LIBRO SEGUNDO DE LAS CRÓNICAS PARALIPÓMENOS
Salomón, hijo de David, se afianzó en su reino; Yahveh, su Dios, estaba con él y le engrandeció sobremanera. Salomón habló a todo Israel, a los jefes de millar y de cien, a los jueces y a todos los jefes de todo Israel, cabezas de casas paternas. Después Salomón fue con toda la asamblea al alto de Gabaón, porque allí se hallaba la Tienda del Encuentro de Dios, que Moisés, siervo de Yahveh, había hecho en el desierto. Cuanto al arca de Dios, David la había llevado de Quiryat Yearim al lugar preparado para ella, pues le había alzado una tienda en Jerusalén. El altar de bronce que había hecho Besalel, hijo de Urí, hijo de Jur, estaba también allí delante de la Morada de Yahveh. Fueron, pues, Salomón y la asamblea para consultarle. Subió Salomón allí, al altar de bronce que estaba ante Yahveh, junto a la Tienda del Encuentro, y ofreció sobre él mil holocaustos. Aquella noche se apareció Dios a Salomón y le dijo: «Pídeme lo que quieras que te dé.» Salomón respondió a Dios: «Tú tuviste gran amor a mi padre David, y a mí me has hecho rey en su lugar. Ahora, pues, oh Yahveh Dios, que se cumpla la promesa que hiciste a mi padre David, ya que tú me has hecho rey sobre un pueblo numeroso como el polvo de la tierra. Dame, pues, ahora sabiduría e inteligencia, para que sepa conducirme ante este pueblo tuyo tan grande.» Respondió Dios a Salomón: «Ya que piensas esto en tu corazón, y no has pedido riquezas ni bienes ni gloria ni la muerte de tus enemigos ni tampoco has pedido larga vida, sino que has pedido para ti sabiduría e inteligencia para saber juzgar a mi pueblo, del cual te he hecho rey, por eso te son dadas la sabiduría y el entendimiento, y además te daré riqueza, bienes y gloria como no las tuvieron los reyes que fueron antes de ti ni las tendrá ninguno de los que vengan después de ti.» Salomón regresó a Jerusalén desde el alto de Gabaón, de delante de la Tienda del Encuentro, y reinó sobre Israel. Salomón reunió carros y caballos, tuvo 1.400 carros y 12.000 caballos que llevó a las ciudades de los carros y junto al rey en Jerusalén. Hizo el rey que la plata y el oro fuese tan abundante en Jerusalén como las piedras y los cedros, como los sicómoros de la Tierra Baja. Los caballos de Salomón procedían de Musur y de Cilicia; los mercaderes del rey los adquirían en Cilicia por su precio en dinero. Traían de Egipto un carro por seiscientos siclos de plata, y un caballo por 150. Los traían también como intermediarios para todos los reyes de los hititas y todos los reyes de Aram. Decidió, pues, Salomón edificar una Casa al Nombre de Yahveh y una casa real para sí. Salomón señaló 70.000 hombres para transportar cargas, 80.000 canteros en el monte y 3.600 capataces para ellos. Salomón envió a decir a Juram, rey de Tiro: «Haz conmigo como hiciste con mi padre David, enviándole maderas de cedro para que se construyera una casa en que habitar. Te hago saber que voy a edificar una Casa al Nombre de Yahveh, mi Dios, para consagrársela, para quemar ante él incienso aromático, para la ofrenda perpetua de los panes presentados, y para los holocaustos de la mañana y de la tarde, de los sábados, novilunios y solemnidades de Yahveh nuestro Dios, como se hace siempre en Israel. La Casa que voy a edificar será grande, porque nuestro Dios es mayor que todos los dioses. Pero ¿Quién será capaz de construirle una Casa, cuando los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerle? ¿Y quién soy yo para edificarle una Casa, aunque esté destinada tan sólo para quemar incienso en su presencia? Envíame, pues, un hombre diestro en trabajar el oro, la plata, el bronce, el hierro, la púrpura escarlata, el carmesí y la púrpura violeta, y que sepa grabar; estará con los expertos que tengo conmigo en Judá y en Jerusalén, y que mi padre David ya había preparado. Envíame también madera de cedro, de ciprés y algummim del Líbano; pues bien sé que tus siervos saben talar los árboles del Líbano, y mis siervos trabajarán con tus siervos, para prepararme madera en abundancia; pues la Casa que voy a edificar ha de ser grande y maravillosa. Daré para el sustento de tus siervos, los taladores de los árboles, 20.000 cargas de trigo, 20.000 cargas de cebada, 20.000 medidas de vino y 20.000 medidas de aceite.» Juram, rey de Tiro, respondió en una carta que envió al rey Salomón: «Por el amor que tiene Yahveh a su pueblo te ha hecho rey sobre ellos.» Y añadía Juram: «Bendito sea Yahveh, el Dios de Israel, hacedor del cielo y de la tierra, que ha dado al rey David un hijo sabio, prudente e inteligente, que edificará una Casa a Yahveh y una casa real para sí. Te envío, pues, ahora a Juram Abí, hombre hábil, dotado de inteligencia; es hijo de una danita, y su padre es de Tiro. Sabe trabajar el oro, la plata, el bronce, el hierro, la piedra y la madera, la púrpura escarlata, la púrpura violeta, el lino fino y el carmesí. Sabe también hacer toda clase de grabados y ejecutar cualquier obra que se le proponga, a una con tus artífices y los artífices de mi señor David, tu padre. Que mande, pues, a sus siervos el trigo, la cebada, el aceite y el vino de que ha hablado mi señor, y por nuestra parte cortaremos del Líbano toda la madera que necesites y te la llevaremos en balsas, por mar, hasta Joppe, y luego tú mandarás que la suban a Jerusalén.» Salomón hizo el censo de todos los forasteros residentes en Israel, tomando por modelo el censo que había hecho su padre David; y se halló que eran 153.600. De ellos destinó 70.000 para el transporte de cargas, 80.000 para las canteras en las montañas y 3.600 como capataces para hacer trabajar al pueblo. Empezó, pues, Salomón a edificar la Casa de Yahveh en Jerusalén, en el monte Moria, donde Dios se había manifestado a su padre David, en el lugar donde David había hecho los preparativos, en la era de Ornán el jebuseo. Dio comienzo a las obras el segundo mes del año cuarto de su reinado. Este es el plano sobre el que Salomón edificó la Casa de Dios: sesenta codos de longitud, en codos de medida antigua, y veinte codos de anchura. El Ulam que estaba delante del Hekal de la Casa tenía una longitud de veinte codos, correspondiente al ancho de la Casa, y una altura de 120. Salomón lo recubrió por dentro de oro puro. Revistió la Sala Grande de madera de ciprés y la recubrió de oro fino, haciendo esculpir en ella palmas y cadenillas. Para adornar la Casa la revistió también de piedras preciosas; el oro era oro de Parvayim. Recubrió de oro la Casa, las vigas, los umbrales, sus paredes y sus puertas, y esculpió querubines sobre las paredes. Construyó también la sala del Santo de los Santos, cuya longitud, correspondiente al ancho de la Casa, era de veinte codos, y su anchura igualmente de veinte codos. Lo revistió de oro puro, que pesaba seiscientos talentos. Los clavos de oro pesaban cincuenta siclos. Cubrió también de oro las salas altas. En el interior de la sala del Santo de los Santos hizo dos querubines, de obra esculpida, que revistió de oro. Las alas de los querubines tenían veinte codos de largo. Un ala era de cinco codos y tocaba la pared de la sala; la otra ala tenía también cinco codos y tocaba el ala del otro querubín. El ala del segundo querubín era de cinco codos y tocaba la pared de la sala; la otra ala tenía también cinco codos y pegaba con el ala del primer querubín. Las alas desplegadas de estos querubines medían veinte codos. Estaban de pie, y con sus caras vueltas hacia la sala. Hizo también el velo de púrpura violeta, púrpura escarlata, carmesí y lino fino, y en él hizo poner querubines. Delante de la sala hizo dos columnas de 35 codos de alto. El capitel que las coronaba tenía cinco codos. En el Debir hizo cadenillas y las colocó sobre los remates de las columnas; hizo también cien granadas, que puso en las cadenillas. Erigió las columnas delante del Hekal, una a la derecha y otra a la izquierda, y llamó a la de la derecha Yakín y a la de la izquierda Boaz. Construyó también un altar de bronce de veinte codos de largo, veinte codos de ancho y diez codos de alto. Hizo el Mar de metal fundido, de diez codos de borde a borde. Era enteramente redondo y de cinco codos de alto. Un cordón de treinta codos medía su contorno. Debajo del borde había en todo el contorno unas como figuras de bueyes, diez por cada codo, colocadas en dos órdenes, fundidas en una sola masa. Se apoyaba sobre doce bueyes; tres mirando al norte, tres mirando al oeste, tres mirando al sur y tres mirando al este. El Mar estaba sobre ellos, quedando sus partes traseras hacia el interior. Su espesor era de un palmo, y su borde como el borde del cáliz de la flor de lirio. Cabían en él 3.000 medidas. Hizo diez pilas para las abluciones y colocó cinco de ellas a la derecha y cinco a la izquierda para lavar en ellas lo que se ofrecía en holocausto. El Mar era para las abluciones de los sacerdotes. Hizo diez candelabros de oro según la forma prescrita, y los colocó en el Hekal, cinco a la derecha y cinco a la izquierda. Hizo diez mesas, que puso en el Hekal, cinco a la derecha y cinco a la izquierda. Hizo también cien acetres de oro. Construyó también el atrio de los sacerdotes y el atrio grande con sus puertas, revistiendo las puertas de bronce. Colocó el Mar al lado derecho, hacia el sureste. Juram hizo también los ceniceros, las paletas y los acetres. Así concluyó Juram la obra que le había encargado el rey Salomón en la Casa de Dios: Las dos columnas; las molduras de los capiteles que coronaban las columnas; los dos trenzados para cubrir las dos molduras de los capiteles que estaban sobre las columnas; las cuatrocientas granadas para cada trenzado; las diez basas, y las diez pilas sobre las basas; el Mar con los doce bueyes debajo de él; los ceniceros, las paletas y los acetres. Todos estos utensilios los hizo Juram Abí para el rey Salomón, para la Casa de Yahveh, de bronce bruñido. El rey los hizo fundir en la vega del Jordán, en el mismo suelo, entre Sukkot y Seredá. Salomón fabricó todos estos utensilios en tan enorme cantidad que no se pudo calcular el peso del bronce. Salomón hizo todos los objetos destinados a la Casa de Dios: el altar de oro, las mesas para el pan de la Presencia, los candelabros con sus lámparas de oro fino, para que ardieran, según el rito, delante del Debir; las flores, las lámparas y las despabiladeras de oro, de oro purísimo; y los cuchillos, los acetres, los vasos y los braseros, de oro puro. Eran también de oro las puertas interiores de la Casa a la entrada del Santo de los Santos, y las puertas de la Casa para el Hekal. Así fue concluida toda la obra que hizo Salomón para la Casa de Yahveh. Salomón hizo traer todo lo consagrado por su padre David, la plata, el oro y todos los objetos, y lo puso en los tesoros de la Casa de Dios. Entonces congregó Salomón en Jerusalén a todos los ancianos de Israel, a todos los jefes de las tribus y a los principales de las casas paternas de los hijos de Israel, para hacer subir el arca de la alianza de Yahveh desde la Ciudad de David, que es Sión. Se reunieron junto al rey todos los hombres de Israel, en la fiesta del mes séptimo. Cuando llegaron todos los ancianos de Israel, los levitas alzaron el arca; y llevaron el arca y la Tienda del Encuentro y todos los utensilios del santuario que había en la Tienda; lo llevaron los sacerdotes levitas. El rey Salomón, con toda la comunidad de Israel que se había reunido en torno a él, sacrificaron ante el arca ovejas y bueyes en incalculable e innumerable abundancia. Los sacerdotes llevaron el arca de la alianza de Yahveh a su lugar, al Debir de la Casa, al Santo de los Santos, bajo las alas de los querubines. Pues los querubines extendían las alas por encima del emplazamiento del arca, cubriendo el arca y los varales por encima. Los varales eran tan largos que se veían sus puntas desde el Santo, desde la parte anterior al Debir, pero no se veían desde fuera; y allí están hasta el día de hoy. En el arca no había nada más que las dos tablas que hizo poner Moisés en ella, en el Horeb, cuando Yahveh hizo alianza con los israelitas a su salida de Egipto. Cuando los sacerdotes salieron del santuario, porque todos los sacerdotes que se hallaban presentes se habían santificado, sin guardar orden de clases, y todos los levitas cantores, Asaf, Hemán y Yedutún, con sus hijos y hermanos, vestidos de lino fino, estaban de pie al oriente del altar, tocando címbalos, salterios y cítaras, y con ellos 120 sacerdotes que tocaban las trompetas; se hacían oír al mismo tiempo y al unísono los que tocaban las trompetas y los cantores, alabando y celebrando a Yahveh; alzando la voz con las trompetas y con los címbalos y otros instrumentos de música, alababan a Yahveh diciendo: «Porque es bueno, porque es eterno su amor»; la Casa se llenó de una nube, la misma Casa de Yahveh. Y los sacerdotes no pudieron continuar en el servicio a causa de la nube, porque la gloria de Yahveh llenaba la Casa de Dios. Entonces dijo Salomón: «Yahveh quiere habitar en densa nube. He querido erigirte una morada, un lugar donde habites para siempre». Se volvió el rey y bendijo a toda la asamblea de Israel, mientras toda la asamblea de Israel estaba en pie. Dijo: «Bendito sea Yahveh, Dios de Israel, que habló por su boca a mi padre David, y ha cumplido por su mano lo que dijo: “Desde el día en que saqué a mi pueblo de la tierra de Egipto, no he elegido ninguna ciudad entre todas las tribus de Israel, para edificar una Casa en la que esté mi Nombre ni elegí varón que fuese caudillo de mi pueblo Israel; pero elijo a Jerusalén, para que esté allí mi Nombre, y elijo a David para que sea jefe de mi pueblo Israel.” «Mi padre David pensó en su corazón edificar una Casa al Nombre de Yahveh, Dios de Israel. Pero Yahveh dijo a mi padre David: “Cuanto a haber pensado en tu corazón edificar una Casa a mi Nombre, bien has hecho en tener tal voluntad. Pero no edificarás tú la Casa, sino que será un hijo tuyo, salido de tus entrañas, quien edifique la Casa a mi Nombre.” Yahveh ha cumplido la promesa que dijo; he sucedido a mi padre David, me he sentado en el trono de Israel, como Yahveh había dicho, y he construido la Casa al Nombre de Yahveh, Dios de Israel; y he puesto allí el arca, en la cual está la alianza de Yahveh, que él pactó con los israelitas.» Salomón se puso ante el altar de Yahveh en presencia de toda la asamblea de Israel y extendió las manos. Salomón había hecho un estrado de bronce de cinco codos de largo, cinco codos de ancho, y tres codos de alto, que había colocado en medio del atrio; poniéndose sobre él se arrodilló frente a toda la asamblea de Israel. Y extendiendo sus manos hacia el cielo, dijo: «Yahveh, Dios de Israel, no hay Dios como tú ni en el cielo ni en la tierra; tú que guardas la alianza y el amor a tus siervos que andan en tu presencia con todo su corazón; tú que has mantenido a mi padre David la promesa que le hiciste, pues por tu boca lo prometiste, y con tu mano lo has cumplido este día. Ahora, pues Yahveh, Dios de Israel, mantén a tu siervo David, mi padre, la promesa que le hiciste, diciendo: “Nunca será quitado de mi presencia uno de los tuyos, que se siente en el trono de Israel, con tal que tus hijos guarden su camino andando en mi Ley, como tú has andado delante de mí.” Ahora, Yahveh, Dios de Israel, que se cumpla la palabra que dijiste a tu siervo David. Pero ¿Es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, ¡Cuánto menos esta Casa que yo te he construido! Atiende a la plegaria de tu siervo y a su petición, Yahveh, Dios mío, y escucha el clamor y la plegaria que tu siervo hace en tu presencia. ¡Que tus ojos estén abiertos día y noche sobre esta Casa, sobre este lugar del que dijiste que pondrías en él tu Nombre para escuchar la oración que dirige tu siervo hacia este lugar! «Oye, pues, las plegarias de tu siervo Israel, tu pueblo, cuando oren hacia este lugar. Escucha tú desde el lugar de tu morada, desde los cielos; escucha y perdona. «Cuando un hombre peque contra su prójimo, y éste pronuncie una imprecación sobre él, haciéndole jurar delante de tu altar en esta Casa, escucha tú desde los cielos y obra; juzga a tus siervos. Da su merecido al inicuo, haciendo recaer su conducta sobre su cabeza y declarando inocente al justo, para darle según su justicia. «Si Israel, tu pueblo, es batido por el enemigo por haber pecado contra ti, y ellos se vuelven y alaban tu Nombre orando y suplicando ante ti en esta Casa, escucha tú desde los cielos, perdona el pecado de tu pueblo Israel, y vuélvelos a la tierra que les diste a ellos y a sus padres. «Cuando los cielos estén cerrados y no haya lluvia porque pecaron contra ti, si oran en este lugar y alaban tu Nombre, y se convierten de su pecado porque les humillaste, escucha tú desde los cielos y perdona el pecado de tus siervos y de tu pueblo Israel, pues les enseñarás el camino bueno por el que deben andar, y envía lluvia sobre tu tierra, la que diste a tu pueblo por herencia. «Cuando haya hambre en esta tierra, cuando haya peste, tizón, añublo, langosta o pulgón, cuando su enemigo le asedie en una de sus puertas, en todo azote y toda enfermedad, si un hombre cualquiera, o todo Israel, tu pueblo, hace oraciones y súplicas, y, reconociendo su pena y su dolor, tiende sus manos hacia esta Casa, escucha tú desde los cielos, lugar de tu morada, y perdona, dando a cada uno según todos sus caminos, pues tú conoces su corazón -y sólo tú conoces el corazón de todos los hijos de los hombres- para que teman y sigan tus caminos todos los días que vivan sobre la haz de la tierra que has dado a nuestros padres. «También al extranjero, que no es de tu pueblo Israel, el que viene de un país lejano a causa de tu gran Nombre, tu mano fuerte y tu tenso brazo, cuando venga a orar en esta Casa, escucha tú desde los cielos, lugar de tu morada, y haz cuanto te pida el extranjero, para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu Nombre y te teman, como tu pueblo Israel, y sepan que tu Nombre es invocado sobre esta Casa que yo he construido. «Si tu pueblo va a la guerra contra sus enemigos por el camino por el que tú le envíes, si oran a ti, vueltos hacia esta ciudad que tú has elegido, y hacia la Casa que yo he construido a tu Nombre, escucha tú desde los cielos su oración y su plegaria y hazles justicia. Cuando pequen contra ti - pues no hay hombre que no peque- y tú, irritado contra ellos, los entregues al enemigo, y sus conquistadores los lleven cautivos a un país lejano o cercano, si se convierten en su corazón en la tierra a que hayan sido llevados, si se arrepienten y te suplican en la tierra de su cautividad, diciendo: “Hemos pecado, hemos sido perversos, somos culpables”; si se vuelven a ti con todo su corazón y con toda su alma en el país de la cautividad al que fueren deportados, y te suplican vueltos hacia la tierra que tú diste a sus padres y hacia la ciudad que tú has elegido y hacia la Casa que yo he edificado a tu Nombre, escucha tú desde los cielos, lugar de tu morada, su oración y su plegaria; hazles justicia y perdona a tu pueblo los pecados cometidos contra ti. «Que tus ojos, Dios mío, estén abiertos, y tus oídos atentos a la oración que se haga en este lugar. Y ahora ¡Levántate, Yahveh Dios, hacia tu reposo, tú y el arca de tu fuerza! ¡Que tus sacerdotes, Yahveh Dios, se revistan de salvación. y tus fieles gocen de la felicidad! Yahveh, Dios mío, no rehaces el rostro de tu Ungido; acuérdate de las misericordias otorgadas a David tu siervo.» Cuando Salomón acabó de orar, bajó fuego del cielo que devoró el holocausto y los sacrificios; y la gloria de Yahveh llenó la Casa. Los sacerdotes no podían entrar en la Casa de Yahveh, porque la gloria de Yahveh llenaba la Casa de Yahveh. Entonces todos los hijos de Israel, viendo descender el fuego y la gloria de Yahveh sobre la Casa, se postraron rostro en tierra sobre el pavimento y adoraron y alabaron a Yahveh «porque es bueno, porque es eterno su amor». Luego el rey y todo el pueblo ofrecieron sacrificios ante Yahveh. El rey Salomón ofreció en sacrificio 22.000 bueyes y 120.000 ovejas. Así inauguraron la Casa de Dios el rey y todo el pueblo. Los sacerdotes atendían a su ministerio, mientras los levitas glorificaban a Yahveh con los instrumentos que el rey David fabricó para acompañar los cánticos de Yahveh, «porque es eterno su amor», ejecutando los cánticos compuestos por David. Los sacerdotes estaban delante de ellos tocando las trompetas, y todo Israel se mantenía en pie. Salomón consagró el interior del patio, que está delante de la Casa de Yahveh, pues ofreció allí los holocaustos y las grasas de los sacrificios de comunión, ya que el altar de bronce que había hecho Salomón no podía contener el holocausto, la oblación y las grasas. Entonces Salomón celebró la fiesta durante siete días y con él todo Israel, en magna asamblea, venida desde la Entrada de Jamat hasta el Torrente de Egipto. El día octavo tuvo lugar la asamblea solemne, pues habían hecho la dedicación del altar por siete días, de manera que la fiesta duró siete días. El día veintitrés del mes séptimo, Salomón envió al pueblo a sus tiendas alegre y contento en su corazón por el bien que Yahveh había hecho a David, a Salomón y a su pueblo Israel. Acabó Salomón la Casa de Yahveh y la casa del rey y llevó a cabo todo cuanto se había propuesto hacer en la Casa de Yahveh y en su propia casa. Aparecióse entonces Yahveh a Salomón por la noche y le dijo: «He oído tu oración, y me he elegido este lugar como Casa de sacrificio. Si yo cierro el cielo y no llueve, si yo mando a la langosta devorar la tierra, o envío la peste entre mi pueblo; y mi pueblo, sobre el cual es invocado mi Nombre, se humilla, orando y buscando mi rostro, y se vuelven de sus malos caminos, yo les oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra. Mis ojos estarán abiertos, y mis oídos atentos a la oración que se haga en este lugar; pues ahora he escogido y santificado esta Casa, para que en ella permanezca mi Nombre por siempre. Allí estarán mis ojos y mi corazón todos los días. Y en cuanto a ti, si andas en mi presencia como anduvo tu padre David, haciendo todo lo que he mandado y guardando mis decretos y mis sentencias, afianzaré el trono de tu realeza como pacté con tu padre David diciendo: “No te faltará un hombre que domine en Israel.” Pero si os apartáis, abandonando los decretos y los mandamientos que os he dado, y vais a servir a otros dioses, postrándoos ante ellos, os arrancaré de mi tierra que os he dado; arrojaré de mi presencia esta Casa que yo he consagrado a mi Nombre y la haré objeto de proverbio y de escarnio entre todos los pueblos. Y esta Casa que es tan sublime vendrá a ser el espanto de todos los que pasen cerca de ella, de modo que dirán: “¿Por qué ha hecho así Yahveh a esta tierra y a esta Casa?” Y se responderá: “Porque abandonaron a Yahveh, el Dios de sus padres que los sacó de la tierra de Egipto, y han seguido a otros dioses, se han postrado ante ellos y les han servido; por eso ha hecho venir sobre ellos todo este mal.”» Al cabo de los veinte años que empleó Salomón en edificar la Casa de Yahveh y su propia casa, reconstruyó las ciudades que Juram le había dado, y estableció allí los israelitas. Salomón marchó contra Jamat de Sobá y se apoderó de ella; reedificó Tadmor en el desierto, y todas las ciudades de avituallamiento que construyó en Jamat; reconstruyó Bet Jorón de arriba y Bet Jorón de abajo, ciudades fortificadas, con murallas, puertas y barras, y Baalat, con todas las ciudades de avituallamiento que pertenecían a Salomón, todas las ciudades de carros y las ciudades para los caballos, y todo cuanto quiso edificar en Jerusalén, en el Líbano y en toda la tierra de su dominio. Con toda la gente que había quedado de los hititas, los amorreos, los perizitas, los jivitas y los jebuseos, que no eran israelitas, cuyos descendientes habían quedado después de ellos en el país y a los que los israelitas no habían exterminado, hizo Salomón una leva que dura hasta el día de hoy. Pero no empleó Salomón a ninguno de los israelitas como esclavo para sus obras, sino como hombres de guerra, jefes y escuderos, comandantes de sus carros y de sus caballos. Los jefes de las guarniciones que tenía el rey Salomón eran 250, que gobernaban al pueblo. Salomón hizo subir a la hija de Faraón desde la Ciudad de David a la casa que había edificado para ella; pues se decía: «No debe habitar mujer mía en la casa de David, rey de Israel; porque los lugares donde ha estado el arca de Yahveh son sagrados.» Entonces empezó a ofrecer Salomón holocaustos a Yahveh sobre el altar de Yahveh, que había erigido delante del Ulam; ofreció holocaustos según el rito de cada día, conforme a los prescritos por Moisés, en los sábados, los novilunios y en las solemnidades, tres veces al año: en la fiesta de los Ázimos, en la fiesta de las Semanas y en la fiesta de las Tiendas. Estableció también las secciones de los sacerdotes en sus servicios conforme al reglamento de su padre David, a los levitas en sus cargos de alabar y servir junto a los sacerdotes, según el rito de cada día; y a los porteros con arreglo a sus secciones, en cada puerta; porque ésta era la orden de David, hombre de Dios. No se apartaron en nada de la orden del rey en lo tocante a los sacerdotes y los levitas ni tampoco en lo relativo a los tesoros. Así fue dirigida toda la obra de Salomón, desde el día en que se echaron los cimientos de la Casa de Yahveh hasta su terminación. Así fue acabada la Casa de Yahveh. Entonces Salomón fue a Esyón Guéber y a Elat, a orillas del mar, en el país de Edom, y Juram le envió, por medio de sus siervos, navíos y marinos conocedores del mar, que fueron con los siervos de Salomón a Ofir, de donde tomaron 450 talentos de oro, que trajeron al rey Salomón. La reina de Sabá había oído la fama de Salomón, y vino a Jerusalén para probar a Salomón por medio de enigmas, con gran séquito y con camellos que traían aromas, gran cantidad de oro y piedras preciosas. Llegada que fue donde Salomón, le dijo todo cuanto tenía en su corazón. Salomón resolvió todas sus preguntas; y no hubo ninguna proposición oscura que Salomón no pudiese resolver. Cuando la reina de Sabá vio la sabiduría de Salomón y la casa que había edificado, los manjares de su mesa, las habitaciones de sus servidores, el porte de sus ministros y sus vestidos, sus coperos con sus trajes y los holocaustos que ofrecía en la Casa de Yahveh, se quedó sin aliento, y dijo al rey: «Verdad es cuanto oí decir en mi tierra de tus palabras y de tu sabiduría. No daba yo crédito a lo que se decía, hasta que he venido y lo he visto con mis propios ojos; y encuentro que no se me había contado ni la mitad de la grandeza de tu sabiduría, pues tú superas todo lo que oí decir. ¡Dichosas tus gentes! ¡Dichosos estos tus servidores, que están siempre en tu presencia y escuchan tu sabiduría! ¡Bendito sea Yahveh, tu Dios, que se ha complacido en ti, poniéndote sobre su trono como rey de Yahveh, tu Dios, por el amor que tu Dios tiene hacia Israel para conservarle por siempre, y te ha puesto por rey sobre ellos para administrar derecho y justicia!» Dio al rey 120 talentos de oro, gran cantidad de aromas y piedras preciosas. Nunca hubo aromas como los que la reina de Sabá dio al rey Salomón. Los siervos de Juram y los siervos de Salomón, que habían traído oro de Ofir, trajeron también madera de algummim y piedras preciosas. Con la madera de algummim hizo el rey entarimados para la Casa de Yahveh y la casa del rey, cítaras y salterios para los cantores. No se había visto nunca en la tierra de Judá madera semejante. El rey Salomón dio a la reina de Sabá todo cuanto ella quiso pedirle, aparte lo que ella había traído al rey. Después se volvió y regresó a su país con sus servidores. El peso del oro que llegaba a Salomón cada año era de 666 talentos de oro, sin contar las contribuciones de los mercaderes y comerciantes. Todos los reyes de Arabia y los inspectores del país traían oro y plata a Salomón. Hizo el rey Salomón doscientos grandes escudos de oro batido, aplicando seiscientos siclos de oro batido en cada escudo, y trescientos escudos pequeños de oro batido, aplicando trescientos siclos de oro en cada escudo; el rey los colocó en la casa «Bosque del Líbano». Hizo el rey un gran trono de marfil y lo revistió de oro puro. El trono tenía seis gradas y un cordero de oro al respaldo, y brazos a uno y otro lado del asiento, y dos leones, de pie, junto a los brazos. Más doce leones de pie sobre las seis gradas a uno y otro lado. No se hizo cosa semejante en ningún reino. Todas las copas de beber del rey Salomón eran de oro, y toda la vajilla de la casa «Bosque del Líbano» era de oro fino. La plata no se estimaba en nada en tiempo del rey Salomón. Porque el rey tenía naves que navegaban a Tarsis con los siervos de Juram, y cada tres años venía la flota de Tarsis trayendo oro y plata, marfil, monos y pavos reales. Así el rey Salomón sobrepujó a todos los reyes de la tierra en riqueza y sabiduría. Todos los reyes de la tierra querían ver el rostro de Salomón, para oír la sabiduría que Dios había puesto en su corazón. Y cada uno de ellos traía su presente, objetos de plata y objetos de oro, vestidos, armas, aromas, caballos y mulos, año tras año. Tenía Salomón 4.000 caballerizas para sus caballos y carros, y 12.000 caballos, que puso en cuarteles en las ciudades de los carros y en Jerusalén junto al rey. Dominaba sobre todos los reyes desde el Río hasta el país de los filisteos y hasta la frontera de Egipto. Hizo el rey que la plata fuese tan abundante en Jerusalén como las piedras, y los cedros como los sicómoros de la Tierra Baja. Traían también caballos para Salomón de Musur y de todos los países. El resto de los hechos de Salomón, los primeros y los postreros, ¿No están escritos en la historia del profeta Natán, en la profecía de Ajías el silonita, y en las visiones de Yedó el vidente, sobre Jeroboam, hijo de Nebat? Salomón reinó en Jerusalén sobre todo Israel cuarenta años. Se acostó Salomón con sus padres, y le sepultaron en la ciudad de su padre David. En su lugar reinó su hijo Roboam. Fue Roboam a Siquem, porque todo Israel había ido a Siquem para proclamarle rey. Apenas lo supo Jeroboam, hijo de Nebat, que estaba todavía en Egipto, adonde había ido huyendo del rey Salomón, volvió de Egipto, pues habían enviado a llamarle. Vino entonces Jeroboam con todo Israel, y hablaron a Roboam diciendo: «Tu padre ha hecho pesado nuestro yugo; ahora tú aligera la dura servidumbre de tu padre y el pesado yugo que puso sobre nosotros y te serviremos.» Él les dijo: «Volved a mí de aquí a tres días.» Y el pueblo se fue. El rey Roboam pidió consejo a los ancianos que habían servido a su padre Salomón, en vida de éste, diciendo: «¿Qué me aconsejáis que responda a este pueblo?» Ellos le respondieron: «Si eres bueno con este pueblo y les sirves y les das buenas palabras, serán siervos tuyos para siempre.» Pero él abandonó el consejo que los ancianos le aconsejaron y pidió consejo a los jóvenes que se habían criado con él y estaban a su servicio. Les dijo: «¿Qué me aconsejáis que responda a este pueblo que me ha hablado diciendo: “Aligera el yugo que tu padre puso sobre nosotros?”» Los jóvenes que se habían criado con él le respondieron diciendo: «Esto debes responder al pueblo que te ha dicho: “Tu padre hizo pesado nuestro yugo, ahora tú aligera nuestro yugo”, esto debes responder: “Mi dedo meñique es más grueso que los lomos de mi padre. Un yugo pesado os cargó mi padre, mas yo haré más pesado vuestro yugo; mi padre os ha azotado con azotes, pero yo os azotaré con escorpiones.”» Volvieron, pues, Jeroboam y todo el pueblo al tercer día donde Roboam, según lo que había dicho el rey: «Volved a mí al tercer día»; y el rey les respondió con dureza, abandonando el consejo de los ancianos, y hablándoles según el consejo de los jóvenes, diciendo: «Mi padre hizo pesado vuestro yugo, yo lo haré más pesado todavía; mi padre os azotó con azotes, pero yo os azotaré con escorpiones.» No escuchó el rey al pueblo, pues se trataba de una intervención de Dios para dar cumplimiento a la palabra que Yahveh había anunciado a Jeroboam, hijo de Nebat, por medio de Ajías de Silo. Viendo todo Israel que el rey no le oía, replicó el pueblo al rey diciendo: «¿Qué parte tenemos nosotros con David? No tenemos herencia en el hijo de Jesé. ¡A tus tiendas, Israel! Mira ahora por tu casa, David.» Y todo Israel se fue a sus tiendas. Roboam reinó sobre los israelitas que habitaban en las ciudades de Judá. El rey Roboam envió a Adoram, jefe de la leva, pero los israelitas le mataron a pedradas y murió. Entonces el rey Roboam se apresuró a subir a su carro para huir a Jerusalén. Israel está en desobediencia contra la casa de David hasta el día de hoy. En llegando a Jerusalén, reunió Roboam a la casa de Judá y Benjamín, 180.000 hombres, guerreros escogidos, para combatir contra Israel y devolver el reino a Roboam. Pero fue dirigida la palabra de Yahveh a Semaías, hombre de Dios, diciendo: «Habla a Roboam, hijo de Salomón, rey de Judá, y a todo Israel que está en Judá y Benjamín, diciendo: Así habla Yahveh: No subáis a combatir con vuestros hermanos; que cada uno se vuelva a su casa, porque esto es cosa mía.» Ellos escucharon la palabra de Yahveh y desistieron de marchar contra Jeroboam. Roboam habitó en Jerusalén y edificó ciudades fortificadas en Judá. Fortificó Belén, Etam, Técoa, Bet Sur, Sokó, Adullam, Gat, Maresá, Zif, Adoráyim, Lakís, Azecá, Sorá, Ayyalón y Hebrón, ciudades fortificadas de Judá y Benjamín. Reforzó las fortificaciones y puso en ellas comandantes y provisiones de víveres, de aceite y vino. En todas estas ciudades había escudos y lanzas, y las hizo sumamente fuertes. Estaban por él Judá y Benjamín. Los sacerdotes y levitas de todo Israel se pasaron a él desde todos sus territorios; pues los levitas abandonaron sus ejidos y sus posesiones y se fueron a Judá y a Jerusalén, porque Jeroboam y sus hijos les habían prohibido el ejercicio del sacerdocio de Yahveh, y Jeroboam instituyó sus propios sacerdotes para los altos, los sátiros y los becerros que había hecho. Tras ellos vinieron a Jerusalén, para ofrecer sacrificios a Yahveh, el Dios de sus padres, aquellos de entre todas las tribus de Israel que tenían puesto su corazón en buscar a Yahveh, el Dios de Israel; y fortalecieron el reino de Judá y consolidaron a Roboam, hijo de Salomón, por tres años. Pues tres años siguió el camino de David y de Salomón. Roboam tomó por mujer a Majalat, hija de Yerimot, hijo de David y de Abiháyil, hija de Eliab, hijo de Jesé. Ésta le dio los hijos Yeús, Semarías y Zaham. Después de ésta tomó a Maaká, hija de Absalón, la cual le dio a Abías, Attay, Zizá y Selomit. Roboam amaba a Maaká, hija de Absalón, más que a todas sus mujeres y concubinas, pues tuvo dieciocho mujeres y sesenta concubinas; y engendró veintiocho hijos y sesenta hijas. Roboam puso a la cabeza a Abías, hijo de Maaká, como príncipe de sus hermanos, porque quería hacerle rey. Repartió hábilmente a todos sus hijos por toda la tierra de Judá y de Benjamín, en todas las ciudades fortificadas, les dio alimentos en abundancia y les buscó mujeres. Cuando Roboam hubo consolidado y afianzado el reino, abandonó la Ley de Yahveh y con él todo Israel. Y sucedió que el año quinto del rey Roboam subió Sosaq, rey de Egipto, contra Jerusalén, -pues no era fiel a Yahveh- con 1.200 carros y 60.000 caballos; no se podía contar la gente que venía con él de Egipto: libios, sukíes y etíopes. Tomó las ciudades fortificadas de Judá y llegó hasta Jerusalén. El profeta Semaías vino a Roboam y a los jefes de Judá que se habían reunido en Jerusalén para hacer frente a Sosaq, y les dijo: «Así dice Yahveh: Vosotros me habéis abandonado, y por esto también yo os abandono en manos de Sosaq.» Entonces los jefes de Israel y el rey se humillaron y dijeron: «¡Justo es Yahveh!» Cuando Yahveh vio que se habían humillado, fue dirigida la palabra de Yahveh a Semaáis, diciendo: «Por haberse ellos humillado, no los destruiré, sino que dentro de poco les daré la salvación y no se derramará mi cólera sobre Jerusalén por mano de Sosaq. Pero serán sus siervos, para que sepan lo que es mi servidumbre y la servidumbre de los reinos de las naciones.» Subió, pues, Sosaq, rey de Egipto, contra Jerusalén y se apoderó de los tesoros de la Casa de Yahveh y de los tesoros de la casa del rey. De todo se apoderó. Habiéndose llevado los escudos de oro que había hecho Salomón, el rey Roboam hizo en su lugar escudos de bronce, que confió a los jefes de la guardia que custodiaban la entrada de la casa del rey. Cuando el rey entraba en la Casa de Yahveh, venían los de la guardia y los llevaban, y después los devolvían a la sala de la guardia. Gracias a su humillación se apartó de él la ira de Yahveh y no le destruyó del todo; y concedió algunas cosas buenas a Judá. Se afianzó, pues, el rey Roboam en Jerusalén, y reinó. Roboam tenía 41 años cuando comenzó a reinar y reinó diecisiete años en Jerusalén, la ciudad que había elegido Yahveh de entre todas las tribus de Israel para poner en ella su Nombre. El nombre de su madre era Naamá, ammonita. Hizo lo que era malo, porque no había dispuesto su corazón para buscar a Yahveh. Los hechos de Roboam, los primeros y los postreros, ¿No están escritos en la historia del profeta Semaías y del vidente Iddó? Hubo guerra continua entre Roboam y Jeroboam. Roboam se acostó con sus padres y fue sepultado en la ciudad de David. Reinó en su lugar su hijo Abías. Abías comenzó a reinar sobre Judá el año dieciocho del rey Jeroboam. Reinó tres años en Jerusalén. El nombre de su madre era Mikaía, hija de Uriel, de Guibeá. Hubo guerra entre Abías y Jeroboam. Abías entró en combate con un ejército de valientes guerreros: 400.000 hombres escogidos; Jeroboam se ordenó en batalla contra él con 800.000 guerreros escogidos y valerosos. Abías se levantó en el monte Semaráyim, que está en la montaña de Efraím, y dijo: «¡Oídme, Jeroboam y todo Israel! ¿Acaso no sabéis que Yahveh, el Dios de Israel, dio el reino de Israel para siempre a David, a él y a sus hijos, con pacto de sal? Pero Jeroboam, hijo de Nebat, siervo de Salomón, hijo de David, se alzó en rebeldía contra su señor. Se juntaron con él unos hombres fatuos y malvados y prevalecieron sobre Roboam, hijo de Salomón, pues Roboam era joven y débil de corazón y no podía resistirles. ¿Y ahora tratáis vosotros de poner resistencia al reino de Yahveh, que está en manos de los hijos de David, porque vosotros sois una gran muchedumbre? Pero tenéis los becerros de oro que Jeroboam os puso por dioses. ¿No habéis expulsado a los sacerdotes de Yahveh, los hijos de Aarón y los levitas? ¿No os habéis hecho sacerdotes a la manera de los pueblos de los demás países? Cualquiera que viene con un novillo y siete carneros y pide ser consagrado, es hecho sacerdote de los que no son dioses. Cuanto a nosotros, Yahveh es nuestro Dios y no le hemos abandonado; los sacerdotes que sirven a Yahveh son los hijos de Aarón, igual que los levitas en su ministerio. Cada mañana y cada tarde quemamos holocaustos a Yahveh, y tenemos el incienso aromático; las filas de pan están sobre la mesa pura, y el candelabro de oro con sus lámparas para ser encendidas cada tarde, pues nosotros guardamos el ritual de Yahveh nuestro Dios, en tanto que vosotros le habéis abandonado. He aquí que con nosotros, a nuestra cabeza, está Dios con sus sacerdotes y las trompetas del clamor, para lanzar el grito de guerra contra vosotros. Israelitas, no hagáis la guerra contra Yahveh, el Dios de vuestros padres, porque nada conseguiréis.» Entre tanto, Jeroboam hizo dar un rodeo para poner una emboscada y atacarles por detrás, de manera que él estaba frente a Judá y la emboscada a espaldas de éstos. Al volver Judá la cabeza, vio que se presentaba combate de frente y por detrás. Entonces clamaron a Yahveh y, mientras los sacerdotes tocaban las trompetas, los hombres de Judá lanzaron el grito de guerra; y al alzar el grito de guerra los hombres de Judá, desbarató Dios a Jeroboam y a todo Israel delante de Abías y de Judá. Huyeron los israelitas delante de Judá, y Dios los entregó en sus manos. Abías y su tropa les causaron una gran derrota; cayeron 500.000 hombres escogidos de Israel. Quedaron entonces humillados los israelitas y prevalecieron los hijos de Judá por haberse apoyado en Yahveh, el Dios de sus padres. Abías persiguió a Jeroboam y le tomó las ciudades de Betel con sus aldeas, Yesaná con sus aldeas y Efrón con sus aldeas. Jeroboam ya no tuvo fuerza en los días de Abías, pues Yahveh le hirió y murió. Pero Abías se fortaleció; tomó catorce mujeres y engendró veintidós hijos y dieciséis hijas. El resto de los hechos de Abías, sus hechos y sus acciones, están escritos en el midrás del profeta Iddó. Se acostó Abías con sus padres y le sepultaron en la ciudad de David. Reinó en su lugar su hijo Asá. En su tiempo el país estuvo en paz durante diez años. Asá hizo lo que era bueno y recto a los ojos de Yahveh su Dios. Suprimió los altares del culto extranjero y los altos; rompió las estelas, abatió los cipos, y mandó a Judá que buscase a Yahveh, el Dios de sus padres, y cumpliese la ley y los mandamientos. Hizo desaparecer de todas las ciudades de Judá los altos y los altares de incienso; y el reino estuvo en paz bajo su reinado. Edificó ciudades fuertes en Judá, porque el país estaba en paz, y no hubo guerra contra él por aquellos años; pues Yahveh le había dado tranquilidad. