LIBRO PRIMERO DE LOS REYES



Era ya viejo el rey David y entrado en años; le cubrían con vestidos pero no entraba en calor. Sus servidores le dijeron: «Que se busque para mi señor el rey una joven virgen que sirva al rey, y le atienda; que duerma en tu seno y dé calor a mi señor el rey.» Se buscó una muchacha hermosa por todos los términos de Israel y encontraron a Abisag la sunamita, y la llevaron al rey. La joven era extraordinariamente bella; cuidaba y servía al rey, pero el rey no la conoció. Mientras tanto Adonías, hijo de Jagguit, se gloriaba diciendo: «Yo seré rey.» Se había hecho con un carro y hombres de carro y cincuenta hombres que corrían ante él. Nunca en su vida le había disgustado su padre diciendo: «¿Por qué haces esto?» Era de muy hermosa presencia y había nacido después de Absalón. Se entendía con Joab, hijo de Sarvia, y con el sacerdote Abiatar, que apoyaban a Adonías. Pero el sacerdote Sadoq, Benaías, hijo de Yehoyadá, el profeta Natán, Semeí, Reí y los valientes de David no estaban con Adonías. Adonías hizo un sacrificio de ovejas, bueyes y vacas cebadas en la Piedra de Zojélet, que está junto a la fuente de Roguel, e invitó a todos sus hermanos, los hijos del rey, y a todos los hombres de Judá, servidores del rey, pero no invitó al profeta Natán ni a Benaías ni a los valientes ni a Salomón su hermano. Dijo Natán a Betsabé, madre de Salomón: «¿No has oído que Adonías, hijo de Jagguit, se hace el rey sin saberlo David nuestro señor? Ahora voy a darte un consejo para que salves tu vida y la vida de tu hijo Salomón. Vete y entra donde el rey David y dile: “Acaso tú, rey mi señor, no has jurado a tu sierva: Salomón tu hijo reinará después de mí y él se sentará en mi trono? ¿Pues por qué Adonías se hace el rey?” Y mientras estés tú allí hablando con el rey, entraré yo detrás de ti y completaré tus palabras.» Entró Betsabé donde el rey, en la alcoba; el rey era muy anciano, y Abisag la sunamita servía al rey. Arrodillóse Betsabé y se postró ante el rey; el rey dijo: «¿Qué te pasa?» Ella le dijo: «Mi señor, tú has jurado a tu sierva por Yahveh tu Dios: “Salomón tu hijo reinará después de mí y él se sentará en mi trono.” Pero ahora es Adonías el que se hace el rey, sin que tú, mi señor el rey, lo sepas. Ha sacrificado bueyes, vacas cebadas y ovejas en abundancia, invitando a todos los hijos del rey, al sacerdote Abiatar y a Joab, jefe del ejército, pero no ha invitado a tu siervo Salomón. Ahora, mi señor el rey, los ojos de todo Israel te miran para que les indiques quién ha de sentarse en el trono de mi señor el rey, después de él. Y ocurrirá que, cuando mi señor el rey se acueste con sus padres, yo y mi hijo Salomón seremos tratados como culpables.» Estaba ella hablando con el rey cuando llegó el profeta Natán. Avisaron al rey: «Está aquí el profeta Natán.» Entró donde el rey y se postró sobre su rostro en tierra ante el rey. Dijo Natán: «Rey mi señor: ¿Es que tú has dicho: “Adonías reinará después de mí y él será el que se siente sobre mi trono?” Porque ha bajado hoy a sacrificar bueyes, vacas cebadas y ovejas en abundancia, invitando a todos los hijos del rey, a los jefes del ejército y al sacerdote Abiatar; están ahora comiendo y bebiendo en su presencia y gritan: “Viva el rey Adonías.” Pero yo, tu siervo, y el sacerdote Sadoq y Benaías, hijo de Yehoyadá, y tu siervo Salomón no hemos sido invitados. ¿Es que viene esto de orden de mi señor el rey, y no has dado a conocer a tus siervos quién se sentará después de él en el trono de mi señor el rey?» El rey David respondió diciendo: «Llamadme a Betsabé.» Entró ella donde el rey y se quedó ante él. El rey hizo este juramento: «Vive Yahveh que libró mi alma de toda angustia, que como te juré por Yahveh, Dios de Israel, diciendo: Salomón tu hijo reinará después de mí, y él se sentará sobre mi trono en mi lugar, así lo haré hoy mismo.» Se arrodilló Betsabé rostro en tierra, se postró ante el rey y dijo: «Viva por siempre mi señor el rey David.» Dijo el rey David: «Llamadme al sacerdote Sadoq, al profeta Natán y a Benaías, hijo de Yehoyadá.» Y entraron a presencia del rey. El rey les dijo: «Tomad con vosotros a los veteranos de vuestro señor, haced montar a mi hijo Salomón sobre mi propia mula y bajadle a Guijón. El sacerdote Sadoq y el profeta Natán le ungirán allí como rey de Israel, tocaréis el cuerno y gritaréis: “Viva el rey Salomón.” Subiréis luego detrás de él, y vendrá a sentarse sobre mi trono y él reinará en mi lugar, porque le pongo como caudillo de Israel y Judá.» Benaías, hijo de Yehoyadá, respondió al rey: «Amén. Así habla Yahveh, Dios de mi señor el rey. Como ha estado Yahveh con mi señor el rey, así esté con Salomón y haga su trono más grande que el trono de mi señor el rey David.» Bajaron el sacerdote Sadoq, el profeta Natán, Benaías, hijo de Yehoyadá, los kereteos y los peleteos, e hicieron montar a Salomón sobre la mula del rey David y le llevaron a Guijón. El sacerdote Sadoq tomó de la Tienda el cuerno del aceite y ungió a Salomón, tocaron el cuerno y todo el pueblo gritó: «Viva el rey Salomón.» Subió después todo el pueblo detrás de él; la gente tocaba las flautas y manifestaba tan gran alegría que la tierra se hendía con sus voces. Lo oyó Adonías y todos los invitados que con él estaban cuando habían acabado de comer; oyó Joab el sonido del cuerno y dijo: «¿Por qué este ruido de la ciudad alborotada?» Estaba todavía hablando cuando llegó Jonatán, hijo del sacerdote Abiatar; y Adonías le dijo: «Ven, pues eres un hombre valeroso y traerás buenas noticias.» Jonatán respondió a Adonías: «Todo lo contrario. Nuestro señor el rey David ha proclamado rey a Salomón. El rey ha enviado con él al sacerdote Sadoq, al profeta Natán, a Benaías, hijo de Yehoyadá, a los kereteos y peleteos, y le han hecho montar sobre la mula del rey. El sacerdote Sadoq y el profeta Natán le han ungido rey en Guijón; han subido de allí llenos de gozo; la ciudad está alborotada; y ése es el tumulto que habéis oído. Más aún, Salomón se ha sentado en el trono real, y los servidores del rey han ido a felicitar a nuestro rey David diciendo: Que tu Dios haga el nombre de Salomón más dichoso que tu propio nombre y haga su trono más grande que tu trono. El rey se ha prosternado en su lecho, y ha dicho así: “Bendito Yahveh, Dios de Israel, que ha permitido que un descendiente mío se siente hoy sobre mi trono y que mis ojos lo vean.”» Todos los invitados que estaban con Adonías temieron y, levantándose, se fueron cada uno por su camino. Adonías tuvo miedo de Salomón; se levantó y se fue y se agarró a los cuernos del altar. Avisaron a Salomón: «Mira que Adonías tiene miedo del rey Salomón y se ha agarrado a los cuernos del altar diciendo: Que el rey Salomón me jure desde hoy que su servidor no morirá a espada.» Dijo Salomón: «Si es hombre honrado, no caerá en tierra ni uno de sus cabellos, pero si se halla maldad en él, morirá.» El rey Salomón mandó que lo bajaran de junto al altar; entró y se postró ante el rey Salomón, y Salomón le dijo: Vete a tu casa.» Cuando se acercaron los días de la muerte de David, dio órdenes a su hijo Salomón: «Yo me voy por el camino de todos. Ten valor y sé hombre. Guarda las observancias de Yahveh tu Dios, yendo por su camino, observando sus preceptos, sus órdenes, sus sentencias y sus instrucciones, según está escrito en la ley de Moisés, para que tengas éxito en cuanto hagas y emprendas. Para que Yahveh cumpla la promesa que me hizo diciendo: “Si tus hijos guardan su camino para andar en mi presencia con fidelidad, con todo su corazón y toda su alma, ninguno de los tuyos será arrancado de sobre el trono de Israel.” También sabes lo que me hizo Joab, hijo de Sarvia, lo que hizo a los dos jefes de los ejércitos de Israel: a Abner, hijo de Ner, y a Amasá, hijo de Yéter, que los mató y derramó en la paz sangre de guerra; ha puesto sangre inocente en el cinturón de mi cintura y en la sandalia de mis pies. Harás según tu prudencia y no dejarás bajar en paz sus canas al seol. Tratarás con benevolencia a los hijos de Barzillay de Galaad y estarán entre los que comen a tu mesa, porque también ellos se acercaron a mí cuando yo huía ante tu hermano Absalón. Ahí tienes contigo a Semeí, hijo de Guerá, el benjaminita de Bajurim, que me lanzó atroces maldiciones el día que yo iba a Majanáyim; pero bajó a mi encuentro al Jordán y le juré por Yahveh: No te mataré a espada. Pero tú no le dejarás impune, pues eres hombre avisado y sabes qué tienes que hacer para que sus canas bajen en sangre al seol.» David se acostó con sus padres y le sepultaron en la Ciudad de David. David reinó sobre Israel cuarenta años; reinó en Hebrón siete años; reinó en Jerusalén 33 años. Salomón se sentó en el trono de David su padre y el reino se afianzó sólidamente en su mano. Adonías, hijo de Jagguit, fue donde Betsabé, madre de Salomón. Ella dijo: «¿Es de paz tu venida?» Respondió: «De paz.» Y añadió: «Quiero hablarte.» Ella dijo: «Habla.» Él dijo: «Sabes bien que la realeza me pertenecía y que todos los israelitas habían vuelto hacia mí sus rostros para que yo reinara; pero la realeza se volvió y fue para mi hermano, pues de Yahveh le ha venido. Ahora quiero pedirte una sola cosa, no me la niegues.» Ella le dijo: «Habla.» Dijo: «Habla, por favor, al rey Salomón, que no te rechazará, para que me dé a Abisag la sunamita por mujer.» Betsabé contestó: «Está bien. Hablaré al rey Salomón por ti.» Entró Betsabé donde el rey Salomón para hablarle acerca de Adonías. Se levantó el rey, fue a su encuentro y se postró ante ella, y se sentó después en su trono; pusieron un trono para la madre del rey y ella se sentó a su diestra. Ella dijo: «Tengo que hacerte una pequeña petición, no me la niegues.» Dijo el rey: «Pide, madre mía, porque no te la negaré.» Ella dijo: «Que se dé Abisag la sunamita por mujer a tu hermano Adonías.» El rey Salomón respondió a su madre: «¿Por qué pides tú a Abisag la sunamita para Adonías? Pues ya pide el reino para él, pues es mi hermano mayor y tiene de su parte al sacerdote Abiatar y a Joab, hijo de Sarvia.» Y el rey Salomón juró por Yahveh: «Esto me haga Dios y esto me añada, si Adonías no ha dicho esta palabra a costa de su vida. Y ahora, por Yahveh que me ha confirmado y me ha hecho sentar en el trono de David mi padre, y le ha dado una casa como había prometido, que hoy mismo morirá Adonías.» El rey Salomón encargó de ello a Benaías, hijo de Yehoyadá, que le hirió y murió. Dijo el rey al sacerdote Abiatar: «Vete a Anatot, a tus tierras, porque eres reo de muerte, pero no quiero hacerte morir hoy porque llevaste el arca de mi Señor Yahveh en presencia de mi padre David y te afligiste con todas las aflicciones de mi padre.» Y expulsó Salomón a Abiatar del sacerdocio de Yahveh cumpliendo la palabra que Yahveh pronunció contra la casa de Elí en Silo. Llegó la noticia a Joab; como Joab se había inclinado por Adonías, aunque no se había inclinado por Absalón, se refugió Joab en la Tienda de Yahveh y se agarró a los cuernos del altar. Avisaron al rey Salomón: «Joab se ha refugiado en la Tienda de Yahveh y está al lado del altar.» Envió Salomón a decir a Joab: «¿Qué te sucede, que te refugias en el altar?» Respondió Joab: «He tenido miedo de ti y me he refugiado junto a Yahveh.» Envió Salomón a Benaías, hijo de Yehoyadá, con esta orden: «Vete y mátale.» Entró Benaías en la Tienda de Yahveh y le dijo: «Así dice el rey: Sal.» Respondió: «No. Moriré aquí.» Benaías llevó la respuesta al rey diciendo: «Esto ha dicho Joab y esto me ha respondido.» El rey le dijo: «Haz como él dijo. Mátale y sepúltale, y apartarás de sobre mí y de sobre la casa de mi padre la sangre inocente que derramó Joab. Yahveh hará recaer su sangre sobre su cabeza porque ha matado dos hombres más justos y mejores que él, matándolos a espada sin saberlo mi padre, a Abner, hijo de Ner, jefe del ejército de Israel, y a Amasá, hijo de Yéter, jefe del ejército de Judá. Que su sangre caiga sobre la cabeza de Joab y de su descendencia para siempre, y que David y su descendencia, su casa y su trono tengan paz para siempre de parte de Yahveh.» Subió Benaías, hijo de Yehoyadá, hirió a Joab y le mató y le sepultó en su casa en el desierto. El rey puso en su lugar al frente del ejército a Benaías, hijo de Yehoyadá, y puso el rey al sacerdote Sadoq en el puesto de Abiatar. Envió el rey a llamar a Semeí y le dijo: «Hazte una casa en Jerusalén y vive en ella y no salgas ni acá ni allá. El día que salgas y cruces el torrente Cedrón ten por sabido que sin remedio morirás y tu sangre caerá sobre tu cabeza.» Semeí dijo al rey: «Tu palabra es buena. Como ha dicho mi señor el rey, así hará su siervo.» Semeí habitó en Jerusalén mucho tiempo. Al cabo de tres años, dos de los siervos de Semeí huyeron a donde Akís, hijo de Maaká, rey de Gat; avisaron a Semeí: «Mira, tus siervos están en Gat.» Se levantó Semeí, aparejó su asno y se fue a Gat, donde Akís, para buscar a sus siervos; fue Semeí y trajo a sus siervos de Gat. Avisaron a Salomón: «Semeí ha ido de Jerusalén a Gat y ha vuelto.» Mandó el rey llamar a Semeí y le dijo: «¿Acaso no te hice jurar por Yahveh y te advertí: El día que salgas para ir acá o allá ten por sabido que sin remedio morirás y tú me has dicho: ¿Buena es la palabra que he oído? ¿Por qué no has guardado el juramento de Yahveh y la orden que te di?» Dijo el rey a Semeí: «Tú sabes todo el mal que hiciste a David mi padre; Yahveh hace caer todo tu mal sobre tu cabeza, mientras el rey Salomón será bendito y el trono de David permanecerá ante Yahveh para siempre.» Dio orden el rey a Benaías, hijo de Yehoyadá, que salió e hirió a Semeí; éste murió. Y el reino se consolidó en las manos de Salomón. Salomón fue yerno de Faraón, rey