para el año de la Remisión, en la fiesta de las Tiendas, cuando todo Israel acuda, para ver el rostro de Yahveh tu Dios, al lugar elegido por él, leerás esta Ley a oídos de todo Israel. Congrega al pueblo, hombres, mujeres y niños, y al forastero que vive en tus ciudades, para que oigan, aprendan a temer a Yahveh vuestro Dios, y cuiden de poner en práctica todas las palabras de esta Ley. Y sus hijos, que todavía no la conocen, la oirán y aprenderán a temer a Yahveh vuestro Dios todos los días que viváis en el suelo que vais a tomar en posesión al pasar el Jordán.» Yahveh dijo a Moisés: «Ya se acerca el día de tu muerte; llama a Josué y presentaos en la Tienda del Encuentro, para que yo le dé mis órdenes.» Fue, pues, Moisés con Josué a presentarse en la Tienda del Encuentro. Y Yahveh se apareció en la Tienda, en una columna de nube; la columna de nube estaba parada a la entrada de la Tienda. Yahveh dijo a Moisés: «He aquí que vas a acostarte con tus padres, y este pueblo se levantará para prostituirse yendo en pos de dioses extraños, los de la tierra en la que va a entrar. Me abandonará y romperá mi alianza, que yo he concluido con él. Aquel día montaré en cólera contra él, los abandonaré y les ocultaré mi rostro. Será pasto y presa de un sinfín de males y adversidades, de suerte que dirá aquel día: «¿No me habrán llegado estos males porque mi Dios no está en medio de mí?» Pero yo ocultaré mi rostro aquel día, a causa de todo el mal que habrá hecho, yéndose en pos de otros dioses. «Y ahora escribid para vuestro uso el cántico siguiente; enséñaselo a los israelitas, ponlo en su boca para que este cántico me sirva de testimonio contra los israelitas, cuando yo les lleve a la tierra que bajo juramento prometí a sus padres, tierra que mana leche y miel, y ellos, después de comer hasta hartarse y engordar bien, se vuelvan hacia otros dioses, les den culto, y a mí me desprecien y rompan mi alianza. Y cuando les alcancen males y adversidades sin número, este cántico dará testimonio contra él, porque no caerá en olvido en la boca de su descendencia. Pues sé muy bien los planes que está tramando hoy, incluso antes de haberle introducido en la tierra que le tengo prometida bajo juramento.» Y Moisés escribió aquel día este cántico y se lo enseño a los israelitas. Luego dio esta orden a Josué, hijo de Nun: «¡Sé fuerte y valeroso!, porque tú llevarás a los israelitas a la tierra que yo les tengo prometida bajo juramento, y yo estaré contigo.» Cuando terminó de escribir en un libro las palabras de esta Ley hasta el fin, Moisés dio esta orden a los levitas que llevaban el arca de la alianza de Yahveh: «Tomad el libro de esta Ley. Ponedlo al lado del arca de la alianza de Yahveh vuestro Dios. Ahí quedará como testimonio contra ti. Porque conozco tu rebeldía y tu dura cerviz. Si hoy, que vivo todavía entre vosotros, sois rebeldes a Yahveh, ¡Cuánto más lo seréis después de mi muerte!» «Congregad junto a mí a todos los ancianos de vuestras tribus y a vuestros escribas, que voy a pronunciar a sus oídos estas palabras, poniendo por testigos contra ellos al cielo y a la tierra. Porque sé que después de mi muerte no dejaréis de pervertiros; os apartaréis del camino que os he prescrito; y la desgracia vendrá sobre vosotros en el futuro, por haber hecho lo que es malo a los ojos de Yahveh, irritándole con vuestras obras.» Luego, a oídos de toda la asamblea de Israel, Moisés pronunció hasta el fin las palabras de este cántico: Prestad oído, cielos, que hablo yo, escuche la tierra las palabras de mi boca. Como lluvia se derrame mi doctrina, caiga como rocío mi palabra, como blanda lluvia sobre la hierba verde, como aguacero sobre el césped. Porque voy a aclamar el nombre de Yahveh; ¡ensalzad a nuestro Dios! Él es la Roca, su obra es consumada, pues todos sus caminos son justicia. Es Dios de la lealtad, no de perfidia, es justo y recto. Se han pervertido los que él engendró sin tara, generación perversa y tortuosa. ¿Así pagáis a Yahveh, pueblo insensato y necio? ¿No es él tu padre, el que te creó, el que te hizo y te fundó? Acuérdate de los días de antaño, considera los años de edad en edad. Interroga a tu padre, que te cuente, a tus ancianos, que te hablen. Cuando el Altísimo repartió las naciones, cuando distribuyó a los hijos de Adán, fijó las fronteras de los pueblos, según el número de los hijos de Dios; mas la porción de Yahveh fue su pueblo, Jacob su parte de heredad. En tierra desierta le encuentra, en la soledad rugiente de la estepa. Y le envuelve, le sustenta, le cuida, como a la niña de sus ojos. Como un águila incita a su nidada, revolotea sobre sus polluelos, así el despliega sus alas y te toma, y le lleva sobre su plumaje. Sólo Yahveh le guía a su destino, con él ningún dios extranjero. Le hace cabalgar por las alturas de la tierra, le alimenta de los frutos del campo, le da a gustar miel de la peña, y aceite de la dura roca, cuajada de vacas y leche de ovejas, con la grasa de corderos; carneros de raza de Basán, y machos cabríos, con la flor de los granos de trigo, y por bebida la roja sangre de la uva. Come Jacob, se sacia, engorda Yesurún, respinga, - te has puesto grueso, rollizo, turgente -, rechaza a Dios, su Hacedor, desprecia a la Roca, su salvación. Le encelan con dioses extraños, le irritan con abominaciones. Sacrifican a demonios, no a Dios, a dioses que ignoraban, a nuevos, recién llegados, que no veneraron vuestros padres. (¡Desdeñas a la Roca que te dio el ser, olvidas al Dios que te engendró!) Yahveh lo ha visto y, en su ira, ha desechado a sus hijos y a sus hijas. Ha dicho: Les voy a esconder mi rostro, a ver en qué paran. Porque es una generación torcida, hijos sin lealtad. Me han encelado con lo que no es Dios, me han irritado con sus vanos ídolos; ¡Pues yo también voy a encelarles con lo que no es pueblo, con una nación fatua los irritaré! Porque ha saltado fuego de mi ira, que quemará hasta las honduras del seol; devorará la tierra y sus productos, abrasará los cimientos de los montes. Acumularé desgracias sobre ellos, agotaré en ellos mis saetas. Andarán extenuados de hambre, consumidos de fiebre y mala peste. Dientes de fieras mandaré contra ellos, veneno de reptiles. Por fuera la espada sembrará orfandad, y dentro reinará el espanto. Caerán a la vez joven y doncella, niño de pecho y viejo encanecido. He dicho: A polvo los reduciría, borraría su recuerdo de en medio de los hombres, si no temiera azuzar el furor del enemigo, y que lo entiendan al revés sus adversarios, no sea que digan: «Nuestra mano prevalece, y no es Yahveh el que hace todo esto.» Porque es gente de consejo obtuso, y no hay inteligencia en ellos. Si fueran sabios, podrían entenderlo, sabrían vislumbrar su suerte última. Pues, ¿Cómo un solo hombre puede perseguir a mil, y dos poner en fuga a una miríada, sino porque su Roca se los ha vendido, porque Yahveh los ha entregado? Mas no es su roca como nuestra Roca, y nuestros enemigos son testigos. Porque su viña es viña de Sodoma y de las plantaciones de Gomorra: uvas venenosas son sus uvas, racimos amargos sus racimos; su vino, un veneno de serpiente, mortal ponzoña de áspid. Pero él, ¿No está guardado junto a mí, sellado en mis tesoros? A mí me toca la venganza y el pago para el momento en que su pie vacile. Porque está cerca el día de su ruina, ya se precipita lo que les espera. (Que va hacer Yahveh justicia al pueblo suyo, va a apiadarse de sus siervos.) Porque verá que su fuerza se agota, que no queda ya libre ni esclavo. Dirá entonces: ¿Dónde están sus dioses, roca en que buscaban su refugio, los que comían la grasa de sus sacrificios y bebían el vino de sus libaciones? ¡Levántense y os salven, sean ellos vuestro amparo! Ved ahora que yo, sólo yo soy, y que no hay otro Dios junto a mí. Yo doy la muerte y doy la vida, hiero yo, y sano yo mismo (y no hay quien libre de mi mano). Sí, yo alzo al cielo mi mano, y digo: Tan cierto como que vivo eternamente, cuando afile el rayo de mi espada, y mi mano empuñe el Juicio, tomaré venganza de mis adversarios, y daré el pago a quienes me aborrecen. Embriagaré de sangre mis saetas, y mi espada se saciará de carne: sangre de muertos y cautivos, cabezas encrestadas de enemigos. ¡Cielos, exultad con él, y adórenle los hijos de Dios! ¡Exultad, naciones, con su pueblo, y todos los mensajeros de Dios narren su fuerza! Porque él vengará la sangre de sus siervos, tomará venganza de sus adversarios, dará su pago a quienes le aborrecen y purificará el suelo de su pueblo. Fue Moisés y pronunció o oídos del pueblo todas las palabras de este cántico, acompañado de Josué, hijo de Nun. Cuando Moisés acabó de pronunciar estas palabras a todo Israel, les dijo: «Estad bien atentos a todas estas palabras que hoy os doy como testimonio. Se las prescribiréis a vuestros hijos, para que cuiden de poner en práctica todas las palabras de esta Ley. Porque no es una palabra vana para vosotros, sino que es vuestra vida, y por ella prolongaréis vuestros días en el suelo que vais a tomar en posesión al pasar el Jordán.» Yahveh habló a Moisés aquel mismo día y le dijo: «Sube a esa montaña de los Abarim, al monte Nebo que está en el país de Moab, frente a Jericó, y contempla la tierra de Canaán que yo doy en propiedad a los israelitas. En el monte al que vas a subir morirás, e irás a reunirte con los tuyos, como tu hermano Aarón murió en el monte Hor y fue a reunirse con los suyos. Por haberme sido infiel en medio de los israelitas, en las aguas de Meribá Cadés, en el desierto de Sin, por no haber manifestado mi santidad en medio de los israelitas, por eso, sólo de lejos verás la tierra, pero no entrarás en ella, en esa tierra que yo doy a los israelitas.» Esta es la bendición con la que Moisés, hombre de Dios, bendijo a los israelitas antes de morir. Dijo: Ha venido Yahveh del Sinaí. Para ellos desde Seír se ha levantado, ha iluminado desde el monte Parán. Con él las miríadas de Cadés, Ley de fuego en su diestra para ellos. Tú que amas a los antepasados, todos los santos están en tu mano. Y ellos, postrados a tus pies, cargados están de tus palabras. Una Ley nos señaló Moisés herencia de la asamblea de Jacob. Hubo un rey en Yesurún, cuando se congregaron los jefes del pueblo, todas juntas las tribus de Israel. ¡Viva Rubén y nunca muera, aunque sean pocos sus nombres! Para Judá dijo esto: Escucha, Yahveh, la voz de Judá y guíale hacia su pueblo. Sus manos le defenderán y tú serás su auxilio contra sus enemigos. Para Leví dijo: Dale a Leví tus Urim y tus Tummim al hombre de tu agrado, a quien probaste en Massá, con quien querellaste en las aguas de Meribá, el que dijo de su padre y de su madre: «No los he visto.» El que no reconoce a sus hermanos y a sus hijos ignora. Pues guardan tu palabra, y tu alianza observan. Ellos enseñan tus normas a Jacob y tu Ley a Israel; ofrecen incienso ante tu rostro, y perfecto sacrificio en tu altar. Bendice, Yahveh, su vigor, y acepta la obra de sus manos. Rompe los lomos a sus adversarios y a sus enemigos, que no se levanten. Para Benjamín dijo: Querido de Yahveh, en seguro reposa junto a Él, todos los días le protege, y entre sus hombros mora. Para José dijo: Su tierra es bendita de Yahveh; para él lo mejor de los cielos: el rocío, y del abismo que reposa abajo; lo mejor de los frutos del Sol, de lo que brota a cada luna, las primicias de los montes antiguos, lo mejor de los collados eternos, lo mejor de la tierra y cuanto contiene, y el favor del que mora en la Zarza: ¡Caiga sobre la cabeza de José, sobre la frente del elegido entre sus hermanos! Primogénito del toro, a él la gloria, cuernos de búfalo sus cuernos; con ellos acornea a los pueblos todos juntos hasta los confines de la tierra. Tales son las miríadas de Efraím, tales los millares de Manasés. Para Zabulón dijo: Regocíjate, Zabulón, en tus empresas, y tú, Isacar, en tus tiendas. Convocarás a los pueblos en el monte, ofrecerán sacrificios de justicia, pues gustarán la abundancia de los mares, y los tesoros ocultos en la arena. Para Gad dijo: ¡Bendito el que ensanchó a Gad! Echado está como leona; ha desgarrado un brazo, y hasta una cabeza; se quedó con las primicias, pues allí la porción de jefe le estaba reservada, y ha venido a la cabeza del pueblo: ha cumplido la justicia de Yahveh, y sus juicios con Israel. Para Dan dijo: Dan es un cachorro de león, que se lanza desde Basán. Para Neftalí dijo: Neftalí, saciado de favor, colmado de la bendición de Yahveh, Oeste y Mediodía son su posesión. Para Aser dijo: ¡Bendito Aser entre los hijos! Sea el favorito entre sus hermanos, y bañe su pie en aceite. Sea tu cerrojo de hierro y de bronce, y tu fuerza tan larga como tus días. Nadie como el Dios de Yesurún que cabalga los cielos en tu auxilio, y las nubes, en su majestad. El Dios de antaño es tu refugio, estás debajo de los brazos eternos. Él expulsa ante ti al enemigo, y dice: ¡Destruye! Israel mora en seguro; la fuente de Jacob aparte brota para un país de trigo y vino; hasta sus cielos el rocío destilan. Dichoso tú, Israel, ¿Quién como tú, pueblo salvado por Yahveh, cuyo escudo es tu auxilio, cuya espada es tu esplendor? Tus enemigos tratarán de engañarte, pero tú hollarás sus espaldas. Moisés subió de las Estepas de Moab al monte Nebo, cumbre del Pisgá, frente a Jericó, y Yahveh le mostró la tierra entera: Galaad hasta Dan, todo Neftalí, la tierra de Efraím y de Manasés, toda la tierra de Judá, hasta el mar Occidental, el Négueb, la vega del valle de Jericó, ciudad de las palmeras, hasta Soar. Y Yahveh le dijo: «Esta es la tierra que bajo juramento prometí a Abraham, Isaac y Jacob, diciendo: A tu descendencia se la daré. Te dejo verla con tus ojos, pero no pasarás a ella.» Allí murió Moisés, servidor de Yahveh, en el país de Moab, como había dispuesto Yahveh. Le enterró en el Valle, en el País de Moab, frente a Bet Peor. Nadie hasta hoy ha conocido su tumba. Tenía Moisés 120 años cuando murió; y no se había apagado su ojo ni se había perdido su vigor. Los israelitas lloraron a Moisés treinta días en las Estepas de Moab; cumplieron así los días de llanto por el duelo de Moisés. Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos. A él obedecieron los israelitas, cumpliendo la orden que Yahveh había dado a Moisés. No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien Yahveh trataba cara a cara, nadie como él en todas las señales y prodigios que Yahveh le envió a realizar en el país de Egipto, contra Faraón, todos sus siervos y todo su país, y en la mano tan fuerte y el gran terror que Moisés puso por obra a los ojos de todo Israel.