JEREMÍAS



Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, de los sacerdotes de Anatot, en la tierra de Benjamín, a quien fue dirigida la palabra de Yahveh en tiempo de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, en el año trece de su reinado, y después en tiempo de Yoyaquim, hijo de Josías, rey de Judá, hasta cumplirse el año undécimo de Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá, o sea, hasta la deportación de Jerusalén en el mes quinto. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí. Yo dije: «¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho.» Y me dijo Yahveh: No digas: «Soy un muchacho», pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás. No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte, oráculo de Yahveh. Entonces alargó Yahveh su mano y tocó mi boca. Y me dijo Yahveh: Mira que he puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: «¿Qué estás viendo, Jeremías?» «Una rama de almendro estoy viendo.» Y me dijo Yahveh: «Bien has visto. Pues así soy yo, velador de mi palabra para cumplirla.» Nuevamente me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: «¿Qué estás viendo?» «Un puchero hirviendo estoy viendo, que se vuelca de norte a sur.» Y me dijo Yahveh: «Es que desde el norte se iniciará el desastre sobre todos los moradores de esta tierra. Porque en seguida llamo yo a todas las familias reinos del norte, oráculo de Yahveh, y vendrán a instalarse a las mismas puertas de Jerusalén, y frente a todas sus murallas en torno, y contra todas las ciudades de Judá, a las que yo sentenciaré por toda su malicia: por haberme dejado a mí para ofrecer incienso a otros dioses, y adorar la obra de sus propias manos. Por tu parte, te apretarás la cintura, te alzarás y les dirás todo lo que yo te mande. No desmayes ante ellos, y no te haré yo desmayar delante de ellos; pues, por mi parte, mira que hoy te he convertido en plaza fuerte, en pilar de hierro, en muralla de bronce frente a toda esta tierra, así se trate de los reyes de Judá como de sus jefes, de sus sacerdotes o del pueblo de la tierra. Te harán la guerra, mas no podrán contigo, pues contigo estoy yo, oráculo de Yahveh, para salvarte.» Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Ve y grita a los oídos de Jerusalén: Así dice Yahveh: De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto, por la tierra no sembrada. Consagrado a Yahveh estaba Israel, primicias de su cosecha. «Quienquiera que lo coma, será reo; mal le sucederá» Oráculo de YahvehOíd la palabra de Yahveh, casa de Jacob, y todas las familias de la casa de Israel. Así dice Yahveh: ¿Qué encontraban vuestros padres en mí de torcido, que se alejaron de mi vera, y yendo en pos de la Vanidad se hicieron vanos? En cambio no dijeron: «¿Dónde está Yahveh, que nos subió de la tierra de Egipto, que nos llevó por el desierto, por la estepa y la paramera, por tierra seca y sombría, tierra por donde nadie pasa y en donde nadie se asienta?» Luego os traje a la tierra del vergel, para comer su fruto y su bien. Llegasteis y ensuciasteis mi tierra, y pusisteis mi heredad asquerosa. Los sacerdotes no decían: «¿Dónde está Yahveh?» ni los peritos de la Ley me conocían; y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas profetizaban por Baal, y en pos de los Inútiles andaban. Por eso, continuaré litigando con vosotros, oráculo de Yahveh, y hasta con los hijos de vuestros hijos litigaré. Porque, en efecto, pasad a las islas de los Kittim y ved, enviad a Quedar quien investigue a fondo, pensadlo bien y ved si aconteció cosa tal: si las gentes cambiaron de dioses ¡Aunque aquéllos no son dioses! Pues mi pueblo ha trocado su Gloria por el Inútil. Pasmaos, cielos, de ello, erizaos y cobrad gran espanto, oráculo de Yahveh. Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen. ¿Es un esclavo Israel, o nació siervo? Pues ¿Cómo es que ha servido de botín? Contra él rugieron leoncillos, dieron voces y dejaron su país hecho una desolación, sus ciudades incendiadas, sin habitantes. Hasta los hijos de Nof y de Tafnis te han rapado el cráneo. ¿No te ha sucedido esto por haber dejado a Yahveh tu Dios cuando te guiaba en tu camino? Y entonces, ¿Qué cuenta te tiene encaminarte a Egipto para beber las aguas del Nilo?, o ¿Qué cuenta te tiene encaminarte a Asur para beber las aguas del Río? Que te enseñe tu propio daño, que tus apostasías te escarmienten; reconoce y ve lo malo y amargo que te resulta el dejar a Yahveh tu Dios y no temblar ante mí, oráculo del Señor Yahveh Sebaot. Oh tú, que rompiste desde siempre el yugo y, sacudiendo las coyundas, decías: «¡No serviré!», tú, que sobre todo otero prominente y bajo todo árbol frondoso estabas yaciendo, prostituta. Yo te había plantado de la cepa selecta, toda entera de simiente legítima. Pues ¿Cómo te has mudado en sarmiento de vid bastarda? Porque, así te blanquees con salitre y te des cantidad de lejía, se te nota la culpa en mi presencia, oráculo del Señor Yahveh. Cómo dices: «No estoy manchada; en pos de los Baales no anduve?» ¡Mira tu rastro en el Valle! Reconoce lo que has hecho, camellita liviana que trenza sus derroteros, irrumpe en el desierto y en puro celo se bebe los vientos: su estro, ¿Quién lo calmará? Cualquiera que la busca la topa, ¡Bien acompañada la encuentra! Guarda tu pie de la descalcez y tu garganta de la sed. Pero tú dices: «No hay remedio: a mí me gustan los extranjeros, y tras ellos he de ir.» Cual se avergüenza el ladrón cuando es sorprendido, así se ha avergonzado la casa de Israel: ellos, sus reyes, sus jefes, sus sacerdotes y sus profetas, los que dicen al madero: «Mi padre eres tú», y a la piedra: «Tú me diste a luz.» Tras de volverme la espalda, que no la cara, al tiempo de su mal dice: «¡Levántate y sálvanos!» Pues ¿Dónde están tus dioses, los que tú mismo te hiciste? ¡Que se levanten ellos, a ver si te salvan en tiempo de desgracia! Pues cuantas son tus ciudades, otros tantos son tus dioses, Judá; y cuantas calles cuenta Jerusalén, otros tantos altares hay de Baal. ¿Por qué os querelláis conmigo, si todos vosotros os habéis rebelado contra mí? Oráculo de Yahveh. En vano golpeé a vuestros hijos, pues no aprendieron. Ha devorado vuestra espada a vuestos profetas, como el león cuando estraga. ¡Vaya generación la vuestra!; atended a la palabra de Yahveh: ¿Fui yo un desierto para Israel o una tierra malhadada? ¿Por qué, entonces, dice mi pueblo: «¡Bajemos! No vendremos más a ti.»? ¿Se olvida la doncella de su aderezo, la novia de su cinta? Pues mi pueblo sí que me ha olvidado días sin número. ¡Qué hermoso te parece tu camino en busca del amor! A la verdad, hasta con maldades aprendiste tus caminos. En tus mismas haldas se encontraban manchas de sangre de las almas de pobres inocentes: no los sorprendiste en escalo. Y con todo eso, dices: «Soy inocente; basta ya de ira contra mí.» Pues bien, aquí me tienes para discutir contigo eso que has dicho: «No he pecado.» ¡Cuánta ligereza la tuya para cambiar de dirección! También de Egipto te avergonzarás como te avergonzaste de Asur. También de ésta saldrás con las manos en la cabeza. Porque Yahveh ha rechazado aquello en que confías, y no saldrás bien de ello. «Supongamos que despide un marido a su mujer; ella se va de su lado y es de otro hombre: ¿Podrá volver a él? ¿No sería como una tierra manchada?» Pues bien, tú has fornicado con muchos compañeros, ¡Y vas a volver a mí! Oráculo de Yahveh. Alza los ojos a los calveros y mira: ¿En dónde no fuiste gozada? A la vera de los caminos te sentabas para ellos, como el árabe en el desierto, y manchaste la tierra con tus fornicaciones y malicia. Se suspendieron las lloviznas de otoño, y faltó lluvia tardía; pero tú tenías rostro de mujer descarada, rehusaste avergonzarte. ¿Es que entonces mismo no me llamabas: «Padre mío; el amigo de mi juventud eres tú?; ¿Tendrá rencor para siempre?, ¿Lo guardará hasta el fin?» Ahí tienes cómo has hablado; las maldades que hiciste las has colmado. Yahveh me dijo en tiempos del rey Josías: ¿Has visto lo que hizo Israel, la apóstata? Andaba ella sobre cualquier monte elevado y bajo cualquier árbol frondoso, fornicando allí. En vista de lo que había hecho, dije: «No vuelvas a mí.» Y no volvió. Vio esto su hermana Judá, la pérfida; vio que a causa de todas las fornicaciones de Israel, la apóstata, yo la había despedido dándole su carta de divorcio; pero no hizo caso su hermana Judá, la pérfida, sino que fue y fornicó también ella, tanto que por su liviandad en fornicar manchó la tierra, y fornicó con la piedra y con el leño. A pesar de todo, su hermana Judá, la pérfida, no se volvió a mí de todo corazón, sino engañosamente, oráculo de Yahveh. Y me dijo Yahveh: Más justa se ha manifestado Israel, la apóstata, que Judá, la pérfida. Anda y pregona estas palabras al Norte y di: Vuelve, Israel apóstata, oráculo de Yahveh; no estará airado mi semblante contra vosotros, porque piadoso soy, oráculo de Yahveh, no guardo rencor para siempre. Tan sólo reconoce tu culpa, pues contra Yahveh tu Dios te rebelaste, frecuentaste a extranjeros bajo todo árbol frondoso, y mi voz no oísteis, oráculo de Yahveh. Volved, hijos apóstatas, oráculo de Yahveh, porque yo soy vuestro Señor. Os iré recogiendo uno a uno de cada ciudad, y por parejas de cada familia, y os traeré a Sión. Os pondré pastores según mi corazón que os den pasto de conocimiento y prudencia. Y luego, cuando seáis muchos y fructifiquéis en la tierra, en aquellos días, oráculo de Yahveh, no se hablará más del arca de la alianza de Yahveh, no vendrá en mientes, no se acordarán ni se ocuparán de ella ni será reconstruida jamás. En aquel tiempo llamarán a Jerusalén «Trono de Yahveh» y se incorporarán a ella todas las naciones en el nombre de Yahveh, en Jerusalén, sin seguir más la dureza de sus perversos corazones. En aquellos días, andará la casa de Judá al par de Israel, y vendrán juntos desde tierras del norte a la tierra que di en herencia a vuestros padres. Yo había dicho: «Sí, te tendré como a un hijo y te daré una tierra espléndida, flor de las heredades de las naciones.» Y añadí: «Padre me llamaréis y de mi seguimiento no os volveréis.» Pues bien, como engaña una mujer a su compañero, así me ha engañado la casa de Israel, oráculo de Yahveh. Voces sobre los calveros se oían: rogativas llorosas de los hijos de Israel, porque torcieron su camino, olvidaron a su Dios Yahveh. Volved, hijos apóstatas; yo remediaré vuestras apostasías. Aquí nos tienes de vuelta a ti, porque tú, Yahveh, eres nuestro Dios. ¡Luego eran mentira los altos, la barahúnda de los montes! ¡Luego por Yahveh, nuestro Dios, se salva Israel! La Vergüenza se comió la laceria de nuestros padres desde nuestra mocedad: sus ovejas y vacas, sus hijos e hijas. Acostémonos en nuestra vergüenza, y que nos cubra nuestra propia confusión, ya que contra Yahveh nuestro Dios hemos pecado nosotros como nuestros padres desde nuestra mocedad hasta hoy, y no escuchamos la voz de Yahveh nuestro Dios. ¡Si volvieras, Israel!, oráculo de Yahveh, ¡Si a mí volvieras!, si quitaras tus Monstruos abominables, y de mí no huyeras! Jurarías: «¡Por vida de Yahveh!» con verdad, con derecho y con justicia, y se bendecirían por él las naciones, y por él se alabarían. Porque así dice Yahveh al hombre de Judá y a Jerusalén: Cultivad el barbecho y no sembréis sobre cardos. Circuncidaos para Yahveh y extirpad los prepucios de vuestros corazones, hombres de Judá y habitantes de Jerusalén; no sea que brote como fuego mi saña, y arda y no haya quien la apague, en vista de vuestras perversas acciones. Avisad en Judá y que se oiga en Jerusalén. Tañed el cuerno por el país, pregonad a voz en grito: ¡Juntaos, vamos a las plazas fuertes! ¡Izad bandera hacia Sión! ¡Escapad, no os paréis! Porque yo traigo una calamidad del norte y un quebranto grande. Se ha levantado el león de su cubil, y el devorador de naciones se ha puesto en marcha: salió de su lugar para dejar la tierra desolada. Tus ciudades quedarán arrasadas, sin habitantes. Por ende, ceñíos de sayal, endechad y plañid: «¡No; no se va de nosotros la ardiente ira de Yahveh!» Sucederá aquel día, oráculo de Yahveh, que se perderá el ánimo del rey y el de los príncipes, se pasmarán los sacerdotes, y los profetas se espantarán. Y yo digo: «¡Ay, Señor Yahveh! ¡Cómo embaucaste a este pueblo y a Jerusalén diciendo: “Paz tendréis”, y ha penetrado la espada hasta el alma!» En aquella sazón se dirá a este pueblo y a Jerusalén: Un viento ardiente viene por el desierto, camino de la hija de mi pueblo, no para beldar ni para limpiar. Un viento lleno de amenazas viene de mi parte. Ahora me toca a mí alegar mis razones respecto a ellos. Ved cómo se levanta cual las nubes, como un huracán sus carros, y ligeros más que águilas sus corceles. ¡Ay de nosotros, estamos perdidos! Limpia de malicia tu corazón, Jerusalén, para que seas salva. ¿Hasta cuándo durarán en ti tus pensamientos torcidos? Una voz avisa desde Dan y da la mala nueva desde la sierra de Efraím. Pregonad: «¡Los gentiles! ¡Ya están aquí!»; hacedlo oír en Jerusalén. Los enemigos vienen de tierra lejana y dan voces contra las ciudades de Judá. Como guardas de campo se han puesto frente a ella en torno, porque contra mí se rebelaron, oráculo de Yahveh. Tu proceder y fechorías te acarrearon esto; esto tu desgracia te ha penetrado hasta el corazón porque te rebelaste contra mí. ¡Mis entrañas, mis entrañas!, ¡Me duelen las telas del corazón, se me salta el corazón del pecho! No callaré, porque mi alma ha oído sones de cuerno, el clamoreo del combate. Se anuncia quebranto sobre quebranto, porque es saqueada toda la tierra. En un punto son saqueadas mis tiendas, y en un cerrar de ojos mis toldos. ¿Hasta cuándo veré enseñas, y oiré sones de cuerno? Es porque mi pueblo es necio: A mí no me conocen. Criaturas necias son, carecen de talento. Sabios son para lo malo, ignorantes para el bien. Miré a la tierra, y he aquí que era un caos; a los cielos, y faltaba su luz. Miré a los montes, y estaban temblando, y todos los cerros trepidaban. Miré, y he aquí que no había un alma, y todas las aves del cielo se habían volado. Miré, y he aquí que el vergel era yermo, y todas las ciudades estaban arrasadas delante de Yahveh y del ardor de su ira. Porque así dice Yahveh: Desolación se volverá toda la tierra, aunque no acabaré con ella. Por eso ha de enlutarse la tierra, y se oscurecerán los cielos arriba; pues tengo resuelta mi decisión y no me pesará ni me volveré atrás de ella. Al ruido de jinetes y flecheros huía toda la ciudad. Se metían por los bosques y trepaban por las peñas. Toda ciudad quedó abandonada, sin quedar en ellas habitantes. Y tú, asolada, ¿Qué vas a hacer? Aunque te vistas de grana, aunque te enjoyes con joyel de oro, aunque te pintes con polvos los ojos, en vano te hermoseas: te han rechazado tus amantes: ¡Tu muerte es lo que buscan! Y entonces oí una voz como de parturienta, gritos como de primeriza: era la voz de la hija de Sión, que gimiendo extendía sus palmas: «¡Ay, pobre de mí, que mi alma desfallece a manos de asesinos!» Recorred las calles de Jerusalén, mirad bien y enteraos; buscad por sus plazas, a ver si topáis con alguno que practique la justicia, que busque la verdad, y yo la perdonaría. Pues, si bien dicen: «¡Por vida de Yahveh!», también juran en falso. ¡Oh Yahveh! tus ojos, ¿No son para la verdad? Les heriste, mas no acusaron el golpe; acabaste con ellos, pero no quisieron aprender. Endurecieron sus caras más que peñascos, rehusaron convertirse. Yo decía: «Naturalmente, el vulgo es necio, pues ignora el camino de Yahveh, el derecho de su Dios. Voy a acudir a los grandes y a hablar con ellos, porque ésos conocen el camino de Yahveh, el derecho de su Dios.» Pues bien, todos a una habían quebrado el yugo y arrancado las coyundas. Por eso los herirá el león de la selva, el lobo de los desiertos los destrozará, el leopardo acechará sus ciudades: todo el que saliere de ellas será despedazado. Porque son muchas sus rebeldías, y sus apostasías son grandes. ¿Cómo te voy a perdonar por ello? Tus hijos me dejaron y juraron por el no dios. Yo los harté, y ellos se hicieron adúlteros, y el lupanar frecuentaron. Son caballos lustrosos y vagabundos: cada cual relincha por la mujer de su prójimo. ¿Y de esto no pediré cuentas? Oráculo de Yahveh, ¿De una nación así no se vengará mi alma? Escalad sus murallas, destruid, mas no acabéis con ella. Quitad sus sarmientos porque no son de Yahveh. Porque bien me engañaron, la casa de Judá y la casa de Israel, oráculo de Yahveh. Renegaron de Yahveh diciendo: «¡Él no cuenta!, ¡No nos sobrevendrá daño alguno ni espada ni hambre veremos! Cuanto a los profetas, el viento se los lleve, pues carecen de Palabra.» Así les será hecho. Por tanto, así dice Yahveh, el Dios Sebaot: Por haber hablado ellos tal palabra, he aquí que yo pongo las mías en tu boca como fuego, y a este pueblo como leños, y los consumirá. He aquí que yo traigo sobre vosotros, una nación de muy lejos, ¡Oh casa de Israel! Oráculo de Yahveh; una nación que no mengua, nación antiquísima aquélla, nación cuya lengua ignoras y no entiendes lo que habla; cuyo carcaj es como tumba abierta: todos son valientes. Comerá tu mies y tu pan, comerá a tus hijos e hijas, comerá tus ovejas y vacas, comerá tus viñas e higueras; con la espada destruirá tus plazas fuertes en que confías. Por lo demás, en los días aquellos, oráculo de Yahveh, todavía no acabaré con vosotros. Y cuando dijereis: «¿Por qué nos hace Yahveh nuestro Dios todo esto?», les dirás: «Lo mismo que me dejasteis a mí y servisteis a dioses extraños en vuestra tierra, así serviréis a extraños en una tierra no vuestra.» Anunciad esto a la casa de Jacob y hacedlo oír en Judá: Ea, oíd esto, pueblo necio y sin seso, tienen ojos y no ven, orejas y no oyen: ¿A mí no me temeréis? Oráculo de Yahveh, ¿Delante de mí no temblaréis, que puse la arena por término al mar, límite eterno, que no traspasará? Se agitará, mas no lo logrará; mugirán sus olas, pero no pasarán. Pero este pueblo tiene un corazón traidor y rebelde: traicionaron llegando hasta el fin. Y no se les ocurrió decir: «Ea, temamos a Yahveh nuestro Dios, que da la lluvia tempranera y la tardía a su tiempo; que nos garantiza las semanas que regulan la siega.» Todo esto lo trastornaron vuestras culpas y vuestros pecados os privaron del bien. Porque se encuentran en mi pueblo malhechores: preparan la red, cual paranceros montan celada: ¡Hombres son atrapados! Como jaula llena de aves, así están sus casas llenas de fraudes. Así se engrandecieron y se enriquecieron, engordaron, se alustraron. Ejecutaban malas acciones. La causa del huérfano no juzgaban y el derecho de los pobres no sentenciaban. ¿Y de esto no pediré cuentas? Oráculo de Yahveh, ¿De una nación así no se vengará mi alma? Algo pasmoso y horrendo se ha dado en la tierra: los profetas profetizaron con mentira, y los sacerdotes dispusieron a su guisa. Pero mi pueblo lo prefiere así. ¿A dónde vais a parar? Escapad, hijos de Benjamín, de dentro de Jerusalén, en Técoa tañed el cuerno, y sobre Bet Hakkérem izad bandera, porque una desgracia amenaza del norte y un quebranto grande. ¿Acaso a una deliciosa pradera te comparas, hija de Sión? A ella vienen pastores con sus rebaños, han montado las tiendas, junto a ella en derredor, y apacientan cada cual su manada. «¡Declaradle la guerra santa! ¡En pie y subamos contra ella a mediodía! ¡Ay de nosotros, que el día va cayendo, y se alargan las sombras de la tarde! ¡Pues arriba y subamos de noche y destruiremos sus alcázares!» Porque así dice Yahveh Sebaot: «Talad sus árboles y alzad contra Jerusalén un terraplén.» Es la ciudad de visita. Todo el mundo se atropella en su interior. Cual mana un pozo sus aguas, tal mana ella su malicia. «¡Atropello!», «¡Despojo!» Se oye decir en ella; ante mí de continuo heridas y golpes. Aprende, Jerusalén, no sea que se despegue mi alma de ti, no sea que te convierta en desolación, en tierra despoblada. Así dice Yahveh Sebaot: Busca, rebusca como en una cepa en el resto de Israel; vuelve a pasar tu mano como el vendimiador por los pámpanos. ¿A quiénes que me oigan voy a hablar y avisar? He aquí que su oído es incircunciso y no pueden entender. He aquí que la palabra de Yahveh se les ha vuelto oprobio: no les agrada. También yo estoy lleno de la saña de Yahveh y cansado de retenerla. La verteré sobre el niño de la calle y sobre el grupo de mancebos juntos. También el hombre y la mujer serán apresados, el viejo con la anciana. Pasarán sus casas a otros, campos y mujeres a la vez, cuando extienda yo mi mano sobre los habitantes de esta tierra, oráculo de YahvehPorque desde el más chiquito de ellos hasta el más grande, todos andan buscando su provecho, y desde el profeta hasta el sacerdote, todos practican el fraude. Han curado el quebranto de mi pueblo a la ligera, diciendo: «¡Paz, paz!», cuando no había paz. ¿Se avergonzaron de las abominaciones que hicieron? Avergonzarse, no se avergonzaron; sonrojarse, tampoco supieron; por tanto caerán con los que cayeren; tropezarán cuando se les visite, dice Yahveh. Así dice Yahveh: Paraos en los caminos y mirad, y preguntad por los senderos antiguos, cuál es el camino bueno, y andad por él, y encontraréis sosiego para vuestras almas. Pero dijeron: «No vamos.» Entonces les puse centinelas: «¡Atención al toque de cuerno!» Pero dijeron: «No atendemos.» Por tanto, oíd, naciones, y conoce, asamblea, lo que vendrá sobre ellos; oye, tierra: He aquí que traigo desgracia a este pueblo, como fruto de sus pensamientos, porque a mis razones no atendieron, y por lo que respecta a mi Ley, la desecharon. ¿A qué traerme incienso de Seba y canela fina de país remoto? Ni vuestros holocaustos me son gratos ni vuestros sacrificios me complacen. Por tanto, así dice Yahveh: Mirad que pongo a este pueblo tropiezos y tropezarán en ellos padres e hijos a una, el vecino y su prójimo perecerán. Así dice Yahveh: Mirad que un pueblo viene de tierras del norte y una gran nación se despierta de los confines de la tierra. Arco y lanza blanden, crueles son y sin entrañas. Su voz como la mar muge, y a caballo van montados, ordenados como un solo hombre para la guerra contra ti, hija de Sión. Oímos su fama, flaquean nuestras manos, angustia nos asalta, dolor como de parturienta. No salgáis al campo, no andéis por el camino, que el enemigo lleva espada: terror por doquier. Hija de mi pueblo, cíñete de sayal y revuélcate en ceniza, haz por ti misma un duelo de hijo único, una endecha amarguísima, porque en seguida viene el saqueador sobre nosotros. A ti te puse en mi pueblo por inquisidor sagaz para que examinaras y probaras su conducta. Todos ellos son rebeldes que andan difamando; bronce y hierro; todos son degenerados. Jadeó el fuelle, el plomo se consumió por el fuego. En vano afinó el afinador, porque la ganga no se desprendió. Serán llamados «plata de desecho», porque Yahveh los desechó. Palabra que llegó de parte de Yahveh a Jeremías: Párate en la puerta de la Casa de Yahveh y proclamarás allí esta palabra. Dirás: Oíd la palabra de Yahveh, todo Judá, los que entráis por estas puertas a postraros ante Yahveh. Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Mejorad de conducta y de obras, y yo haré que os quedéis en este lugar. No fiéis en palabras engañosas diciendo: «¡Templo de Yahveh, Templo de Yahveh, Templo de Yahveh es éste!» Porque si mejoráis realmente vuestra conducta y obras, si realmente hacéis justicia mutua y no oprimís al forastero, al huérfano y a la viuda, y no vertéis sangre inocente en este lugar ni andáis en pos de otros dioses para vuestro daño, entonces yo me quedaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres desde siempre hasta siempre. Pero he aquí que vosotros fiáis en palabras engañosas que de nada sirven, para robar, matar, adulterar, jurar en falso, incensar a Baal y seguir a otros dioses que no conocíais. Luego venís y os paráis ante mí en esta Casa llamada por mi Nombre y decís: «¡Estamos seguros!», para seguir haciendo todas esas abominaciones. ¿En cueva de bandoleros se ha convertido a vuestros ojos esta Casa que se llama por mi Nombre? ¡Que bien visto lo tengo! Oráculo de YahvehPues andad ahora a mi lugar de Silo, donde aposenté mi Nombre antiguamente, y ved lo que hice con él ante la maldad de mi pueblo Israel. Y ahora, por haber hecho vosotros todo esto, oráculo de Yahveh, por más que os hablé asiduamente, aunque no me oísteis, y os llamé, mas no respondisteis, yo haré con la Casa que se llama por mi Nombre, en la que confiáis, y con el lugar que os di a vosotros y a vuestros padres, como hice con Silo, y os echaré de mi presencia como eché a todos vuestros hermanos, a toda la descendencia de Efraím. En cuanto a ti, no pidas por este pueblo ni eleves por ellos plegaria ni oración ni me insistas, porque no te oiré. ¿Es que no ves lo que ellos hacen en las ciudades de Judá y por las calles de Jerusalén? Los hijos recogen leña, los padres prenden fuego, las mujeres amasan para hacer tortas a la Reina de los Cielos, y se liba en honor de otros dioses para exasperarme. ¿A mí me exasperan ésos? Oráculo de Yahveh, ¿No es a sí mismos, para vergüenza de sus rostros? Por tanto, así dice el Señor Yahveh: He aquí que mi ira y mi saña se vuelca sobre este lugar, sobre hombres y bestias bestias, sobre los árboles del campo y el fruto del suelo; arderá y no se apagará. Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel. Añadid vuestros holocaustos a vuestros sacrificios y comeos la carne. Que cuando yo saqué a vuestros padres del país de Egipto, no les hablé ni les mandé nada tocante a holocausto y sacrificio. Lo que les mandé fue esto otro: «Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, y seguiréis todo camino que yo os mandare, para que os vaya bien.» Mas ellos no escucharon ni prestaron el oído, sino que procedieron en sus consejos según la pertinacia de su mal corazón, y se pusieron de espaldas, que no de cara; desde la fecha en que salieron vuestros padres del país de Egipto hasta el día de hoy, os envié a todos mis siervos, los profetas, cada día puntualmente. Pero no me escucharon ni aplicaron el oído, sino que atiesando la cerviz hicieron peor que sus padres. Les dirás, pues, todas estas palabras, mas no te escucharán. Les llamarás y no te responderán. Entonces les dirás: Esta es la nación que no ha escuchado la voz de Yahveh su Dios, ni ha querido aprender. Ha perecido la lealtad, ha desaparecido de su boca. Córtate tus guedejas y tíralas, y entona por los calveros una elegía; que Yahveh ha desechado y repudiado a la generación objeto de su cólera. Los hijos de Judá han hecho lo que me parece malo, oráculo de Yahveh: han puesto sus Monstruos abominables en la Casa que llaman por mi Nombre profanándola, y han construido los altos de Tófet, que está en el valle de Ben Hinnom, para quemar a sus hijos e hijas en el fuego, cosa que nos les mandé ni me pasó por las mientes. Por tanto, he aquí que vienen días, oráculo de Yahveh, en que no se hablará más de Tófet ni del valle de Ben Hinnom, sino del “valle de la Matanza”. Se harán enterramientos en Tófet por falta de sitio, y los cadáveres de este pueblo servirán de comida a las aves del cielo y a las bestias de la tierra, sin que haya quien las espante. Suspenderé en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén toda voz de gozo y alegría, la voz del novio y la voz de la novia; porque toda la tierra quedará desolada. En aquel tiempo, oráculo de Yahveh, sacarán de sus tumbas los huesos de los reyes de Judá, los huesos de sus príncipes, los huesos de los sacerdotes, los huesos de los profetas y los huesos de los moradores de Jerusalén, y los dispersarán ante el Sol, la luna y todo el ejército celeste a quienes amaron y sirvieron, a quienes siguieron, consultaron y adoraron, para no ser recogidos ni sepultados más: se volverán estiércol sobre la haz de la tierra. Y será preferible la muerte a la vida para todo el resto que subsistiere de este linaje malo adondequiera que yo les relegue, oráculo de Yahveh Sebaot. Les dirás: Así dice Yahveh: Los que caen ¿No se levantan? y si uno se extravía ¿No cabe tornar? Pues ¿Por qué este pueblo sigue apostatando, Jerusalén con apostasía perpetua? Se aferran a la mentira, rehúsan convertirse. He escuchado atentamente: no hablan a derechas. Nadie deplora su maldad diciendo: «¿Qué he hecho?» Todos se extravían, cada cual en su carrera, cual caballo que irrumpe en la batalla. Hasta la cigüeña en el cielo conoce su estación, y la tórtola, la golondrina o la grulla observan la época de sus migraciones. Pero mi pueblo ignora el derecho de Yahveh. ¿Cómo decís: «Somos sabios, y poseemos la Ley de Yahveh?» Cuando es bien cierto que en mentira la ha cambiado el cálamo mentiroso de los escribas. Los sabios pasarán vergüenza, serán abatidos y presos. He aquí que han desechado la palabra de Yahveh, y su sabiduría ¿De qué les sirve? Así que yo daré sus mujeres a otros, sus campos a nuevos amos, porque del más chiquito al más grande todos andan buscando su provecho, y desde el profeta hasta el sacerdote, todos practican el fraude. Han curado el quebranto de la hija de mi pueblo a la ligera, diciendo: «¡Paz, paz!», cuando no había paz. ¿Se avergonzaron de las abominaciones que hicieron? ¡Avergonzarse, no se avergonzaron; sonrojarse, tampoco supieron! Por tanto caerán con los que cayeren; tropezarán cuando se les visite, dice Yahveh. Quisiera recoger de ellos alguna cosa, oráculo de Yahveh, pero no hay racimos en la vid ni higos en la higuera, y están mustias sus hojas. Es que yo les he dado quien les despoje. «¿Por qué nos quedamos tranquilos? ¡Juntaos, vamos a las plazas fuertes para enmudecer allí, pues Yahveh nuestro Dios nos hace morir y nos propina agua envenenada, porque hemos pecado contra Yahveh! Esperábamos paz, y no hubo bien alguno; el tiempo de la cura, y se presenta el miedo. Desde Dan se deja oír el resuello de sus caballos. Al relincho sonoro de sus corceles tembló la tierra toda. Vendrán y comerán el país y sus bienes, la ciudad y sus habitantes.» Sí, he aquí que yo envío contra vosotros sierpes venenosas contra las que no existe encantamiento, y os picarán, oráculo de Yahveh. Sin remedio el dolor me acomete, el corazón me falla; he aquí el grito lastimero de la hija de mi pueblo desde todos los rincones del país: «¿No está Yahveh en Sión? ¿Su Rey no mora ya en ella? ¿Por qué me han irritado con sus ídolos, con esas Vanidades traídas del extranjero? La siega pasó, el verano acabó, mas nosotros no estamos a salvo.» Me duele el quebranto de la hija de mi pueblo; estoy abrumado, el pánico se apodera de mí. ¿No hay sandáraca en Galaad?, ¿No quedan médicos allí? Pues ¿Cómo es que no llega el remedio para la hija de mi pueblo? ¡Quién convirtiera mi cabeza en llanto, mis ojos en manantial de lágrimas para llorar día y noche a los muertos de la hija de mi pueblo! ¡Quién me diese en el desierto una posada de caminantes, para poder dejar a mi pueblo y alejarme de su compañía! Porque todos ellos son adúlteros, un hatajo de traidores que tienden su lengua como un arco. Es la mentira, que no la verdad, lo que prevalece en esta tierra. Van de mal en peor, y a Yahveh desconocen. ¡Que cada cual se guarde de su prójimo!, ¡Desconfiad de cualquier hermano!, porque todo hermano pone la zancadilla, y todo prójimo propala la calumnia. Se engañan unos a otros, no dicen la verdad; han avezado sus lenguas a mentir, se han pervertido, incapaces de convertirse. Fraude por fraude, engaño por engaño, se niegan a reconocer a Yahveh. Por ende, así dice Yahveh Sebaot: He aquí que yo voy a afinarlos y probarlos; mas ¿Cómo haré para tratar a la hija de mi pueblo? Su lengua es saeta mortífera, las palabras de su boca, embusteras. Se saluda al prójimo, pero por dentro se le pone celada. Y por estas acciones, ¿no les he de castigar? Oráculo de Yahveh, ¿De una nación así no se vengará mi alma? Alzo sobre los montes lloro y lamento, y una elegía por las dehesas del desierto, porque han sido incendiadas; nadie pasa por allí, y no se oyen los gritos del ganado. Desde las aves del cielo hasta las bestias, todas han huido, se han marchado. Voy a hacer de Jerusalén un montón de piedras, guarida de chacales, y de las ciudades de Judá haré una soledad sin ningún habitante. ¿Quién es el sabio?, pues que entienda esto; a quién ha hablado la boca de Yahveh?, pues que lo diga; ¿Por qué el país se ha perdido, incendiado como el desierto donde no pasa nadie? Yahveh lo ha dicho: Es que han abandonado mi Ley que yo les propuse, y no han escuchado mi voz ni la han seguido; sino que han ido en pos de la inclinación de sus corazones tercos, en pos de los Baales que sus padres les enseñaron. Por eso, así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: He aquí que voy a dar de comer a este pueblo ajenjo y les voy a dar de beber agua emponzoñada. Les voy a dispersar entre las naciones desconocidas de ellos y de sus padres, y enviaré detrás de ellos la espada hasta exterminarlos. Así habla Yahveh Sebaot: ¡Hala! Llamad a las plañideras, que vengan: mandad por las más hábiles, que vengan. ¡Pronto! que entonen por nosotros una lamentación. Dejen caer lágrimas nuestros ojos, y nuestros párpados den curso al llanto. Sí, una lamentación se deja oír desde Sión: «¡Ay, que somos saqueados!, ¡Qué vergüenza tan grande, que se nos hace dejar nuestra tierra, han derruido nuestros hogares!» Oíd, pues, mujeres, la palabra de Yahveh; reciba vuestro oído la palabra de su boca: Enseñad a vuestras hijas esta lamentación, y las unas a las otras esta elegía: «La muerte ha trepado por nuestras ventanas, ha entrado en nuestros palacios, barriendo de la calle al chiquillo, a los mozos de las plazas. ¡Habla! Tal es el oráculo de Yahveh: Los cadáveres humanos yacen como boñigas por el campo, como manojos detrás del segador, y no hay quien los reúna.» Así dice Yahveh: No se alabe el sabio por su sabiduría ni se alabe el valiente por su valentía ni se alabe el rico por su riqueza; mas en esto se alabe quien se alabare: en tener seso y conocerme, por que yo soy Yahveh, que hago merced, derecho y justicia sobre la tierra, porque en eso me complazco, oráculo de Yahveh. He aquí que vienen días, oráculo de Yahveh, en que he de visitar a todo circuncidado que sólo lo sea en su carne: a Egipto, Judá, Edom y a los hijos de Ammón, a Moab, y a todos los de sien rapada, los que moran en el desierto. Porque todas estas gentes lo son. Pero también los de la casa de Israel son incircuncisos de corazón. Oíd la palabra que os dedica Yahveh, oh casa de Israel. Así dice Yahveh: Al proceder de los gentiles no os habituéis ni de los signos celestes os espantéis. ¡Que se espanten de ellos los gentiles! Porque las costumbres de los gentiles son vanidad: un madero del bosque, obra de manos del maestro que con el hacha lo cortó, con plata y oro lo embellece, con clavos y a martillazos se lo sujeta para que no se menee. Son como espantajos de pepinar, que ni hablan. Tienen que ser transportados, porque no andan. No les tengáis miedo, que no hacen ni bien ni mal. No hay como tú, Yahveh; grande eres tú, y grande tu Nombre en poderío. ¿Quién no te temerá, Rey de las naciones? Porque a ti se te debe eso. Porque entre todos los sabios de las naciones y entre todos sus reinos no hay nadie como tú. Todos a la par son estúpidos y necios: lección de madera la que dan los ídolos. Plata laminada, de Tarsis importada, y oro de Ofir; hechura de maestro y de manos de platero, de púrpura violeta y escarlata es su vestido: todos son obra de artistas. Pero Yahveh es el Dios verdadero; es el Dios vivo y el Rey eterno. Cuando se irrita, tiembla la tierra, y no aguantan las naciones su indignación. Así les diréis: «Los dioses que no hicieron el cielo ni la tierra, perecerán de la tierra y de debajo del cielo.» Él es quien hizo la tierra con su poder, el que estableció el orbe con su saber, y con su inteligencia expandió los cielos. Cuando da voces, hay estruendo de aguas en los cielos, y hace subir las nubes desde el extremo de la tierra. Él hace los relámpagos para la lluvia y saca el viento de sus depósitos. Todo hombre es torpe para comprender, se avergüenza del ídolo todo platero, porque sus estatuas son una mentira y no hay espíritu en ellas. Vanidad son, cosa ridícula; al tiempo de su visita perecerán. No es así la «Parte de Jacob», pues él es el plasmador del universo, y aquel cuyo heredero es Israel; Yahveh Sebaot es su nombre. Recoge del suelo tu mercancía, oh tú, que estás sitiada: porque así dice Yahveh: He aquí que yo voy a hondear a los moradores del país, ¡Esta vez va de veras! Y les apremiaré de modo que den conmigo. «¡Ay de mí, por mi quebranto! ¡Me duele la herida! Y yo que decía: “Ese es un sufrimiento, pero me lo aguantaré” Mi tienda ha sido saqueada, y todos mis tensores arrancados. Mis hijos me han sido quitados y no existen. No hay quien despliegue ya mi tienda ni quien ice mis toldos.» Es que han sido torpes los pastores y no han buscado a Yahveh; así no obraron cuerdamente, y toda su grey fue dispersada. ¡Se oye un rumor! ¡Ya llega!: un gran estrépito del país del norte, para trocar las ciudades de Judá en desolación, guarida de chacales. Yo sé, Yahveh, que no depende del hombre su camino, que no es del que anda enderezar su paso. Corrígeme, Yahveh, pero con tino, no con tu ira, no sea que me quede en poco. Vierte tu cólera sobre las naciones que te desconocen, y sobre los linajes que no invocan tu Nombre. Porque han devorado a Jacob hasta consumirle, lo han devorado y su mansión han desolado. Palabra que llegó de parte de Yahveh a Jeremías: Oíd los términos de esta alianza y hablad a los hombres de Judá y a los habitantes de Jerusalén, y diles: Así dice Yahveh, el Dios de Israel: Maldito el varón que no escuche los términos de esta alianza que mandé a vuestros padres el día que los saqué de Egipto, del crisol de hierro, diciéndoles: «Oíd mi voz y obrad conforme a lo que os he mandado; y así seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios, en orden a cumplir el juramento que hice a vuestros padres, de darles una tierra que mana leche y miel, como se cumple hoy.» Respondí y dije: ¡Amén, Yahveh! Y me dijo Yahveh: Pregona todas estas palabras por las ciudades de Judá y por las calles de Jerusalén: «Oíd los términos de esta alianza y cumplidlos: que bien advertí a vuestros padres el día que les hice subir de Egipto, y hasta la fecha he insistido en advertírselo: ¡Oíd mi voz! Mas no oyeron ni aplicaron el oído, sino que cada cual procedió según la terquedad de su corazón malo. Y así he aplicado contra ellos todos los términos de dicha alianza que les mandé cumplir y no lo hicieron.» Y me dijo Yahveh: Se ha descubierto una conjura entre los hombres de Judá y entre los habitantes de Jerusalén. Han reincidido en las culpas de sus mayores, que rehusaron escuchar mis palabras: se han ido en pos de otros dioses para servirles; han violado la casa de Israel y la casa de Judá mi alianza, que pacté con sus padres. Por ende, así dice Yahveh: He aquí que yo les traigo una desgracia a la que no podrán hurtarse; y aunque se me quejaren, no les oiré. ¡Que vayan las ciudades de Judá y los moradores de Jerusalén, y que se quejen a los dioses a quienes inciensan!, que lo que es salvarles, no les salvarán al tiempo de su desgracia. Pues cuantas son tus ciudades, otros tantos son tus dioses, Judá; y cuantas calles cuenta Jerusalén, otros tantos altares a la Vergüenza, otros tantos altares hay de Baal. En cuanto a ti, no pidas por este pueblo ni eleves por ellos plegaria ni oración, porque no he de oír cuando clamen a mí por su desgracia. ¿Qué hace mi amada en mi Casa?; su obrar ¿No es pura doblez? ¿Es que los votos y la carne consagrada harán pasar de ti tu desgracia? Entonces sí que te regocijarías. «Olivo frondoso, lozano, de fruto hermoso» te había puesto Yahveh por nombre. Pero con gran estrépito le ha prendido fuego, y se han quemado sus guías. Yahveh Sebaot, que te plantó, te ha sentenciado, dada la maldad que ha cometido la casa de Israel y la casa de Judá, exasperándome por incensar a Baal. Yahveh me lo hizo saber, y me enteré de ello. Entonces me descubriste, Yahveh, sus maquinaciones. Y yo que estaba como cordero manso llevado al matadero, sin saber que contra mí tramaban maquinaciones: «Destruyamos el árbol en su vigor; borrémoslo de la tierra de los vivos, y su nombre no vuelva a mentarse.» ¡Oh Yahveh Sebaot, juez de lo justo, que escrutas los riñones y el corazón!, vea yo tu venganza contra ellos, porque a ti he manifestado mi causa. Y en efecto, así dice Yahveh tocante a los de Anatot, que buscan mi muerte diciendo: «No profetices en nombre de Yahveh, y no morirás a nuestras manos». Por eso así dice Yahveh Sebaot: He aquí que yo les voy a visitar. Sus mancebos morirán por la espada, sus hijos e hijas morirán de hambre, y no quedará de ellos ni reliquia cuando yo traiga la desgracia a los de Anatot, el año en que sean visitados. Tú llevas la razón, Yahveh, cuando discuto contigo, no obstante, voy a tratar contigo un punto de justicia. ¿Por qué tienen suerte los malos, y son felices todos los felones? Los plantas, y enseguida arraigan, van a más y dan fruto. Cerca estás tú de sus bocas, pero lejos de sus riñones. En cambio a mí ya me conoces, Yahveh; me has visto y has comprobado que mi corazón está contigo. Llévatelos como ovejas al matadero, y conságralos para el día de la matanza. ¿Hasta cuándo estará de luto la tierra y la hierba de todo el campo estará seca? Por la maldad de los que moran en ella han desaparecido bestias y aves. Porque han dicho: «No ve Dios nuestros senderos.» Si con los de a pie corriste y te cansaron, ¿Cómo competirás con los de a caballo? Y si en tierra abierta te sientes seguro. ¿Qué harás entre el boscaje del Jordán? Porque incluso tus hermanos y la casa de tu padre, ésos también te traicionarán y a tus espaldas gritarán. No te fíes de ellos cuando te digan hermosas palabras. Dejé mi casa, abandoné mi heredad, entregué el cariño de mi alma en manos de sus enemigos. Se ha portado conmigo mi heredad como un león en la selva: me acosaba con sus voces; por eso la aborrecí. ¿Es por ventura un pájaro pinto mi heredad? Las rapaces merodean sobre ella. ¡Andad, juntaos, fieras todas del campo: id al yantar! Entre muchos pastores destruyeron mi viña, hollaron mi heredad, trocaron mi mejor campa en un yermo desolado. La convirtieron en desolación lamentable, en inculta para mí. Totalmente desolado está todo el país porque no hay allí nadie que lo sienta. Sobre todos los calveros del desierto han venido saqueadores, porque una espada tiene Yahveh devorada, de un cabo al otro de la tierra no hubo cuartel para alma viviente. Sembraron trigo, y espinos segaron, se afanaron sin provecho. Vergüenza les dan sus cosechas, por causa de la ira ardiente de Yahveh. Así dice Yahveh: En cuanto a todos los malos vecinos que han tocado la heredad que di en precio a mi pueblo Israel, he aquí que yo los arranco de su solar. Y a la casa de Judá voy a arrancarla de en medio de ellos. Pero luego de haberlos arrancado, me volveré y les tendré lástima, y les haré retornar, cada cual a su heredad y a su tierra. Y entonces, si de veras aprendieron el camino de mi pueblo jurando en mi Nombre: «¡Por vida de Yahveh!» Lo mismo que ellos enseñaron a mi pueblo a jurar por Baal, serán restablecidos a la par de mi pueblo. Mas si no obedecen, arrancaré a aquella gente y arrancada quedará y la haré perecer, oráculo de Yahveh. Yahveh me dijo así: «Anda y cómprate una faja de lino y te la pones a la cintura, pero no la metas en agua.» Compré la faja, según la orden de Yahveh, y me la puse a la cintura. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh por la segunda vez: «Toma la faja que has comprado y que llevas a la cintura, levántate y vete al Éufrates y la escondes allí en un resquicio de la peña.» Yo fui y la escondí en el Éufrates como me había mandado Yahveh. Al cabo de mucho tiempo me dijo Yahveh: «Levántate, vete al Éufrates y recoges de allí la faja que te mandé que escondieras allí.» Yo fui al Éufrates, cavé, recogí la faja del sitio donde la había escondido y he aquí que se había echado a perder la faja: no valía para nada. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: «Así dice Yahveh: Del mismo modo echaré a perder la mucha soberbia de Judá y de Jerusalén. Ese pueblo malo que rehúsa oír mis palabras, que caminan según la terquedad de sus corazones y han ido en pos de otros dioses a servirles y adorarles, serán como esta faja que no vale para nada. Porque así como se pega la faja a la cintura de uno, de igual modo hice apegarse a mí a toda la casa de Israel y a toda la casa de Judá, oráculo de Yahveh, con idea de que fuesen mi pueblo, mi nombradía, mi loor y mi prez, pero ellos no me oyeron. Diles este refrán: Así dice Yahveh, el Dios de Israel: «Todo cántaro se puede llenar de vino.» Ellos te dirán: «¿No sabemos de sobra que todo cántaro se puede llenar de vino?»3 Entonces les dices: «Pues así dice Yahveh: He aquí que yo lleno de borrachera a todos los habitantes de esta tierra, a los reyes sucesores de David en el trono, a los sacerdotes y profetas y a todos los habitantes de Jerusalén, y los estrellaré, a cada cual contra su hermano, padres e hijos a una, oráculo de Yahveh, sin que piedad, compasión y lástima me quiten de destruirlos.» Oíd y escuchad, no seáis altaneros, porque habla Yahveh. Dad gloria a vuestro Dios Yahveh antes que haga oscurecer, y antes que se os vayan los pies sobre la sierra oscura, y esperéis la luz, y él la haya convertido en negrura, la haya trocado en tiniebla densa. Pero si no le oyereis, en silencio llorará mi alma por ese orgullo, y dejarán caer mi ojos lágrimas, y verterán copiosas lágrimas, porque va cautiva la grey de Yahveh. Di al rey y a la Gran Dama: Humillaos, sentaos, porque ha caído de vuestras cabezas vuestra diadema preciosa. Las ciudades del Négueb están cercadas, y no hay quien abra. Todo Judá es deportado, deportado en masa. Alza tus ojos, Jerusalén, y mira a los que vienen del norte. ¿Dónde está la grey que se te dio, tus preciosas ovejas? ¿Qué dirás cuando te visiten con autoridad sobre ti? Pues lo que tú les enseñabas a hacer sobre ti eran caricias. ¿No te acometerán dolores como de parturienta? Pero acaso digas en tus adentros: «¿Por qué me ocurren estas cosas?» Por tu gran culpa han sido alzadas tus faldas y han sido forzados tus calcañales. ¿Muda el kusita su piel, o el leopardo sus pintas? ¡También vosotros podéis entonces hacer el bien, los avezados a hacer el mal! Por eso os esparcí como paja liviana al viento de la estepa. Esa es tu suerte, el tanto por tu medida que te toca de mi parte, oráculo de Yahveh: por cuanto que me olvidaste y te fiaste de la Mentira. Pues también yo te he levantado las faldas sobre tu rostro, y se ha visto tu indecencia. ¡Ah, tus adulterios y tus relinchos, la bajeza de tu prostitución! Sobre los altos, por la campiña he visto tus Monstruos abominables. ¡Ay de ti, Jerusalén, que no estás pura! ¿Hasta cuándo todavía? Palabra de Yahveh a Jeremías, a propósito de la sequía. Judá está de luto, y sus ciudades lánguidas: están sórdidas de tierra, y sube el alarido de Jerusalén. Sus nobles mandaban a los pequeños por agua: llegaban a los aljibes y no la encontraban; volvían con sus cántaros vacíos. Quedaban confundidos y avergonzados y se cubrían la cabeza. El suelo está consternado por no haber lluvia en la tierra. Confusos andan los labriegos, se han cubierto la cabeza. Hasta la cierva en el campo parió y abandonó, porque no había césped. Los onagros se paraban sobre los calveros, aspiraban el aire como chacales, tenían los ojos consumidos por falta de hierba. Aunque nuestras culpas atesten contra nosotros, Yahveh, obra por amor de tu Nombre. Cierto, son muchas nuestras apostasías, contra ti hemos pecado. ¡Oh esperanza de Israel, Yahveh, Salvador suyo en tiempo de angustia! ¿Por qué has de ser cual forastero en la tierra, o cual viajero que se tumba para hacer noche? ¿Por qué has de ser como un pasmado, como un valiente incapaz de ayudar? Pues tú estás entre nosotros, Yahveh, y por tu Nombre se nos llama, ¡No te deshagas de nosotros! Así dice Yahveh de este pueblo: ¡Cómo les gusta vagabundear!, no contienen sus pies. Pero Yahveh no se complace en ellos: ahora se va a acordar de su culpa y a castigar su pecado. Y me dijo Yahveh: «No intercedas en pro de este pueblo. Así ayunen, no escucharé su clamoreo; y así levanten holocausto y ofrenda, no me complacerán; sino que con espada, con hambre y con peste voy a acabarlos.» Dije yo: «¡Ah, Señor Yahveh! Pues he aquí que los profetas están diciéndoles: No veréis espada ni tendréis hambre, sino que voy a daros paz segura en este lugar.» Y me dijo Yahveh: «Mentira profetizan esos profetas en mi nombre. Yo no les he enviado ni dado instrucciones ni les he hablado. Visión mentirosa, augurio fútil y delirio de sus corazones os dan por profecía. Por tanto, así dice Yahveh: Tocante a los profetas que profetizan en mi nombre sin haberles enviado yo, y que dicen: No habrá espada ni hambre en este país, con espada y con hambre serán rematados los tales profetas, y el pueblo al que profetizan yacerá derribado por las calles de Jerusalén, por causa del hambre y de la espada, y no habrá sepulturero para ellos ni para sus mujeres, sus hijos y sus hijas; pues volcaré sobre ellos mismos su maldad.» Les dirás esta palabra: Dejen caer mis ojos lágrimas de noche y de día sin parar, porque de quebranto grande es quebrantada la doncella, hija de mi pueblo, de golpe gravísimo. Si salgo al campo encuentro heridos de espada; y si entro en la ciudad, encuentro desfallecidos de hambre. Y aun el mismo profeta, aun el mismo sacerdote andan errantes por el país y nada saben. ¿Es que has desechado a Judá? ¿O acaso de Sión se ha hastiado tu alma? ¿Por qué nos has herido, que no tenemos cura? Esperábamos paz, y no hubo bien alguno; el tiempo de la cura, y se presenta el miedo. Reconocemos, Yahveh, nuestras maldades, la culpa de nuestros padres; que hemos pecado contra ti. No desprecies, por amor de tu Nombre, no deshonres la sede de tu Gloria. Recuerda, no anules tu alianza con nosotros. ¿Hay entre las Vanidades gentílicas quienes hagan llover? ¿O acaso los cielos dan de suyo la llovizna? ¿No eres tú mismo, oh Yahveh? ¡Dios nuestro, esperamos en ti, porque tú hiciste todas estas cosas! Y me dijo Yahveh: Aunque se me pongan Moisés y Samuel por delante, no estará mi alma por este pueblo. Échales de mi presencia y que salgan. Y como te digan: «¿A dónde salimos?», les dices: Así dice Yahveh: Quien sea para la muerte, a la muerte; quien para la espada, a la espada; quien para el hambre, al hambre, y quien para el cautiverio, al cautiverio. Haré que se encarguen de ellos cuatro géneros, de males, oráculo de Yahveh: la espada para degollar, los perros para despedazar, las aves del cielo y las bestias terrestres para devorar y estragar. Los convertiré en espantajo para todos los reinos de la tierra, por culpa de Manasés, hijo de Ezequías, rey de Judá, por lo que hizo en Jerusalén. ¿Quién, pues, te tendrá lástima, Jerusalén? ¿Quién meneará la cabeza por ti? ¿Quién se alargará a saludarte? Tú me has abandonado, oráculo de Yahveh, de espaldas te has ido. Pues yo extiendo mi mano sobre ti y te destruyo. Estoy cansado de apiadarme, y voy a beldarlos con el bieldo en las puertas del país. He dejado sin hijos, he malhadado a mi pueblo, porque de sus caminos no se convertían. Yo les he hecho más viudas que la arena de los mares. He traído sobre las madres de los jóvenes guerreros al saqueador en el pleno mediodía. He hecho caer sobre ellos de pronto sobresalto y alarma. Mal lo pasó la madre de siete hijos: exhalaba el alma, se puso su Sol siendo aún de día, se avergonzó y se abochornó. Y lo que queda de ellos, a la espada voy a entregarlo delante de sus enemigos, oráculo de Yahveh. ¡Ay de mí, madre mía, porque me diste a luz varón discutido y debatido por todo el país! Ni les debo ni me deben, ¡Pero todos me maldicen! Di, Yahveh, si no te he servido bien: intercedí ante ti por mis enemigos en el tiempo de su mal y de su apuro. ¿Se mella el hierro, el hierro del norte, y el bronce? Tu haber y tus tesoros al pillaje voy a dar gratis, por todos tus pecados en todas tus fronteras, y te haré esclavo de tus enemigos en un país que no conoces, porque un fuego ha saltado en mi ira que sobre vosotros estará encendido. Tú lo sabes. Yahveh, acuérdate de mí, visítame y véngame de mis perseguidores. No dejes que por alargarse tu ira sea yo arrebatado. Sábelo: he soportado por ti el oprobio. Se presentaban tus palabras, y yo las devoraba; era tu palabra para mí un gozo y alegría de corazón, porque se me llamaba por tu Nombre Yahveh, Dios Sebaot. No me senté en peña de gente alegre y me holgué: por obra tuya, solitario me senté, porque de rabia me llenaste. ¿Por qué ha resultado mi penar perpetuo, y mi herida irremediable, rebelde a la medicina? ¡Ay! ¿Serás tú para mí como un espejismo, aguas no verdaderas?9 Entonces Yahveh dijo así: Si te vuelves por que yo te haga volver,
estarás en mi presencia; y si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Que ellos se vuelvan a ti, y no tú a ellos. Yo te pondré para este pueblo por muralla de bronce inexpugnable. Y pelearán contigo, pero no te podrán, pues contigo estoy yo para librarte y salvarte, oráculo de Yahveh. Te salvaré de mano de los malos y te rescataré del puño de esos rabiosos. La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: No tomes mujer ni tengas hijos ni hijas en este lugar. Que así dice Yahveh de los hijos e hijas nacidos en este lugar, de sus madres que los dieron a luz y de sus padres que los engendraron en esta tierra: De muertes miserables morirán, sin que sean plañidos ni sepultados. Se volverán estiércol sobre la haz del suelo. Con espada y hambre serán acabados, y serán sus cadáveres pasto para las aves del cielo y las bestias de la tierra. Sí, así dice Yahveh: No entres en casa de duelo ni vayas a plañir ni les consueles; pues he retirado mi paz de este pueblo, oráculo de Yahveh, la merced y la compasión. Morirán grandes y chicos en esta tierra. No se les sepultará ni nadie les plañirá ni se arañarán ni se raparán por ellos ni se partirá el pan al que está de luto para consolarle por el muerto ni le darán a beber la taza consolatoria por su padre o por su madre. Y en casa de convite tampoco entres a sentarte con ellos a comer y beber. Que así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: He aquí que voy a hacer desaparecer de este lugar, a vuestros propios ojos y en vuestros días, toda voz de gozo y alegría, la voz del novio y la voz de la novia. Luego, cuando hayas comunicado a este pueblo todas estas palabras, y te digan: «¿Por qué ha pronunciado Yahveh contra nosotros toda esta gran desgracia? ¿Cuál es nuestra culpa, y cuál nuestro pecado que hemos cometido contra Yahveh nuestro Dios?», tú les dirás: «Es porque me dejaron vuestros padres, oráculo de Yahveh, y se fueron tras otros dioses y les sirvieron y adoraron, y a mí me dejaron, y mi Ley no guardaron. Y vosotros mismos habéis hecho peor que vuestros padres, pues he aquí que va cada uno en pos de la dureza de su mal corazón, sin escucharme. Pero yo os echaré lejos de esta tierra, a otra que no habéis conocido vosotros ni vuestros padres, y serviréis allí a otros dioses día y noche, pues no os otorgaré perdón.» En efecto, mirad que vienen días, oráculo de Yahveh, en que no se dirá más: «¡Por vida de Yahveh, que subió a los hijos de Israel de Egipto!», sino: «¡Por vida de Yahveh, que subió a los hijos de Israel del país del norte, y de todos los países a donde los arrojara!» Pues yo los devolveré a su solar, que di a sus padres. He aquí que envío a muchos pescadores, oráculo de Yahveh, y los pescarán. Y luego de esto enviaré a muchos cazadores, y los cazarán de encima de cada monte y de cada cerro y de los resquicios de las peñas. Porque mis ojos están puestos sobre todos sus caminos: no se me ocultan ni se zafa su culpa de delante de mis ojos. Pagaré doblado por su culpa y su pecado, porque ellos execraron mi tierra con la carroña de sus Monstruos abominables, y de sus Abominaciones llenaron mi heredad. ¡Oh Yahveh, mi fuerza y mi refuerzo, mi refugio en día de apuro! A ti las gentes vendrán de los confines de la tierra y dirán: ¡Luego Mentira recibieron de herencia nuestros padres, Vanidad y cosas sin provecho! ¿Es que va a hacerse el hombre dioses para sí? ¡Aunque aquellos no son dioses! Por tanto, he aquí que yo les hago conocer, esta vez sí, mi mano y mi poderío, y sabrán que mi nombre es Yahveh. El pecado de Judá está escrito con buril de hierro; con punta de diamante está grabado sobre la tabla de su corazón y en los cuernos de sus aras, así, recordarán sus hijos sus aras y sus cipos cabe los árboles frondosos, sobre los oteros altos, mi monte, en la campiña. Tu haber y todos tus tesoros al pillaje voy a dar, en pago por todos tus pecados de los altos, en todas tus fronteras. Tendrás que deshacerte de tu heredad que yo te di, y te haré esclavo de tus enemigos en un país que no conoces, porque un fuego ha saltado en mi ira que para siempre estará encendido. Así dice Yahveh: Maldito sea aquel que fía en hombre, y hace de la carne su apoyo, y de Yahveh se aparta en su corazón. Pues es como el tamarisco en la Arabá, y no verá el bien cuando viniere. Vive en los sitios quemados del desierto, en saladar inhabitable. Bendito sea aquel que fía en Yahveh, pues no defraudará Yahveh su confianza. Es como árbol plantado a las orillas del agua, que a la orilla de la corriente echa sus raíces. No temerá cuando viene el calor, y estará su follaje frondoso; en año de sequía no se inquieta ni se retrae de dar fruto. El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿Quién lo conoce? Yo, Yahveh, exploro el corazón, pruebo los riñones, para dar a cada cual según su camino, según el fruto de sus obras. La perdiz incuba lo que no ha puesto; así es el que hace dinero, mas no con justicia: en mitad de sus días lo ha de dejar y a la postre resultará un necio. Solio de Gloria, excelso desde el principio, es el lugar de nuestro santuario. Esperanza de Israel, Yahveh: todos los que te abandonan serán avergonzados, y los que se apartan de ti, en la tierra serán escritos, por haber abandonado el manantial de aguas vivas, Yahveh. Cúrame, Yahveh, y sea yo curado; sálvame, y sea yo salvo, pues mi prez eres tú. Mira que ellos me dicen: «¿Dónde está la palabra de Yahveh? ¡Vamos, que venga!» Yo nunca te apremié a hacer daño; el día irremediable no he anhelado; tú lo sabes: lo salido de mis labios enfrente de tu faz ha estado. No seas para mí espanto, ¡Oh tú, mi amparo en el día aciago! Avergüéncense mis perseguidores, y no me avergüence yo; espántense ellos, y no me espante yo. Trae sobre ellos el día aciago, y con doble quebrantamiento quebrántalos. Yahveh me dijo así: Ve y te paras a la puerta de los Hijos del pueblo, por la que entran los reyes de Judá y por la que salen, y asimismo en todas las puertas de Jerusalén, y les dices: Oíd la palabra de Yahveh, reyes de Judá, y todo Judá y los habitantes de Jerusalén que entráis por estas puertas. Así dice Yahveh: «Guardaos, por vida vuestra, de llevar carga en día de sábado y meterla por las puertas de Jerusalén. No saquéis tampoco carga de vuestras casas en sábado ni hagáis trabajo alguno, antes bien santificad el sábado como mandé a vuestros padres. Mas no oyeron ni aplicaron el oído, sino que atiesaron su cerviz sin oír ni aprender. Que si me hacéis caso, oráculo de Yahveh, no metiendo carga por las puertas de esta ciudad en sábado y santificando el día de sábado sin realizar en él trabajo alguno, entonces entrarán por las puertas de esta ciudad reyes que se sienten sobre el trono de David, montados en carros y caballos, ellos y sus oficiales, la gente de Judá y los habitantes de Jerusalén. Y durará esta ciudad para siempre. Y vendrán de las ciudades de Judá, de los aledaños de Jerusalén, del país de Benjamín, de la Tierra Baja, de la Sierra y del Négueb a traer holocaustos, sacrificios, oblaciones e incienso y a traer ofrendas de acción de gracias a la Casa de Yahveh. Pero si no me oyereis en cuanto a santificar el sábado y no llevar carga ni meterla por las puertas de Jerusalén en sábado, entonces prenderé fuego a sus puertas, que consumirá los palacios de Jerusalén, y no se apagará. Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte de Yahveh: Levántate y baja a la alfarería, que allí mismo te haré oír mis palabras. Bajé a la alfarería, y he aquí que el alfarero estaba haciendo un trabajo al torno. El cacharro que estaba haciendo se estropeó como barro en manos del alfarero, y éste volvió a empezar, trasformándolo en otro cacharro diferente, como mejor le pareció al alfarero. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: ¿No puedo hacer yo con vosotros, casa de Israel, lo mismo que este alfarero? Oráculo de Yahveh. Mirad que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, casa de Israel. De pronto hablo contra una nación o reino, de arrancar, derrocar y perder; pero se vuelve atrás de su mal aquella gente contra la que hablé, y yo también desisto del mal que pensaba hacerle. Y de pronto hablo, tocante a una nación o un reino, de edificar y plantar; pero hace lo que parece malo desoyendo mi voz, y entonces yo también desisto del bien que había decidido hacerle. Ahora, pues, di a la gente de Judá y a los habitantes de Jerusalén: Así dice Yahveh: «Mirad que estoy ideando contra vosotros cosa mala y pensando algo contra vosotros. Ea, pues; volveos cada cual de su mal camino y mejorad vuestra conducta y acciones.» Pero van a decir: «Es inútil; porque iremos en pos de nuestros pensamientos y cada uno de nosotros hará conforme a la terquedad de su mal corazón.» Por tanto, así dice Yahveh: Vamos, preguntad entre las naciones: ¿Quién oyó tal cosa? ¡Bien fea cosa ha hecho la virgen de Israel! ¿Faltará acaso de la peña excelsa la nieve del Líbano? ¿O se agotarán las aguas crecidas, frescas, corrientes? Pues bien, mi pueblo me ha olvidado. A la Nada inciensan. Han tropezado en sus caminos, aquellos senderos de siempre, para irse por trochas, por camino no trillado. Es para trocar su tierra en desolación, en eterna rechifla: todo el que pasare se asombrará de ella y meneará la cabeza. Como el viento solano los esparciré delante del enemigo. La espalda, que no la cara, les mostraré el día de su infortunio. Entonces dijeron: «Venid y tramemos algo contra Jeremías, porque no va a faltarle la ley al sacerdote, el consejo al sabio ni al profeta la palabra. Venid e hirámosle por su propia lengua: no estemos atentos a todas sus palabras.» Estáte atento a mí, Yahveh, y oye lo que dicen mis contrincantes. ¿Es que se paga mal por bien? Porque han cavado una hoya para mi persona. Recuerda cuando yo me ponía en tu presencia para hablar en bien de ellos, para apartar tu cólera de ellos. Por tanto, entrega a sus hijos al hambre y desángralos a filo de espada; queden sus mujeres sin hijos y viudas, sean sus varones asesinados, sus mancebos acuchillados en la guerra. Oigase griterío en sus casas, cuando traigas sobre ellos pillaje repentino. Porque han cavado una hoya para prenderme, y trampas han escondido para mis pies. Pero tú, Yahveh, conoces todo su plan de muerte contra mí. ¡No disimules su culpa, no borres de tu presencia su pecado! ¡Que caigan ante ti, al tiempo de tu ira, descarga en ellos! Entonces Yahveh dijo a Jeremías: Ve y compras un jarro de cerámica; tomas contigo a algunos ancianos del pueblo y algunos sacerdotes, sales al valle de Ben Hinnom, a la entrada de la puerta de las Tejoletas, y pregonas allí las palabras que voy a decirte. Dirás: Oíd la palabra de Yahveh, reyes de Judá y habitantes de Jerusalén. Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: «He aquí que yo traigo sobre este lugar una desgracia, que a todo el que la oyere le zumbarán los oídos. Porque me han dejado, han hecho extraño este lugar y han incensado en él a otros dioses que ni ellos ni sus padres conocían. Los reyes de Judá han llenado este lugar de sangre de inocentes, y han construido los altos de Baal para quemar a sus hijos en el fuego, en holocausto a Baal, lo que no les mandé ni les dije ni me pasó por las mientes. Por tanto, he aquí que vienen días, oráculo de Yahveh, en que no se hablará más de Tofet ni del valle de Ben Hinnom, sino del “Valle de la Matanza”. Vaciaré la prudencia de Judá y Jerusalén a causa de este lugar: les haré caer a espada ante sus enemigos por mano de los que busquen su muerte; daré sus cadáveres por comida a las aves del cielo y a las bestias de la tierra, y convertiré esta ciudad en desolación y en rechifla: todo el que pase a su vera se quedará atónito y silbará en vista de sus heridas. Les haré comer la carne de sus hijos y la carne de sus hijas, y comerán cada uno la carne de su prójimo, en el aprieto y la estrechez con que les estrecharán sus enemigos y los que busquen su muerte.» Luego rompes el jarro a la vista de los hombres que vayan contigo y les dices: Así dice Yahveh Sebaot: «Asimismo quebrantaré yo a este pueblo y a esta ciudad, como quien rompe un cacharro de alfarería, que ya no tiene arreglo. «Y se harán enterramientos en Tófet, hasta que falte sitio para enterrar. Así haré con este lugar, oráculo de Yahveh, y con sus habitantes, hasta dejar a esta ciudad lo mismo que Tófet, y que sean las casas de Jerusalén y las de los reyes de Judá como el lugar de Tófet: una inmundicia; todas las casas en cuyas azoteas incensaron a toda la tropa celeste y libaron libación a otros dioses.» Partió Jeremías de Tófet a donde le había enviado Yahveh a profetizar y, parándose en el atrio de la Casa de Yahveh, dijo a todo el pueblo: «Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: He aquí que yo traigo a esta ciudad y a todos sus aledaños toda la calamidad que he pronunciado contra ella, porque ha atiesado su cerviz, desoyendo mis palabras.» El sacerdote Pasjur, hijo de Immer, que era inspector jefe de la Casa de Yahveh, oyó a Jeremías profetizar dichas palabras. Pasjur hizo dar una paliza al profeta Jeremías y le hizo meter en el calabozo de la Puerta Alta de Benjamín, la que está en la Casa de YahvehAl día siguiente sacó Pasjur a Jeremías del calabozo. Díjole Jeremías: No es Pasjur el nombre que te ha puesto Yahveh, sino «Terror en torno». Porque así dice Yahveh: «He aquí que yo te convierto en terror para ti mismo y para todos tus allegados, los cuales caerán por la espada de sus enemigos, y tus ojos lo estarán viendo. Y asimismo a todo Judá entregaré en manos del rey de Babilonia, que los deportará a Babilonia y los acuchillará. Y entregaré todas las reservas de esta ciudad y todo lo atesorado, todas sus preciosidades y todos los tesoros de los reyes de Judá, en manos de sus enemigos que los pillarán, los tomarán y se los llevarán a Babilonia. En cuanto a ti, Pasjur, y todos los moradores de tu casa, iréis al cautiverio. En Babilonia entrarás, allí morirás y allí mismo serás sepultado tú y todos tus allegados a quienes has profetizado en falso.» Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. He sido la irrisión cotidiana: todos me remedaban. Pues cada vez que hablo es para clamar: «¡Atropello!», y para gritar: «¡Expolio!». La palabra de Yahveh ha sido para mí oprobio y befa cotidiana. Yo decía: «No volveré a recordarlo ni hablaré más en su Nombre.» Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajada por ahogarlo, no podía. Escuchaba las calumnias de la turba: «¡Terror por doquier!, ¡Denunciadle!, ¡Denunciémosle!» Todos aquellos con quienes me saludaba estaban acechando un traspiés mío: «¡A ver si se distrae, y le podremos, y tomaremos venganza de él!» Pero Yahveh está conmigo, cual campeón poderoso. Y así mis perseguidores tropezarán impotentes; se avergonzarán mucho de su imprudencia: confusión eterna, inolvidable. ¡Oh Yahveh Sebaot, juez de lo justo, que escrutas los riñones y el corazón!, vea yo tu venganza contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa. Cantad a Yahveh, alabad a Yahveh, porque ha salvado la vida de un pobrecillo de manos de malhechores. ¡Maldito el día en que nací! ¡El día que me dio a luz mi madre no sea bendito! ¡Maldito aquel que felicitó a mi padre diciendo: «Te ha nacido un hijo varón», y le llenó de alegría! Sea el hombre aquel semejante a las ciudades que destruyó Yahveh sin que le pesara, y escuche alaridos de mañana y gritos de ataque al mediodía. ¡Oh, que no me haya hecho morir desde el vientre, y hubiese sido mi madre mi sepultura, con seno preñado eternamente! ¿Para qué haber salido del seno, a ver pena y aflicción, y a consumirse en la vergüenza mis días? Palabra dirigida a Jeremías de parte de Yahveh, cuando el rey Sedecías mandó donde él a Pasjur, hijo de Malkiyías, y al sacerdote Sofonías, hijo de Maasías, a decirle: «Ea, consulta de nuestra parte a Yahveh, porque el rey de Babilonia, Nabucodonosor, nos ataca. A ver si nos hace Yahveh un milagro de los suyos, y aquél se retira de encima de nosotros.» Díjoles Jeremías: «Así diréis a Sedecías: Esto dice Yahveh, el Dios de Israel: Mirad que yo hago rebotar las armas que tenéis en las manos y con las que os batís contra el rey de Babilonia y contra los caldeos que os cercan extramuros, y las amontonaré en medio de esta ciudad. Yo voy a batirme contra vosotros con mano fuerte y tenso brazo, con ira, con cólera y con encono grande. Heriré a los habitantes de esta ciudad, hombres y bestias, con una gran peste; ¡Morirán! Y tras de esto, oráculo de Yahveh, entregaré al rey de Judá, Sedecías, a sus siervos y al pueblo que en esta ciudad quedare de la peste, de la espada y del hambre, en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y en manos de sus enemigos y de los que buscan su muerte. Él los herirá a filo de espada. No les dará cuartel ni les tendrá clemencia ni lástima.» Y a ese pueblo le dirás: «Así dice Yahveh: Mirad que yo os propongo el camino de la vida y el camino de la muerte. Quien se quede en esta ciudad, morirá de espada, de hambre y de peste. El que salga y caiga en manos de los caldeos que os cercan, vivirá, y eso saldrá ganando. Porque me he fijado en esta ciudad para su daño, no para su bien, oráculo de Yahveh: será puesta en manos del rey de Babilonia, que la incendiará.» A la casa real de Judá. ¡Oíd la palabra de Yahveh, casa de David! Así dice Yahveh: Haced justicia cada mañana, y salvad al oprimido de mano del opresor, so pena de que brote como fuego mi cólera, y arda y no haya quien apague, a causa de vuestras malas acciones. Mira que por ti va, población del valle, la Roca del Llano, oráculo de Yahveh: vosotros, los que decís: «¿Quién se nos echará encima? ¿Quién entrará en nuestras guaridas?» Yo os visitaré según el fruto de vuestras acciones, oráculo de Yahveh. Encenderé fuego en su bosque, y devorará todos sus contornos. Yahveh dijo así: Baja a la casa real de Judá y pronuncias allí estas palabras. Dirás: Oye la palabra de Yahveh, tú, rey de Judá, que ocupas el trono de David, y tus servidores y pueblo, los que entran por estas puertasAsí dice Yahveh: Practicad el derecho y la justicia, librad al oprimido de manos del opresor, y al forastero, al huérfano y a la viuda no atropelléis; no hagáis violencia ni derraméis sangre inocente en este lugar. Porque si ponéis en práctica esta palabra, entonces seguirán entrando por las puertas de esta casa reyes sucesores de David en el trono, montados en carros y caballos, junto con sus servidores y su pueblo. Mas si no oís estas palabras, por mí mismo os juro, oráculo de Yahveh, que en ruinas parará esta casa. Pues así dice Yahveh respecto a la casa real de Judá: Galaad eras tú para mí, cumbre del Líbano: pero ¡Vaya si te trocaré en desierto, en ciudades deshabitadas! Voy a consagrar contra ti a quienes te destruyan: ¡Cada uno a sus hachas! Talarán lo selecto de tus cedros, y lo arrojarán al fuego. Muchas gentes pasarán a la vera de esta ciudad y dirán cada cual a su prójimo: «¿Por qué ha hecho Yahveh semejante cosa a esta gran ciudad?» Y les dirán: «Es porque dejaron la alianza de su Dios Yahveh, y adoraron a otros dioses y les sirvieron.» No lloréis al muerto ni plañáis por él: llorad, llorad por el que se va, porque jamás volverá ni verá su patria. Pues así dice Yahveh respecto a Sallum, hijo de Josías, rey de Judá y sucesor de su padre Josías en el reino, el cual salió de este lugar: «No volverá más aquí, sino que en el lugar a donde le deportaron, allí mismo morirá, y no verá jamás este país.» ¡Ay del que edifica su casa sin justicia y sus pisos sin derecho! De su prójimo se sirve de balde y su trabajo no le paga. El que dice: «Voy a edificarme una casa espaciosa y pisos ventilados», y le abre sus correspondientes ventanas; pone paneles de cedro y los pinta de rojo. ¿Serás acaso rey porque seas un apasionado del cedro? Tu padre, ¿No comía y bebía? «También hizo justicia y equidad.» Pues mejor para él. «Juzgó la causa del cuitado y del pobrecillo.» Pues mejor. ¿No es esto conocerme? Oráculo de Yahveh. Pero tus ojos y tu corazón no están más que a tu granjería, ¡Y a la sangre inocente! Para verterla. ¡Y al atropello y al entuerto! Para hacer tú lo propio. Por tanto, así dice Yahveh respecto a Yoyaquim, hijo de Josías, rey de Judá: No plañirán por él: «¡Ay hermano mío!, ¡Ay hermana mía!»; no plañirán por él: «¡Ay Señor!, ¡Ay su Majestad!» El entierro de un borrico será el suyo: arrastrarlo y tirarlo fuera de las puertas de Jerusalén. Sube al Líbano y clama, por Basán da voces y clama desde Abarim, porque han sido quebrantados todos tus amantes. Te había hablado en tu prosperidad. Dijiste: «No oigo.» Tal ha sido tu costumbre desde tu mocedad, nunca oíste mi voz. A todos tus pastores les pastoreará el viento, y tus amantes cautivos irán. Entonces sí que estarás avergonzada y confusa de toda tu malicia. Tú, que te asentabas en el Líbano, que anidabas en los cedros, ¡Cómo suspirarás, en viniéndote los dolores, el trance como de parturienta! Por mi vida, oráculo de Yahveh, aunque fuese Konías, el hijo de Yoyaquim, rey de Judá, un sello en mi mano diestra, de allí te arrancaría. Yo te pondré en manos de los que buscan tu muerte, y en manos de los que te atemorizan: en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y en manos de los caldeos; y te arrojaré a ti y a la madre que te engendró a otra tierra donde no habéis nacido, y allí moriréis. Pero a la tierra a donde anhelan volver, no volverán. ¿Es algún trasto despreciable, roto, este individuo, Konías?; ¿Quizá un objeto sin interés? Pues entonces, ¿Por qué han sido arrojados él y su prole, y echados a una tierra, que no conocían? ¡Tierra, tierra, tierra! Oye la palabra de Yahveh. Así dice Yahveh: Inscribid a este hombre: «Un sin hijos, un fracasado en la vida»; porque ninguno de su descendencia tendrá la suerte de sentarse en el trono de David y de ser jamás señor en Judá. ¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! Oráculo de Yahveh. Pues así dice Yahveh, el Dios de Israel, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo: Vosotros habéis dispersado las ovejas mías, las empujasteis y no las atendisteis. Mirad que voy a pasaros revista por vuestras malas obras, oráculo de Yahveh. Yo recogeré el Resto de mis ovejas de todas las tierras a donde las empujé, las haré tornar a sus estancias, criarán y se multiplicarán. Y pondré al frente de ellas pastores que las apacienten, y nunca más estarán medrosas ni asustadas ni faltará ninguna, oráculo de Yahveh. Mirad que días vienen, oráculo de Yahveh, en que suscitaré a David un Germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra. En sus días estará a salvo Judá, e Israel vivirá en seguro. Y este es el nombre con que te llamarán: «Yahveh, justicia nuestra.» Por tanto, mirad que vienen días, oráculo de Yahveh, en que no se dirá más: «¡Por vida de Yahveh, que subió a los hijos de Israel de Egipto!», sino: «¡Por vida de Yahveh, que subió y trajo la simiente de la casa de Israel de tierras del norte y de todas las tierras a donde los arrojara!», y habitarán en su propio suelo. A los profetas. Se me partió el corazón en mis adentros, estremeciéronse todos mis huesos, me quedé como un borracho, como aquél a quien le domina el vino, por causa de Yahveh, por causa de sus santas palabras. «Porque de fornicadores se ha henchido la tierra. A causa de una maldición se ha enlutado la tierra, se han secado los pastos de la estepa. Se ha vuelto la carrera de ellos mala y su esfuerzo no recto. Tanto el profeta como el sacerdote se han vuelto impíos; en mi misma Casa topé con su maldad, oráculo de Yahveh. Por ende su camino vendrá a ser su despeñadero: a la sima serán empujados y caerán en ella. Porque voy a traer sobre ellos una calamidad, al tiempo de su visita» Oráculo de Yahveh. En los profetas de Samaría, he observado una inepcia: profetizaban por Baal y hacían errar a mi pueblo Israel. Mas en los profetas de Jerusalén he observado una monstruosidad: fornicar y proceder con falsía, dándose la mano con los malhechores, sin volverse cada cual de su malicia. Se me han vuelto todos ellos cual Sodoma, y los habitantes de la ciudad, cual Gomorra. Por tanto, así dice Yahveh Sebaot tocante a los profetas: He aquí que les voy a dar de comer ajenjo y les voy a dar de beber agua emponzoñada. Porque a partir de los profetas de Jerusalén se ha propagado la impiedad por toda la tierra. Así dice Yahveh Sebaot: No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan. Os están embaucando. Os cuentan sus propias fantasías, no cosa de boca de Yahveh. Dicen a los que me desprecian: «Yahveh dice: ¡Paz tendréis!» y a todo el que camina en terquedad de corazón: «No os sucederá nada malo.» Porque ¿Quién asistió al consejo de Yahveh y vio y oyó su palabra?, ¿Quién escuchó su palabra y la ha oído? Mirad que una tormenta de Yahveh, su ira, ha estallado, un torbellino remolinea, sobre la cabeza de los malos descarga. No ha de apaciguarse la ira de Yahveh hasta que la ejecute, y realice los designios de su corazón. En días futuros os percataréis de ello. Yo no envié a esos profetas, y ellos corrieron. No les hablé, y ellos profetizaron. Pues si asistieron a mi consejo, hagan oír mi palabra a mi pueblo, y háganle tornar de su mal camino y de sus acciones malas. ¿Soy yo un Dios sólo de cerca, oráculo de Yahveh, y no soy Dios de lejos? ¿O se esconderá alguno en escondite donde yo no le vea? Oráculo de Yahveh. ¿Los cielos y la tierra no los lleno yo? Oráculo de Yahveh. Ya he oído lo que dicen esos profetas que profetizan falsamente en mi nombre diciendo: «¡He tenido un sueño, he tenido un sueño!» ¿Hasta cuándo va a durar esto en el corazón de los profetas que profetizan en falso y son profetas de la impostura de su corazón?, ¿Los que piensan hacer olvidarse a mi pueblo de mi Nombre por los sueños que se cuentan cada cual a su vecino, como olvidaron sus padres mi Nombre por Baal? Profeta que tenga un sueño, cuente un sueño, y el que tenga consigo mi palabra, que hable mi palabra fielmente. ¿Qué tiene que ver la paja con el grano? Oráculo de Yahveh. ¿No es así mi palabra, como el fuego, y como un martillo golpea la peña? Pues bien, aquí estoy yo contra los profetas, oráculo de Yahveh, que se roban mis palabras el uno al otro. Aquí estoy yo contra los profetas, oráculo de Yahveh, que usan de su lengua y emiten oráculo. Aquí estoy yo contra los profetas que profetizan falsos sueños, oráculo de Yahveh, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus falsedades y su presunción, cuando yo ni les he enviado ni dado órdenes, y ellos de ningún provecho han sido para este pueblo, oráculo de Yahveh. Y cuando te pregunte este pueblo, o un profeta o un sacerdote. «¿Cuál es la carga de Yahveh?» les dirás: «Vosotros sois la carga, y voy a dejaros en el suelo, oráculo de Yahveh.» Y el profeta, el sacerdote o cualquiera que dijere: «Una carga de Yahveh», yo me las entenderé con él y con su casa. Así os diréis cada uno a su prójimo, y cada uno a su hermano: «¿Qué ha respondido Yahveh?, ¿Qué ha dicho Yahveh?» Pero de eso de la «carga de Yahveh» no os acordaréis más, porque tal carga sería para cada uno su propia palabra. Porque trastornáis las palabras del Dios vivo, Yahveh Sebaot nuestro Dios. Así diréis al profeta: «¿Qué te ha respondido Yahveh?, ¿Qué ha dicho Yahveh?» Pero como habléis de «carga de Yahveh», entonces así dice Yahveh: «Por haber dicho eso de carga de Yahveh por más que os avisé que no dijerais carga de Yahveh, por lo mismo, he aquí que yo os levanto en alto y os dejo caer a vosotros y a la ciudad que os di a vosotros y a vuestros padres. Y os pondré encima oprobio eterno y baldón eterno que no será olvidado.» Hízome ver Yahveh, y he aquí que había un par de cestos de higos presentados delante del Templo de Yahveh, esto era después que Nabucodonosor, rey de Babilonia, hubo deportado de Jerusalén al rey de Judá, Jeconías, hijo de Yoyaquim, a los principales de Judá y a los herreros y cerrajeros de Jerusalén, y los llevó a Babilonia. Un cesto era de higos muy buenos, como los primerizos, y el otro de higos malos, tan malos que no se podían comer. Y me dijo Yahveh: «¿Qué estás viendo Jeremías?» Dije: «Higos. Los higos buenos son muy buenos; y los higos malos, muy malos, que no se dejan comer de puro malos.» Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Así habla Yahveh, Dios de Israel: Como por estos higos buenos, así me interesaré en favor de los desterrados de Judá que yo eché de este lugar al país de los caldeos. Pondré la vista en ellos para su bien, los devolveré a este país, los reconstruiré para no derrocarlos y los plantaré para no arrancarlos. Les daré corazón para conocerme, pues yo soy Yahveh, y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, pues volverán a mí con todo su corazón. Pero igual que a los higos malos, que no se pueden comer de malos, sí, así dice Yahveh, así haré al rey Sedecías, a sus principales y al resto de Jerusalén: a los que quedaren en este país, y a los que están en el país de Egipto. Haré de ellos el espantajo, una calamidad, de todos los reinos de la tierra; el oprobio y el ejemplo, la burla y la maldición por dondequiera que los empuje, daré suelta entre ellos a la espada, al hambre y a la peste, hasta que sean acabados de sobre el solar que di a ellos y a sus padres. Palabra que fue dirigida a Jeremías tocante a todo el pueblo de Judá el año cuarto de Yoyaquim, hijo de Josías, rey de Judá, o sea el año primero de Nabucodonosor, rey de Babilonia, la cual pronunció el profeta Jeremías a todo el pueblo de Judá y a toda la población de Jerusalén, en estos términos: Desde el año trece de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, hasta este día, veintitrés años hace que me es dirigida la palabra de Yahveh, y os la he comunicado puntualmente, pero no habéis oído. También os envió Yahveh puntualmente a todos sus siervos los profetas, y tampoco oísteis ni aplicasteis el oído, diciendo: Ea, volveos cada cual de su mal camino y de sus malas acciones, y volveréis al solar que os dio Yahveh a vosotros y a vuestros padres, desde siempre hasta siempre. No vayáis en pos de otros dioses para servirles y adorarles, no me provoquéis con las hechuras de vuestras manos, y no os haré mal. Pero no me habéis oído, oráculo de Yahveh, de suerte que con las hechuras de vuestras manos me provocasteis, para vuestro mal. Por eso, así dice Yahveh Sebaot: Puesto que no habéis oído mis palabras, he aquí que yo mando a buscar a todos los linajes del norte, oráculo de Yahveh, y a mi siervo Nabucodonosor, rey de Babilonia, y los traeré contra esta tierra y contra sus moradores, y contra todas estas gentes de alrededor); los anatematizaré y los pondré por pasmo, rechifla y ruinas eternos, y haré desaparecer de ellos voz de gozo y voz de alegría, la voz del novio y la voz de la novia, el ruido de la muela y la luz de la candela. Será reducida toda esta tierra a pura desolación, y servirán estas gentes al rey de Babilonia setenta años. Luego, en cumpliéndose los setenta años, visitaré al rey de Babilonia y a dicha gente por su delito, oráculo de Yahveh, y a la tierra de los caldeos trocándola en ruinas eternas. Y atraeré sobre aquella tierra todas las palabras que he hablado respecto a ella, todo lo que está escrito en este libro. Lo que profetizó Jeremías tocante a la generalidad de las naciones. Pues también a ellos los reducirán a servidumbre muchas naciones y reyes grandes, y les pagaré según sus obras y según la hechura de sus manos. Así me ha dicho Yahveh Dios de Israel: Toma esta copa de vino de furia, y hazla beber a todas las naciones a las que yo te envíe; beberán, y trompicarán, y se enloquecerán ante la espada que voy a soltar entre ellas. Tomé la copa de mano de Yahveh, e hice beber a todas las naciones a las que me había enviado Yahveh: a Jerusalén y a las ciudades de Judá, a sus reyes y a sus principales, para trocarlo todo en desolación, pasmo, rechifla y maldición, como hoy está sucediendo; a Faraón, rey de Egipto, a sus siervos, a sus principales y a todo su pueblo, a todos los mestizos, a todos los reyes de Us; a todos los reyes de Filistea: a Ascalón, Gaza, Ecrón y al residuo de Asdod; a Edom, Moab, y los ammonitas, a todos los reyes de Tiro, a todos los reyes de Sidón y a los reyes de las islas de allende el mar; a Dedán, Temá, Buz; a todos los que se afeitan las sienes, a todos los reyes de Arabia y a todos los reyes de los mestizos habitantes del desierto; a todos los reyes de Zimrí, a todos los reyes de Elam y a todos los reyes de Media, a todos los reyes del norte, los próximos y los remotos, cada uno con su hermano, y a todos los reinos que hay sobre la haz de la tierra. Y el rey de Sesak beberá después de ellos. Y les dirás: Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Bebed, emborrachaos, vomitad, caed y no os levantéis delante de la espada que yo voy a soltar entre vosotros. Y si rehúsan tomar la copa de tu mano para beber, les dices: Así dice Yahveh Sebaot: Tenéis que beber sin falta, porque precisamente por la ciudad que lleva mi Nombre empiezo a castigar; ¿Y vosotros, quedaréis impunes?: ¡No, no quedaréis!, porque a la espada llamo yo contra todos los habitantes de la tierra, oráculo de Yahveh Sebaot. Tú, pues, les profetizas todas estas palabras y les dices: Yahveh desde lo alto ruge, y desde su santa Morada da su voz. Ruge contra su aprisco: grita como los lagareros. A todos los habitantes de la tierra llega el eco, hasta el fin de la tierra. Porque pleitea Yahveh con las naciones y vence en juicio a toda criatura. A los malos los entrega a la espada, oráculo de Yahveh. Así dice Yahveh Sebaot: Mirad que una desgracia se propaga de nación a nación, y una gran tormenta surge del fin del mundo. Habrá víctimas de Yahveh en aquel día de cabo a cabo de la tierra; no serán plañidos ni recogidos ni sepultados más: se volverán estiércol sobre la haz de la tierra. Ululad, pastores, y clamad; revolcaos, mayorales, porque se han cumplido vuestros días para la matanza, y caeréis como objetos escogidos. No habrá evasión para los pastores ni escapatoria para los mayorales. Se oye el grito de los pastores, el ulular de los mayorales, porque devasta Yahveh su pastizal, y son aniquiladas las estancias más seguras por la ardiente cólera de Yahveh. Ha dejado el león su cubil, y se ha convertido su tierra en desolación ante la cólera irresistible, ante la ardiente cólera. Al principio del reinado de Yoyaquim, hijo de Josías, rey de Judá, fue dirigida a Jeremías esta palabra de Yahveh: Así dice Yahveh: Párate en el patio de la Casa de Yahveh y habla a todas las ciudades de Judá, que vienen a adorar en la Casa de Yahveh, todas las palabras que yo te he mandado hablarles, sin omitir ninguna. Puede que oigan y se torne cada cual de su mal camino, y yo me arrepentiría del mal que estoy pensando hacerles por la maldad de sus obras. Les dirás, pues: «Así dice Yahveh: Si no me oís para andar según mi Ley que os propuse, oyendo las palabras de mis siervos los profetas que yo os envío asiduamente, pero no habéis hecho caso, entonces haré con esta Casa como con Silo, y esta ciudad entregaré a la maldición de todas las gentes de la tierra.» Oyeron los sacerdotes y profetas y todo el pueblo a Jeremías decir estas palabras en la Casa de Yahveh, y luego que hubo acabado Jeremías de hablar todo lo que le había ordenado Yahveh que hablase a todo el pueblo, le prendieron los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo diciendo: «¡Vas a morir! ¿Por qué has profetizado en nombre de Yahveh, diciendo: “Como Silo quedará esta Casa, y esta ciudad será arrasada, sin quedar habitante”?» Y se juntó todo el pueblo en torno a Jeremías en la Casa de Yahveh. Oyeron esto los jefes de Judá, y subieron de la casa del rey a la Casa de Yahveh, y se sentaron a la entrada de la Puerta Nueva de la Casa de Yahveh. Y los sacerdotes y profetas, dirigiéndose a los jefes y a todo el pueblo, dijeron: «¡Sentencia de muerte para este hombre, por haber profetizado contra esta ciudad, como habéis oído con vuestros propios oídos!» Dijo Jeremías a todos los jefes y al pueblo todo: «Yahveh me ha enviado a profetizar sobre esta Casa y esta ciudad todo lo que habéis oído. Ahora bien, mejorad vuestros caminos y vuestras obras y oíd la voz de Yahveh vuestro Dios, y se arrepentirá Yahveh del mal que ha pronunciado contra vosotros. En cuanto a mí, aquí me tenéis en vuestras manos: haced conmigo como mejor y más acertado os parezca. Empero, sabed de fijo que si me matáis vosotros a mí, sangre inocente cargaréis sobre vosotros y sobre esta ciudad y sus moradores, porque en verdad Yahveh me ha enviado a vosotros para pronunciar en vuestros oídos todas estas palabras.» Dijeron los jefes y todo el pueblo a los sacerdotes y profetas: «No merece este hombre sentencia de muerte, porque en nombre de Yahveh nuestro Dios nos ha hablado.» Y se levantaron algunos de los más viejos del país y dijeron a toda la asamblea del pueblo: «Miqueas de Moréset profetizaba en tiempos de Ezequías, rey de Judá, y dijo a todo el pueblo de Judá: Así dice Yahveh Sebaot: Sión será un campo que se ara, Jerusalén se hará un montón de ruinas, y el monte de la Casa un otero salvaje. ¿Por ventura le mataron Ezequías, rey de Judá, y todo Judá?, ¿No temió a Yahveh y suplicó a la faz de Yahveh, y se arrepintió Yahveh del daño con que les había amenazado? Mientras que nosotros estamos haciéndonos mucho daño a nosotros mismos.» Pero también hubo otro que decía profetizar en nombre de Yahveh, Urías hijo de Semaías de Quiryat Yearim, el cual profetizó contra esta ciudad y contra esta tierra enteramente lo mismo que Jeremías, y oyó el rey Yoyaquim y todos sus grandes señores y jefes sus palabras, y el rey buscaba matarle. Enteróse Urías, tuvo miedo, huyó y entró en Egipto. Pero envió el rey Yoyaquim a Elnatán, hijo de Akbor, y otros con él a Egipto, y sacaron a Urías de Egipto y lo trajeron al rey Yoyaquim, quien lo acuchilló y echó su cadáver a la fosa común. Gracias a que Ajicam, hijo de Safán, defendió a Jeremías, impidiendo entregarlo en manos del pueblo para matarle. Al principio del reinado de Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá, fue dirigida esta palabra a Jeremías de parte de Yahveh: Así me ha dicho Yahveh: «Hazte unas coyundas y un yugo, póntelo sobre la cerviz, y envíalos al rey de Edom, al rey de Moab y al rey de los ammonitas, al rey de Tiro y al rey de Sidón por medio de los embajadores que vienen a Jerusalén a ver a Sedecías, rey de Judá, y dales estas instrucciones para sus señores: «Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Así diréis a vuestros señores: Yo hice la tierra, el hombre y las bestias que hay sobre la haz de la tierra, con mi gran poder y mi tenso brazo, y lo di a quien me plugo. Ahora yo he puesto todos estos países en manos de mi siervo Nabucodonosor, rey de Babilonia, y también los animales del campo le he dado para servirle y todas las naciones le servirán a él, a su hijo y al hijo de su hijo, hasta que llegue también el turno a su propio país, y le reducirán a servidumbre muchas naciones y reyes grandes. Así que las naciones y reinos que no sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia, y que no sometan su cerviz al yugo del rey de Babilonia, con la espada, con el hambre y con la peste los visitaré, oráculo de Yahveh, hasta acabarlos por medio de él. Vosotros, pues, no oigáis a vuestros profetas, adivinos, soñadores, augures ni hechiceros que os hablan diciendo: “No serviréis al rey de Babilonia”, porque cosa falsa os profetizan para alejaros de sobre vuestro suelo, de suerte que yo os arroje y perezcáis. Pero la nación que someta su cerviz al yugo de Babilonia y le sirva, yo la dejaré tranquila en su suelo, oráculo de Yahveh, y lo labrará y morará en él.» A Sedecías, rey de Judá, le hablé en estos mismos términos, diciendo: «Someted vuestras cervices al yugo del rey de Babilonia, servidle a él y a su pueblo, y quedaréis con vida. ¿A qué morir tú y tu pueblo por la espada, el hambre y la peste, como ha amenazado Yahveh a aquella nación que no sirva al rey de Babilonia? ¡No oigáis, pues, las palabras de los profetas que os dicen: “No serviréis al rey de Babilonia”, porque cosa falsa os profetizan, pues yo no les he enviado, oráculo de Yahveh, y ellos andan profetizando en mi Nombre falsamente; no sea que yo os arroje, y perezcáis vosotros y los profetas que os profetizan.» Y a los sacerdotes y a todo este pueblo les hablé diciendo: «Así dice Yahveh: No oigáis las palabras de vuestros profetas que os profetizan diciendo: “He aquí que el ajuar de la Casa de Yahveh va a ser devuelto de Babilonia en seguida”, porque cosa falsa os profetizan. No les hagáis caso. Servid al rey de Babilonia y quedaréis con vida. ¿Para qué ha de quedar esta ciudad arrasada? Y si ellos son profetas y la palabra de Yahveh les acompaña, que conjuren, ea, a Yahveh Sebaot para que los objetos que quedaron en la Casa de Yahveh, en la casa del rey de Judá y en Jerusalén no vayan a Babilonia. Porque así dice Yahveh Sebaot de las columnas, del Mar, de las basas y de los demás objetos que quedaron en esta ciudad, de los cuales no se apoderó Nabucodonosor, rey de Babilonia, al deportar a Jeconías, hijo de Yoyaquim, rey de Judá, de Jerusalén a Babilonia, así como a todos los nobles de Judá y Jerusalén. Sí, porque así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel, respecto a los objetos que quedaron en la Casa de Yahveh, en la casa del rey de Judá y en Jerusalén: A Babilonia serán llevados, y allí estarán hasta el día que yo los visite, oráculo de Yahveh, y entonces los subiré y devolveré a este lugar.» Aconteció en aquel mismo año, al principio del reinado de Sedecías, rey de Judá, en el año cuarto, en el mes quinto, que se dirigió a mí el profeta Jananías, hijo de Azzur, que era de Gabaón, en la Casa de Yahveh, a vista de los sacerdotes y de todo el pueblo diciendo: «Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: He quebrado el yugo del rey de Babilonia. Dentro de dos años completos yo hago devolver a este lugar todos los objetos de la Casa de Yahveh que el rey de Babilonia, Nabucodonosor, tomó de este lugar y llevó a Babilonia; y a Jeconías, hijo de Yoyaquim, rey de Judá, y a todos los deportados de Judá que han ido a Babilonia, yo les hago volver a este lugar, oráculo de Yahveh, en cuanto rompa el yugo del rey de Babilonia.» Dijo el profeta Jeremías al profeta Jananías, a vista de los sacerdotes y de todo el pueblo, que estaban parados en la Casa de Yahveh; dijo, pues, el profeta Jeremías: «¡Amen! Así haga Yahveh. Confirme Yahveh las palabras que has profetizado, devolviendo de Babilonia a este lugar los objetos de la Casa de Yahveh, y a todos los deportados. Pero, oye ahora esta palabra que pronunció a oídos tuyos y de todo el pueblo: Profetas hubo antes de mí y de ti desde siempre, que profetizaron a muchos países y a grandes reinos la guerra, el mal y la peste. Si un profeta profetiza la paz, cuando se cumpla la palabra del profeta, se reconocerá que le había enviado Yahveh de verdad.» Entonces tomó el profeta Jananías el yugo de sobre la cerviz del profeta Jeremías y lo rompió; y habló Jananías delante de todo el pueblo: «Así dice Yahveh: Así romperé el yugo de Nabucodonosor, rey de Babilonia, dentro de dos años completos, de sobre la cerviz de todas las naciones.» Y se fue el profeta Jeremías por su camino. Entonces fue dirigida la palabra de Yahveh a Jeremías en estos términos, después que el profeta Jananías hubo roto el yugo de sobre la cerviz del profeta Jeremías: «Ve y dices a Jananías: Así dice Yahveh: Yugo de palo has roto, pero tú lo reemplazarás por yugo de hierro. Porque así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Yugo de hierro he puesto sobre la cerviz de todas estas naciones, para que sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia, y le servirán, y también los animales del campo le he dado.» Dijo también el profeta Jeremías al profeta Jananías: «Oye, Jananías: No te envió Yahveh, y tú has hecho confiar a este pueblo en cosa falsa. Por eso, así dice Yahveh: He aquí que yo te arrojo de sobre la haz del suelo. Este año morirás, porque rebelión has predicado contra Yahveh).» Y murió el profeta Jananías aquel mismo año, en el mes séptimo. Este es el tenor de la carta que envió el profeta Jeremías desde Jerusalén al resto de los ancianos de la deportación, a los sacerdotes, profetas y pueblo en general, que había deportado Nabucodonosor desde Jerusalén a Babilonia, después de salir de Jerusalén el rey Jeconías y la Gran Dama, los eunucos, los jefes de Judá y Jerusalén, los herreros y cerrajeros, por mediación de Elasá, hijo de Safán, y de Guemarías, hijo de Jilquías, a quienes Sedecías, rey de Judá, envió a Babilonia, donde Nabucodonosor, rey de Babilonia: «Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel, a toda la deportación que deporté de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas y habitadlas; plantad huertos y comed su fruto; tomad mujeres y engendrad hijos e hijas; casad a vuestros hijos y dad vuestras hijas a maridos para que den a luz hijos e hijas, y medrad allí y no mengüéis; procurad el bien de la ciudad a donde os he deportado y orad por ella a Yahveh, porque su bien será el vuestro. Así dice Yahveh Sebaot, el dios de Israel: No os embauquen los profetas que hay entre vosotros ni vuestros adivinos, y no hagáis caso de vuestros soñadores que sueñan por cuenta propia, porque falsamente os profetizan en mi Nombre. Yo no los he enviado, oráculo de Yahveh. «Pues así dice Yahveh: Al filo de cumplírsele a Babilonia setenta años, yo os visitaré y confirmaré sobre vosotros mi favorable promesa de volveros a este lugar; que bien me sé los pensamientos que pienso sobre vosotros, oráculo de Yahveh, pensamientos de paz, y no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza. Me invocaréis y vendréis a rogarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis cuando me solicitéis de todo corazón; me dejaré encontrar de vosotros, oráculo de Yahveh; devolveré vuestros cautivos, os recogeré de todas las naciones y lugares a donde os arrojé, oráculo de Yahveh, y os haré tornar al sitio de donde os hice que fueseis desterrados. «En cuanto a eso que decís: “Nos ha suscitado Yahveh profetas en Babilonia”, así dice Yahveh del rey que se sienta sobre el solio de David y de todo el pueblo que se asienta en esta ciudad, los hermanos vuestros que no salieron con vosotros al destierro; así dice Yahveh Sebaot: He aquí que yo suelto contra ellos la espada, el hambre y la peste, y los pondré como aquellos higos reventados, tan malos que no se podían comer. Los perseguiré con la espada, el hambre y la peste, y los convertiré en espantajo para todos los reinos de la tierra: maldición, pasmo, rechifla y oprobio entre todas las naciones a donde los arroje, por cuanto que no oyeron las palabras, oráculo de Yahveh, que les envié por mis siervos los profetas asiduamente; pero no oísteis, oráculo de Yahveh. Vosotros, pues, oíd la palabra de Yahveh, todos los deportados que envié de Jerusalén a Babilonia. «Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel, sobre Ajab, hijo de Colaías, y sobre Sedecías, hijo de Maasías, que os profetizan falsamente en mi Nombre: He aquí que yo los pongo en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia; él los herirá ante vuestros ojos, y de ellos tomarán esta maldición todos los deportados de Judá que se encuentran en Babilonia: “Vuélvate Yahveh como a Sedecías y como a Ajab, a quienes asó al fuego el rey de Babilonia”, porque obraron con fatuidad en Jerusalén, cometieron adulterio con las mujeres de sus prójimos y fingieron pronunciar en mi Nombre palabras que yo no les mandé. Yo soy sabedor y testigo, oráculo de Yahveh.» Semaías el najlamita despachó en su propio nombre cartas, a todo el pueblo que hay en Jerusalén, a Sofonías, hijo del sacerdote Maasías, y a todos los sacerdotes, diciendo: «Yahveh te ha puesto por sacerdote en vez del sacerdote Yehoyadá como inspector en la Casa de Yahveh de todos los locos y seudoprofetas: tú debes meterlos en los cepos y en el calabozo. Pues entonces, ¿Por qué no has sancionado a Jeremías de Anatot que se os hace pasar por profeta? Porque, en efecto, nos ha enviado a Babilonia un mensaje diciendo: “Es para largo. Edificad casas y habitadlas; plantad huertos y comed su fruto”» El sacerdote Sofonías leyó esta carta a oídos del profeta Jeremías. Entonces fue dirigida la palabra de Yahveh a Jeremías en estos términos: «Envía este mensaje a todos los deportados: Así dice Yahveh respecto a Semaías el najlamita, por haberos profetizado sin haberle yo enviado, inspirándoos una falsa seguridad. Sí, por cierto, así dice Yahveh: He aquí que yo voy a visitar a Semaías el najlamita y a su descendencia. No habrá en ella ninguno que se siente en medio de este pueblo ni que vea el bien que yo haga a mi pueblo, oráculo de Yahveh, porque predicó la desobediencia a Yahveh.» Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte de Yahveh: Así dice Yahveh el Dios de Israel: Escríbete todas las palabras que te he hablado en un libro. Pues he aquí que vienen días, oráculo de Yahveh, en que haré tornar a los cautivos de mi pueblo Israel, y de Judá, dice Yahveh, y les haré volver a la tierra que di a sus padres en posesión. Estas son las palabras que dirigió Yahveh a Israel, y a Judá. Así dice Yahveh: Voces estremecedoras oímos: ¡Pánico, y no paz! Id a preguntar, y ved si pare el macho. Entonces ¿Por qué he visto a todo varón con las manos en las caderas, como la que da a luz, y todas las caras se han vuelto amarillas? ¡Ay! porque grande es aquel día, sin semejante, y tiempo de angustia es para Jacob; pero de ella quedará salvo. Acontecerá aquel día, oráculo de Yahveh Sebaot, que romperé el yugo de sobre tu cerviz y tus coyundas arrancaré, y no te servirán más los extranjeros, sino que Israel y Judá servirán a Yahveh su Dios y a David su rey, que yo les suscitaré. Pero tú no temas, siervo mío Jacob, oráculo de Yahveh ni desmayes, Israel, pues mira que yo acudo a salvarte desde lejos y tu linaje del país de su cautiverio; volverá Jacob, se sosegará y estará tranquilo, y no habrá quien le inquiete, pues contigo estoy yo, oráculo de Yahveh, para salvarte: pues acabaré con todas las naciones entre las cuales te dispersé. Pero contigo no acabaré; aunque sí te corregiré como conviene, ya que impune no te dejaré. Porque así dice Yahveh: Irremediable es tu quebranto, incurable tu herida. Estás desahuciado; para una herida hay cura, para ti no hay remedio. Todos tus amantes te olvidaron, por tu salud no preguntaron. Porque con herida de enemigo te herí, castigo de hombre cruel, por tu gran culpa, porque son enormes tus pecados. ¿Por qué te quejas de tu quebranto? Irremediable es tu sufrimiento; por tu gran culpa, por ser enormes tus pecados te he hecho esto. No obstante todos los que te devoran serán devorados, y todos tus opresores, todos ellos, irán al cautiverio; serán tus despojadores despojados, y a todos tus saqueadores los entregaré al saqueo. Sí; haré que tengas alivio, de tus llagas te curaré, oráculo de Yahveh. Porque «La Repudiada» te llamaron. «Sión de la que nadie se preocupa». Así dice Yahveh: He aquí que yo hago volver a los cautivos de las tiendas de Jacob y de sus mansiones me apiadaré; será reedificada la ciudad sobre su montículo de ruinas y el alcázar tal como era será restablecido. Y saldrá de entre ellos loor y voz de gente alegre; los multiplicaré y no serán pocos, los honraré y no serán menguados, sino que serán sus hijos como antes, su comunidad ante mí estará en pie, y yo visitaré a todos sus opresores. Será su soberano uno de ellos, su jefe de entre ellos saldrá, y le haré acercarse y él llegará hasta mí, porque ¿Quién es el que se jugaría la vida por llegarse hasta mí? Oráculo de Yahveh. Y vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios. Mirad que una tormenta de Yahveh ha estallado, un torbellino remolinea: sobre la cabeza de los malos descarga. No ha de apaciguarse el ardor de la ira de Yahveh hasta que la ejecute, y realice los designios de su corazón. En días futuros os percataréis de ello. En aquel tiempo, oráculo de Yahveh, seré el Dios de todas las familias de Israel, y ellos serán mi pueblo. Así dice Yahveh: Halló gracia en el desierto el pueblo que se libró de la espada: va a su descanso Israel. De lejos Yahveh se me apareció. Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti. Volveré a edificarte y serás reedificada, virgen de Israel; aún volverás a tener el adorno de tus adufes, y saldrás a bailar entre gentes festivas. Aún volverás a plantar viñas en los montes de Samaría: plantarán los plantadores, y disfrutarán. Pues habrá un día en que griten los centinelas en la montaña de Efraím: «¡Levantaos y subamos a Sión, adonde Yahveh, el Dios nuestro!» Pues así dice Yahveh: Dad hurras por Jacob con alegría, y gritos por la capital de las naciones; hacedlo oír, alabad y decid: «¡Ha salvado Yahveh a su pueblo, al Resto de Israel!» Mirad que yo los traigo del país del norte, y los recojo de los confines de la tierra. Entre ellos, el ciego y el cojo, la preñada y la parida a una. Gran asamblea vuelve acá. Con lloro vienen y con súplicas los devuelvo, los llevo a arroyos de agua por camino llano, en que no tropiecen. Porque yo soy para Israel un padre, y Efraím es mi primogénito. Oíd la palabra de Yahveh, naciones, y anunciad por las islas a lo lejos, y decid: «Él que dispersó a Israel le reunirá y le guardará cual un pastor su hato.» Porque ha rescatado Yahveh a Jacob, y le ha redimido de la mano de otro más fuerte. Vendrán y darán hurras en la cima de Sión y acudirán al regalo de Yahveh: al grano, al mosto, y al aceite virgen, a las crías de ovejas y de vacas, y será su alma como huerto empapado, no volverán a estar ya macilentos. Entonces se alegrará la doncella en el baile, los mozos y los viejos juntos, y cambiaré su duelo en regocijo, y les consolaré y alegraré de su tristeza; empaparé el alma de los sacerdotes de grasa, y mi pueblo de mi regalo se hartará, oráculo de Yahveh. Así dice Yahveh: En Ramá se escuchan ayes, lloro amarguísimo. Raquel que llora por sus hijos, que rehúsa consolarse, por sus hijos, porque no existen. Así dice Yahveh: Reprime tu voz del lloro y tus ojos del llanto, porque hay paga para tu trabajo, oráculo de Yahveh: volverán de tierra hostil, y hay esperanza para tu futuro, oráculo de Yahveh: volverán los hijos a su territorio. Bien he oído a Efraím lamentarse: «Me corregiste y corregido fui, cual becerro no domado. Hazme volver y volveré, pues tú, Yahveh, eres mi Dios. Porque luego de desviarme, me arrepiento, y luego de darme cuenta, me golpeo el pecho, me avergüenzo y me confundo luego, porque aguanto el oprobio de mi mocedad.» ¿Es un hijo tan caro para mí Efraím, o niño tan mimado, que tras haberme dado tanto que hablar, tenga que recordarlo todavía? Pues, en efecto, se han conmovido mis entrañas por él; ternura hacia él no ha de faltarme, oráculo de Yahveh. Plántate hitos, ponte jalones de ruta, presta atención a la calzada al camino que anduviste. Vuelve, virgen de Israel, vuelve a estas ciudades. ¿Hasta cuándo darás rodeos, oh díscola muchacha? Pues ha creado Yahveh una novedad en la tierra: la Mujer ronda al Varón. Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Todavía dirán este refrán en tierra de Judá y en sus ciudades, cuando yo haga volver a sus cautivos: «¡Bendígate Yahveh, oh estancia justa, oh monte santo!» Y morarán allí Judá y todas sus ciudades juntamente, los labradores y los que trashuman con el rebaño, porque yo empaparé el alma agotada y toda alma macilenta colmaré. En esto, me desperté y vi que mi sueño era sabroso para mí. He aquí que días vienen, oráculo de Yahveh, en que sembraré la casa de Israel y la casa de Judá de simiente de hombres y ganados. Entonces, del mismo modo que anduve presto contra ellos para extirpar, destruir, arruinar, perder y dañar, así andaré respecto a ellos para reconstruir y replantar, oráculo de Yahveh. En aquellos días no dirán más: «Los padres comieron el agraz, y los dientes de los hijos sufren de dentera»; sino que cada uno por su culpa morirá: quienquiera que coma el agraz tendrá la dentera. He aquí que días vienen, oráculo de Yahveh, en que yo pactaré con la casa de Israel, y con la casa de Judá, una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice estrago en ellos, oráculo de Yahveh. Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días, oráculo de Yahveh: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: «Conoced a Yahveh», pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande, oráculo de Yahveh, cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme. Así dice Yahveh, el que da el Sol para alumbrar el día, y gobierna la luna y las estrellas para alumbrar la noche, el que agita el mar y hace bramar sus olas, cuyo nombre es Yahveh Sebaot. Si fallaren estas normas en mi presencia, oráculo de Yahveh, también la prole de Israel dejaría de ser una nación en mi presencia a perpetuidad. Así dice Yahveh: Si fueren medidos los cielos por arriba, y sondeadas las bases de la tierra por abajo, entonces también yo renegaría de todo el linaje de Israel por todo cuanto hicieron, oráculo de Yahveh. He aquí que vienen días, oráculo de Yahveh, en que será reconstruida la ciudad de Yahveh desde la torre de Jananel hasta la Puerta del Ángulo; y volverá a salir la cuerda de medir toda derecha hasta la cuesta de Gareb, y torcerá hasta Goá, y toda la hondonada de los Cuerpos Muertos y de la Ceniza, y toda la Campa del Muerto hasta el torrente Cedrón, hasta la esquina de la Puerta de los Caballos hacia oriente será sagrado de Yahveh: no volverá a ser destruido ni dado al anatema nunca jamás. Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte de Yahveh el año diez de Sedecías, rey de Judá, o sea, el año dieciocho de Nabucodonosor: A la sazón las fuerzas del rey de Babilonia sitiaban a Jerusalén, mientras el profeta Jeremías estaba detenido en el patio de la guardia de la casa del rey de Judá, donde le tenía detenido Sedecías, rey de Judá, bajo esta acusación: «¿Por qué has profetizado: Así dice Yahveh: He aquí que yo entrego esta ciudad en manos del rey de Babilonia, que la tomará, y el rey de Judá, Sedecías, no escapará de manos de los caldeos, sino que será entregado sin remisión en manos del rey de Babilonia, con quien hablará boca a boca, y sus ojos se encontrarán con sus ojos, y a Babilonia llevará a Sedecías, y allí estará, hasta que yo le visite, oráculo de Yahveh. ¡Aunque luchéis con los caldeos, no triunfaréis!» Dijo Jeremías: He recibido una palabra de Yahveh que dice así: «He aquí que Janamel, hijo de tu tío Sallum, va a dirigirse a ti diciendo: “Ea, cómprame el campo de Anatot, porque a ti te toca el derecho de rescate para comprarlo.”» Vino, pues, a mí Janamel, hijo de mi tío, conforme al dicho de Yahveh, al patio de la guardia, y me dijo: «Ea, cómprame el campo de Anatot, que cae en territorio de Benjamín, porque tuyo es el derecho de adquisición y a ti te toca el rescate. Cómpratelo.» Yo reconocí en aquello la palabra de Yahveh, y compré a Janamel, hijo de mi tío, el campo que está en Anatot. Le pesé la plata: diecisiete siclos de plata. Lo apunté en mi escritura, sellé, aduje testigos y pesé la plata en la balanza. Luego tomé la escritura de la compra, el documento sellado según ley y la copia abierta, y pasé la escritura de la compra a Baruc, hijo de Neriyías, hijo de Majseías, a vista de mi primo Janamel y de los testigos firmantes en la escritura de la compra, y a vista de todos los judíos presentes en el patio de la guardia, y a vista de todos ellos di a Baruc este encargo: Así dice Yahveh Sebaot el Dios de Israel: Toma estas escrituras: la escritura de compra, el documento sellado y la copia abierta, y las pones en un cántaro de arcilla para que duren mucho tiempo. Porque así dice Yahveh Sebaot el Dios de Israel: «Todavía se comprarán casas y campos y viñas en esta tierra.» Después de haber entregado la escritura de propiedad a Baruc, hijo de Neriyías, oré a Yahveh diciendo: «¡Ay, Señor Yahveh! He aquí que tú hiciste los cielos y la tierra con tu gran poder y tenso brazo: nada es extraordinario para ti, el que hace merced a millares, que se cobra la culpa de los padres a costa de los hijos que les suceden, el Dios grande, el Fuerte, cuyo nombre es Yahveh Sebaot, grande en designios y rico en recursos, que tiene los ojos fijos en la conducta de los humanos, para dar a cada uno según su conducta y el fruto de sus obras; tú que has obrado señales y portentos en Egipto, hasta hoy, y en Israel y en la humanidad entera, y te has hecho un nombre, como hoy se ve; y sacaste a tu pueblo Israel de Egipto con señales y prodigios y con mano fuerte y tenso brazo y con gran aparato, y les diste esta tierra que habías jurado darla a sus padres: tierra que mana leche y miel. Entraron en ella y la poseyeron, pero no hicieron caso de tu voz ni conforme a tus leyes anduvieron: nada de lo que les mandaste hacer hicieron, y les conminaste con esta calamidad. He aquí que los terraplenes llegan a la ciudad para tomarla y la ciudad está ya a merced de los caldeos que la atacan, por causa de la espada y del hambre y de la peste; lo que habías dicho, ha sido, y tú mismo lo estás viendo. ¡Precisamente tú me has dicho, oh Señor Yahveh: “Cómprate el campo y aduce testigos” cuando la ciudad está entregada a manos de los caldeos!» Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh como sigue: Mira que yo soy Yahveh, el Dios de toda carne. ¿Habrá cosa extraordinaria para mi? Pues así dice Yahveh: He aquí que yo pongo esta ciudad en manos de los caldeos y en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, que la tomará, y entrarán los caldeos que atacan a esta ciudad y le prenderán fuego incendiándola junto con las casas en cuyos terrados se incensaba a Baal y se libaban libaciones a otros dioses para provocarme. Porque los hijos de Israel y los hijos de Judá no han hecho otra cosa sino lo que me disgusta desde sus mocedades, porque los hijos de Israel no han hecho más que provocarme con las obras de sus manos, oráculo de Yahveh. Porque motivo de mi furor y de mi ira ha sido para mí esta ciudad, desde el día en que la edificaron hasta hoy, que es como para quitármela de delante, por toda la maldad de los hijos de Israel y de los hijos de Judá, que, para provocarme, obraron ellos, sus reyes, sus jefes, sus sacerdotes y profetas, el hombre de Judá y el habitante de Jerusalén, y me volvieron la espalda, que no la cara. Yo les adoctriné asiduamente, mas ellos no quisieron aprender la lección, sino que pusieron sus Monstruos abominables en la Casa que llaman por mi Nombre, profanándola, y fraguaron los altos del Baal que hay en el Valle de Ben Hinnom para hacer pasar por el fuego a sus hijos e hijas en honor del Moloc, lo que no les mandé ni me pasó por las mientes, obrando semejante abominación con el fin de hacer pecar a Judá. Ahora, pues, en verdad así dice Yahveh, el Dios de Israel, acerca de esta ciudad que, al decir de vosotros, está ya a merced del rey de Babilonia por la espada, por el hambre y por la peste. He aquí que yo los reúno de todos los países a donde los empujé en mi ira y mi furor y enojo grande, y les haré volver a este lugar, y les haré vivir en seguridad, serán mi pueblo, y yo seré su Dios; y les daré otro corazón y otro camino, de suerte que me teman todos los días para bien de ellos y de sus hijos después de ellos. Les pactaré alianza eterna, que no revocaré después de ellos, de hacerles bien, y pondré mi temor en sus corazones, de modo que no se aparten de junto a mí; me dedicaré a hacerles bien, y los plantaré en esta tierra firmemente, con todo mi corazón y con toda mi alma. Porque así dice Yahveh: Como he traído sobre este pueblo todo este gran perjuicio, así yo mismo voy a traer sobre ellos todo el beneficio que pronuncio sobre ellos, y se comprarán campos en esta tierra de la que decís vosotros que es una desolación, sin personas ni ganados, y que está a merced de los caldeos; se comprarán campos con dinero, anotándose en escritura, sellándose y llamando testigos, en la tierra de Benjamín y en los contornos de Jerusalén, en las ciudades de Judá, en las de la Montaña, en las de la Tierra Baja y en las del Négueb, pues haré tornar a sus cautivos, oráculo de Yahveh. De nuevo fue dirigida la palabra de Yahveh a Jeremías, que estaba aún detenido en el patio de la guardia, en estos términos: Así dice Yahveh, hacedor de la tierra, que la formó para hacerla subsistir, Yahveh es su nombre: Llámame y te responderé y mostraré cosas grandes, inaccesibles, que desconocías. Porque así dice Yahveh, el Dios de Israel, tocante a las casas de esta ciudad y a las de los reyes de Judá que han sido destruidas. Junto a los terraplenes y a la espada, se traba combate con los caldeos para llenar la ciudad de cadáveres humanos, a los que herí en mi ira y mi furor, y por cuya malicia oculté mi rostro de esta ciudad. He aquí que yo les aporto su alivio y su medicina. Los curaré y les descubriré una corona de paz y seguridad. Haré tornar a los cautivos de Judá y a los cautivos de Israel y los reedificaré como en el pasado, y los purificaré de toda culpa que cometieron contra mí, y perdonaré todas las culpas que cometieron contra mí, y con que me fueron rebeldes. Jerusalén será para mí un nombre evocador de alegría, será prez y ornato para todas las naciones de la tierra que oyeren todo el bien que voy a hacerle, y se asustarán y estremecerán de tanta bondad y de tanta paz como voy a concederle. Así dice Yahveh: Aún se oirá en este lugar, del que vosotros decís que está abandonado, sin personas ni ganados, en todas las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén desoladas, sin personas ni habitantes ni ganados, voz de gozo y de alegría, la voz del novio y la voz de la novia, la voz de cuantos traigan sacrificios de alabanza a la Casa de Yahveh diciendo: «Alabad a Yahveh Sebaot, porque es bueno Yahveh, porque es eterno su amor», pues haré tomar a los cautivos del país, y volverán a ser como antes, dice Yahveh. Así dice Yahveh Sebaot: Aún habrá en este lugar abandonado de hombres y ganados y en todas sus ciudades, dehesa de pastores que hagan acostarse a las ovejas: en las ciudades de la Montaña, y en las de la Tierra Baja, en las del Négueb y en la tierra de Benjamín y en los contornos de Jerusalén y en las ciudades de Judá, volverán a pasar ovejas ante la mano del que las cuente, dice Yahveh. Mirad que días vienen, oráculo de Yahveh, en que confirmaré la buena palabra que dije a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella sazón haré brotar para David un Germen justo, y practicará el derecho y la justicia en la tierra. En aquellos días estará a salvo Judá, y Jerusalén vivirá en seguro. Y así se la llamará: «Yahveh, justicia nuestra.» Pues así dice Yahveh: No le faltará a David quien se siente en el trono de la casa de Israel; y a los sacerdotes levíticos no les faltará quien en presencia mía eleve holocaustos y queme incienso de oblación y haga sacrificio cada día. Fue dirigida la palabra de Yahveh a Jeremías como sigue: Así dice Yahveh: Si llegareis a romper mi alianza con el día y con
la noche, de suerte que no sea de día o de noche a su debido tiempo, entonces también mi alianza romperíais con mi siervo David, de suerte que le falte un hijo que reine sobre su trono y con los levitas sacerdotes, mis servidores. Así como es incontable el ejército de los cielos, e incalculable la arena de la mar, así multiplicaré el linaje de mi siervo David y de los levitas que me sirven. Fue dirigida la palabra de Yahveh a Jeremías como sigue: ¿No has visto qué ha dicho este pueblo?: «Los dos linajes que había elegido Yahveh, los ha rechazado», y a mi pueblo menosprecian, como que ni lo tienen por nación. Pues bien, dice Yahveh: Si no he creado el día y la noche ni las leyes de los cielos y la tierra he puesto, en ese caso también rechazaré el linaje de Jacob y de mi siervo David, para no escoger más de su linaje a quienes imperen sobre el linaje de Abraham, Isaac y Jacob, cuando yo haga tornar a sus cautivos y les tenga misericordia. Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte de Yahveh, mientras Nabucodonosor, rey de Babilonia, y todas sus fuerzas y todos los reinos de la tierra sometidos a su poder y todos los pueblos atacaban a Jerusalén y a todas sus ciudades: Así dice Yahveh el Dios de Israel: Ve y dices a Sedecías, rey de Judá; le dices: Así dice Yahveh: «Mira que yo entrego esta ciudad en manos del rey de Babilonia, y la incendiará. En cuanto a ti, no te escaparás de su mano, sino que sin falta serás capturado, y en sus manos te pondré y tus ojos verán los ojos del rey de Babilonia, y su boca hablará a tu boca, y a Babilonia irás. Empero, oye una palabra de Yahveh, oh Sedecías, rey de Judá: Así dice Yahveh respecto a ti: No morirás por la espada. En paz morirás. Y como se quemaron perfumes por tus padres, los reyes antepasados que te precedieron, así los quemarán por ti, y con el «¡Ay, señor!» te plañirán, porque lo digo yo, oráculo de Yahveh. Y habló el profeta Jeremías a Sedecías, rey de Judá, todas estas palabras en Jerusalén, mientras las fuerzas del rey de Babilonia atacaban a Jerusalén y a todas las ciudades de Judá que quedaban: a Lakís y Azecá, pues estas dos plazas fuertes habían quedado de todas las ciudades de Judá. Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte de Yahveh, después de llegar el rey Sedecías a un acuerdo con todo el pueblo de Jerusalén, proclamándoles una manumisión, en orden a dejar cada uno a su siervo o esclava hebreos libres dándoles la libertad de suerte que ningún judío fuera siervo de su hermano. Todos los jefes y todo el pueblo que entraba en el acuerdo obedecieron, dejando libres quién a su siervo, quién a su esclava, dándoles la libertad de modo que no hubiese entre ellos más esclavos: obedecieron y les dejaron libres. Pero luego volvieron a apoderarse de los siervos y esclavas que habían manumitido y los redujeron a servidumbre y esclavitud. Entonces fue dirigida la palabra de Yahveh a Jeremías en estos términos: Así dice Yahveh, el Dios de Israel: yo hice alianza con vuestros padres el día que los saqué de Egipto, de la casa de servidumbre, diciendo: «Al cabo de siete años cada uno de vosotros dejará libre al hermano hebreo que se le hubiera vendido. Te servirá por seis años, y le enviarás libre de junto a ti.» Pero no me hicieron caso vuestros padres ni aplicaron el oído. Vosotros os habéis convertido hoy y habéis hecho lo que es recto a mis ojos proclamando manumisión general, y llegando a un acuerdo en mi presencia, en la Casa que se llama por mi Nombre; pero os habéis echado atrás y profanado mi Nombre, os habéis apoderado de vuestros respectivos siervos y esclavas a quienes habíais manumitido, reduciéndolos de nuevo a esclavitud. Por tanto, así dice Yahveh: Vosotros no me habéis hecho caso al proclamar manumisión general. He aquí que yo proclamo contra vosotros manumisión de la espada, de la peste y del hambre, oráculo de Yahveh, y os doy por espantajo de todos los reinos de la tierra. Y a los individuos que traspasaron mi acuerdo, aquellos que no han hecho válidos los términos del acuerdo que firmaron en mi presencia, yo los volveré como el becerro que cortaron en dos y por entre cuyos pedazos pasaron: a los jefes de Judá, los jefes de Jerusalén, los eunucos, los sacerdotes y todo el pueblo de la tierra que han pasado por entre los pedazos del becerro, les pondré en manos de sus enemigos y de quienes buscan su muerte y sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de las bestias de la tierra. Y a Sedecías, rey de Judá, y a sus jefes les pondré en manos de sus enemigos y de quienes buscan su muerte y del ejército del rey de Babilonia que se ha retirado de vosotros. Mirad que yo lo ordeno, oráculo de Yahveh, y les hago volver sobre esta ciudad, y la atacarán, la tomarán y le darán fuego, y las ciudades de Judá las trocaré en desolación sin habitantes. Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte de Yahveh, en tiempo de Yoyaquim, hijo de Josías, rey de Judá. «Ve a la casa de los rekabitas y les hablas. Les llevas a la Casa de Yahveh, a una de las cámaras, y les escancias vino.» Tomé, pues, a Yazanías, hijo de Jeremías, hijo de Jabassinías, y a sus hermanos, a todos sus hijos y a toda la casa de los rekabitas, y les llevé a la Casa de Yahveh, a la cámara de Ben Yojanán, hijo de Yigdalías, hombre de Dios, la cual cámara está al lado de la de los jefes, y encima de la de Maaseías, hijo de Sallum, guarda del umbral, y presentando a los hijos de la casa de los rekabitas unos jarros llenos de vino y tazas, les dije: «¡Bebed vino!» Dijeron ellos: «No bebemos vino, porque nuestro padre Yonadab, hijo de Rekab, nos dio este mandato: “No beberéis vino ni vosotros ni vuestros hijos nunca jamás ni edificaréis casa ni sembraréis semilla ni plantaréis viñedo ni poseeréis nada, sino que en tiendas pasaréis toda vuestra existencia, para que viváis muchos días sobre la faz del suelo, donde sois forasteros.” Nosotros hemos obedecido a la voz de nuestro padre Yonadab, hijo de Rekab, en todo cuanto nos mandó, absteniéndonos de beber vino de por vida, nosotros, nuestras mujeres, nuestros hijos y nuestras hijas, y no edificando casas donde vivir ni poseyendo viña ni campo de sementera, sino que hemos vivido en tiendas, obedeciendo y obrando en todo conforme a lo que nos mandó nuestro padre Yonadab. Pero al subir Nabucodonosor, rey de Babilonia, contra el país, dijimos: “Venid y entremos en Jerusalén, para huir de las fuerzas caldeas y de las de Arán”, y nos instalamos en Jerusalén.» Entonces fue dirigida la palabra de Yahveh a Jeremías como sigue: Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Ve y dices a los hombres de Judá y a los habitantes de Jerusalén: ¿No aprenderéis la lección que os invita a escuchar mis palabras? Oráculo de Yahveh. Se ha cumplido la palabra de Yonadab, hijo de Rekab, que prohibió a sus hijos beber vino, y no han bebido hasta la fecha, porque obedecieron la orden de su padre. Yo me afané en hablaros a vosotros y no me oísteis. Me afané en enviaros a todos mis siervos los profetas a deciros: Ea, tornad cada uno de vuestro mal camino, mejorad vuestras acciones y no andéis en pos de otros dioses para servirles, y os quedaréis en la tierra que os di a vosotros y a vuestros padres; mas no aplicasteis el oído ni me hicisteis caso. Así, los hijos de Yonadab, hijo de Rekab, han cumplido el precepto que su padre les impuso, mientras que este pueblo no me ha hecho caso. Por tanto, así ha dicho Yahveh, el Dios Sebaot, el Dios de Israel: He aquí que yo traigo contra Judá y contra los habitantes de Jerusalén todo el mal que pronuncié respecto a ellos, por cuanto les hablé y no me oyeron, les llamé y no me respondieron. A la casa de los rekabitas dijo Jeremías: «Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Por cuanto que habéis hecho caso del precepto de vuestro padre Yonadab y habéis guardado todos esos preceptos y obrado conforme a cuanto os mandó, por lo mismo, así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: No faltará a Yonadab, hijo de Rekab, quien siga ante mi faz todos los días.» Aconteció que en el año cuarto de Yoyaquim, hijo de Josías, rey de Judá, fue dirigida esta palabra a Jeremías de parte de Yahveh: Tómate un rollo de escribir, y apuntas en él todas las palabras que te he hablado tocante a Israel, a Judá y a todas las naciones, desde la fecha en que te vengo hablando, desde los tiempos de Josías hasta hoy. A ver si la casa de Judá se entera de todo el mal que he pensado hacerle, de modo que se convierta cada uno de su mal camino, y entonces yo perdonaría su culpa y su pecado. Llamó, pues, Jeremías a Baruc, hijo de Neriyías, y apuntó Baruc al dictado de Jeremías todas las palabras que Yahveh le había hablado, en un rollo de escribir. Dio Jeremías a Baruc estas instrucciones: «Yo estoy detenido; no puedo ir a la Casa de Yahveh. Así que, vete tú, y lees en voz alta el rollo en que has apuntado al dictado mío las palabras de Yahveh, a oídos del público de la Casa de Yahveh el día del ayuno, y las lees también a oídos de todos los de Judá que vienen de sus ciudades; a ver si presentan sus súplicas a Yahveh, y se vuelven cada uno de su mal camino; porque grande es la ira y el furor que ha expresado Yahveh contra este pueblo.» Hizo Baruc, hijo de Neriyías, conforme a todo cuanto le había mandado el profeta Jeremías, y leyó en el libro las palabras de Yahveh en la Casa de Yahveh. Precisamente en el año quinto de Yoyaquim, hijo de Josías, rey de Judá, el mes noveno, se proclamaba ayuno general delante de Yahveh, tanto para el pueblo de Jerusalén como para toda la gente venida de las ciudades de Judá a Jerusalén. Baruc, pues, leyó en el libro las palabras de Jeremías en la Casa de Yahveh, en la cámara de Guemarías, hijo de Safán el escriba, en el patio alto, a la entrada de la Puerta Nueva de la Casa de Yahveh, a oídos de todo el pueblo. Oye Miqueas, hijo de Guemarías, hijo de Safán, todas las palabras de Yahveh según el libro, baja a la casa del rey, al cuarto del escriba, y se encuentra con que allí estaban todos los jefes sentados: el escribano Elisamá, Delaías, hijo de Semaías, Elnatán, hijo de Akbor, Guemarías, hijo de Safán, Sedecías, hijo de Jananías, y todos los demás jefes. Y Miqueas declaró todas las palabras que había oído leer a Baruc en el libro a oídos del pueblo. Entonces todos los jefes enviaron a Yehudí, hijo de Netanías, hijo de Selemías, hijo de Kusí a decir a Baruc: «Toma en tus propias manos el rollo en el que has leído en voz alta al pueblo y vente.» Baruc, hijo de Neriyías, tomó el rollo en sus manos y se dirigió adonde ellos. Dícenle: «Ea, siéntate y ten a bien leérnoslo a nosotros.» Y Baruc se lo leyó. Como oyeron todas aquellas palabras, se asustaron y dijeron cada cual a su vecino: «Anunciemos sin falta al rey todas estas palabras.» Y a Baruc le pidieron: «Explícanos cómo has escrito todas estas palabras.» Díceles Baruc: «Al dictado. Él me recitaba todas estas palabras y yo las iba escribiendo en el libro con tinta.» Dicen los jefes a Baruc: «Vete, escondeos tú y Jeremías, y que nadie sepa dónde estáis.» Y entraron adonde el rey, a la corte, el rollo lo consignaron en la cámara de Elisamá el escriba, y anunciaron a oídos del rey todas aquellas palabras. Entonces envió el rey a Yehudí a apoderarse del rollo, y éste lo tomó del cuarto de Elisamá el escriba. Y Yehudí lo leyó en voz alta al rey y a todos los jefes que estaban en pie en torno al rey. El rey estaba sentado en la casa de invierno, era en el mes noveno, con un brasero delante encendido. Y así que había leído Yehudí tres hojas o cuatro, él las rasgaba con el cortaplumas del escriba y las echaba al fuego del brasero, hasta terminar con todo el rollo en el fuego del brasero. Ni se asustaron ni se rasgaron los vestidos el rey ni ninguno de sus siervos que oían todas estas cosas, y por más que Elnatán, Delaías y Guemarías suplicaron el rey que no quemara el rollo, no les hizo caso. Luego el rey ordenó a Yerajmeel, hijo del rey, a Seraías, hijo de Azriel, y a Selemías, hijo de Abdel, apoderarse del escriba Baruc y del profeta Jeremías, pero Yahveh los ocultó. Entonces fue dirigida la palabra de Yahveh a Jeremías, tras de haber quemado el rey el rollo y las cosas que había escrito Baruc al dictado de Jeremías, como sigue: «Vuelve a tomar otro rollo y escribe en él todas las cosas que antes había en el primer rollo que quemó Yoyaquim, rey de Judá. Y a Yoyaquim, rey de Judá, le dices: Así dice Yahveh: Tú has quemado aquel rollo, diciendo: “¿Por qué has escrito en él: Vendrá sin falta el rey de Babilonia y destruirá esta tierra y se llevará cautivos de ella a hombres y bestias?” Por tanto, así dice Yahveh a propósito de Yoyaquim, rey de Judá: No tendrá quien le suceda en el trono de David y su propio cadáver yacerá tirado, expuesto al calor del día y al frío de la noche. Yo pasaré revista a sus culpas y las de su linaje y sus siervos, y traeré sobre ellos y sobre todos los habitantes de Jerusalén y los hombres de Judá todo el mal que les dije, sin que hicieran caso.» Entonces Jeremías tomó otro rollo, que dio al escriba Baruc, hijo de Neriyías, y éste escribió al dictado de Jeremías todas las palabras del libro que había quemado Yoyaquim, rey de Judá, e incluso se añadió a aquéllas otras muchas por el estilo. Vino a reinar, en vez de Konías, hijo de Yoyaquim, el rey Sedecías, hijo de Josías, al que Nabucodonosor, rey de Babilonia, puso por rey en tierra de Judá, pero tampoco él ni sus siervos ni el pueblo de la tierra, hicieron caso de las palabras que Yahveh había hablado por medio del profeta Jeremías. El rey Sedecías envió a Yukal, hijo de Selemías, y al sacerdote Sofonías, hijo de Maaseías, a decir al profeta Jeremías: «¡Ea! Ruega por nosotros a nuestro Dios Yahveh.» Y Jeremías iba y venía en público, pues no le habían encarcelado. Las fuerzas de Faraón salieron de Egipto, y al oír hablar de ellos los caldeos que sitiaban a Jerusalén, levantaron el sitio de Jerusalén. Entonces fue dirigida la palabra de Yahveh al profeta Jeremías: Así dice Yahveh, el Dios de Israel: Así diréis al rey de Judá que os envía a mí, a consultarme: He aquí que las fuerzas de Faraón que salían en vuestro socorro se han vuelto a su tierra de Egipto, y volverán los caldeos que atacan a esta ciudad, la tomarán y la incendiarán. Así dice Yahveh: No cobréis ánimos diciendo: «Seguro que los caldeos terminarán por dejarnos y marcharse»; porque no se marcharán, pues aunque hubieseis derrotado a todas las fuerzas de los caldeos que os atacan y les quedaren sólo hombres acribillados, se levantarían cada cual en su tienda e incendiarían esta ciudad. Cuando las tropas caldeas estaban levantando el sitio de Jerusalén, replegándose ante las tropas del Faraón, aconteció que Jeremías salía de Jerusalén para ir a tierra de Benjamín a asistir a un reparto en el pueblo. Y encontrándose él en la puerta de Benjamín, donde había un vigilante llamado Yiriyías, hijo de Selemías, hijo de Jananías, éste prendió al profeta Jeremías diciendo: «¡Tú te pasas a los caldeos!» Dice Jeremías: «¡Falso! Yo no me paso a los caldeos.» Pero Yiriyías no le hizo caso, y poniendo preso a Jeremías, le llevó a los jefes, los cuales se irritaron contra Jeremías, le dieron de golpes y le encarcelaron en casa del escriba Jonatán, convertida en prisión. Así que Jeremías ingresó en el calabozo y en las bóvedas y permaneció allí mucho tiempo. El rey Sedecías mandó traerle, y le interrogó en su casa, en secreto: «¿Hay algo de parte de Yahveh?» Dijo Jeremías: «Lo hay.» Y añadió: «En mano del rey de Babilonia serás entregado.» Y dijo Jeremías al rey Sedecías: «¿En qué te he faltado a ti, a tus siervos y a este pueblo, para que me hayáis puesto en prisión? ¿Pues dónde están vuestros profetas que os profetizaban: “No vendrá el rey de Babilonia contra vosotros ni contra esta tierra? Ahora, pues, oiga el rey mi señor, caiga bien en tu presencia mi petición de gracia y no me vuelvas a casa del escriba Jonatán, no muera yo allí.» Entonces el rey Sedecías mandó que custodiasen a Jeremías en el patio de la guardia y se le diese un rosco de pan por día de la calle de los panaderos, hasta que se acabase todo el pan de la ciudad. Y Jeremías permaneció en el patio de la guardia. Oyeron Sefatías, hijo de Mattán, Guedalías, hijo de Pasjur, hijo de Malkiyías, las palabras que Jeremías hablaba a todo el pueblo: «Así dice Yahveh: Quien se quede en esta ciudad, morirá de espada, de hambre y de peste, mas el que se entregue a los caldeos vivirá, y eso saldrá ganando. Así dice Yahveh: Sin remisión será entregada esta ciudad en mano de las tropas del rey de Babilonia, que la tomará.» Y dijeron aquellos jefes al rey: «Ea, hágase morir a ese hombre, porque con eso desmoraliza a los guerreros que quedan en esta ciudad y a toda la plebe, diciéndoles tales cosas. Porque este hombre no procura en absoluto el bien del pueblo, sino su daño.» Dijo el rey Sedecías: «Ahí le tenéis en vuestras manos, pues nada podría el rey contra vosotros.» Ellos se apoderaron de Jeremías, y lo echaron a la cisterna de Malkiyías, hijo del rey, que había en el patio de la guardia, descolgando a Jeremías con sogas. En el pozo no había agua, sino fango, y Jeremías se hundió en el fango. Pero Ebed Mélek el kusita, un eunuco de la casa del rey, oyó que habían metido a Jeremías en la cisterna. El rey estaba sentado en la puerta de Benjamín. Salió Ebed Mélek de la casa del rey, y habló al rey en estos términos: «Oh mi señor el rey, está mal hecho todo cuanto esos hombres han hecho con el profeta Jeremías, arrojándole a la cisterna. Total lo mismo se iba a morir de hambre, pues no quedan ya víveres en la ciudad.» Entonces ordenó el rey a Ebed Mélek el kusita: «Toma tú mismo de aquí treinta hombres, y subes al profeta Jeremías del pozo antes de que muera.» Ebed Mélek tomó consigo a los hombres y entrando en la casa del rey, al vestuario del tesoro, tomó allí deshechos de paños y telas, y con sogas los descolgó por la cisterna hasta Jeremías. Dijo Ebed Mélek el kusita a Jeremías: «Hala, ponte los deshechos de paños y telas entre los sobacos y las sogas.» Así lo hizo Jeremías, y halando a Jeremías con las sogas le subieron de la cisterna. Y Jeremías se quedó en el patio de la guardia. Entonces el rey Sedecías mandó traer al profeta Jeremías a la entrada tercera que había en la Casa de Yahveh, y dijo el rey a Jeremías: «Yo te pregunto una cosa: no me ocultes nada.» Dijo Jeremías a Sedecías: «Si te soy sincero, seguro que me matarás; y aunque te aconseje, no me escucharás.» El rey Sedecías juró a Jeremías en secreto: «Por vida de Yahveh, y por la vida que nos ha dado, que no te haré morir ni te entregaré en manos de estos hombres que andan buscando tu muerte.» Dijo Jeremías a Sedecías: «Así dice Yahveh, el Dios Sebaot, el Dios de Israel: Si sales a entregarte a los jefes del rey de Babilonia, vivirás tú mismo y esta ciudad no será incendiada: tanto tú como los tuyos viviréis. Pero si no te entregas a los jefes del rey de Babilonia, esta ciudad será puesta en manos de los caldeos e incendiada, y tú no escaparás de sus manos.» Dijo el rey Sedecías a Jeremías: «Me preocupan los judíos que se han pasado a los caldeos, no vaya a ser que me entreguen en sus manos, y éstos hagan mofa de mí.» Pero replicó Jeremías: «No te entregarán. ¡Ea!, oye la voz de Yahveh en esto que te digo, que te resultará bien y quedarás con vida. Mas si rehusas a salir, esto es lo que me ha mostrado Yahveh. Mira que todas las mujeres que han permanecido en la casa del rey de Judá serán sacadas adonde los jefes del rey de Babilonia, e irán diciendo: Te empujaron y pudieron contigo aquellos con quienes te saludabas. Se hundieron en el lodo tus pies, hiciéronse atrás. Y a todas tus mujeres y tus hijos irán sacando adonde los caldeos, y tú no escaparás de ellos, sino que en manos del rey de Babilonia serás puesto, y esta ciudad será incendiada.» Entonces dijo Sedecías a Jeremías: «Que nadie sepa nada de esto, y no morirás. Aunque se enteren los jefes de que he estado hablando contigo, y viniendo a ti te digan: “Decláranos qué has dicho al rey sin ocultárnoslo, y así no te mataremos, como también lo que el rey te ha hablado”, tú les dirás: “He pedido al rey la gracia de que no se me devuelva a casa de Jonatán a morirme allí.”» En efecto, vinieron todos los jefes a Jeremías, le interrogaron, y él les respondió conforme a lo que queda dicho que le había mandado el rey: y ellos quedaron satisfechos, porque nada se sabía de lo hablado. Así quedó Jeremías en el patio de la guardia, hasta el día en que fue tomada Jerusalén. Ahora bien, cuando fue tomada Jerusalén, en el año nueve de Sedecías, rey de Judá, el décimo mes, vino Nabucodonosor, rey de Babilonia, con todo su ejército contra Jerusalén, y la sitiaron. En el año once de Sedecías, el cuarto mes, el nueve del mes, se abrió una brecha en la ciudad, y entraron todos los jefes del rey de Babilonia y se instalaron en la Puerta Central: Nergal Sareser, Samgar Nebo, Sar Sekim, jefe superior, Nergal Sareser, alto funcionario y todos los demás jefes del rey de Babilonia. Al verles Sedecías, rey de Judá, y todos los guerreros, huyeron de la ciudad salieron de noche camino del parque del rey por la puerta que está entre los dos muros, y se fueron por el camino de la Arabá. Las tropas caldeas les persiguieron y dando alcance a Sedecías en los llanos de Jericó, le prendieron y le subieron a Riblá, en tierra de Jamat, adonde Nabucodonosor, rey de Babilonia, que lo sometió a juicio. Y el rey de Babilonia degolló a los hijos de Sedecías en Riblá a la vista de éste; luego el rey de Babilonia degolló a toda la aristocracia de Judá, y habiendo cegado los ojos a Sedecías le ató con doble cadena de bronce para llevárselo a Babilonia. Los caldeos incendiaron la casa del rey y las casas del pueblo y demolieron los muros de Jerusalén; cuanto al resto del pueblo que quedaba en la ciudad, a los desertores que se habían pasado a él y a los artesanos restantes los deportó Nebuzaradán, jefe de la guardia, a Babilonia. En cuanto a la plebe baja, los que no tienen nada, hízoles quedar Nebuzaradán, jefe de la guardia, en tierra de Judá, y en aquella ocasión les dio viñas y parcelas. Nabucodonosor, rey de Babilonia, había dado instrucciones a Nebuzaradán, jefe de la guardia, respecto a Jeremías en este sentido: «Préndele y tenle a la vista; y no le hagas daño alguno, antes harás con él lo que él mismo te diga.» Entonces Nebuzaradán, jefe de la guardia, Nebusazbán, jefe superior, Nergal Sareser, oficial superior, y todos los grandes del rey de Babilonia enviaron en busca de Jeremías, y lo confiaron a Godolías, hijo de Ajicam, hijo de Safán, para que le hiciese salir a casa, y permaneció entre la gente. Estando Jeremías detenido en el patio de la guardia, le había sido dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Vete y dices a Ebed Mélek el kusita: Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Mira que yo hago llegar mis palabras a esta ciudad para su daño, que no para su bien, y tú serás testigo en aquel día, pero yo te salvaré a ti aquel día, oráculo de Yahveh, y no serás puesto en manos de aquellos cuya presencia evitas temeroso, antes bien te libraré, y no caerás a espada. Saldrás ganando la propia vida, porque confiaste en mí, oráculo de Yahveh. Palabra dirigida a Jeremías de parte de Yahveh, luego que Nebuzaradán, jefe de la guardia, le dejó libre en Ramá, cuando le tomó aparte, estando él esposado con todos los deportados de Jerusalén y Judá que iban camino de Babilonia. En efecto, el jefe de la guardia tomó aparte a Jeremías y le dijo: «Tu Dios Yahveh había predicho esta desgracia a este lugar, y lo ha cumplido. Yahveh ha hecho conforme había predicho. Y esto os ha sucedido porque pecasteis contra Yahveh y no oísteis su voz. Ahora bien, desde hoy te suelto las esposas de tus muñecas. Si te parece bien venirte conmigo a Babilonia, vente, y yo miraré por ti. Pero si te parece mal venirte conmigo a Babilonia, déjalo. Mira, tienes toda la tierra por delante; adonde mejor y más cómodo te parezca ir, vete.» Aún no había dado media vuelta cuando le dijo: «Vuelve adonde Godolías, hijo de Ajicam, hijo de Safán, a quien el rey de Babilonia ha encargado de las ciudades de Judá, y quédate a vivir con él entre esta gente. En suma, vete adonde mejor te acomode.» Luego el jefe de la guardia le proporcionó algunos víveres y ayuda de costa y le despidió. Jeremías, por su parte, vino al lado de Godolías, hijo de Ajicam, a Mispá, y se quedó a vivir con él entre la población que había quedado en el país. Todos los jefes de guerrilleros, así como sus hombres, oyeron cómo el rey de Babilonia había encargado del país a Godolías, hijo de Ajicam, y cómo le había encargado de los hombres, mujeres, niños y de aquella gente baja de la tierra, que no habían sido deportados a Babilonia, y fueron donde Godolías, a Mispá, Ismael, hijo de Netanías, Yojanán y Jonatán, hijo de Caréaj, Seraías, hijo de Tanjumet, los hijos de Efay el netofita y Yaazanías de Maaká en compañía de sus hombres. Godolías, hijo de Ajicam, hijo de Safán, les hizo un juramento a ellos y a sus hombres: «No temáis ser siervos de los caldeos. Quedaos en el país y servid al rey de Babilonia, y os irá bien. Por mi parte, aquí me tenéis establecido en Mispá, para responder a los caldeos que vengan a nosotros; y vosotros cosechad vino, mieses y aceite, metedlo en vuestras vasijas, y vivid en las ciudades que hayáis recuperado.» También todos los judíos que había en Moab, entre los ammonitas, y en Edom, y los que había en todos los demás países oyeron que había dejado el rey de Babilonia un resto a Judá y que había encargado de él a Godolías, hijo de Ajicam, hijo de Safán. Todos estos judíos regresaron de los distintos lugares adonde se habían refugiado y venidos al país de Judá, junto a Godolías, a Mispá, cosecharon vino y mieses en gran abundancia. Entonces Yojanán, hijo de Caréaj, y todos sus jefes de guerrilleros vinieron adonde Godolías a Mispá y le dijeron: «¿Sabes que Baalís, rey de los ammonitas, ha enviado a Ismael, hijo de Netanías, para asesinarte?» Godolías, hijo de Ajicam, no les dio crédito. Entonces Yojanán, hijo de Caréaj, dijo a Godolías secretamente en Mispá: «Ea, iré yo y asestaré el golpe a Ismael, hijo de Netanías, sin que nadie lo sepa. ¿Por qué tiene que asesinarte él a ti, lo que supondría la desbandada de todo Judá, apiñado en torno tuyo, y la pérdida del resto de Judá?» Godolías, hijo de Ajicam, replicó a Yojanán, hijo de Caréaj: «No hagas eso, porque es falso lo que dices de Ismael.» Pues bien, el mes séptimo, Ismael, hijo de Netanías, hijo de Elisamá, de linaje real, se dirigió en compañía de algunos grandes del rey y diez hombres a Godolías, hijo de Ajicam, a Mispá, y allí en Mispá comieron juntos. Se levantó Ismael, hijo de Netanías, y los diez que estaban con él, y acuchillaron a Godolías, hijo de Ajicam, hijo de Safán, y dieron muerte a aquel a quien el rey de Babilonia había encargado del país. También mató Ismael a todos los judíos que estaban con él, con Godolías, en Mispá y a los guerreros caldeos que se hallaban allí. Era al día siguiente del asesinato de Godolías, y nadie lo sabía. Unos hombres venían de Siquem de Silo y de Samaría, ochenta entre todos, la barba raída, harapientos y arañados, portadores de oblaciones e incienso que traían a la Casa de Yahveh. Salió Ismael, hijo de Netanías, a su encuentro desde Mispá. Iba llorando mientras caminaba, y llegando junto a ellos, les dijo: «Venid adonde Godolías, hijo de Ajicam.» Y así que hubieron entrado dentro de la ciudad, Ismael, hijo de Netanías, los degolló con la ayuda de sus hombres, y los echó dentro de una cisterna. Entre aquellos hombres hubo diez que dijeron a Ismael: «No nos mates, que en el campo tenemos escondites de trigo, cebada, aceite y miel.» Y no les mató como a sus hermanos. La cisterna adonde echó Ismael todos los cadáveres de los hombres que mató, era la cisterna grande. Es la que hizo el rey Asá para prevenirse contra Basá, rey de Israel; Ismael, hijo de Netanías, la llenó de asesinados. Luego Ismael hizo prisioneros a todo el resto del pueblo que quedaba en Mispá, a las hijas del rey y a todo el pueblo que quedaba en Mispá, que Nebuzaradán, jefe de la guardia, había encomendado a Godolías, hijo de Ajicam; y de madrugada se fue Ismael, hijo de Netanías, a pasarse a los ammonitas. Oyó Yojanán, hijo de Caréaj, y todos los jefes de las fuerzas que le acompañaban, todos los crímenes que había hecho Ismael, hijo de Netanías. Tomando a todos sus hombres fueron a luchar con Ismael, hijo de Netanías, al que encontraron junto a la gran alberca, que está en Gabaón. Apenas toda la gente que esta con Ismael vio a Yojanán, hijo de Caréaj, y a todos los jefes de las fuerzas que le acompañaban, se llenaron de gozo, y dando media vuelta toda aquella gente que Ismael llevaba prisionera de Mispá, regresaron al lado de Yojanán, hijo de Caréaj, en tanto que Ismael, hijo de Netanías, se escapaba de Yojanán con ocho hombres, rumbo a los ammonitas. Yojanán, hijo de Caréaj, y todos los jefes de las fuerzas que le acompañaban recogieron de Mispá a todo el resto de la gente que Ismael, hijo de Netanías, había hecho prisionera después que hubo matado a Godolías, hijo de Ajicam, hombres, gente de guerra, mujeres, niños y eunucos, a los cuales hizo volver de Gabaón. Ellos se fueron y se instalaron en el Refugio de Kimham, que está al lado de Belén, para seguir luego hasta Egipto huyendo de los caldeos, pues les temían por haber matado Ismael, hijo de Netanías, a Godolías, hijo de Ajicam, a quien el rey de Babilonia había encargado del país. Entonces se llegaron todos los jefes de las fuerzas, así como Yojanán, hijo de Caréaj, Azarías, hijo de Hosaías y el pueblo en masa, del chico al grande, y dijeron al profeta Jeremías: «Caiga bien nuestra demanda de favor ante ti, y ruega a tu Dios Yahveh por nosotros, por todo este resto, pues hemos quedado pocos de muchos que éramos, como tus ojos están viendo, y que nos indique tu Dios Yahveh el camino por donde hemos de ir y lo que hemos de hacer.» Díceles el profeta Jeremías: «De acuerdo: ahora mismo me pongo a rogar a vuestro Dios Yahveh como decís, y sea cual fuere la respuesta de Yahveh para vosotros, yo os la declararé sin ocultaros palabra.» Y ellos dijeron a Jeremías: «Séanos Yahveh testigo veraz y leal, si no obramos conforme a cualquier mensaje que tu Dios Yahveh te envía para nosotros. Sea grata o sea ingrata, nosotros oiremos la voz de nuestro Dios Yahveh a quien te enviamos, por cuanto que bien nos va cuando oímos la voz de nuestro Dios Yahveh.» Pues bien, al cabo de diez días fue dirigida la palabra de Yahveh a Jeremías. Éste llamó a Yojanán, hijo de Caréaj, a todos los jefes de las fuerzas que había con él y al pueblo todo, del chico al grande, y les dijo: «Así dice Yahveh, el Dios de Israel, a quien me habéis enviado en demanda de su favor: Si os quedáis a vivir en esta tierra, yo os edificaré y no os destruiré, os plantaré y no os arrancaré, porque me pesa del mal que os he hecho. No temáis al rey de Babilonia, que tanto os asusta: no temáis nada de él, oráculo de Yahveh, que con vosotros estoy yo para salvaros y libraros de su mano. Haré que se os tenga compasión y él os la tendrá y os devolverá a vuestro suelo. Pero si decís vosotros: “No nos quedamos en este país”, desoyendo así la voz de vuestro Dios Yahveh, diciendo: “No, sino que al país de Egipto iremos, donde no veamos guerra ni oigamos toque de cuerno ni tengamos hambre de pan, y allí nos quedaremos”; ¡Pues bien! en ese caso, oíd la palabra de Yahveh, oh resto de Judá. Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Si vosotros enderezáis rumbo a Egipto, y entráis como refugiados allí, entonces la espada que teméis os alcanzará allí en Egipto, y el hambre que receláis, allá os irá pisando los talones; y allí, en Egipto mismo, moriréis. Así sucederá que todos los que enderecen rumbo a Egipto como refugiados morirán por la espada, por el hambre y por la peste, y no les quedará superviviente ni evadido del daño que yo traiga sobre ellos. Porque así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Como se vertió mi ira y mi cólera sobre los habitantes de Jerusalén, así se verterá mi cólera contra vosotros como entréis en Egipto, y seréis tema de imprecación y asombro, de maldición y oprobio, y no veréis más este lugar. Ha dicho Yahveh respecto a vosotros, resto de Judá: “No entréis en Egipto.” Podéis estar seguros que os lo he avisado hoy, que os estáis engañando a vosotros mismos, pues que vosotros me habéis enviado a vuestro Dios Yahveh diciendo: “Ruega por nosotros a nuestro Dios Yahveh, y cuanto diga nuestro Dios Yahveh nos lo declaras, que lo haremos.” Yo os lo he declarado hoy, pero no hacéis caso de vuestro Dios Yahveh en nada de cuanto me ha enviado a deciros. Ahora, pues, podéis estar seguros de que por la espada, el hambre y la peste moriréis en aquel lugar adonde deseáis refugiaros.» Ahora bien, así que hubo acabado Jeremías de transmitir a todo el pueblo el recado de Yahveh su Dios, que Yahveh le había dado para ellos, dijo Azarías, hijo de Hosaías, y también Yojanán, hijo de Caréaj, y todos los hombres insolentes se pusieron a decir a Jeremías: «Estás mintiendo. No te ha encargado nuestro Dios Yahveh decir: “No vayáis a Egipto como refugiados allí”». Sino que Baruc, hijo de Neriyías, te azuza contra nosotros con objeto de ponernos en manos de los caldeos para que nos hagan morir y nos deporten a Babilonia. Además ni Yojanán, hijo de Caréaj ni ninguno de los jefes de las tropas ni nadie del pueblo escuchó la voz de Yahveh que mandaba quedarse en tierra de Judá; antes bien, Yojanán, hijo de Caréaj, y todos los jefes de las tropas tomaron consigo a todo el resto de Judá, los que habían regresado, para habitar en tierra de Judá, de todas las naciones adonde habían sido rechazados: a hombres, mujeres, niños, a las hijas del rey y a toda persona que Nebuzaradán, jefe de la guardia, había dejado en paz con Godolías, hijo de Ajicam, hijo de Safán, y también al profeta Jeremías y a Baruc, hijo de Neriyías, y entrando en la tierra de Egipto, pues desoyeron la voz de Yahveh, se adentraron hasta Tafnis. Entonces fue dirigida la palabra de Yahveh a Jeremías en Tafnis como sigue: Toma en tus manos piedras grandes, y las hundes en el cemento de la terraza que hay a la entrada del palacio de Faraón en Tafnis, a vista de los judíos, y les dices: Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: He aquí que yo mando en busca de mi siervo Nabucodonosor, rey de Babilonia, y pondrá su sede por encima de estas piedras que he enterrado, y desplegaré su pabellón sobre ellas. Vendrá y herirá a Egipto, quien sea para la muerte, a la muerte; quien para el cautiverio, al cautiverio; quien para la espada, a la espada; y prenderá fuego a los templos de los dioses de Egipto, los incendiará, y a los dioses les hará cautivos. Despiojará a Egipto como despioja un pastor su zalea, y saldrá de allí victorioso. Romperá los cipos de Bet Semes que hay en Egipto, y los templos de los dioses egipcios abrasará. Palabra que fue dirigida a Jeremías con destino a todos los judíos establecidos en territorio egipcio en Migdol, Tafnis, Nof, y en territorio de Patrós. Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Vosotros habéis visto la calamidad que he acarreado a Jerusalén y a todas las ciudades de Judá, y ahí las tenéis arruinadas hoy en día, sin que haya en ellas habitante, en vista de la maldad que hicieron para irritarme, yendo a incensar y servir a otros dioses desconocidos de ellos, de vosotros y de vuestros padres. Yo me afané por enviaros a todos mis siervos, los profetas, a deciros: «Ea, no hagáis esta abominación que detesto.» Mas no oyeron ni aplicaron el oído para convertirse de su malicia y dejar de incensar a otros dioses. Derramóse mi cólera y mi ira y ardió en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, que fueron reducidas a ruinas desoladas, como lo están hoy día. Ahora, pues, así dice Yahveh, el Dios Sebaot, el Dios de Israel: ¿Por qué os hacéis tanto daño a vosotros mismos, hasta borraros a hombre y mujer, niño y lactante de en medio de Judá sin que os quede resto, irritándome con las hechuras de vuestras manos, quemando incienso a otros dioses en Egipto, adonde habéis venido como refugiados, como queriendo acabar de borraros a vosotros mismos y acabar en tema de maldición y oprobio en todas las naciones de la tierra? ¿Si será que habéis olvidado las maldades de vuestros padres y las de los reyes de Judá y de sus caudillos, y las propias vuestras y las de vuestras mujeres; maldades que hacían en tierra de Judá y en las calles de Jerusalén? No se han compungido hasta la fecha ni han temido ni andado en la Ley y los preceptos que propuse a vosotros y a vuestros padres. Por tanto, así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Mirad que yo me fijo en vosotros para mal, y para raer a todo Judá. Echaré mano al resto de Judá, los que enderezaron rumbo a Egipto, para entrar allí como refugiados, y serán acabados todos ellos en Egipto, y caerán por la espada, por el hambre serán acabados. Del chico al grande por la espada y por el hambre morirán, y serán tema de imprecación y asombro, de maldición y oprobio. Visitaré a los que viven en Egipto, lo mismo que visité a Jerusalén: con la espada, el hambre y la peste, y del resto de Judá, que, como refugiados vinieron acá a Egipto, no quedará evadido ni superviviente para volver a tierra de Judá, adonde se prometen volver para quedarse allí, porque ya no volverán más que algunos huidos. Respondieron a Jeremías todos los hombres que sabían que sus mujeres quemaban incienso a otros dioses, y todas las mujeres presentes, una gran concurrencia, y todo el pueblo establecido en territorio egipcio, en Patrós: «En eso que nos has dicho en nombre de Yahveh, no te hacemos caso, sino que cumpliremos precisamente cuanto tenemos prometido, que es quemar incienso a la Reina de los Cielos y hacerle libaciones, como venimos haciendo nosotros y nuestros padres, nuestros reyes y nuestros jefes en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, que nos hartábamos de pan, éramos felices y ningún mal nos sucedía. En cambio, desde que dejamos de quemar incienso a la Reina de los Cielos y de hacerle libaciones, carecemos de todo, y por la espada y el hambre somos acabados.» «Pues y cuando nosotras quemábamos incienso a la Reina de los Cielos y nos dedicábamos a hacerle libaciones, ¿Acaso sin contar con nuestros maridos le hacíamos pasteles con su efigie derramando libaciones?» Jeremías dijo a todo el pueblo, a hombres, a mujeres y a todos sus interlocutores: «¿No es aquel incienso que ofrecíais en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén vosotros y vuestros padres, vuestros reyes y jefes y el pueblo de la tierra lo que ha recordado Yahveh y le ha venido a las mientes? ¿Y no pudiendo Yahveh aguantar más el espectáculo de vuestras malas acciones, de las abominaciones que habíais hecho, ha venido a ser la tierra vuestra una ruina, tema de pasmo y maldición y sin habitantes, como lo es hoy día; y porque ofrecisteis incienso y pecasteis contra Yahveh y desoísteis la voz de Yahveh, y no os condujisteis según su Ley, sus preceptos y sus estatutos, pronunció contra vosotros esta calamidad, como sucede hoy día?» Y dijo Jeremías a todo el pueblo y a todas las mujeres: «Oíd la palabra de Yahveh, todo Judá, los que vivís en Egipto. Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Vosotros y vuestras mujeres hablasteis con vuestras bocas, y con vuestras manos cumplisteis lo dicho: “Sin falta realizaremos los votos que hicimos de quemar incienso a la Reina de los Cielos y de hacerle libaciones.” Mantened, pues, vosotras vuestros votos y realizad vuestros votos sin falta. Empero, oíd la palabra de Yahveh, todo Judá, los que vivís en Egipto. Mirad que yo he jurado por mi gran Nombre, dice Yahveh, que no será más mi Nombre pronunciado por boca de ninguno de Judá que diga: “¡Por vida del Señor Yahveh!” en toda la tierra de Egipto. Mirad que yo estoy alerta sobre ellos para mal, no para bien, y serán consumidos todos los de Judá que están en Egipto, por la espada y el hambre hasta su acabamiento, sólo unos pocos, escapados de la espada, volverán de Egipto a Judá y sabrá todo el resto de Judá, los que han venido a Egipto como refugiados aquí, qué palabra se mantendrá: si la mía o la suya. Y esto será para vosotros señal, oráculo de Yahveh, de que os visito yo en este lugar, de suerte que sepáis que han de mantenerse sin falta mis palabras para desgracia vuestra. Así dice Yahveh: Mirad que yo entrego al Faraón Jofrá, rey de Egipto, en manos de sus enemigos y de los que buscan su muerte, como entregué a Sedecías, rey de Judá, en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, su enemigo, que buscaba su muerte.» Palabra que dijo el profeta Jeremías a Baruc, hijo de Neriyías, cuando éste copiaba estas palabras en un libro al dictado de Jeremías, en el año cuarto de Yoyaquim, hijo de Josías, rey de Judá. Así dice Yahveh, el Dios de Israel, respecto a ti, oh Baruc: Tú dijiste: «¡Ay de mí, que añade Yahveh congoja a mi sufrimiento! Me he agotado en mi jadeo, pero sosiego no hallé.» Así le dirás: Esto dice Yahveh: Mira que lo que edifiqué, yo lo derribo, y aquello que planté, yo lo arranco, esto por toda la tierra. ¡Y tú andas buscándote grandezas! No las busques porque mira que yo traigo desgracia sobre toda carne, oráculo de Yahveh, pero a ti te daré la vida salva por botín a donde quiera que vayas. Lo que fue dicho por Yahveh al profeta Jeremías sobre las naciones. Para Egipto. Sobre el ejército del Faraón Nekó, rey de Egipto, que estuvo sobre el río Éufrates, en Karkemis, al cual batió Nabucodonosor, rey de Babilonia, el año cuarto de Yoyaquim, hijo de Josías, rey de Judá. Ordenad escudo y pavés, y avanzad a la batalla. Uncid los caballos y montad, caballeros. Poneos firmes con los cascos, pulid las lanzas, vestíos las cotas. ¡Pero qué veo! Ellos se desmoralizan, retroceden, y sus valientes son batidos y huyen a la desbandada sin dar la cara. Terror por doquier, oráculo de Yahveh. No huirá el ligero ni escapará el valiente: al norte, a la orilla del Éufrates, tropezaron y cayeron. ¿Quién es ése que como el Nilo sube, y como los ríos de entrechocantes aguas? Egipto como el Nilo sube, y como ríos de entrechocantes aguas. Y dice: «Voy a subir, voy a cubrir la tierra. Haré perecer a la ciudad y a los que viven en ella. Subid, caballos, y enfureceos, carros, y salgan los valientes de Kus y de Put que manejan escudo, y los ludios que asestan el arco.» Aquel día será para el Señor Yahveh, día de venganza para vengarse de sus adversarios. Devorará la espada y se hartará y se abrevará de su sangre; pues será la matanza de Yahveh Sebaot en la tierra del norte, cabe el río Éufrates. Sube a Galaad y recoge bálsamo, virgen, hija de Egipto; en vano menudeas las curas: alivio no hay para ti. Han oído las naciones tu deshonra, y tu alarido llenó la tierra, porque valiente contra valiente tropezaron, a una cayeron entrambos. La palabra que habló Yahveh al profeta Jeremías acerca de la venida de Nabucodonosor, rey de Babilonia, para atacar a Egipto. Anunciad en Egipto y hacedlo oír en Migdol, y hacedlo en Nof y en Tafnis. Decid: Tente tieso y erguido, que ha devorado la espada tus contornos. ¡Cómo es que ha huido Apis y tu forzudo no se ha sostenido! Es que Yahveh le empujó. Hizo menudear los tropezones, hasta hacer caer al uno sobre el otro; y decía: «Arriba, y volvamos a nuestro pueblo y a nuestra patria, ante la espada irresistible.» Llamad a Faraón, rey de Egipto: «Ruido. Dejó pasar la ocasión.» ¡Por vida mía! Oráculo del Rey cuyo nombre es Yahveh Sebaot, que cual el Tabor entre los montes, y como el Carmelo sobre el mar ha de venir. Avíos de destierro haz para ti, población, hija de Egipto, porque Nof parará en desolación, y quedará arrasada sin habitantes. Novilla hermosísima era Egipto: un tábano del norte vino sobre ella. Asimismo sus mercenarios que había en ella eran como novillos de engorde. Pues también ellos volvieron la cara, huyeron a una, sin pararse, cuando el día de su infortunio les sobrevino, el tiempo de su castigo. Una voz emite como de serpiente que silba, mientras en torno suyo andan y con hachas le acometen, como leñadores. Talaron su selva, oráculo de Yahveh, porque era impenetrable, pues eran más numerosos que la langosta, y no se les podía contar. Han puesto en vergüenza a la hija de Egipto: ha sido entregada al pueblo del norte. Dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: He aquí que yo visito a Amón de No, a Faraón y a Egipto y a sus dioses y reyes, a Faraón y a los que confían en él, y los pongo en manos de los que buscan su muerte, en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y en manos de sus siervos; tras de lo cual será repoblado como antaño, oráculo de Yahveh. Pero tú no temas, siervo mío Jacob ni desmayes, Israel, pues mira que yo acudo a salvarte desde lejos y a tu linaje del país de su cautiverio; volverá Jacob, se sosegará y estará tranquilo, y no habrá quien le inquiete. Tú no temas, siervo mío Jacob, oráculo de Yahveh, que contigo estoy yo, pues acabaré con todas las naciones adonde te empujé, pero contigo no acabaré; aunque sí te corregiré como conviene, ya que impune no te dejaré. Lo que fue dicho por Yahveh al profeta Jeremías sobre los filisteos, en vísperas de batir el Faraón a Gaza. Así dice Yahveh: He aquí unas aguas que suben del norte y se hacen torrente inundante, y van a inundar la tierra y lo que la llena, la ciudad y los que moran en ella; y clamará la gente, y ululará todo morador de la tierra al son del galopar de los caballos de sus adalides, al ruido de sus carros y al estrépito de sus ruedas. No se volverán padres a hijos, por el cansancio de sus brazos, hasta que llegue el día de asolar a toda Filistea, y de raer a Tiro y a Sidón todo auxiliar fugado, porque va a asolar Yahveh a Filistea, residuo de la isla de Kaftor. Llegó la rapadura a Gaza, muda ha quedado Ascalón; tú, el resto de su valle, ¿Hasta cuándo te arañarás? ¡Ay, espada de Yahveh! ¿Cómo va a estarse quieta? Recógete a tu vaina, date reposo y calla. ¿Cómo va a estarse quieta, si Yahveh la mandó? En Ascalón y el litoral marítimo, allá la citó. Sobre Moab. Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: ¡Ay de Nebo, porque ha sido saqueada! Está confusa, ha sido tomada Quiryatáyim. Está confusa la acrópolis y anonadada. Ya no existe la prez de Moab. En Jesbón han planeado su ruina: «Vamos y borrémosla de entre las naciones.» También a ti, Madmén, se te hará callar. La espada te va a la zaga. Gritos desde Joronáyim, devastación y quebranto grande. Quebrantada fue Moab. Hácense oír los gritos de sus pequeños. La cuesta de Lujit, llorando se la suben, y a la bajada de Joronáyim gritos desgarrados se oyen. «Huid, poneos en salvo, haced como el onagro en el desierto.» En réplica a tu confianza en tus obras y tus tesoros, también tú eres tomada, y sale Kemós desterrado, sus sacerdotes y jefes a una. Viene el devastador a todas las ciudades, y ni una ciudad se salva. Y se pierde el valle, y es asolada la meseta: tal ha dicho Yahveh. Dad alas, a Moab, porque ha de salir volando, y sus ciudades se volverán desolación sin nadie que las habite. Maldito quien haga el trabajo de Yahveh con dejadez, y maldito el que prive a sus espada de sangre. Tranquilo estaba Moab desde su mocedad, y quieto se estaba en sus atalayas. Nunca fue trasegado ni al destierro marchó. Por eso le duraba su gusto, y su sabor no se picó. Empero, he aquí que días vienen, oráculo de Yahveh, en que yo le he de enviar decantadores que lo decanten. Sus vasijas vaciarán, y sus odres reventarán. Se avergonzará Moab de Kemós, como se avergonzó la casa de Israel de Betel, en el que confiaba. ¿Cómo decís: «Valientes somos, y hombres fuertes para la guerra»? Moab está devastado; han escalado sus ciudades, y la flor de sus mancebos bajaron a la matanza, oráculo del Rey cuyo nombre es Yahveh Sebaot. El infortunio de Moab es inminente, y su calamidad se precipita. Lloradle, todos sus vecinos y todos los que conocen su nombradía. Decid: «¿Cómo ha sido quebrantada la vara poderosa, el báculo precioso?» Desciende del honor y siéntate en la tierra seca, población hija de Dibón, porque el devastador de Moab ha subido contra ti, ha destruido tus fortalezas. En el camino párate y otea, población de Aroer; pregunta al fugitivo y al escapado; di: «¿Qué ha sucedido?» Confuso está Moab porque fue destruido. Ululad y clamad. Anunciad en el Arnón que ha sido saqueado Moab. Y la sentencia ha llegado a la meseta, a Jolón, a Yahsá y a Mefaat, a Dibón, a Nebo y a Bet Diblatáyim, a Quiryatáyim, a Bet Gamul y a Bet Maón, a Queriyyot, a Bosrá y a todas las ciudades de la tierra de Moab, las lejanas y las cercanas. «Se partió el cuerno de Moab y su brazo se rompió», oráculo de Yahveh. Emborrachadle porque contra Yahveh se engrandeció. Moab se revolcará en su vómito, y quedará en ridículo él también. Pues qué, ¿No te pareció a ti ridículo Israel? ¿O quizá entre ladrones fue sorprendido, que siempre que hablas de él meneas la cabeza? «Dejad las ciudades y acomodaos en la peña, habitantes de Moab, sed como la paloma cuando anida en las paredes de las simas» Hemos oído la arrogancia de Moab: ¡Es muy arrogante!, su orgullo, su arrogancia, su altanería y la soberbia de su corazón. Conozco, oráculo de Yahveh, su presunción, y que sus bravatas no son como sus hechos. Así que, por Moab ulularé y por Moab entero gritaré; por los hombres de Quir Jeres suspiraré: Más que se lloró a Yazer lloraré por ti, ¡Oh viña de Sibmá! Tus sarmientos pasaban la mar, hasta Yazer alcanzaban. Sobre tu cosecha y sobre tu vendimia el saqueador se abatió, y fue quitada alegría y alborozo de Carmelo y del país de Moab, y el vino a los trujales he quitado, no se oye el grito alegre del pisador, ya no se oyen gritos. De tanto gritar en Jesbón, hasta Elalé, hasta Yahas llegaron las voces desde Soar hasta Joronáyim, Eglat Selisiyyá, porque también las aguas de Nimrim se han trocado en aridez. Quitaré a Moab, oráculo de Yahveh, de subirse al alto e incensar a sus dioses. Por eso mi corazón por Moab como flauta resuena, porque cuanto habían guardado se perdió, pues toda cabeza ha sido rapada y toda barba raída: en todas las manos arañazos y en todos los lomos saco, en todos los terrados de Moab y por sus calles todo el mundo se lamentaba, porque he quebrantado a Moab como vaso de desecho, oráculo de Yahveh. ¡Cómo has sido destruida! ululad. ¡Cómo ha vuelto la espalda Moab con vergüenza, y ha venido a ser Moab la burla y el espanto de todos sus vecinos! Porque así ha dicho Yahveh: Ved cómo cual un águila se remonta y extiende sus alas sobre Moab. Tomadas fueron las plazas, y las fortalezas ocupadas. Vendrá a ser el corazón de los valientes de Moab en aquel día como corazón de mujer en parto. Devastado está Moab que ya no es pueblo, porque contra Yahveh se engrandeció. Pánico, hoya y trampa contra ti, morador de Moab, oráculo de Yahveh. El que huya del pánico, caerá en la hoya y el que suba de la hoya será preso en la trampa, porque voy a hacer que se llegue a ella, a Moab, el año de su castigo, oráculo de Yahveh. A la sombra de Jesbón se pararon sin fuerza los fugitivos, cuando fuego salió de Jesbón y llama de la casa de Sijón, y devoró las sienes de Moab y el cráneo de los hijos del ruido. ¡Ay de ti Moab! Pereció el pueblo de Kemós, pues han sido tomados sus hijos en cautiverio y sus hijas en cautividad. Pero yo haré volverse a los cautivos de Moab en días futuros, oráculo de Yahveh. Hasta aquí la sentencia de Moab. A los ammonitas. Así dice Yahveh: ¿Hijos no tiene Israel? ¿O heredero no tiene? Entonces ¿Por qué ha heredado Milkom a Gad, y su pueblo en las ciudades de éste habita? Por eso, he aquí que días vienen, oráculo de Yahveh, en que haré oír a Rabbá de los ammonitas el clamoreo del combate y ella parará el montículo de ruinas; y sus hijas serán abrasadas y heredará Israel a los que le heredaron, oráculo de Yahveh. Ulula, Jesbón, porque Ar ha sido devastada. Gritad, hijas de Rabbá, ceñíos de sayal, lamentaos y discurrid por las cercas. Porque Milkom al destierro va, sus sacerdotes y sus jefes a una. ¿Por qué te jactas de tu Valle, criatura independiente, confiada en sus tesoros: «¿Quién llegará hasta mí?» Mira que yo traigo sobre ti espanto, oráculo del Señor Yahveh Sebaot, por todos tus alrededores, y seréis ahuyentados cada uno por su lado y no habrá quien reúna a los errantes. Tras de lo cual haré volverse a los cautivos, de los ammonitas, oráculo de Yahveh. A Edom. Así dice Yahveh Sebaot: ¿No queda ya sabiduría en Temán? ¿Pereció la prudencia de los entendidos, se evaporó su sabiduría? Huid, dad media vuelta, buscad profunda morada, moradores de Dedán, porque el infortunio de Esaú he traído sobre él, la hora de su visita. Si vinieran a ti vendimiadores, ¿No dejarían rebuscos? Si ladrones por la noche, dañarían hasta donde les bastase. Pues bien, yo he desnudado a Esaú, he descubierto sus secretos, estar oculto no puede. Ha sido aniquilado su linaje, sus hermanos y vecinos, y él mismo no aparece. Deja a tus huérfanos, yo haré que vivan, y tus viudas en mí confiarán. Pues así dice Yahveh: Conque los que no tienen por qué beber la copa la beben, ¿Y tú precisamente vas a quedar impune? No quedarás impune, antes sin falta la beberás. Porque por mí lo he jurado, oráculo de Yahveh, que en desolación se convertirá Bosrá, y todas sus ciudades se convertirán en ruinas eternas. Una nueva he oído de parte de Yahveh, un mensajero entre las naciones enviado: «Juntaos y venid contra él y poneos en pie de guerra.» Porque es cierto que pequeño te hice yo entre las naciones, despreciable entre los hombres. El espanto que infundías te engañó, la soberbia de tu corazón, tú, el que habitas en las hendiduras de la roca, que ocupas lo alto de la cuesta. Aunque pongas en alto, como el águila, tu nido, de allí te haré bajar, oráculo de Yahveh. Edom parará en desolación: todo el que pase a su vera se asombrará y silbará al ver todas sus heridas. Cual la catástrofe de Sodoma y Gomorra y sus vecinas, dice Yahveh, donde no vive nadie ni reside en ellas ser humano. Vedlo como león que sube del boscaje del Jordán hacia el pastizal perenne, cuando en un instante le haré salir huyendo de allí, para colocar allí a quien me plazca. Porque ¿quién como yo, y quién me emplazará, y quién es el pastor que aguante en mi presencia? Así pues, oíd la decisión que Yahveh ha tomado sobre Edom y sus planes sobre los moradores de Temán. Juro que les han de llevar a rastras las crías de los rebaños, que asolarán sobre ellos sus pastizales. Al son de su caída retumbó la tierra y el griterío hasta el mar de las Cañas se dejó oír. Ved cómo cual un águila sube, se remonta y extiende sus alas sobre Bosrá; y vendrá a ser el corazón de los valientes de Edom en aquel día como corazón de mujer en parto. A Damasco. Avergonzadas están Jamat y Arpad. Porque una noticia mala oyeron, su corazón tembló de espanto; como el mar que no se puede calmar. Flaqueó Damasco, dio vuelta para huir y escalofríos la sobrecogieron: apuro y dolores la acometieron como a parturienta. ¡Cómo! ¿No fue abandonada la ciudad celebrada, la villa de mi contento? En verdad, caerán sus jóvenes escogidos en sus plazas, y todos los guerreros perecerán aquel día, oráculo de Yahveh Sebaot. Prenderé fuego a la muralla de Damasco, y consumirá los alcázares de Ben Hadad. A Quedar y a los reinos de Jasor, que batió Nabucodonosor, rey de Babilonia. Así dice Yahveh: Alzaos, subid a Quedar y saquead a los hijos de oriente. Sus tiendas y rebaños serán tomados; sus toldos y todo su ajuar y sus camellos les serán arrebatados, y a ellos se les llamará «Terror por doquier». Huid, emigrad muy lejos, buscad profunda morada, moradores de Jasor, oráculo de Yahveh, porque ha tomado contra vosotros Nabucodonosor, rey de Babilonia, una decisión, y ha trazado un plan contra vosotros. Alzaos, subid contra la nación pacífica que vive confiada, oráculo de Yahveh. Ni puertas ni cerrojos tiene. En aislamiento viven. Y serán sus camellos objeto del pillaje y el tropel de sus ganados para botín, y esparciré a todo viento a los que se afeitan las sienes, y de todos sus aledaños traeré su infortunio, oráculo de Yahveh. Y vendrá a ser Jasor guarida de chacales, desolación sempiterna, donde no se asienta nadie y en la que no reside ser humano. Lo que fue dicho por Yahveh al profeta Jeremías tocante a Elam en el principio del reinado de Sedecías, rey de Judá. Así dice Yahveh Sebaot: He aquí que yo rompo el arco de Elam, primicia de su fuerza y voy a traer sobre Elam los cuatro vientos desde los cuatro cabos de los cielos, y a ellos les esparciré a todos estos vientos, y no habrá nación a donde no lleguen los arrojados de Elam. Haré desmayar a Elam ante sus enemigos y ante los que buscan su muerte y traeré sobre ellos cosa mala, el ardor de mi ira, oráculo de Yahveh, y soltaré tras ellos la espada hasta acabarlos. Pondré mi trono en Elam y haré desaparecer de allí a rey y jefes, oráculo de Yahveh. Luego, en días futuros, haré volver a los cautivos de Elam, oráculo de Yahveh. La palabra que habló Yahveh contra Babilonia, contra el país de los caldeos, por medio del profeta Jeremías. Anunciadlo y hacedlo oír entre las gentes; levantad bandera; hacedlo oír; no lo calléis; decid: Ha sido tomada Babilonia, está confuso Bel, desmayó Marduk, están confusos sus ídolos, desmayaron sus inmundicias. Porque subió contra ella una gente del norte, que va a convertir su territorio en desolación, y no habrá en él habitante. Tanto personas como bestias emigraron, se fueron. En aquellos días y en aquella sazón, oráculo de Yahveh, vendrán los hijos de Israel, y los hijos de Judá junto con ellos, andando y llorando, en busca de Yahveh su Dios. De Sión preguntaron por el camino, allá se dirigen: «Venid y aliémonos a Yahveh con pacto eterno, inolvidable.» Ovejas perdidas era mi pueblo. Sus pastores las descarriaron, extraviándolas por los montes. De monte en collado andaban, olvidaron su aprisco. Cualquiera que les topaba los devoraba, y sus contrarios decían: «No cometemos ningún delito, puesto que ellos pecaron contra Yahveh, ¡El pastizal de justicia y la esperanza de sus padres, Yahveh!» Emigrad de Babilonia, y del país de los caldeos salid. Sed como los machos cabríos al frente del rebaño. Porque mirad que yo hago que despierte y suba contra Babilonia una confederación de grandes naciones del norte, que se organizarán contra ella. Y por allí será tomada. Sus saetas, cual de valiente experto, no volverán de vacío. Entonces será entregada Caldea al saqueo: todos los que la saqueen se hartarán, oráculo de Yahveh. Porque os alegrasteis, porque gozasteis, depredadores de mi heredad, porque dabais corcovos como novilla en dehesa, y relinchos como animales fuertes. Vergonzosa está vuestra madre sobremanera, abochornada la que os dio a luz. Es ahora la última de las naciones: desierto, sequedad y paramera. Por la cólera de Yahveh no será poblada, mas estará desolada toda ella. Todo el que pase a la vera de Babilonia quedará atónito, y silbará al ver todas sus heridas. Ordenaos contra Babilonia en derredor, todos los que asestáis arco; tirad contra ella, no escatiméis las flechas pues ha pecado contra Yahveh. Dad gritos contra ella en derredor. Ella tiende su mano. Fallaron sus cimientos, se derrumbaron sus muros. Era la venganza de Yahveh. Tomad venganza de ella: Tal cual hizo, haced con ella. Suprimid de Babilonia al sembrador y al que maneja la hoz al tiempo de la siega. Ante la espada irresistible, cada uno enfilará hacia su pueblo, cada uno huirá a su tierra. Rebaño disperso es Israel: leones lo ahuyentaron. El rey de Asiria lo devoró el primero, y Nabucodonosor, rey de Babilonia, lo quebrantó después. Por tanto, así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: He aquí que yo visito al rey de Babilonia y su territorio, lo mismo que visité al rey de Asiria. Y devolveré a Israel a sus pastizal, y pacerá el Carmelo y el Basán, y en la montaña de Efraím y Galaad se saciará. En aquellos días y en aquella sazón, oráculo de Yahveh, se buscará la culpa de Israel y no la habrá, y el pecado de Judá y no se hallará, porque seré piadoso con el resto que yo deje. «Sube a la tierra de Meratáyim, sube contra ella; y a los habitantes de Pecod pásalos a espada y dalos al anatema hasta el último, oráculo de Yahveh: haz en todo según te lo he mandado.» Ruido de guerra en el país y quebranto grande. ¡Cómo se partió y fue quebrado el martillo de toda la tierra! ¡Cómo vino a ser pasmo Babilonia entre las naciones! Te puse lazo y quedaste atrapada, Babilonia, sin darte cuenta; se dio contigo y fuiste capturada, porque contra Yahveh te sublevaste. Abrió Yahveh su arsenal y sacó las armas de su ira. Era la tarea del Señor Yahveh Sebaot en tierra de caldeos. «Venid a ella desde el confín, abrid sus almacenes. Haced con ellos montones y dadlos al anatema: no quede de ella reliquia. Acuchillad todos sus bueyes, bajen a la degollina. ¡Ay de ellos, que llegó su día, la hora de su castigo!» ¡Voces de huidos y escapados del país de Babilonia anunciando en Sión la venganza de Yahveh nuestro Dios, la venganza de su santuario! Haced leva de flecheros contra Babilonia, todos los que asestáis arco acampad en torno suyo. Que no se escape nadie. Pagadle lo que vale su trabajo, Tal cual hizo, haced con ella, porque contra Yahveh se insolentó, contra el Santo de Israel. En verdad, caerán sus mancebos escogidos en sus plazas, y todos sus guerreros perecerán aquel día, oráculo de Yahveh. Heme aquí contra ti, «Insolencia», oráculo del Señor Yahveh Sebaot, porque ha llegado tu día, la hora en que yo te castigue. Tropezará «Insolencia» y caerá, sin tener quien la levante. Prenderé fuego a sus ciudades, y devorará todos sus contornos. Así dice Yahveh Sebaot: Oprimidos estaban los hijos de Israel y los hijos de Judá a una. Todos sus cautivadores los retenían, se negaban a soltarlos. Su Redentor esforzado, Yahveh Sebaot se llama. Él tomará la defensa de su causa hasta hacer temblar la tierra y estremecerse a los habitantes de Babilonia. ¡Espada a los caldeos, oráculo de Yahveh, y a los habitantes de Babilonia, a sus jefes y a sus sabios! Espada a sus adivinos, y quedarán por necios. Espada a sus valientes, y desmayarán. Espada a sus caballos y a sus carros, a toda la mezcolanza de gentes que hay dentro de ella, y serán como mujeres. Espada a sus tesoros y serán saqueados. ¡Sequía a sus aguas y se secarán; porque tierra de ídolos es aquélla, y por sus Espantos pierden la cabeza! Por eso vivirán las hienas con los chacales y vivirán en ella las avestruces, y no será habitada nunca jamás ni será poblada por siglos y siglos. Como en la catástrofe causada por Dios a Sodoma, Gomorra y sus vecinas, oráculo de Yahveh, donde no vive nadie ni reside en ellas ser humano. Mirad que un pueblo viene del norte, una gran nación, y muchos reyes se despiertan de los confines de la tierra. Arco y lanza blanden, crueles son y sin entrañas. Su voz como la mar muge, y a caballo van montados, ordenados como un solo hombre para la guerra contra ti, hija de Babel. Oyó el rey de Babilonia nuevas de ellos y flaquean sus manos. Angustia le asaltó, dolor como de parturienta. Vedlo como león que sube del boscaje del Jordán hacia el pastizal perenne, cuando en un instante le haré salir huyendo de allí, para colocar allí a quien me plazca. Porque ¿Quién como yo, y quién me emplazará, y quién es el pastor que aguante en mi presencia? Así pues, oíd la decisión que Yahveh ha tomado sobre Babilonia y sus planes sobre el país de los caldeos. Juro que les han de llevar a rastras las crías de los rebaños, que asolarán sobre ellos sus pastizales. Al son de la conquista de Babilonia retumbó la tierra, y el griterío de las naciones se dejó oír. Así dice Yahveh: Mirad que yo despierto contra Babilonia y los habitantes de Leb Camay un viento destructor. Enviaré a Babilonia beldadores que la bielden y dejen vacío su territorio, porque se la acosará por todas partes el día aciago. El arquero que no aseste su arco ni se jacte de su cota. No tengáis piedad para sus jóvenes escogidos: dad al anatema todo su ejército. Caerán heridos en tierra de Caldea, y traspasados en sus calles. Pero no ha enviudado Israel ni Judá de su Dios, de Yahveh Sebaot. Sus tierras estaban llenas de delitos contra el Santo de Israel. Huid del interior de Babilonia, y salvad cada cual vuestra vida, no perezcáis por su culpa, pues es hora de venganza para Yahveh: le está pagando su merecido. Copa de oro era Babilonia en la mano de Yahveh, que embriagaba toda la tierra. De su vino bebieron las naciones, lo que las hizo enloquecer. De pronto cayó Babilonia y se rompió. Ululad por ella, tomad bálsamo para su sufrimiento, a ver si sana. Hemos curado a Babilonia, pero no ha sanado, dejadla y vayamos, cada cual a su tierra, porque ha llegado a los cielos el juicio contra ella, se ha elevado hasta las nubes. Yahveh hizo patente nuestra justicia; venid y cantemos en Sión las obras de Yahveh nuestro Dios. Aguzad las saetas, llenad las aljabas. Ha despertado Yahveh el espíritu de los reyes de Media, porque sobre Babilonia está su designio de destruirla, porque esta será la venganza de Yahveh, la venganza de su santuario. Sobre las murallas de Babilonia izad bandera, reforzad la guardia, apostad centinelas, preparad celadas; que también Yahveh ha tomado un acuerdo, también él va a cumplir lo que dijo sobre los habitantes de Babilonia. Tú, la que estás instalada sobre ingentes aguas, la de ingentes tesoros, llegó tu fin, el término de tus ganancias. Lo ha jurado Yahveh Sebaot por sí mismo: Yo he de colmarte de hombres como de langostas, y entonarán contra ti el cantar de los lagareros. Él es quien hizo la tierra con su poder, el que estableció el orbe con su saber, y con su inteligencia expandió los cielos. Cuando da voces, hay estruendo de aguas en los cielos, y hace subir las nubes desde el extremo de la tierra. Él hace los relámpagos para la lluvia y saca el viento de sus depósitos. Todo hombre es torpe para comprender, se avergüenza del ídolo todo platero, porque sus estatuas son una mentira y no hay espíritu en ellas. Vanidad son, cosa ridícula; al tiempo de su visita perecerán. No es así la «Parte de Jacob», pues él es el plasmador del universo, y aquel cuy heredero es Israel; Yahveh Sebaot es su nombre. Un martillo eras tú para mí, un arma de guerra: contigo machaqué naciones, contigo destruí reinos, contigo machaqué caballo y caballero, contigo machaqué el carro y a quien lo monta, contigo machaqué a hombre y mujer, contigo machaqué al viejo y al muchacho, contigo machaqué al joven y a la doncella, contigo machaqué al pastor y su hato, contigo machaqué al labrador y su yunta, contigo machaqué a gobernadores y magistrados. Y haré que Babilonia y todos los habitantes de Caldea paguen por todo el daño que hicieron en Sión, delante de vuestros ojos, oráculo de Yahveh. Heme aquí en contra tuya, montaña destructora, oráculo de Yahveh, destructora toda la tierra. Voy a echarte mano y a hacerte rodar desde las peñas, y a convertirte en montaña quemada. No tomarán de ti piedra angular ni piedra de cimientos, porque desolación por siempre serás, oráculo de Yahveh. Alzad bandera en la tierra, tocad cuerno en las naciones. Haced leva santa contra ella en las naciones, citad contra ella a los reinos de Ararat, Minní y Askenaz, estableced contra ella reclutador, haced que ataque la caballería cual langosta. Haced leva santa contra ella en las naciones, los reyes de Media, sus gobernadores y todos sus magistrados y todo el país de su dominio. Y retiembla la tierra, y da vueltas, por haberse cumplido contra Babilonia los planes de Yahveh, de convertir la tierra de Babel en desolación sin habitantes. Cesaron de guerrear los valientes de Babilonia, se han quedado en las fortalezas. Agotóse su bravura, se volvieron mujeres; quemaron sus aposentos, se rompieron sus barras. Correo al alcance de correo corre, e informador al alcance de informador, para informar al rey de Babilonia que ha sido tomada su ciudad de cabo a cabo, y sus vados fueron ocupados y los cañaverales incendiados, y los guerreros se atemorizaron. Porque así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: La hija de Babel es como era al tiempo de apisonarla; un poco más, y le habrá llegado el tiempo de la siega. Me comió, me arrebañó el rey de Babilonia, me dejó como cacharro vacío, me tragó como un dragón, llenó su vientre con mis buenos trozos, me expulsó. «Mi atropello y mis sufrimientos sobre Babilonia», dirá la población de Sión; y «mi sangre sobre los habitantes de Caldea», dirá Jerusalén. Por tanto, así dice Yahveh: Heme aquí, que defiendo tu causa y vengo tu venganza, y deseco el mar de el y dejo enjuto su hontanar, y vendrá a ser Babilonia montón de piedras, guarida de chacales, tema de pasmo y rechifla, sin ningún habitante. A una cual leones rugen, gruñen como cachorros de leonas. En teniendo ellos calor les serviré su bebida y les embriagaré de modo que se alegren, y dormirán un sueño eterno y no se despertarán, oráculo de Yahveh. Les haré bajar como corderos al matadero, como carneros y machos cabríos. ¡Cómo fue tomada Sesac, y ocupada la prez de toda la tierra! ¡Cómo vino a ser pasmo Babilonia entre las naciones! Subió contra Babilonia el mar, por el tropel de sus olas quedó cubierta. Vinieron a quedar sus ciudades devastadas, tierra reseca y yerma, no vive en ellas nadie ni discurre por ellas ser humano. Visitaré a Bel en Babilonia, y le sacaré su bocado de la boca, y no afluirán a él ya más las naciones. Hasta la muralla de Babilonia ha caído. Salid de en medio de ella, pueblo mío, que cada cual salve su vida del ardor de la ira de Yahveh. Y que no se marchite vuestro corazón y tengáis miedo por el rumor que se oirá en la tierra. Cierto correrá un año tal rumor, y luego al año siguiente, otro distinto: violencia en la tierra, y domeñador sobre domeñador. Pues bien, mirad que vienen días en que visitaré a los ídolos de Babilonia, y todo su territorio se abochornará, y todos sus heridos caerán en medio de ella. Y harán corro contra Babilonia cielos y tierra y todo cuanto hay en ellos, cuando del norte lleguen los devastadores, oráculo de Yahveh. También Babilonia caerá, oh heridos de Israel. También por Babilonia cayeron los heridos de toda la tierra. Escapados de la espada, andad, no os paréis, recordad desde lejos a Yahveh, y que Jerusalén os venga en mientes. «Quedamos abochornados al oír tal afrenta; cubrió la vergüenza nuestros rostros. ¡Habían penetrado extranjeros hasta los santuarios de la Casa de Yahveh!» Pues bien, mirad que vienen días, oráculo de Yahveh, en que visitaré a sus ídolos, y en todo su territorio se quejarán los heridos. Aunque suba Babilonia a los cielos y encastille en lo alto su poder, de mi parte llegarán saqueadores hasta ella, oráculo de Yahveh. Suenan gritos de socorro desde Babilonia, y un fragor desde Caldea. Es que devasta Yahveh a Babilonia, apaga de ella el gran ruido, y mugen sus olas como las de alta mar, cuyo son es estruendoso. Es que viene sobre ella, sobre Babilonia el devastador, van a ser apresados sus valientes, se han aflojado sus arcos. Porque Dios retribuidor es Yahveh: cierto pagará. Yo embriagaré a sus jefes y a sus sabios, a sus gobernadores y a sus magistrados y a sus valientes, y dormirán un sueño eterno y no se despertarán, oráculo del Rey cuyo nombre es Yahveh Sebaot. Así dice Yahveh Sebaot: Aquella ancha muralla de Babilonia ha de ser socavada, y aquellas sus altas puertas con fuego han de ser quemadas, y se habrán fatigado pueblos para nada, y naciones para el fuego se habrán cansado. Orden que dio el profeta Jeremías a Seraías, hijo de Neriyías, hijo de Majseías, al partir éste de junto a Sedecías, rey de Judá, para Babilonia el año cuarto de su reinado, siendo Seraías jefe de etapas. Escribió, pues, Jeremías todo el mal que había de sobrevenir a Babilonia en un libro, todas estas palabras arriba escritas acerca de Babilonia, y dijo Jeremías a Seraías: «En llegando tú a Babilonia, mira de leer en voz alta todas estas palabras, y dirás: “Yahveh, tú has hablado respecto a este lugar, de destruirlo sin que haya en él habitante, ya sea persona o animal, sino que soledad por siempre será.” Luego, en acabando tú de leer en voz alta ese libro, atas a él una piedra y lo arrojas al Éufrates, y dices: “Así se hundirá Babilonia y no se recobrará del mal que yo mismo voy a traer sobre ella.”» Hasta aquí las palabras de Jeremías. Veintiún años tenía Sedecías cuando comenzó a reinar y reinó once años en Jerusalén; el nombre de su madre era Jamital, hija de Jeremías, de Libná. Hizo el mal a los ojos de Yahveh, enteramente como había hecho Yoyaquim. Esto sucedió a causa de la cólera de Yahveh contra Jerusalén y Judá, hasta que los arrojó de su presencia. Sedecías se rebeló contra el rey de Babilonia. En el año noveno de su reinado, en el mes décimo, el diez del mes, vino Nabucodonosor, rey de Babilonia, con todo su ejército, contra Jerusalén, acampó contra ella, y la cercaron con una empalizada. La ciudad estuvo sitiada hasta el año once del rey Sedecías. El mes cuarto, el nueve del mes, cuando arreció el hambre en la ciudad y no había pan para la gente del pueblo, se abrió una brecha en la ciudad y al verlo el rey y todos los guerreros, huyeron de la ciudad saliendo de noche, por el camino de la puerta que está entre los dos muros que dan al jardín del rey, mientras los caldeos estaban alrededor de la ciudad, y se fueron por el camino de la Arabá. Las tropas caldeas persiguieron al rey Sedecías y le dieron alcance en los llanos de Jericó; entonces todo el ejército se dispersó de su lado. Capturaron al rey y lo subieron a Riblá, en la tierra de Jamat, donde el rey de Babilonia, que le sometió a juicio. Los hijos de Sedecías fueron degollados a su vista, y lo mismo a todos los jefes de Judá degolló en Riblá. A Sedecías le sacó los ojos, lo encadenó con cadenas de bronce, y el rey de Babilonia lo llevó a Babilonia, donde lo tuvo en prisión hasta el día de su muerte. En el mes quinto, el diez del mes, en el año diecinueve de Nabucodonosor, rey de Babilonia, Nebuzaradán, jefe de la guardia, uno de los que servían ante el rey de Babilonia, vino a Jerusalén. Incendió la Casa de Yahveh y la casa del rey y todas las casas de Jerusalén. Todas las tropas caldeas que había con el jefe de la guardia demolieron las murallas que rodeaban a Jerusalén. Cuanto, a una parte de los pobres del país, al resto del pueblo que quedaba en la ciudad, los desertores que se habían pasado al rey de Babilonia y el resto de los artesanos, Nebuzaradán, jefe de la guardia, los deportó, Nebuzaradán el jefe de la guardia, dejó algunos de entre la gente pobre como viñadores y labradores. Los caldeos rompieron las columnas de bronce que había en la Casa de Yahveh, las basas, el Mar de bronce de la Casa de Yahveh, y se llevaron todo el bronce a Babilonia. Tomaron también los ceniceros, las paletas, los cuchillos, los acetres, las cucharas y todos los utensilios de bronce de que se servían. El jefe de la guardia tomó las vasijas, los incensarios y los aspersorios, los ceniceros, los candeleros, las cucharas y las tazas, cuanto había de oro y plata. Cuanto a las dos columnas, el Mar, los doce bueyes de bronce que estaban bajo el Mar y las basas que Salomón había hecho para la Casa de Yahveh, no se pudo calcular el peso de bronce de todos aquellos objetos. La altura de una columna era de dieciocho codos, un hilo de doce codos medía su perímetro; su grosor era de cuatro dedos y era hueca por dentro, y encima tenía un capitel de bronce; la altura del capitel era de cinco codos; había un trenzado y granadas en torno al capitel, todo de bronce. Lo mismo para la segunda columna. Había noventa y seis granadas que pendían a los lados. En total había cien granadas rodeando el trenzado. El jefe de la guardia tomó preso a Seraías, primer sacerdote, y a Sefanías, segundo sacerdote, y a los tres encargados del umbral. Tomó a un eunuco de la ciudad, que era inspector de los hombres de guerra, siete hombres de los cortesanos del rey, que se encontraban en la ciudad, al secretario del jefe del ejército, encargado del alistamiento del pueblo de la tierra y sesenta hombres de la tierra que se hallaban en la ciudad. Nebuzaradán, jefe de la guardia, los tomó y los llevó a Riblá, donde el rey de Babilonia, y el rey de Babilonia los hirió haciéndoles morir en Riblá, en el país de Jamat. Así fue deportado Judá, lejos de su tierra. Este es el número de los deportados por Nabucodonosor. El año séptimo: 3.023 de Judá; el año dieciocho de Nabucodonosor fueron llevadas de Jerusalén 832 personas; el año veintitrés de Nabucodonosor, Nebuzaradán, jefe de la guardia, deportó a 745 de Judá. En total: 4.600 personas. En el año treinta y seis de la deportación de Joaquín, rey de Judá, en el mes doce, el veinticinco del mes, Evil Merodak, rey de Babilonia, hizo gracia en el año en que comenzó a reinar, a Joaquín, rey de Judá, y lo sacó de la cárcel. Le habló con benevolencia y le dio un asiento superior al asiento de los reyes que estaban con él en Babilonia. Joaquín se quitó sus vestidos de prisión y comió siempre en la mesa del rey, todos los días de su vida. Le fue dado constantemente su sustento de parte del rey de Babilonia, día tras día, hasta el día de su muerte, todos los días de su vida.