de Egipto; tomó la hija de Faraón y la llevó a la Ciudad de David, mientras terminaba de construir su casa, la casa de Yahveh y la muralla en torno a Jerusalén. Con todo, el pueblo ofrecía sacrificios en los altos, porque en aquellos días no había sido aún construida una casa para el Nombre de Yahveh. Salomón amaba a Yahveh y andaba según los preceptos de David su padre, pero ofrecía sacrificios y quemaba incienso en los altos. Fue el rey a Gabaón para ofrecer allí sacrificios, porque aquel es el alto principal. Salomón ofreció mil holocaustos en aquel altar. En Gabaón Yahveh se apareció a Salomón en sueños por la noche. Dijo Dios: «Pídeme lo que quieras que te dé.» Salomón dijo: «Tú has tenido gran amor a tu siervo David mi padre, porque él ha caminado en tu presencia con fidelidad, con justicia y rectitud de corazón contigo. Tú le has conservado este gran amor y le has concedido que hoy se siente en su trono un hijo suyo. Ahora Yahveh mi Dios, tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre, pero yo soy un niño pequeño que no sabe salir ni entrar. Tu siervo está en medio del pueblo que has elegido, pueblo numeroso que no se puede contar ni numerar por su muchedumbre. Concede, pues, a tu siervo, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal, pues ¿Quién será capaz de juzgar a este pueblo tuyo tan grande?» Plugo a los ojos del Señor esta súplica de Salomón, y le dijo Dios: «Porque has pedido esto y, en vez de pedir para ti larga vida, riquezas, o la muerte de tus enemigos, has pedido discernimiento para saber juzgar, cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente como no lo hubo antes de ti ni lo habrá después. También te concedo lo que no has pedido, riquezas y gloria, como no tuvo nadie entre los reyes. Si andas por mis caminos, guardando mis preceptos y mis mandamientos, como anduvo David tu padre, yo prolongaré tus días.» Se despertó Salomón y era un sueño. Entró en Jerusalén y se puso delante del arca de la alianza del Señor; ofreció holocaustos y sacrificios de comunión y dio un banquete a todos sus servidores. Vinieron por entonces al rey dos prostitutas y se presentaron ante él. Una de las mujeres dijo: «Óyeme, mi señor. Yo y esta mujer vivíamos en una misma casa, y yo he dado a luz, estando ella conmigo en la casa. A los tres días de mi alumbramiento, también dio a luz esta mujer; estábamos juntas, no había ningún extraño con nosotras en la casa, fuera de nosotras dos. El hijo de esa mujer murió una noche, porque ella se había acostado sobre él. Se levantó ella durante la noche y tomó a mi hijo de mi lado, mientras tu sierva dormía, y lo acostó en su regazo, y a su hijo muerto lo acostó en mi regazo. Cuando me levanté por la mañana para dar de mamar a mi hijo, lo hallé muerto; pero fijándome en él por la mañana vi que no era mi hijo, el que yo había dado a luz.» La otra mujer dijo: «No, todo lo contrario, mi hijo es el vivo y tu hijo es el muerto.» Pero la otra replicó: «No; tu hijo es el muerto y mi hijo es el vivo.» Y discutían delante del rey. Dijo el rey: «Ésta dice: “Mi hijo es éste, el vivo, y tu hijo es el muerto.” Pero la otra dice: “No, tu hijo es el muerto, y mi hijo es el vivo.” Dijo el rey: «Traedme una espada.» Llevaron una espada ante el rey. Dijo el rey: «Partid en dos al niño vivo y dad una mitad a una y otra a la otra». La mujer de quien era el niño vivo habló al rey, porque sus entrañas se conmovieron por su hijo, y dijo: «Por favor, mi señor, que le den el niño vivo y que no le maten.» Pero la otra dijo: «No será ni para mí ni para ti: que lo partan.» Respondió el rey: «Entregad a aquélla el niño vivo y no le matéis; ella es la madre.» Todo Israel oyó el juicio que hizo el rey y reverenciaron al rey, pues vieron que había en él una sabiduría divina para hacer justicia. El rey Salomón fue rey de todo Israel, y estos fueron los jefes, que estaban con él: Azarías, hijo de Sadoq, sacerdote; Elihaf y Ajías, hijos de Seraya, secretarios; Josafat, hijo de Ajilud, heraldo; (Benaías, hijo de Yehoyadá, jefe del ejército; Sadoq y Abiatar, sacerdotes); Azarías, hijo de Natán, jefe de los gobernadores; Zabud, hijo de Natán, amigo del rey Ajisur mayordomo; Eliab, hijo de Joab, jefe del ejército; Adoram hijo de Abdá, encargado de las levas. Salomón tenía doce gobernadores sobre todo Israel que proveían al rey y a su casa; cada uno proveía un mes del año. Estos eran sus nombres: hijo de Jur, en la montaña de Efraím, hijo de Dequer, en Mahás, Saalbim, Bet Semes, Ayyalón, hasta Bet Janán, hijo de Jésed, en Arubbot; tenía Soko y toda la tierra de Jéfer, hijo de Abinadab: todo el distrito de Dor. Tabaat, hija de Salomón, fue su mujer. Baaná, hijo de Ajilud, en Tanak y Meguiddó hasta más allá de Yoqmeam, y sobre todo Bet Seán, por debajo de Yizreel, desde Bet Seán hasta Abel Mejolá, que está hacia Sartán, hijo de Guéber, en Ramot de Galaad; tenía los aduares de Yaír, hijo de Manasés, que están en Galaad; tenía la región de Argob en el Basán, sesenta ciudades fortificadas, amuralladas y con cerrojos de bronce. Ajinadab, hijo de Iddó, en Majanáyim. Ajimaas en Neftalí; también se casó con una hija de Salomón, llamada Basmat. Baaná, hijo de Jusay, en Aser y las subidas. Josafat, hijo de Paruaj, en Isacar. Semeí, hijo de Elá, en Benjamín. Guéber, hijo de Urí, en la tierra de Gad, el país de Sijón, rey de los amorreos, y de Og, rey de Basán. Y había, además, un gobernador que estaba en el país. Judá e Israel eran numerosos como la arena en la orilla del mar, y comían, bebían y se alegraban. Salomón dominaba todos los reinos, desde el Río hasta el país de los filisteos y hasta la frontera de Egipto. Pagaban tributo y servían a Salomón todos los días de su vida. Los víveres de Salomón eran treinta cargas de flor de harina y sesenta cargas de harina cada día, diez bueyes cebados y veinte bueyes de pasto, cien cabezas de ganado menor, aparte los ciervos y gacelas, gamos y las aves cebadas. Porque dominaba en toda la Transeufratina, desde Tafsaj hasta Gaza, sobre todos los reyes de más acá del Río; tuvo paz en torno a todas sus fronteras. Judá e Israel vivieron en seguridad, cada uno bajo su parra y bajo su higuera, desde Dan hasta Berseba, todos los días de Salomón. Tenía Salomón 4.000 establos de caballos para sus carros y 12.000 caballos. Los gobernadores proveían un mes cada uno al rey Salomón y a todos los que se acercaban a la mesa de Salomón, de modo que nada les faltara. Llevaban la cebada y la paja para los caballos y los animales de tiro al lugar donde él estaba, cada uno según su turno. Dios concedió a Salomón sabiduría e inteligencia muy grandes y un corazón tan dilatado como la arena de la orilla del mar. La sabiduría de Salomón era mayor que la sabiduría de todos los hijos de Oriente y que toda la sabiduría de Egipto. Fue más sabio que hombre alguno, más que Etán el ezrajita, que Hemán, Kalkol y Dardá, hijos de Majol; su nombre se extendió por todos los pueblos circunvecinos. Pronunció 3.000 parábolas y proverbios, y sus cánticos fueron 1.005. Habló sobre las plantas, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que brota en el muro; habló de los cuadrúpedos, de las aves, de los reptiles y de los peces. Venían de todos los pueblos para oír la sabiduría de Salomón, y de parte de todos los reyes de la tierra que tuvieron noticia de su sabiduría. Jiram, rey de Tiro, envió sus servidores a Salomón, porque oyó que había sido ungido rey en lugar de su padre, y Jiram fue siempre amigo de David. Salomón envió a decir a Jiram: «Sabes bien que mi padre David no pudo edificar una Casa al Nombre de Yahveh su Dios a causa de las guerras en que sus enemigos le envolvieron hasta que Yahveh los puso bajo la planta de sus pies. Al presente, Yahveh mi Dios me ha concedido paz por todos lados. No hay adversario ni maldad. Ahora me he propuesto edificar una Casa al Nombre de Yahveh mi Dios según lo que Yahveh dijo a David mi padre: “El hijo tuyo que yo colocaré en tu lugar sobre tu trono edificará una Casa a mi Nombre.” Así pues, ordena que se corten para mí cedros del Líbano. Mis servidores estarán con tus servidores: te pagaré como salario de tus servidores todo lo que me digas, pues tú sabes que no hay nadie entre nosotros que sepa talar los árboles como los sidonios.» Cuando Jiram oyó las palabras de Salomón se alegró mucho y dijo: «Bendito sea hoy Yahveh, pues ha dado a David un hijo sabio para jefe de este pueblo numeroso.» Jiram envió a decir a Salomón: «He oído lo que me enviaste a decir. Yo haré cuanto deseas en madera de cedro y de ciprés. Mis siervos los bajarán desde el Líbano hasta el mar, y yo los pondré en balsas y los llevaré al lugar a que me mandes; allí se soltarán y tú los cargarás, y por tu parte harás según mi deseo dando víveres a mi casa.» Jiram dio a Salomón toda la madera de cedro y ciprés que deseaba. Salomón dio a Jiram 20.000 cargas de trigo para la manutención de su casa y 20.000 medidas de oliva molida. Esto daba Salomón a Jiram cada año. Yahveh dio sabiduría a Salomón, como se lo había prometido, y hubo paz entre Jiram y Salomón pactando una alianza entrambos. Hizo el rey Salomón una leva en todo Israel; la leva fue de 30.000 hombres. Los envió al Líbano, 10.000 cada mes, por turnos; un mes estaban en el Líbano y dos meses en sus casas. Adoram estaba al frente de la leva. Tenía además Salomón 70.000 porteadores y 80.000 canteros en el monte, aparte los capataces de los prefectos puestos por Salomón al frente de los trabajos, 3.300 que mandaban a la gente empleada en los trabajos. El rey mandó arrancar grandes piedras, piedras selectas, para fundamentar la Casa con piedras de sillería. Los obreros de Salomón, los obreros de Jiram y los guiblitas cortaron y dispusieron la madera y las piedras para construir la Casa. En el año 480 de la salida de los israelitas de la tierra de Egipto, el año cuarto del reinado de Salomón sobre Israel, en el mes de Ziv, que es el segundo mes, emprendió la construcción de la Casa de Yahveh. La Casa que edificó el rey Salomón a Yahveh tenía sesenta codos de largo, veinte de ancho y veinticinco de alto. El Ulam delante del Hekal de la Casa tenía veinte codos de largo en el sentido del ancho de la Casa y diez codos de ancho en el sentido de largo de la Casa. Hizo en la Casa ventanas con celosías. Edificó junto al muro de la Casa una galería en torno al Hekal y al Debir, e hizo habitaciones laterales en derredor. La galería inferior tenía cinco codos de ancho, la intermedia seis codos de ancho y la tercera siete codos de ancho, porque fue rebajando alrededor de la Casa, por la parte exterior, para no empotrar en los muros de la Casa. (La Casa fue construida con piedras preparadas en la cantera; durante su construcción no se oyeron en la Casa martillazos ni sierras ni instrumentos de hierro.) La entrada del piso inferior estaba en el ala derecha de la Casa, y por una escalera de caracol se subía al piso intermedio y del intermedio al tercero. Edificó la Casa, la acabó y la techó con artesonado de cedro. Edificó la galería, adosada a toda la Casa, de cinco codos de alta y estaba unida a la Casa por vigas de cedro. Fue dirigida a Salomón la palabra de Yahveh diciendo: «Por esta Casa que estás edificando, si caminas según mis preceptos, obras según mis sentencias y guardas todos mis mandamientos para andar conforme a ellos, yo cumpliré mi palabra contigo, la que dije a David tu padre, habitaré en medio de los hijos de Israel y no abandonaré a mi pueblo Israel.» Edificó Salomón la Casa y la terminó. Revistió los muros de la Casa en el interior con planchas de cedro desde el suelo de la Casa hasta las vigas del techo; revistió de madera el interior y recubrió el suelo de la Casa con planchas de ciprés. Construyó los veinte codos del fondo de la Casa con planchas de cedro desde el suelo hasta las vigas, formando así por la parte interior el Debir, el Santo de los Santos; cuarenta codos tenía la Casa, es decir, el Hekal, delante del Debir. El cedro del interior de la Casa estaba esculpido con figuras de calabazas y capullos abiertos; todo era cedro, no se veía la piedra. Había preparado un Debir al fondo de la Casa en el interior para colocar en él el arca de la alianza de Yahveh. El Debir tenía veinte codos de largo, veinte codos de ancho y veinte codos de alto ; lo revistió de oro fino; y alzó un altar de cedro delante del Debir y lo revistió de oro. Revistió de oro también la Casa, absolutamente toda la Casa. Hizo en el Debir dos querubines de madera de acebuche de diez codos de altura. Un ala del querubín tenía cinco codos y la otra ala del querubín cinco codos: diez codos desde la punta de una de sus alas hasta la punta de la otra de sus alas. El segundo querubín tenía diez codos, las mismas medidas y la misma forma para los dos querubines. La altura de un querubín era de diez codos y lo mismo el segundo querubín. Colocó los querubines en medio del recinto interior; y las alas de los querubines estaban desplegadas; el ala de uno tocaba un muro y el ala del segundo querubín tocaba el otro muro, y sus alas se tocaban en medio del recinto, ala con ala. Revistió de oro los querubines. Esculpió todo en torno los muros de la Casa con grabados de escultura de querubines, palmeras, capullos abiertos, al interior y al exterior. Recubrió de oro el piso de la Casa al interior y al exterior. Hizo la puerta del Debir con batientes de madera de acebuche, y el dintel y las jambas ocupaban la quinta parte; los dos batientes eran de madera de acebuche; esculpió sobre ellos esculturas de querubines, palmas y capullos abiertos, y los revistió de oro, poniendo láminas de oro sobre los querubines y las palmeras. Hizo lo mismo en la puerta del Hekal: los montantes de madera de acebuche que ocupaban la cuarta parte; dos batientes de madera de abeto: dos planchas de un batiente eran giratorias y también eran giratorias otras dos planchas del otro batiente. Esculpió querubines, palmeras, capullos abiertos y embutió oro sobre la escultura. Edificó el patio interior; tres filas de piedras talladas y una fila de tablones de cedro. El año cuarto, en el mes de Ziv, se pusieron los cimientos de la Casa de Yahveh, y el año once, en el mes de Bul - que es el mes octavo - fue acabada la Casa en todas sus partes, según todo su proyecto. Salomón la levantó en siete años. Salomón edificó su casa, y en trece años la concluyó del todo. Edificó la Casa «Bosque del Líbano», de cien codos de longitud, cincuenta codos de anchura y treinta codos de altura, sobre cuatro filas de columnas de cedro; había capiteles de cedro sobre las columnas. Había un artesonado de cedro sobre la parte superior de las planchas que estaban sobre las columnas. Había tres filas de ventanas con celosías, 45 en total, quince por cada fila, y una daba frente a la otra tres veces. Todas las puertas y montantes eran cuadrangulares y una daba frente a la otra tres veces. Hizo el Pórtico de las columnas de cincuenta codos de longitud, treinta codos de anchura, con un pórtico por delante. Hizo el Vestíbulo del trono donde administraba justicia, que es el Vestíbulo del Juicio; estaba recubierto de cedro desde el suelo hasta las vigas. La casa en que vivía en el otro recinto, el opuesto al Vestíbulo, tenía la misma configuración; hizo también una casa como este Vestíbulo para la hija de Faraón que Salomón había tomado por mujer. Todo esto era de piedras selectas, talladas a medida, serradas con sierra por dentro y por fuera, desde los cimientos hasta las cornisas. El cimiento era de piedras excelentes, grandes piedras, unas de diez codos y otras de ocho; en la parte superior había piedras excelentes, talladas a medida, y cedro. Al exterior, el patio grande tenía en derredor tres filas de piedras talladas y una fila de planchas de cedro, igual que el patio interior de la Casa de Yahveh y el vestíbulo de la Casa. El rey Salomón envió a buscar a Jiram de Tiro; era hijo de una viuda de la tribu de Neftalí; su padre era de Tiro; trabajaba en bronce y estaba lleno de ciencia, pericia y experiencia para realizar todo trabajo en bronce; fue donde el rey Salomón y ejecutó todos sus trabajos. Fundió las dos columnas de bronce; la altura de una columna era de dieciocho codos, un hilo de doce codos medía la circunferencia; y lo mismo la segunda columna. Hizo dos capiteles fundidos en bronce para colocarlos sobre la cima de las columnas, de cinco codos de altura un capitel y de cinco codos de altura el capitel segundo. Hizo dos encajes y dos trenzados a modo de cadenas para los capiteles de la cima de las columnas, un trenzado para un capitel y otro trenzado para el capitel segundo. Hizo granadas: dos filas alrededor de cada trenzado, los capiteles que estaban en la cima de las columnas tenían forma de azucenas, cuatrocientas en total, colocadas sobre la prominencia que estaba detrás del trenzado; doscientas granadas alrededor del segundo capitel. Erigió las columnas ante el Ulam del Hekal; erigió la columna de la derecha y la llamó Yakín; erigió la columna de la izquierda y la llamó Boaz. Y quedó acabado el trabajo de las columnas. Hizo el Mar de metal fundido que tenía diez codos de borde a borde; era enteramente redondo, y de cinco codos de altura; un cordón de treinta codos medía su contorno. Debajo del borde había calabazas todo en derredor; daban vuelta al Mar a largo de treinta codos; había dos filas de calabazas fundidas en una sola pieza. Se apoyaba sobre doce bueyes, tres mirando al Norte, tres mirando al Oeste, tres mirando al Sur y tres mirando al Este; el Mar estaba sobre ellos, quedando sus partes traseras hacia el interior. Su espesor era de un palmo y su borde era como el borde del cáliz de la flor de la azucena. Contenía 2.000 medidas. Hizo también las diez basas de bronce de cuatro codos de largo cada basa, cuatro codos su anchura y tres su altura. Las basas estaban hechas así: tenían paneles y los paneles estaban entre listones. Sobre el panel que estaba entre los listones había leones, bueyes y querubines. Lo mismo sobre los listones. Por encima y por debajo de los leones y de los toros había volutas, cada basa tenía cuatro ruedas de bronce y ejes de bronce; sus cuatro pies tenían asas debajo de la jofaina, y los apliques estaban fundidos, su boca, desde el interior de las asas hasta arriba, tenía un codo; la boca era redonda, teniendo un soporte de codo y medio; había también sobre la boca esculturas, pero los paneles eran cuadrados, no redondos. Las cuatro ruedas estaban bajo los paneles, y los ejes de las ruedas estaban en la basa; la altura de cada rueda era de codo y medio. La forma de las ruedas era como la forma de la rueda de un carro, y sus ejes, sus llantas, sus radios y sus cubos, todo era de fundición. Había cuatro asas en los cuatro ángulos de cada basa; la basa formaba un cuerpo con su asa. En la cima de la basa había un soporte de medio codo de altura completamente redondo; y en la cima de la basa, los ejes y el armazón formaban un cuerpo con ella. Grabó sobre las tablas querubines, leones y palmeras, y volutas alrededor. De esta forma hizo las diez basas: una misma fundición y un mismo tamaño para todas. Hizo diez pilas de bronce de cuarenta medidas cada una; cada pila medía cuatro codos; había una pila sobre cada una de las diez basas. Colocó las basas, cinco al lado derecho de la Casa y cinco al lado izquierdo de la Casa. El Mar lo colocó del lado derecho de la Casa hacia el sureste. Jiram hizo los ceniceros, las paletas y los acetres. Jiram terminó de hacer toda la obra que el rey Salomón le encargó que hiciera para la Casa de Yahveh: dos columnas, las molduras de los capiteles que estaban sobre la cima de las dos columnas, los dos trenzados para recubrir las dos molduras de los capiteles que estaban en la cima de las columnas; las cuatrocientas granadas para los dos trenzados; dos filas de granadas para cada trenzado; las diez basas y las diez pilas sobre las basas; el Mar y los doce bueyes debajo del Mar; los ceniceros, las paletas y los acetres. Todos estos objetos que hizo Jiram al rey Salomón para la Casa de Yahveh eran de bronce bruñido. El rey los hizo fundir en la vega del Jordán, en el mismo suelo, entre Sukkot y Sartán; en tan enorme cantidad que no se pudo calcular el peso del bronce. Puso Salomón todos los objetos que había hecho en la Casa de Yahveh; el altar de oro y la mesa de oro sobre la que se ponían los panes de la presencia; los candelabros de oro fino, cinco a la derecha y cinco a la izquierda delante del Debir; las flores, las lámparas y las despabiladeras de oro; las cucharas, los cuchillos, los acetres, las copas y los braseros de oro fino, los goznes de oro para las puertas de la cámara interior, el Santo de los Santos, y para las puertas de la Casa y el Hekal. Así fue concluida toda la obra que hizo el rey Salomón para la Casa de Yahveh; Salomón hizo traer todo lo consagrado por David su padre, la plata, el oro y los objetos, y lo puso en los tesoros de la Casa de Yahveh. Entonces congregó Salomón a los ancianos de Israel en Jerusalén para hacer subir el arca de la alianza de Yahveh desde la ciudad de David, que es Sión. Se reunieron junto al rey Salomón todos los hombres de Israel, en el mes de Etanim, (que es el mes séptimo) en la fiesta, y los sacerdotes llevaron el arca, y la Tienda del Encuentro, con todos los objetos sagrados que había en la Tienda. El rey Salomón y todo Israel con él sacrificaron ante el arca ovejas y bueyes en número incalculable e innumerable. Los sacerdotes llevaron el arca de la alianza de Yahveh a su sitio, al Debir de la Casa, en el Santo de los Santos, bajo las alas de los querubines, porque los querubines extendían las alas por encima del sitio del arca, cubriendo los querubines el arca y su varales por encima. Los varales eran tan largos que se veían sus puntas desde el Santo, desde la parte anterior del Debir, pero no se veían desde fuera. Están allí hasta el día de hoy. En el arca no había nada más que las dos tablas de piedra que Moisés hizo poner en ella, en el Horeb, las tablas de la alianza que pactó Yahveh con los israelitas cuando salieron de la tierra de Egipto. Al salir los sacerdotes del Santo, la nube llenó la Casa de Yahveh. Y los sacerdotes no pudieron continuar en el servicio a causa de la nube, porque la gloria de Yahveh llenaba la Casa de Yahveh. Entonces Salomón dijo: «Yahveh quiere habitar en densa nube. He querido erigirte una morada un lugar donde habites para siempre.» Se volvió el rey y bendijo a toda la asamblea de Israel mientras que toda la asamblea de Israel estaba en pie. Él dijo: «Bendito sea Yahveh, Dios de Israel, que habló por su boca a mi padre David y ha cumplido por su mano lo que dijo: “Desde el día en que saqué de Egipto a mi pueblo Israel no he elegido ninguna ciudad entre todas las tribus de Israel para edificar una Casa en la que esté mi Nombre, pero he elegido a David para que esté al frente de mi pueblo Israel.” Mi padre David pensó en su corazón edificar una Casa al Nombre de Yahveh, Dios de Israel, pero Yahveh dijo a David mi padre: “Cuanto a haber pensado en tu corazón edificar una Casa a mi Nombre, bien has hecho en tener tal voluntad, pero no edificarás tú la Casa, sino que un hijo tuyo, salido de tus entrañas, ése será quien edifique la Casa a mi Nombre.” Yahveh ha cumplido la promesa que dijo; he sucedido a mi padre David, me he sentado sobre el trono de Israel, como Yahveh había dicho, y he construido la Casa al Nombre de Yahveh, Dios de Israel, y he señalado en ella un lugar al arca en que está la alianza que Yahveh pactó con nuestros padres cuando los sacó de la tierra de Egipto.» Salomón se puso ante el altar de Yahveh en presencia de toda la asamblea de Israel; extendió sus manos al cielo y dijo: «Yahveh, Dios de Israel, no hay Dios como tú en lo alto de los cielos ni abajo sobre la tierra, tú que guardas la alianza y el amor a tus siervos que andan en tu presencia con todo su corazón, tú que has mantenido a mi padre David la promesa que le hiciste, pues por tu boca lo prometiste y por tu mano lo has cumplido este día. Ahora, pues, Yahveh, Dios de Israel, mantén a tu siervo David mi padre la promesa que le hiciste diciéndole: “Nunca será quitado de mi presencia uno de los tuyos que se siente en el trono de Israel, con tal que tus hijos guarden su camino andando en mi presencia como has andado tú delante de mí.” Ahora, Dios de Israel, que se cumpla la palabra que dijiste a tu siervo David, mi padre. ¿Es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, ¡Cuánto menos esta Casa que yo te he construido! Atiende a la plegaria de tu siervo y a su petición, Yahveh Dios mío, y escucha el clamor y la plegaria que tu siervo hace hoy en tu presencia, que tus ojos estén abiertos día y noche sobre esta Casa, sobre este lugar del que dijiste: “En él estará mi Nombre”; escucha la oración que tu servidor te dirige en este lugar. «Oye, pues, la plegaria de tu siervo y de tu pueblo Israel cuando oren en este lugar. Escucha Tú desde el lugar de tu morada, desde el cielo, escucha y perdona. «Cuando un hombre peque contra su prójimo y éste pronuncie una imprecación sobre él haciéndole jurar delante de tu altar en esta Casa, escucha tú desde los cielos y obra; juzga a tus siervos, declarando culpable al malo, para hacer recaer su conducta sobre su cabeza y declarando inocente al justo para darle según su justicia. «Cuando tu pueblo Israel sea batido por su enemigo por haber pecado contra ti, si se vuelven a ti y alaban tu Nombre, orando y suplicando ante ti en esta Casa, escucha tú desde los cielos y perdona el pecado de tu pueblo Israel y vuélvelos a la tierra que diste a sus padres. «Cuando los cielos estén cerrados y no haya lluvia porque pecaron contra ti, si oran en este lugar y alaban tu Nombre y se convierten de su pecado porque les humillaste, escucha tú desde los cielos y perdona el pecado de tu siervo y de tu pueblo Israel, pues les enseñarás el camino bueno por el que deberán andar, y envía lluvia sobre tu tierra, la que diste a tu pueblo en herencia. «Cuando haya hambre en el país, cuando haya peste, tizón, añublo, langosta o pulgón, cuando su enemigo le asedie en una de sus puertas, en todo azote y toda enfermedad, si un hombre cualquiera, experimentando remordimiento en su corazón, eleva cualquier plegaria o cualquier súplica y extiende las manos hacia esta Casa, escucha tú desde los cielos, lugar de tu morada, perdona y da a cada uno según sus caminos, pues tú conoces su corazón y sólo tú conoces el corazón de todos los hijos de los hombres, para que te teman todos los días que vivan sobre la faz de la tierra que has dado a nuestros padres. «También al extranjero que no es de tu pueblo Israel, al que viene de un país lejano a causa de tu Nombre, porque oirá hablar de tu gran Nombre, de tu mano fuerte y de tu tenso brazo, y vendrá a orar a esta Casa, escucha tú desde los cielos, lugar de tu morada, y haz según cuanto te pida el extranjero, para que todos los pueblos de la Tierra conozcan tu Nombre y te teman como tu pueblo Israel, y sepan que tu Nombre es invocado en esta Casa que yo he construido. «Si tu pueblo va a la guerra contra su enemigo por el camino por el que tú le envíes, y suplican a Yahveh vueltos hacia la ciudad que has elegido y hacia la Casa que yo he construido para tu Nombre, escucha tú desde los cielos su oración y su plegaria y hazles justicia. Cuando pequen contra ti, pues no hay hombre que no peque, y tú irritado contra ellos los entregues al enemigo, y sus conquistadores los lleven al país enemigo, lejano o próximo, si se convierten en su corazón en la tierra a que hayan sido llevados, si se arrepienten y te suplican en la tierra de sus deportadores diciendo: “Hemos pecado, hemos sido perversos, somos culpables”, si se vuelven a ti con todo su corazón y con toda su alma en el país de los enemigos que los deportaron, y te suplican vueltos hacia la tierra que tú diste a sus padres y hacia la ciudad que has elegido y hacia la Casa que he edificado a tu Nombre, escucha tú desde los cielos, lugar de tu morada, y perdona a tu pueblo, que ha pecado contra ti, todas las rebeliones con que te han traicionado, y concédeles que hallen compasión entre sus deportadores para que éstos les tengan piedad, porque son tu pueblo y tu heredad, los que sacaste de Egipto, de en medio del crisol del hierro. «Que tus ojos estén abiertos a las súplicas de tu siervo y a la súplica de tu pueblo Israel, para escuchar todos sus clamores hacia ti. Porque tú los separaste para ti como herencia tuya de entre todos los pueblos de la Tierra, como dijiste por boca de Moisés tu siervo cuando sacaste a nuestros padres de Egipto, Señor Yahveh.» Cuando Salomón acabó de dirigir a Yahveh toda esta plegaria y esta súplica, se levantó de delante del altar de Yahveh, del lugar donde se había arrodillado con las manos extendidas hacia el cielo, y se puso de pie para bendecir a toda la asamblea de Israel, diciendo en alta voz: «Bendito sea Yahveh que ha dado reposo a su pueblo Israel, según todas sus promesas; no ha fallado ninguna de las palabras de bien que dijo por boca de Moisés su siervo. Que Yahveh, nuestro Dios, esté con nosotros como estuvo con nuestros padres, que no nos abandone ni nos rechace. Que incline nuestros corazones hacia Él para que andemos según todos sus caminos y guardemos todos los mandamientos, los decretos y las sentencias que ordenó a nuestros padres. Que estas palabras con que he suplicado ante Yahveh permanezcan día y noche junto a Yahveh, nuestro Dios, para que dé lo justo a su siervo y justicia a su pueblo Israel, según las necesidades de cada día, para que todos los pueblos de la tierra sepan que Yahveh es Dios y no hay otro, y vuestros corazones estarán enteramente con Yahveh, nuestro Dios, para caminar según sus decretos y para guardar sus mandamientos como hoy.» El rey, y todo Israel con él, ofrecieron sacrificios ante Yahveh. Salomón sacrificó, como sacrificios de comunión que ofreció en sacrificio a Yahveh, 22.000 bueyes y 120.000 ovejas; así inauguraron la Casa de Yahveh el rey y todos los hijos de Israel. Aquel día consagró el rey el interior del patio que está delante de la Casa de Yahveh, pues ofreció allí el holocausto, la oblación y las grasas de los sacrificios de comunión, porque el altar de bronce que estaba ante Yahveh era demasiado pequeño para contener el holocausto, la oblación y las grasas de los sacrificios de comunión. En aquella ocasión celebró Salomón la fiesta con todos los israelitas en magna asamblea desde la entrada de Jamat hasta el torrente de Egipto, ante Yahveh nuestro Dios, durante siete días. El día octavo despidió al pueblo. Bendijeron al rey y se fueron a sus tiendas, gozosos y con el corazón alegre por todo el bien que Yahveh había hecho a su siervo David y a su pueblo Israel. Cuando Salomón hubo acabado de construir la Casa de Yahveh, la casa del rey y todo cuanto Salomón quiso hacer, se apareció Yahveh a Salomón por segunda vez, como se le había aparecido en Gabaón. Yahveh le dijo: «He escuchado la plegaria y la súplica que has dirigido delante de mí. He santificado esta Casa que me has construido para poner en ella mi Nombre para siempre; mis ojos y mi corazón estarán en ella siempre. Ahora, si andas en mi presencia como anduvo David tu padre, con corazón perfecto y con rectitud, haciendo todo lo que te ordene y guardando mis decretos y mis sentencias, afirmaré para siempre el trono de tu realeza sobre Israel como prometí a David tu padre cuando dije: “Ninguno de los tuyos será arrancado de sobre el trono de Israel.” Pero si vosotros, y vuestros hijos después guardáis los mandamientos y los decretos que os he dado, y os vais a servir a otros dioses postrándoos ante ellos, yo arrancaré a Israel de la superficie de la tierra que les he dado; arrojaré de mi presencia esta Casa que yo he consagrado a mi Nombre, e Israel quedará como proverbio y escarnio de todos los pueblos. Todos los que pasen ante esta Casa sublime quedarán estupefactos, silbarán y dirán: “¿Por qué ha hecho así Yahveh a esta tierra y a esta Casa?” Y se responderá: “Porque abandonaron a Yahveh su Dios, que sacó a sus padres de la tierra de Egipto, y han seguido a otros dioses, se han postrado ante ellos y les han servido, por eso ha hecho venir Yahveh todo este mal sobre ellos”» Al cabo de los veinte años, durante los cuales edificó Salomón las dos casas, la Casa de Yahveh y la casa del rey, como Jiram, rey de Tiro, había proporcionado a Salomón madera de cedro y madera de ciprés y todo el oro que deseaba, entonces el rey Salomón dio a Jiram veinte ciudades de la tierra de Galilea. Salió Jiram de Tiro para ver las ciudades que le había dado Salomón y no le agradaron, Y dijo: «¿Qué ciudades son éstas que me has dado, hermano mío?» Y las llamó: «Tierra de Kabul», hasta el día de hoy. Jiram envió al rey 120 talentos de oro. Esto es lo referente a la prestación personal que el rey Salomón estableció para construir la Casa de Yahveh y su propia casa, el Milló y la muralla de Jerusalén, Jasor, Meguiddó y Guézer, (pues Faraón rey de Egipto había subido y se había apoderado de Guézer, la incendió y mató a los cananeos que habitaban en la ciudad, y se la dio en dote a su hija, la mujer de Salomón, y Salomón reconstruyó Guézer) Bet Jorón de abajo, Baalat y Tamar en el desierto del país, todas las ciudades de aprovisionamiento que tenía Salomón, las ciudades de los carros y las ciudades para los caballos, y todo cuanto Salomón quiso edificar en Jerusalén, en el Líbano y en toda la tierra de su dominio. Con toda la gente que había quedado de los amorreos, de los hititas, de los perizitas, de los jivitas, de los jebuseos, que no eran israelitas, cuyos descendientes habían quedado después de ellos en el país y a los que los israelitas no habían podido entregar al anatema, hizo Salomón una leva que dura hasta el día de hoy. Pero Salomón no empleó a ninguno de los israelitas como esclavo para sus obras, sino que eran sus hombres de guerra, sus oficiales y sus jefes, sus escuderos y jefes de sus carros y de su caballería. Estos eran los capataces de los prefectos que estaban al frente de las obras de Salomón; 550 que mandaban a la gente que trabajaba en las obras. Cuando la hija de Faraón subió de la ciudad de David a la casa que había hecho para ella, entonces edificó el Milló. Salomón ofrecía holocaustos y sacrificios de comunión tres veces por año en el altar que había edificado a Yahveh y hacía quemar ante Yahveh las ofrendas abrasadas, cuando hubo terminado la Casa. El rey Salomón construyó una flota en Esyón Guéber, que está cerca de Elat, a orillas del mar de Suf, en la tierra de Edom. Jiram envió a las naves a sus servidores, marineros, conocedores del mar, con los servidores de Salomón. Llegaron a Ofir, y trajeron de allí 420 talentos de oro que llevaron al rey Salomón. La reina de Sabá había oído la fama de Salomón y vino a probarle por medio de enigmas. Llegó a Jerusalén con gran número de camellos que traían aromas, gran cantidad de oro y piedras preciosas; llegada que fue donde Salomón, le dijo todo cuanto tenía en su corazón. Salomón resolvió todas sus preguntas. No hubo ninguna proposición oscura que el rey no le pudiese resolver. Cuando la reina de Sabá vio toda la sabiduría de Salomón y la casa que había edificado, los manjares de su mesa, las habitaciones de sus servidores, el porte de sus ministros y sus vestidos, sus coperos y los holocaustos que ofrecía en la Casa de Yahveh, se quedó sin aliento, y dijo al rey: «¡Verdad es cuanto oí decir en mi tierra de tus palabras y tu sabiduría! No daba yo crédito a lo que se decía hasta que he venido y lo he visto con mis propios ojos, y hallo que no dijeron ni la mitad. Tu sabiduría y tu prosperidad superan todo lo que oí decir. Dichosas tus mujeres, dichosos estos tus servidores que están siempre en tu presencia y escuchan tu sabiduría. Bendito Yahveh tu Dios que se ha complacido en ti y te ha colocado en el trono de Israel para siempre, a causa del amor de Yahveh a Israel, y te ha puesto como rey para administrar derecho y justicia.» Dio al rey 120 talentos de oro, gran cantidad de aromas y piedras preciosas. Nunca llegaron aromas en tanta abundancia como los que la reina de Sabá dio al rey Salomón. La flota de Jiram, la que transportó el oro de Ofir, trajo también madera de almugguim en gran cantidad, y piedras preciosas. Con la madera de almugguim hizo el rey balaustradas para la Casa de Yahveh y para la casa del rey, cítaras y salterios para los cantores. No vino más madera de almugguim y no se ha vuelto a ver hasta el día de hoy. El rey Salomón dio a la reina de Sabá todo cuanto ella quiso pedirle, aparte lo que Salomón le dio con magnificencia de un rey como Salomón. Ella se volvió y regreso a su país con sus servidores. El peso del oro que llegaba a Salomón cada año era de 666 talentos de oro, sin contar las contribuciones de los mercaderes, las ganancias de los comerciantes y de todos los reyes árabes y de los inspectores del país. El rey Salomón hizo doscientos grandes escudos de oro batido, aplicando seiscientos siclos de oro batido en cada escudo, y trescientos escudos pequeños de oro batido, aplicando tres minas de oro en cada escudo. El rey los colocó en la casa «Bosque del Líbano». Hizo el rey un gran trono de marfil y lo revistió de oro finísimo. El trono tenía seis gradas y un respaldo redondo en su parte posterior con brazos a uno y otro lado del asiento; dos leones de pie junto a los brazos más doce leones de pie sobre las seis gradas, a uno y otro lado. No se hizo cosa semejante en ningún reino. Todas las copas de beber del rey Salomón eran de oro y toda la vajilla de la casa «Bosque del Líbano» era de oro fino; la plata no se estimaba en nada en tiempo del rey Salomón, porque el rey tenía una flota de Tarsis en el mar con la flota de Jiram, y cada tres años venía la flota de Tarsis, trayendo oro, plata, marfil, monos y pavos reales. El rey Salomón sobrepujó a todos los reyes de la tierra en riqueza y sabiduría. Todo el mundo quería ver el rostro de Salomón para oír la sabiduría que Dios había puesto en su corazón. Y cada uno de ellos traía su presente: objetos de plata, objetos de oro, vestidos, armas y aromas, caballos y mulos, año tras año. Salomón reunió carros y caballos; tuvo 1.400 carros y 12.000 caballos que llevó a las ciudades de los carros y junto al rey en Jerusalén. Hizo el rey que la plata fuera tan abundante en Jerusalén como las piedras, y los cedros como los sicómoros de la Tierra Baja. Los caballos de Salomón procedían de Musur y de Cilicia. Los mercaderes del rey los compraban en Cilicia por su precio en dinero. Un carro que subía de Egipto valía seiscientos siclos de plata y un caballo 150. Los traían también como intermediarios para todos los reyes de los hititas y todos los reyes de Aram. El rey Salomón amó a muchas mujeres extranjeras, además de la hija de Faraón, moabitas, ammonitas, edomitas, sidonias, hititas, de los pueblos de los que dijo Yahveh a los israelitas: «No os uniréis a ellas y ellas no se unirán a vosotros, pues de seguro arrastrarán vuestro corazón tras sus dioses», pero Salomón se apegó a ellas por amor; tuvo setecientas mujeres con rango de princesas y trescientas concubinas. En la ancianidad de Salomón sus mujeres inclinaron su corazón tras otros dioses, y su corazón no fue por entero de Yahveh su Dios, como el corazón de David su padre. Salomón se fue tras de Astarté, diosa de los sidonios, y tras de Milkom, monstruo abominable de los ammonitas. Salomón hizo lo malo a los ojos de Yahveh, y no siguió plenamente con Yahveh como David su padre. Entonces edificó Salomón un altar a Kemós, monstruo abominable de Moab, sobre el monte que está frente a Jerusalén, y a Milkom, monstruo abominable de los ammonitas. Lo mismo hizo con todas sus mujeres extranjeras que quemaban incienso y sacrificaban a sus dioses. Se enojó Yahveh contra Salomón por que había desviado su corazón de Yahveh, Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces, y le había ordenado sobre este asunto que no fuera en pos de otros dioses, pero no guardó lo que Yahveh le había ordenado. Yahveh dijo a Salomón: «Porque de tu parte has hecho esto y no has guardado mi alianza y las leyes que te ordené, voy a arrancar el reino de sobre ti y lo daré a un siervo tuyo. No lo haré sin embargo en vida tuya por causa de David tu padre; lo arrancaré de mano de tu hijo. Tampoco arrancaré todo el reino; daré una tribu a tu hijo, en atención a David, mi siervo, y a causa de Jerusalén que he elegido.» Suscitó Yahveh un adversario a Salomón en Hadad, edomita, de la estirpe real de Edom. Cuando David batió a Edom, y Joab, jefe del ejército, subió a sepultar los muertos, mató a todos los varones de Edom, pues Joab y todo Israel permanecieron allí seis meses hasta exterminar todos los varones de Edom. Pero Hadad consiguió huir con algunos hombres edomitas de entre los servidores de su padre, para irse a Egipto. Era Hadad un muchacho pequeño. Habían partido de Madián y llegaron a Farán, tomaron consigo hombres de Farán y llegaron a Egipto, donde Faraón, rey de Egipto, que le dio casa, le prometió sustento y le dio tierras. Hadad encontró mucho favor a los ojos de Faraón, que le dio por mujer a la hermana de su mujer, la hermana de la Gran Dama Tajfenés. La hermana de Tajfenés le dio a luz a su hijo Guenubat, que Tajfenés crió en la casa de Faraón, y Guenubat vivió en la casa de Faraón con los hijos de Faraón. Oyó Hadad en Egipto que David se había acostado con sus padres y que había muerto Joab, jefe del ejército, y dijo Hadad a Faraón: «Déjame partir para ir a mi tierra.» Faraón le dijo: «¿Qué te falta a mi lado para que trates de ir a tu tierra?» Él respondió: «Nada, pero déjame partir.» Dios le suscitó otro adversario en Rezón, hijo de Elyadá, que había huido del lado de su señor Hadadézer, rey de Sobá: se le unieron algunos hombres y se hizo jefe de banda. Fue entonces cuando David los mató. Él se fue a Damasco, se estableció allí, y comenzó a reinar en Damasco. Fue un adversario de Israel toda la vida de Salomón. Este mal hizo Hadad: tuvo aversión a Israel y reinó en Edom. Jeroboam era hijo de Nebat, efraimita de Seredá; su madre se llamaba Seruá y era viuda. Era servidor de Salomón y alzó la mano contra el rey. Esta fue la ocasión de que alzara su mano contra el rey: Salomón estaba construyendo el Milló, para cerrar la brecha de la ciudad de David su padre. Este Jeroboam era hombre de valía. Salomón vio cómo este joven hacía su trabajo y le puso al frente de toda la leva de la casa de José. Por aquel tiempo salió Jeroboam de Jerusalén, y el profeta Ajías de Silo le encontró en el camino. Iba éste cubierto con un manto nuevo y estaban los dos solos en el campo. Ajías tomó el manto nuevo que llevaba, lo rasgó en doce jirones y dijo a Jeroboam: «Toma para ti diez jirones, porque así dice Yahveh, Dios de Israel: Voy a hacer jirones el reino de manos de Salomón y te voy a dar diez tribus. Le quedará la otra tribu en atención a mi siervo David y a Jerusalén, la ciudad que me elegí entre todas las tribus de Israel; porque me ha abandonado y se ha postrado ante Astarté, diosa de los sidonios, ante Kemós, dios de Moab, y ante Milkom, dios de los ammonitas, y no ha seguido mis caminos haciendo lo que es justo a mis ojos ni mis decretos ni mis sentencias como su padre David. Pero no tomaré todo el reino de su mano; le mantendré como príncipe todos los días de su vida en atención a David mi siervo, a quién elegí y que guardó mis mandatos y mis decretos. Pero tomaré el reino de mano de su hijo y te daré de él diez tribus; daré a su hijo una tribu para que quede siempre a David mi siervo una lámpara en mi presencia, delante de mí en Jerusalén, la ciudad que me elegí para poner allí mi Nombre. Te tomaré a ti y te haré reinar sobre cuanto desee tu alma, y serás rey de Israel. Si escuchas todo cuanto yo te ordene, y andas por mi camino, y haces lo recto a mis ojos guardando mis decretos y mis mandamientos como hizo David mi siervo, yo estaré contigo y te edificaré una casa estable como se la edifiqué a David. Te entregaré Israel y humillaré el linaje de David por esta causa. Pero no para siempre.» Salomón trató de dar muerte a Jeroboam, pero Jeroboam se levantó y huyó a Egipto, junto a Sosaq, rey de Egipto, y estuvo en Egipto hasta la muerte de Salomón. El resto de los hechos de Salomón, todo lo que hizo y su sabiduría ¿No está escrito en el libro de los hechos de Salomón? El tiempo que Salomón reinó en Jerusalén sobre todo Israel fue de cuarenta años. Se acostó Salomón con sus padres y fue sepultado en la ciudad de su padre David. Reinó en su lugar su hijo Roboam. Roboam se fue a Siquem, porque todo Israel había ido a Siquem para proclamarle rey. Lo supo Jeroboam, hijo de Nebat, que estaba todavía en Egipto, adonde había ido huyendo del rey Salomón y se volvió Jeroboam de Egipto. Enviaron a llamarle y llegó Jeroboam con toda la asamblea de Israel y hablaron a Roboam diciendo: «Tu padre ha hecho pesado nuestro yugo; ahora tú aligera la dura servidumbre de tu padre y el pesado yugo que puso sobre nosotros, y te serviremos.» Él les dijo: «Id, y dentro de tres días volved a mí», y el pueblo se fue. El rey Roboam pidió consejo a los ancianos que habían servido a su padre Salomón en vida de éste, diciendo: «¿ Qué me aconsejáis que responda a este pueblo?» Ellos le respondieron: «Si tú te haces hoy servidor de este pueblo y les sirves y les das buenas palabras, ellos serán siervos tuyos para siempre». Pero él abandonó el consejo que los ancianos le aconsejaron y pidió consejo a los jóvenes que se habían criado con él y estaban a su servicio. Les dijo: «¿Qué me aconsejáis que responda a este pueblo que me ha hablado diciendo: aligera el yugo que tu padre puso sobre nosotros?» Los jóvenes que se habían criado con él respondieron diciendo: «Esto debes responder a este pueblo que te ha dicho: “Tu padre hizo pesado nuestro yugo; ahora tú aligera nuestro yugo”, esto debes responder: Mi dedo meñique es más grueso que los lomos de mi padre. Un yugo pesado cargó mi padre, mas yo haré más pesado vuestro yugo; mi padre os azotaba con azotes pero yo os azotaré con escorpiones.» Vino Jeroboam con todo el pueblo a Roboam al tercer día, según lo había dicho el rey: «Volved a mí al tercer día.» El rey respondió al pueblo con dureza, abandonando el consejo que los ancianos le aconsejaron, y hablándoles según el consejo de los jóvenes diciendo: «Mi padre hizo pesado vuestro yugo, yo lo haré más pesado todavía. Mi padre os ha azotado con azotes, mas yo os azotaré con escorpiones.» No escuchó el rey al pueblo, pues se trataba de una intervención de Yahveh para cumplimiento de la palabra que Yahveh había anunciado a Jeroboam, hijo de Nebat, por medio de Ajías de Silo. Viendo todo Israel que el rey no le oía, replicó el pueblo al rey diciendo: «¿Qué parte tenemos nosotros con David? ¡No tenemos herencia en el hijo de Jesé! ¡A tus tiendas, Israel! ¡Mira ahora por tu casa, David!» Israel se fue a sus tiendas. Roboam reinó sobre los israelitas que habitaban en las ciudades de Judá. El rey Roboam envió a Adoram, jefe de la leva, pero todo Israel le mató a pedradas; el rey Roboam se apresuró a subir a su carro para huir a Jerusalén. Israel está en desobediencia contra la casa de David hasta el día de hoy. Cuando todo Israel supo que Jeroboam había vuelto, enviaron a llamarle a la asamblea y le hicieron rey sobre todo Israel; no hubo quien siguiera a la casa de David, aparte sólo la tribu de Judá. En llegando a Jerusalén reunió Roboam a toda la casa de Judá y a la tribu de Benjamín, 180.000 hombres guerreros escogidos, para combatir contra la casa de Israel y devolver el reino a Roboam, hijo de Salomón. Pero fue dirigida la palabra de Dios a Semaías, hombre de Dios, diciendo: «Habla a Roboam, hijo de Salomón, rey de Judá, y a toda la casa de Judá, a Benjamín y al resto del pueblo y diles: Así habla Yahveh: No subáis a combatir con vuestros hermanos los israelitas. Que cada uno se vuelva a su casa porque esto es cosa mía.» Ellos escucharon la palabra de Yahveh, y se volvieron para ir conforme a la palabra de Yahveh. Jeroboam fortificó Siquem, en la montaña de Efraím, y habitó en ella. Salió de ella y fortificó Penuel. Jeroboam se dijo en su corazón: «En esta situación el reino acabará por volver a la casa de David. Si este pueblo continúa subiendo para ofrecer sacrificios en la Casa de Yahveh en Jerusalén, el corazón de este pueblo se volverá a su señor, a Roboam, rey de Judá, y me matarán.» Tomó consejo el rey, hizo dos becerros de oro, y dijo al pueblo: «Basta ya de subir a Jerusalén. Este es tu dios, Israel, el que te hizo subir de la tierra de Egipto.» Colocó uno en Betel, y el pueblo fue con el otro hasta Dan. Hizo Casas en los altos y estableció sacerdotes del común del pueblo que no eran de los hijos de Leví. Hizo Jeroboam una fiesta en el mes octavo, el día quince del mes, parecida a la fiesta de Judá, y subió al altar. Así hizo en Betel, ofreciendo sacrificios a los becerros que había hecho y estableciendo en Betel sacerdotes para los altos que había instituido. Subió al altar que había hecho en Betel el día quince del octavo mes, el mes que se había discurrido por su cuenta para instituir una fiesta para los israelitas, y subió al altar para quemar incienso. Por orden de Yahveh, un hombre de Dios llegó de Judá a Betel cuando Jeroboam estaba en pie sobre el altar para quemar incienso, y por orden de Yahveh apostrofó al altar diciendo: «Altar, altar, así dice Yahveh: Ha nacido a la casa de David un hijo llamado Josías que sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los altos, a los que queman incienso sobre ti, y quemará huesos humanos sobre ti.» Aquel mismo día dio una señal diciendo: «Esta es la señal de que Yahveh habla: el altar va a romperse y se va derramar la ceniza que hay sobre él.» Cuando el rey oyó lo que el hombre de Dios decía contra el altar de Betel, extendió su mano desde encima del altar diciendo: «Prendedle.» Pero la mano que extendió contra él se secó y no pudo volverla hacia sí. El altar se rompió y se esparció la ceniza del altar según la señal que había dado el hombre de Dios por orden de Yahveh. Respondió el rey al hombre de Dios: «Aplaca, por favor el rostro de Yahveh tu Dios, para que mi mano pueda volver a mí.» Aplacó el hombre de Dios el rostro de Yahveh, volvió la mano al rey y quedo como antes. Dijo el rey al hombre de Dios: «Entra en casa conmigo para confortarte y te haré un regalo.» Dijo el hombre de Dios al rey: «Aunque me dieras la mitad de tu casa no entraré contigo y no comeré ni beberé agua en este lugar, porque así me lo ha ordenado la palabra de Yahveh: No comerás pan ni beberás agua ni volverás por el camino por el que has ido.» Y se fue por otro camino, no volvió por el camino por donde había venido a Betel. Vivía en Betel un anciano profeta. Vinieron sus hijos y le contaron cuanto había hecho aquel día el hombre de Dios en Betel, contaron a su padre las palabras que dijo el rey. Su padre les dijo: «¿Por qué camino se ha ido?» Sus hijos le mostraron el camino por el que se fue el hombre de Dios que vino de Judá. Dijo a sus hijos: «Aparejadme el asno.» Y aparejaron el asno y se montó sobre él. Fue en seguimiento del hombre de Dios y le encontró sentado bajo el terebinto y le dijo: «¿Eres tú el hombre de Dios que ha venido de Judá?» Él respondió: «Yo soy.» Le dijo: «Ven conmigo a casa y comerás algo.» Respondió: «No puedo volver contigo ni puedo comer pan ni beber agua en este lugar porque la palabra de Dios me dijo: No comerás pan ni beberás agua ni volverás por el camino por el que viniste.» Pero él le dijo: «También yo soy profeta como tú, y un ángel me ha hablado por orden de Yahveh diciendo: Hazle volver contigo a tu casa para que coma y beba agua», pero le mentía. Se volvió, pues, con él y comió pan y bebió agua en su casa. Estando ellos sentados a la mesa, fue dirigida la palabra de Dios al profeta que le había hecho volver, y gritó al hombre de Dios que vino de Judá, diciendo: «Así dice Yahveh: Porque has desobedecido la voz de Yahveh y no has guardado la orden que Yahveh tu Dios te había dado, sino que te has vuelto y has comido pan y has bebido agua en el lugar del que dijo: No comerás pan y no beberás agua, tu cadáver no entrará en la tumba de tus padres.» Después de haber comido y bebido, el profeta que le había hecho volver le aparejó su asno. Partió, y un león le encontró en el camino y le mató; su cadáver yacía en el camino y el asno permanecía junto a él; también el león permanecía junto al cadáver. Pasaron algunos hombres que vieron el cadáver tirado en el camino y al león que permanecía junto al cadáver; entraron y lo contaron en la ciudad en que vivía el anciano profeta. Lo oyó el profeta que le había hecho volver del camino, y dijo: «Es el hombre de Dios que desobedeció la orden de Yahveh, y Yahveh lo ha entregado al león que le ha destrozado y matado, según la palabra que le dijo Yahveh.» Habló a sus hijos diciendo: «Aparejadme el asno», y se lo aparejaron. Partió, y halló el cadáver tendido en el camino, y al asno y al león que permanecían junto al cadáver. El león no había devorado el cadáver ni había destrozado al asno. Levantó el profeta el cadáver del hombre de Dios, lo puso sobre el asno y lo trajo. Entró en la ciudad el anciano profeta, le lloró y le sepultó. Depositó el cadáver en su propio sepulcro, e hicieron la lamentación sobre él: «¡Ay, hermano mío!» Después que le hubo sepultado, dijo a sus hijos: «Cuando yo muera, me sepultaréis en el sepulcro en que ha sido sepultado el hombre de Dios; junto a sus huesos depositaréis mis huesos, porque con toda certeza se cumplirá la palabra que por orden de Yahveh gritó contra el altar de Betel y contra todos los santuarios de los altos que hay en las ciudades de Samaría.» Después de esto no se volvió Jeroboam de su mal camino, continuó haciendo sacerdotes para los altos de entre el pueblo común; a todo el que lo deseaba le investía como sacerdote de los altos. Este proceder hizo caer en pecado a la casa de Jeroboam y fue causa de su perdición y su exterminio de sobre la faz de la tierra. Por aquel tiempo cayó enfermo Abías, hijo de Jeroboam. Dijo Jeroboam a su mujer: «Levántate y disfrázate para que no se sepa que eres la mujer de Jeroboam, y vete a Silo, pues estará allí el profeta Ajías, el que me predijo que yo reinaría sobre este pueblo. Toma en tus manos diez panes, tortas y un tarro de miel, y entra donde él; él te revelará qué será del niño.» Así lo hizo la mujer de Jeroboam: se levantó, se fue a Silo, y entró en la casa de Ajías. Ajías no podía ver porque sus pupilas se habían quedado rígidas a causa de su vejez, pero Yahveh había dicho a Ajías: «Mira, la mujer de Jeroboam viene a pedirte un oráculo acerca de su hijo que está enfermo. Esto y esto le dirás. Cuando ella entre, se hará pasar por otra.» En oyendo Ajías el ruido de sus pasos, cuando entraba por la puerta, dijo: «Entra, mujer de Jeroboam. ¿Por qué quieres pasar por otra? Tengo un duro mensaje para ti. Vete a decir a Jeroboam: “Así dice Yahveh, Dios de Israel: Por cuanto te levanté de en medio del pueblo y te puse como caudillo de mi pueblo Israel, arranqué el reino de la casa de David para dártelo a ti, pero tú no has sido como mi siervo David que guardó mis mandamientos y me siguió con todo su corazón haciendo sólo lo que es recto a mis ojos, mientras que tú has hecho más mal que todos los que fueron antes que tú, y has ido a hacerte otros dioses, imágenes fundidas, para irritarme, y me has arrojado detrás de tus espaldas, por esto, voy a hacer venir el mal sobre la casa de Jeroboam y quitaré a Jeroboam todos los varones, esclavos o libres en Israel, barreré a fondo la casa de Jeroboam como se barre del todo la basura. Los de Jeroboam que mueran en la ciudad serán comidos por los perros, y los que mueran en el campo, serán comidos por las aves del cielo, porque ha hablado Yahveh.” Cuanto a ti, levántate y vete a tu casa; cuando tus pies entren en la ciudad, morirá el niño. Todo Israel le llorará y le darán sepultura. Este tan sólo de los de Jeroboam entrará en el sepulcro, porque de la casa de Jeroboam sólo en él se ha hallado algo bueno ante Yahveh, Dios de Israel. Yahveh se suscitará un rey sobre Israel que exterminará la casa de Jeroboam. Yahveh golpeará a Israel como las aguas agitan una caña, y arrojará a Israel de esta tierra buena que dio a sus padres, y los dispersará al otro lado del Río, porque hicieron sus cipos que irritaban a Yahveh. Y entregará a Israel a causa de los pecados que cometió Jeroboam e hizo cometer a Israel.» La mujer de Jeroboam se levantó, se fue y entró en Tirsá; y cuando ella entraba en el umbral de su casa, había muerto el niño. Le dieron sepultura y todo Israel hizo duelo según la palabra que Yahveh había dicho por boca de su siervo, el profeta Ajías. El resto de los hechos de Jeroboam, cómo guerreó y cómo reinó, están escritos en el libro de los Anales de los reyes de Israel. El tiempo que reinó Jeroboam fueron veintidós años y se acostó con sus padres. Reinó en su lugar su hijo Nadab. Roboam, hijo de Salomón, reinó en Judá; tenía 41 años Roboam cuando comenzó a reinar y reinó diecisiete años en Jerusalén, la ciudad que había elegido Yahveh de entre todas las tribus de Israel para poner en ella su Nombre. El nombre de su madre era Naamá, ammonita. Judá hizo el mal a los ojos de Yahveh. Irritaron su celo más que lo hicieron sus padres por los pecados que cometían: también ellos se construyeron altos, estelas y cipos en toda colina elevada y bajo todo árbol frondoso. Hasta consagrados a la prostitución hubo en la tierra. Hicieron todas las abominaciones de las gentes que Yahveh había arrojado de delante de los israelitas. El año quinto del rey Roboam, Sosaq, rey de Egipto, subió contra Jerusalén y se apoderó de los tesoros de la Casa de Yahveh y de los tesoros de la casa del rey; de todo se apoderó. Y, como llevó todos los escudos de oro que había hecho Salomón, el rey Roboam hizo en su lugar escudos de bronce, que confió a los jefes de la guardia que custodiaban la entrada de la casa del rey. Cuando el rey entraba en la Casa de Yahveh, la guardia los llevaba y después los devolvía a la sala de la guardia. El resto de los hechos de Roboam, todo cuanto hizo, ¿No está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Judá? Hubo guerra continua entre Roboam y Jeroboam. Roboam se acostó con sus padres y fue sepultado en la ciudad de David. Reinó en su lugar su hijo Abiyyam. El año dieciocho del rey Jeroboam, hijo de Nebat, comenzó a reinar Abiyyam sobre Judá. Reinó tres años en Jerusalén; el nombre de su madre era Maaká, hija de Absalón. Siguió en todo los pecados que su padre había hecho antes de él, y su corazón no fue por entero de Yahveh su Dios, como el corazón de David su padre. Pero en atención a David, le dio Yahveh su Dios una lámpara en Jerusalén, suscitando a su hijo después de él y manteniendo en pie a Jerusalén, porque David había hecho lo que era recto a los ojos de Yahveh y no se había apartado de cuanto le ordenó en todos los días de su vida, salvo en el caso de Urías el hitita. El resto de los hechos de Abiyyam, todo cuanto hizo, ¿No está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Judá? Hubo guerra entre Abiyyam y Jeroboam. Se acostó Abiyyam con sus padres y le sepultaron en la ciudad de David. Reinó en su lugar su hijo Asá. El año veinte de Jeroboam, rey de Israel, comenzó a reinar Asá en Judá. Reinó 41 años en Jerusalén; su abuela se llamaba Maaká, hija de Absalón. Asá hizo lo recto a los ojos de Yahveh, como David su padre. Expulsó de la tierra a los consagrados a la prostitución, y quitó todos los ídolos que sus padres habían hecho. Incluso llegó a quitar a su abuela Maaká el título de Gran Dama porque había hecho un Horror para Aserá. Asá abatió este Horror y lo quemó en el torrente Cedrón. Pero no desaparecieron los altos, aunque el corazón de Asá estuvo del todo con Yahveh toda su vida. Llevó a la Casa de Yahveh las ofrendas consagradas por su padre y sus propias ofrendas, plata, oro y utensilios. Hubo guerra entre Asá y Basá, rey de Israel, toda su vida. Basá, rey de Israel, subió contra Judá y fortificó Ramá, para cortar las comunicaciones a Asá, rey de Judá. Sacó entonces Asá toda la plata y el oro que quedaban en los tesoros de la Casa de Yahveh y en los tesoros de la casa del rey, se lo dio a sus servidores y los envió a Ben Hadad, hijo de Tabrimmón, hijo de Jezyón, rey de Aram, que habitaba en Damasco, diciendo: «Haya alianza entre nosotros como entre mi padre y tu padre. Te envío un presente de plata y oro. Anda, rompe tu alianza con Basá, rey de Israel, para que se aleje de mí.» Ben Hadad escuchó al rey Asá y envió a los jefes de su ejército contra las ciudades de Israel, conquistando Iyyón, Dan y Abel Bet Maaká, todo el Kinerot y todo el país de Neftalí. Cuando Basá lo supo suspendió las fortificaciones de Ramá y se volvió a Tirsá. El rey Asá convocó a todo Judá sin excepción. Se llevaron la piedra y la madera con que Basá fortificaba Ramá, y el rey Asá fortificó con ellas Gueba de Benjamín y Mispá. El resto de los hechos de Asá, toda su bravura y cuanto hizo, ¿No está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Judá? Sólo que en su ancianidad enfermó de los pies. Asá se acostó con sus padres y fue sepultado con sus padres en la ciudad de su padre David. Reinó después de él su hijo Josafat. Nadab, hijo de Jeroboam, comenzó a reinar en Israel el año segundo de Asá, rey de Judá, y reinó dos años sobre Israel. Hizo el mal a los ojos de Yahveh, y anduvo por el camino de su padre y en el pecado con que hizo pecar a Israel. Basá, hijo de Ajías, de la casa de Isacar, conspiró contra él y le mató en Guibbetón de los filisteos, cuando Nadab y todo Israel estaban asediando a Guibbetón. Basá le hizo morir el año tercero de Asá, rey de Judá, y reinó en su lugar. Cuando se hizo rey, mató a toda la casa de Jeroboam, no dejó a nadie de los de Jeroboam con vida, hasta exterminarlos según la palabra que Yahveh había dicho por boca de su siervo el profeta Ajías de Silo, por los pecados que Jeroboam cometió e hizo cometer a Israel y con los que provocó la irritación de Yahveh, Dios de Israel. El resto de los hechos de Nadab y todo cuanto hizo, ¿No está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Israel? El año tercero de Asá, rey de Judá, comenzó a reinar Basá, hijo de Ajías, sobre todo Israel en Tirsá; reinó veinticuatro años. Hizo el mal a los ojos de Yahveh y fue por el camino de Jeroboam y por el pecado con que hizo pecar a Israel. Fue dirigida la palabra de Yahveh a Jehú, hijo de Jananí, contra Basá diciendo: «Por cuanto te he levantado del polvo y te he puesto como jefe de mi pueblo Israel, pero tú has ido por el camino de Jeroboam y has hecho pecar a mi pueblo Israel irritándome con sus pecados, voy a barrer a Basá y a su casa y voy a hacer tu casa parecida a la casa de Jeroboam, hijo de Nebat. Los de Basá que mueran en la ciudad serán comidos por los perros, y a los que mueran en el campo los comerán las aves del cielo.» El resto de los hechos de Basá, todo cuanto hizo y su bravura, ¿No está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Israel? Basá se acostó con sus padres y le sepultaron en Tirsá. Reinó en su lugar su hijo Elá. Fue dirigida la palabra de Yahveh por boca del profeta Jehú, hijo de Jananí, contra Basá y contra su casa por todo el mal que hizo a los ojos de Yahveh, irritándole con sus obras, hasta hacerse semejante a la casa de Jeroboam, y también por haber exterminado a ésta. El año veintiséis de Asá, rey de Judá, comenzó a reinar Elá, hijo de Basá, sobre Israel en Tirsá, y reinó dos años. Su servidor Zimrí, jefe de la mitad de los carros, conspiró contra él, cuando estaba en Tirsá bebiendo hasta emborracharse, en casa de Arsá, que estaba al frente de la casa de Tirsá. Entró Zimrí y le hirió matándole el año veintisiete de Asá, rey de Judá, y reinó en su lugar. Cuando se hizo rey, apenas sentado sobre su trono, mató a toda la familia de Basá, sin dejar ningún varón ni pariente ni amigo. Zimrí exterminó a toda la casa de Basá según la palabra que Yahveh dijo a Basá por boca del profeta Jehú, por todos los pecados que Basá y Elá, su hijo, cometieron e hicieron cometer a Israel provocando con sus vanos ídolos la indignación de Yahveh, Dios de Israel. El resto de los hechos de Elá, todo cuanto hizo, ¿No está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Israel? El año veintisiete de Asá, rey de Judá, reinó Zimrí siete días en Tirsá. El pueblo estaba acampado en Guibbetón de los filisteos. Las tropas acampadas oyeron decir: «Ha conspirado Zimrí y ha llegado a matar al rey», y aquel mismo día todo Israel proclamó en el campamento a Omrí, jefe del ejército, como rey de Israel. Omrí y todo Israel con él subieron de Guibbetón y pusieron sitió a Tirsá. Cuando Zimrí vio que la ciudad iba a ser tomada, entró en la ciudadela de la casa del rey, prendió fuego sobre sí a la casa del rey y murió, a causa del pecado que cometió haciendo el mal a los ojos de Yahveh, yendo por el camino de Jeroboam y por el pecado que hizo cometer a Israel. El resto de los hechos de Zimrí y la conjuración que tramó, ¿No está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Israel? Entonces el pueblo de Israel se dividió en dos mitades; una mitad del pueblo siguió a Tibní, hijo de Guinat, para hacerle rey; la otra mitad a Omrí. El pueblo que seguía a Omrí prevaleció sobre el pueblo que seguía a Tibní, hijo de Guinat; Tibní murió y reinó Omrí. El año 31 de Asá, rey de Judá, comenzó a reinar Omrí sobre Israel y reinó doce años. Reinó seis años en Tirsá. Compró la montaña de Samaría a Sémer por dos talentos de plata, fortificó el monte, y a la ciudad que él había construido puso por nombre Samaría, del nombre de Semer, dueño del monte. Omrí hizo el mal a los ojos de Yahveh y fue peor que cuantos le precedieron. Fue en todo por el camino de Jeroboam, hijo de Nebat, y por el pecado que hizo cometer a Israel irritando a Yahveh, Dios de Israel, con sus vanos ídolos. El resto de los hechos de Omrí, cuanto hizo y su bravura ¿No está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Israel? Se acostó Omrí con sus padres, y fue sepultado en Samaría. Reinó en su lugar su hijo Ajab. Ajab, hijo de Omrí, comenzó a reinar en Israel el año 38 de Asá, rey de Judá. Ajab, hijo de Omrí, reinó sobre Israel en Samaría veintidós años. Ajab, hijo de Omrí, hizo el mal a los ojos de Yahveh más que todos los que fueron antes que él. Lo de menos fue haber seguido los pecados de Jeroboam, hijo de Nebat, sino que, además, tomó por mujer a Jezabel, hija de Ittobaal, rey de los sidonios, y se fue a servir a Baal postrándose ante él. Alzó un altar a Baal en el santuario de Baal que edificó en Samaría. Hizo Ajab el cipo y aumentó la indignación de Yahveh, Dios de Israel, más que todos los reyes de Israel que le precedieron. En su tiempo Jiel de Betel reedificó Jericó. Al precio de Abirón, su primogénito, puso los fundamentos, y al precio de su hijo menor Segub, puso las puertas, según la palabra que dijo Yahveh por boca de Josué, hijo de Nun. Elías tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab: «Vive Yahveh, Dios de Israel, a quien sirvo. No habrá estos años rocío ni lluvia más que cuando mi boca lo diga.» Fue dirigida la palabra de Yahveh a Elías diciendo: «Sal de aquí, dirígete hacia oriente y escóndete en el torrente de Kerit que está al este del Jordán. Beberás del torrente y encargaré a los cuervos que te sustenten allí.» Hizo según la palabra de Yahveh, y se fue a vivir en el torrente de Kerit que está al este del Jordán. Los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde, y bebía del torrente. Al cabo de los días se secó el torrente, porque no había lluvia en el país. Le fue dirigida la palabra de Yahveh a Elías diciendo: «Levántate y vete a Sarepta de Sidón y quédate allí, pues he ordenado a una mujer viuda de allí que te dé de comer.» Se levantó y se fue a Sarepta. Cuando entraba por la puerta de la ciudad había allí una mujer viuda que recogía leña. La llamó Elías y dijo: «Tráeme, por favor, un poco de agua para mí en tu jarro para que pueda beber.» Cuando ella iba a traérsela, le gritó: «Tráeme, por favor, un bocado de pan en tu mano.» Ella dijo: «Vive Yahveh tu Dios, no tengo nada de pan cocido: sólo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la orza. Estoy recogiendo dos palos, entraré y lo prepararé para mí y para mi hijo, lo comeremos y moriremos.» Pero Elías le dijo: «No temas. Entra y haz como has dicho, pero primero haz una torta pequeña para mí y tráemela, y luego la harás para ti y para tu hijo. Porque así habla Yahveh, Dios de Israel: No se acabará la harina en la tinaja, no se agotará el aceite en la orza hasta el día en que Yahveh conceda la lluvia sobre la haz de la tierra. Ella se fue e hizo según la palabra de Elías, y comieron ella, él y su hijo. No se acabó la harina en la tinaja ni se agotó el aceite en la orza, según la palabra que Yahveh había dicho por boca de Elías. Después de estas cosas, el hijo de la dueña de la casa cayó enfermo, y la enfermedad fue tan recia que se quedó sin aliento. Entonces ella dijo a Elías: «¿Qué hay entre tú y yo, hombre de Dios? ¿Es que has venido a mí para recordar mis faltas y hacer morir a mi hijo?» Elías respondió: «Dame tu hijo.» Él lo tomó de su regazo y subió a la habitación de arriba donde él vivía, y lo acostó en su lecho; después clamó a Yahveh diciendo: «Yahveh, Dios mío, ¿Es que también vas a hacer mal a la viuda en cuya casa me hospedo, haciendo morir a su hijo?» Se tendió tres veces sobre el niño, invocó a Yahveh y dijo: «Yahveh, Dios mío, que vuelva, por favor, el alma de este niño dentro de él.» Yahveh escucho la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él y revivió. Tomó Elías al niño, lo bajó de la habitación de arriba de la casa y se lo dio a su madre. Dijo Elías: «Mira, tu hijo vive.» La mujer dijo a Elías: «Ahora sí que he conocido bien que eres un hombre de Dios, y que es verdad en tu boca la palabra de Yahveh.» Pasado mucho tiempo, fue dirigida la palabra de Yahveh a Elías, al tercer año, diciendo: «Vete a presentarte a Ajab, pues voy a hacer llover sobre la superficie de la tierra.» Fue Elías a presentarse a Ajab. El hambre se había apoderado de Samaría. Ajab llamó a Abdías, que estaba al frente de la casa - Abdías era muy temeroso de Yahveh. Cuando Jezabel exterminó a los profetas de Yahveh, Abdías había tomado cien profetas y los había ocultado, de cincuenta en cincuenta, en una cueva, dándoles de comer pan y agua. - Dijo Ajab a Abdías: «Ven, vamos a recorrer el país por todas sus fuentes y todos sus torrentes; acaso encontremos hierba para mantener los caballos y mulos y no tengamos que suprimir el ganado.» Se repartieron el país para recorrerlo: «Ajab se fue solo por un camino y Abdías se fue solo por otro. Estando Abdías en camino, le salió Elías al encuentro. Le reconoció y cayó sobre su rostro y dijo: ¿Eres tú Elías, mi señor?» Él respondió: «Yo soy. Vete a decir a tu señor: Ahí está Elías.» Respondió: «¿En qué he pecado, pues entregas a tu siervo en manos de Ajab para hacerme morir? ¡Vive Yahveh tu Dios! No hay nación o reino donde no haya mandado a buscarte mi señor, y cuando decían: “No está aquí”, hacía jurar a la nación o al reino que no te había encontrado. Y ahora tú dices: “Vete a decir a tu señor: Ahí está Elías.” Y sucederá que, cuando me aleje de ti, el espíritu de Yahveh te llevará no sé dónde, llegaré a avisar a Ajab, pero no te hallará y me matará. Sin embargo, tu siervo teme a Yahveh desde su juventud. ¿Nadie ha hecho saber a mi señor lo que hice cuando Jezabel mató a los profetas de Yahveh, que oculté a cien de los profetas de Yahveh, de cincuenta en cincuenta, en una cueva, y les alimenté con pan y agua? Y ahora tú me dices: “Vete a decir a tu señor: Ahí está Elías.” ¡Me matará» Respondió Elías: «¡Vive Yahveh Sebaot a quien sirvo! Hoy me presentaré a él.» Abdías fue al encuentro de Ajab y le avisó, y Ajab partió al encuentro de Elías. Cuando Ajab vio a Elías le dijo: «¿Eres tú, azote de Israel?» Él respondió: «No soy yo el azote de Israel, sino tú y la casa de tu padre, por haber abandonado a Yahveh y haber seguido a los Baales. Pero ahora, envía a reunir junto a mí a todo Israel en el monte Carmelo, y a los 450 profetas de Baal que comen a la mesa de Jezabel.» Ajab envió a todos los israelitas y reunió a los profetas en el monte Carmelo. Elías se acercó a todo el pueblo y dijo: «¿Hasta cuándo vais a estar cojeando con los dos pies? Si Yahveh es Dios, seguidle; si Baal, seguid a éste.» Pero el pueblo no le respondió nada. Dijo Elías al pueblo: «He quedado yo solo como profeta de Yahveh, mientras que los profetas de Baal son 450. Que se nos den dos novillos; que elijan un novillo para ellos, que los despedacen y lo pongan sobre la leña, pero que no pongan fuego. Yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña, pero no pondré fuego. Invocaréis el nombre de vuestro dios; yo invocaré el nombre de Yahveh. Y el dios que responda por el fuego, ése es Dios.» Todo el pueblo respondió: «¡Está bien!» Elías dijo a los profetas de Baal: «Elegíos un novillo y comenzad vosotros primero, pues sois más numerosos. Invocad el nombre de vuestro dios, pero no pongáis fuego.» Tomaron el novillo que les dieron, lo prepararon e invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: «¡Baal, respóndenos!» Pero no hubo voz ni respuesta. Danzaban cojeando junto al altar que habían hecho. Llegado el mediodía, Elías se burlaba de ellos y decía: «¡Gritad más alto, porque es un dios; tendrá algún negocio, le habrá ocurrido algo, estará en camino; tal vez esté dormido y se despertará!» Gritaron más alto, sajándose, según su costumbre, con cuchillos y lancetas hasta chorrear la sangre sobre ellos. Cuando pasó el mediodía, se pusieron en trance hasta la hora de hacer la ofrenda, pero no hubo voz ni quien escuchara ni quien respondiera. Entonces Elías dijo a todo el pueblo: «Acercaos a mí.» Todo el pueblo se acercó a él. Reparó el altar de Yahveh que había sido demolido. Tomó Elías doce piedras según el número de las tribus de los hijos de Jacob, al que fue dirigida la palabra de Yahveh diciendo: «Israel será tu nombre.» Erigió con las piedras un altar al nombre de Yahveh, e hizo alrededor del altar una zanja que contenía como unas dos arrobas de sembrado. Dispuso leña, despedazó el novillo y lo puso sobre la leña. Después dijo: «Llenad de agua cuatro tinajas y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña.» Lo hicieron así. Dijo: «Repetid» y repitieron. Dijo: «Hacedlo por tercera vez.» Y por tercera vez lo hicieron. El agua corrió alrededor del altar, y hasta la zanja se llenó de agua. A la hora en que se presenta la ofrenda, se acercó el profeta Elías y dijo: «Yahveh, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, que se sepa hoy que tú eres Dios en Israel y que yo soy tu servidor y que por orden tuya he ejecutado toda estas cosas. Respóndeme, Yahveh, respóndeme, y que todo este pueblo sepa que tú, Yahveh, eres Dios que conviertes sus corazones.» Cayó el fuego de Yahveh que devoró el holocausto y la leña, y lamió el agua de las zanjas. Todo el pueblo lo vio y cayeron sobre su rostro y dijeron: «¡Yahveh es Dios, Yahveh es Dios!» Elías les dijo: «Echad mano a los profetas de Baal, que no escape ninguno de ellos»; les echaron mano y Elías les hizo bajar al torrente de Quisón, y los degolló allí. Dijo Elías a Ajab: «Sube, come y bebe, porque ya se oye el rumor de la lluvia.» Subió Ajab a comer y beber, mientras que Elías subía a la cima del Carmelo, y se encorvó hacia la tierra poniendo su rostro entre las rodillas. Dijo a su criado : «Sube y mira hacia el mar.» Subió, miró y dijo: «No hay nada.» El dijo: «Vuelve.» Y esto siete veces. A la séptima vez dijo: «Hay una nube como la palma de un hombre, que sube del mar.» Entonces dijo: «Sube a decir a Ajab: Unce el carro y baja, no te detenga la lluvia.» Poco a poco se fue oscureciendo el cielo por las nubes y el viento y se produjo gran lluvia. Ajab montó en su carro y se fue a Yizreel. La mano de Yahveh vino sobre Elías que, ciñéndose la cintura, corrió delante de Ajab hasta la entrada de Yizreel. Ajab refirió a Jezabel cuanto había hecho Elías y cómo había pasado a cuchillo a todos los profetas. Envió Jezabel un mensajero a Elías diciendo: «Que los dioses me hagan esto y me añaden esto otro si mañana a estas horas no he puesto tu alma igual que el alma de uno de ellos.» Él tuvo miedo, se levantó y se fue para salvar su vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. Él caminó por el desierto una jornada de camino, y fue a sentarse bajo una retama. Se deseó la muerte y dijo: «¡Basta ya, Yahveh! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!» Se acostó y se durmió bajo una retama, pero un ángel le tocó y le dijo: «Levántate y come.» Miró y vio a su cabecera una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a acostar. Volvió segunda vez el ángel de Yahveh, le tocó y le dijo: «Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti.» Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb. Allí entró en la cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra de Yahveh, que le dijo: «¿Qué haces aquí Elías?» Él dijo: «Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela.» Le dijo: «Sal y ponte en el monte ante Yahveh.» Y he aquí que Yahveh pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva. Le fue dirigida una voz que le dijo: «¿Qué haces aquí, Elías?» Él respondió: «Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela.» Yahveh le dijo: «Anda, vuelve por tu camino hacia el desierto de Damasco. Vete y unge a Jazael como rey de Aram. Ungirás a Jehú, hijo de Nimsí, como rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá, le ungirás como profeta en tu lugar. Al que escape a la espada de Jazael le hará morir Jehú, y al que escape a la espada de Jehú, le hará morir Eliseo. Pero me reservaré 7.000 en Israel: todas las rodillas que no se doblaron ante Baal, y todas las bocas que no le besaron.» Partió de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Había delante de él doce yuntas y él estaba con la duodécima. Pasó Elías y le echó su manto encima. Él abandonó los bueyes, corrió tras de Elías y le dijo: «Déjame ir a besar a mi padre y a mi madre y te seguiré.» Le respondió: «Anda, vuélvete, pues ¿Qué te he hecho?» Volvió atrás Eliseo, tomó el par de bueyes y los sacrificó, asó su carne con el yugo de los bueyes y dio a sus gentes, que comieron. Después se levantó, se fue tras de Elías y entró a su servicio. Ben Hadad, rey de Aram, reunió todo su ejército. Tenía consigo reyes, caballos y carros. Subió y puso sitio a Samaría y la atacó. Envió mensajeros a la ciudad, a Ajab, rey de Israel, para decirle: «Así habla Ben Hadad: Tu plata y tu oro son para mí. Tus mujeres y tus hijos para ti.» El rey de Israel respondió: «Como tú dices, rey mi señor, tuyo soy yo y todo lo mío.» Volvieron los mensajeros y dijeron: «Así habla Ben Hadad: Envío a decirte: Me darás tu plata, tu oro, tus mujeres y tus hijos. Así que mañana a estas horas te enviaré mis siervos y registrarán tu casa y las casas de tus siervos, y echarán mano a cuanto les guste, y se lo llevarán.» Convocó el rey de Israel a todos los ancianos de la tierra y les dijo: «Reconoced y ved que éste busca hacer el mal. Me pide mis mujeres y mis hijos a pesar de que no le he negado mi plata y mi oro.» Todos los ancianos y todo el pueblo dijeron: «No le escuches, no consientas.» Dijo a los enviados de Ben Hadad: «Decid a mi señor el rey: Todo lo que mandaste la primera vez a tu siervo, lo haré; pero esto no puedo hacerlo.» Se fueron los mensajeros llevando la respuesta. Entonces, Ben Hadad envió a decir: «Esto me hagan los dioses y esto me añadan si hay bastante polvo en Samaría para los puños de todo el pueblo que me sigue.» El rey de Israel respondió: «Decid: No se alabe quien se ciñe como el que se desciñe.» Cuando Ben Hadad escuchó esta palabra, estaba bebiendo con los reyes en la tienda, y dijo a sus servidores: «Tomad posiciones.» Y tomaron posiciones contra la ciudad. Se acercó a Ajab, rey de Israel, un profeta y le dijo: «Así habla Yahveh: ¿Has visto esta gran multitud? Hoy la entrego en tus manos y sabrás que yo soy Yahveh.» «Ajab dijo: «¿Por medio de quién?» Respondió: «Así dice Yahveh: Por medio de los jóvenes de los jefes de distritos.» Preguntó Ajab: «¿Quién debe entablar el combate?» Respondió: «Tú.» Pasó revista a los jóvenes de los jefes de distritos, que eran 232; después de ellos, pasó revista a todo el pueblo, todos los israelitas, 7.000. Hicieron una salida a mediodía, mientras Ben Hadad estaba bebiendo hasta la embriaguez en sus tiendas con los 32 reyes auxiliares. Salieron en cabeza los jóvenes de los jefes de distritos. Enviaron a avisar a Ben Hadad: «Han salido algunos jóvenes de Samaría.» Él respondió: «Si han salido en son de paz, prendedles vivos; si han salido en son de guerra, prendedles vivos.» Salieron, pues, de la ciudad aquellos jóvenes de los jefes de los distritos y el ejército detrás de ellos. Abatió cada uno a su hombre. Aram se dio a la fuga e Israel le persiguió. Ben Hadad, rey de Aram, pudo salvarse a caballo con algunos jinetes. Salió el rey de Israel y se apoderó de los caballos y carros, infligiendo a Aram una gran derrota. Se acercó el profeta al rey de Israel y dijo: «Anda, cobra ánimo, y conoce y mira lo que has de hacer, porque el año que viene el rey de Aram subirá contra ti.» Los servidores del rey de Aram le dijeron: «Su Dios es un Dios de las montañas; por eso fueron más fuertes que nosotros. Pero atacaremos en la llanura y ¿No seremos más fuertes que ellos? Haz esto: quita de su puesto a cada uno de los reyes, y pon gobernadores en su lugar. Por tu parte, recluta un ejército como el ejército que perdiste, con otros tantos caballos y carros, y les atacaremos en la llanura. ¿No seremos más fuertes que ellos?» Escuchó su voz e hizo así. A la vuelta del año, Ben Hadad pasó revista a los arameos y subió a Afeq para luchar contra Israel. Se pasó revista a los israelitas que fueron provistos de vituallas y marcharon a su encuentro. Los israelitas acamparon frente a ellos como dos rebaños de cabras, mientras que los arameos llenaban la tierra. El hombre de Dios se acercó al rey de Israel y dijo: «Así habla Yahveh: Por haber dicho los arameos: Yahveh es un Dios de la montaña, no es Dios de las llanuras, voy a entregar toda esta gran muchedumbre en tus manos y sabrás que yo soy Yahveh.» Acamparon frente a frente durante siete días y el séptimo día trabaron batalla. Los israelitas batieron a los arameos, 100.000 infantes en un día. Los restantes huyeron a la ciudad de Afeq, pero la muralla se desplomó sobre los 27.000 hombres que quedaban. Ben Hadad había huido y se había refugiado en la ciudad, en una habitación retirada. Sus servidores le dijeron: «Hemos oído que los reyes de la casa de Israel son reyes misericordiosos. Deja que nos pongamos sayales sobre nuestros lomos y cuerdas en nuestras cabezas y salgamos hacia el rey de Israel. Acaso te deje la vida.» Se ciñeron sayales a sus lomos y cuerdas sobre sus cabezas y fueron al rey de Israel y le dijeron: «Tu siervo Ben Hadad dice: Que pueda yo conservar mi vida.» Él respondió: «¿Vive aún? ¡Es mi hermano!» Los hombres lo tomaron como buen augurio y se apresuraron a tomarle la palabra diciendo: «Hermano tuyo es Ben Hadad.» Él dijo: «Id a traerlo.» Ben Hadad salió hacia él, y él le hizo subir a su carro. Ben Hadad le dijo: «Devolveré las ciudades que mi padre tomó a tu padre; y tú pondrás bazares para ti en Damasco, como mi padre puso en Samaría.» - «Con este pacto te dejaré libre.» Hizo un pacto con él y le dejó libre. Un hombre de los hijos de los profetas dijo a su compañero: «Por orden de Yahveh, hiéreme»; pero el hombre no quiso herirle. Le dijo: «Por no haber escuchado la voz de Yahveh, en cuanto te marches de mi lado, el león te herirá.» Se fue de su lado y le encontró al león, que le hirió. Halló a otro hombre y le dijo: «Hiéreme.» El hombre le dio un golpe y le hirió. El profeta se fue y se puso a esperar al rey en el camino. Se había disfrazado con una banda sobre los ojos. Cuando el rey pasaba clamó al rey y dijo: «Tu siervo había llegado al centro de la batalla cuando uno abandonó las filas y me trajo un hombre y me dijo: “Custodia a este hombre; si llega a faltar, tu vida responderá por la suya, o pagarás un talento de plata.” Pero tu siervo estaba ocupado aquí y allá y éste desapareció.» El rey de Israel le dijo: «Esa es tu sentencia. Tú mismo lo has sentenciado.» Él entonces se apresuró a quitarse la banda de los ojos y el rey de Israel le reconoció como uno de los profetas. Dijo al rey: «Así dice Yahveh: Por haber dejado ir de tus manos al hombre entregado a mi anatema, tu vida pagará por su vida y tu pueblo por su pueblo.» El rey de Israel se fue a su casa triste e irritado, y entró en Samaría. Después de estos sucesos ocurrió que Nabot, de Yizreel, tenía una viña junto al palacio de Ajab, rey de Samaría, y Ajab habló a Nabot diciendo: «Dame tu viña para que me sirva de huerto para hortalizas, pues está pegando a mi casa, y yo te daré por ella una viña mejor que ésta, o si parece bien a tus ojos te daré su precio en dinero.» Respondió Nabot a Ajab: «Líbreme Yahveh de darte la herencia de mis padres.» Se fue Ajab a su casa triste e irritado por la palabra que le dijo Nabot de Yizreel: «No te daré la heredad de mis padres»; se acostó en su lecho, volvió su rostro y no quiso comer. Vino a donde él su mujer Jezabel, y le habló: «¿Por qué está triste tu espíritu y por qué no quieres comer?» Él le respondió: «Porque he hablado con Nabot de Yizreel y le he dicho: “Dame tu viña por dinero o, si lo prefieres, te daré una viña a cambio”, y me dijo: “No te daré mi viña.”» Su mujer Jezabel le dijo: «¿Y eres tú el que ejerces la realeza en Israel? Levántate, come y que se alegre tu corazón. Yo te daré la viña de Nabot de Yizreel.» Escribió cartas en nombre de Ajab y las selló con su sello, y envió las cartas a los ancianos y notables que vivían junto a Nabot. En las cartas había escrito: «Proclamad un ayuno y haced sentar a Nabot a la cabeza del pueblo. Haced que se sienten frente a él dos malvados que le acusarán diciendo: “Has maldecido a Dios y al rey” y le sacaréis y le apedrearéis para que muera.» Los hombres de la ciudad, los ancianos y notables que vivían junto a Nabot en su ciudad, hicieron lo que Jezabel les había mandado, de acuerdo con lo escrito en las cartas que les había remitido. Proclamaron un ayuno e hicieron sentar a Nabot a la cabeza del pueblo. Llegaron los dos malvados, se sentaron frente a él y acusaron los malvados a Nabot delante del pueblo diciendo: «Nabot ha maldecido a Dios y al rey»; le sacaron fuera de la ciudad, le apedrearon y murió. Enviaron a decir a Jezabel: «Nabot ha sido apedreado y ha muerto.» Cuando Jezabel oyó que Nabot había sido apedreado y muerto, dijo a Ajab: «Levántate, toma posesión de la viña de Nabot, el de Yizreel, el que se negó a dártela por dinero, pues Nabot ya no vive, ha muerto.» Apenas oyó Ajab que Nabot había muerto, se levantó y bajó a la viña de Nabot, el de Yizreel, para tomar posesión de ella. Entonces fue dirigida la palabra de Yahveh a Elías tesbita diciendo: «Levántate, baja al encuentro de Ajab, rey de Israel, que está en Samaría. Está en la viña de Nabot, a donde ha bajado a apropiársela. Le hablarás diciendo: Así habla Yahveh: Has asesinado ¿y además usurpas? Luego le hablarás diciendo: Por esto, así habla Yahveh: En el mismo lugar en que los perros han lamido la sangre de Nabot, lamerán también los perros tu propia sangre.» Ajab dijo a Elías: «Has vuelto a encontrarme, enemigo mío.» Respondió: «Te he vuelto a encontrar porque te has vendido para hacer el mal a los ojos de Yahveh. Yo mismo voy a traer el mal sobre ti y voy a barrer tu posteridad y a exterminar todo varón de los de Ajab, libre o esclavo, en Israel. Y haré tu casa como la casa de Jeroboam, hijo de Nebat, y como la casa de Basá, hijo de Ajías, por la irritación con que me has irritado y por haber hecho pecar a Israel. También contra Jezabel ha hablado Yahveh diciendo: “Los perros comerán a Jezabel en la parcela de Yizreel.” A los hijos de Ajab que mueran en la ciudad los comerán los perros y a los que mueran en el campo los comerán las aves del cielo.» No hubo quien se prestara como Ajab para hacer el mal a los ojos de Yahveh, porque su mujer Jezabel le había seducido. Su proceder fue muy abominable, yendo tras los ídolos, en todo como los amorreos a los que expulsó Yahveh ante los israelitas. Cuando Ajab oyó estas palabras desgarró sus vestidos y se puso un sayal sobre su carne, ayunó y se acostó con el sayal puesto; y caminaba a paso lento. Fue dirigida la palabra de Yahveh a Elías tesbita diciendo: «¿Has visto cómo Ajab se ha humillado en mi presencia? Por haberse humillado en mi presencia, no traeré el mal en vida suya; en vida de su hijo traeré el mal sobre su casa.» Transcurrieron tres años sin guerra entre Aram e Israel. Al tercer año bajó Josafat, rey de Judá, donde el rey de Israel, y el rey de Israel dijo a sus servidores: «Vosotros sabéis que Ramot de Galaad nos pertenece y no hacemos nada por rescatarla de manos del rey de Aram.» Dijo a Josafat: «¿Quieres venir conmigo para atacar a Ramot de Galaad?» Josafat respondió al rey de Israel: «Yo soy como tú, mi pueblo como tu pueblo, mis caballos como tus caballos.» Josafat dijo al rey de Israel: «Consulta antes, por favor, la palabra de Yahveh.» El rey de Israel reunió a los profetas, cuatrocientos hombres, y les dijo: «¿Debo atacar a Ramot de Galaad, o debo desistir?» Le respondieron: «Sube, porque Yahveh la entregará en manos del rey.» Pero Josafat dijo: «No hay aquí otro profeta de Yahveh a quien podamos consultar?» Dijo el rey de Israel a Josafat: «Queda todavía un hombre por quien podríamos consultar a Yahveh, pero yo le aborrezco, porque no me profetiza el bien, sino el mal. Es Miqueas, hijo de Yimlá.» Dijo Josafat: «No hable el rey así.» Llamó el rey de Israel a un eunuco y le dijo: «Trae en seguida a Miqueas, hijo de Yimlá.» El rey de Israel y Josafat, rey de Judá, estaban sentados cada uno en su trono, vestidos de gala, en la era que hay a la entrada de la puerta de Samaría, mientras que todos los profetas estaban en trance delante de ellos. Sedecías, hijo de Kenaaná se había hecho unos cuernos de hierro y decía: «Así dice Yahveh: Con éstos acornearás a Aram hasta acabar con ellos.» Todos los profetas profetizaban del mismo modo diciendo: «Sube contra Ramot de Galaad, tendrás éxito. Yahveh la entregará en manos del rey.» El mensajero que había ido a llamar a Miqueas le habló diciendo: «Mira que los profetas a una voz predicen el bien al rey. Procura hablar como uno de ellos y anuncia el bien.» Miqueas respondió: «¡Vive Yahveh!, lo que Yahveh me diga, eso anunciaré.» Llegó donde el rey y el rey le dijo: «Miqueas, ¿Debemos subir a Ramot de Galaad para atacarla o debo desistir?» Le respondió: «Sube, tendrás éxito, Yahveh la entregará en manos del rey.» Pero el rey dijo: «¿Cuántas veces he de conjurarte a que no me digas más que la verdad en nombre de Yahveh?» Entonces él dijo: He visto todo Israel disperso por los montes como ovejas sin pastor. Yahveh ha dicho: «No tienen señor; que vuelvan en paz cada cual a su casa.» El rey de Israel dijo a Josafat: «¿No te dije que nunca me anuncia el bien sino el mal?» Dijo Miqueas: «Escucha la palabra de Yahveh: He visto a Yahveh sentado en un trono y todo el ejército de los cielos estaba a su lado, a derecha e izquierda. Preguntó Yahveh: “¿Quién engañará a Ajab para que suba y caiga en Ramot de Galaad?” Y el uno decía una cosa y el otro otra. Se adelantó el Espíritu, se puso ante Yahveh y dijo: “Yo le engañaré.” Yahveh le preguntó: “¿De qué modo?” Respondió: “Iré y me haré espíritu de mentira en la boca de todos sus profetas.” Yahveh dijo: “Tú conseguirás engañarle. Vete y hazlo así.” Ahora, pues, Yahveh ha puesto espíritu de mentira en la boca de todos estos profetas tuyos, pues Yahveh ha predicho el mal contra ti.» Se acercó Sedecías, hijo de Kenaaná, y dio una bofetada a Miqueas en la mejilla diciendo: «¿Por qué camino se ha ido de mí el espíritu de Yahveh para hablarte a ti?» Miqueas replicó: «Tú mismo lo verás el día en que vayas escondiéndote de aposento en aposento.» El rey de Israel dijo: «Prende a Miqueas y llévaselo a Amón, gobernador de la ciudad, y a Joás, hijo del rey. Y les dirás: Así habla el rey: Meted a éste en la cárcel y racionadle el pan y el agua hasta que yo vuelva victorioso.» Dijo Miqueas: «Si es que vuelves victorioso, no ha hablado Yahveh por mí.» El rey de Israel y Josafat, rey de Judá, subieron contra Ramot de Galaad. El rey de Israel dijo a Josafat: «Yo voy a disfrazarme para entrar en combate, mientras que tú te pondrás tus vestidos.» El rey de Israel se disfrazó para entrar en combate. Ahora bien, el rey de Aram había ordenado a los jefes de los carros: «No ataquéis ni a chicos ni a grandes, sino tan sólo al rey de Israel.» Cuando los jefes de los carros vieron a Josafat, dijeron: «Seguro que es el rey de Israel.» Y le rodearon para cargar sobre él. Pero Josafat gritó. Y viendo los jefes de los carros que no era el rey de Israel se apartaron de él. Entonces un hombre disparó su arco al azar e hirió al rey de Israel por entre las placas de la coraza, y el rey dijo a su auriga: «Da la vuelta y sácame de la batalla, porque me siento mal.» Arreció aquel día la batalla y el rey fue sostenido en pie en su carro frente a los arameos, y a la tarde murió; la sangre de la herida corría por el fondo del carro. A la caída del Sol se corrió un grito por el campamento: «Cada uno a su ciudad, cada uno a su tierra. El rey ha muerto.» Llegaron a Samaría y allí sepultaron al rey. Lavaron el carro con agua abundante junto a la alberca de Samaría y los perros lamían la sangre y las prostitutas se bañaron en ella, según la palabra que Yahveh había dicho. El resto de los hechos de Ajab, todo cuanto hizo, la casa de marfil que edificó, todas las ciudades que fortificó ¿No está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Israel? Ajab se acostó con sus padres y reinó en su lugar su hijo Ocozías. Josafat, hijo de Asá, comenzó a reinar en Judá el año cuarto de Ajab, rey de Israel. Josafat tenía 35 años cuando comenzó a reinar y reinó veinticinco años en Jerusalén. Su madre se llamaba Azubá, hija de Siljí. Siguió en todo el camino de Asá, su padre, sin desviarse de él, haciendo lo recto a los ojos de Yahveh. Con todo, no desaparecieron los altos; el pueblo seguía sacrificando y quemando incienso en los altos. Josafat estuvo en paz con el rey de Israel. El resto de los hechos de Josafat, la bravura que demostró y las guerras que sostuvo ¿No está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Judá? Barrió de la tierra a todos los consagrados a la prostitución que habían quedado en el país en los días de Asá su padre. No había rey establecido en Edom. Josafat hizo una flota de Tarsis para ir a Ofir por oro, pero no fue, porque se destrozó la flota en Esyón Guéber. Entonces Ocozías, hijo de Ajab, dijo a Josafat: «Mis siervos irán con tus siervos en la flota», pero Josafat no quiso. Josafat se acostó con sus padres y fue sepultado con sus padres en la ciudad de su padre David y reinó en su lugar su hijo Joram. Ocozías, hijo de Ajab, comenzó a reinar sobre Israel, en Samaría, el año diecisiete de Josafat, rey de Judá, y reinó dos años sobre Israel. Hizo el mal a los ojos de Yahveh y anduvo por el camino de su madre, y por el camino de Jeroboam, hijo de Nabat, el que hizo pecar a Israel. Sirvió a Baal y se postró ante él, irritando a Yahveh, Dios de Israel, enteramente como lo había hecho su padre.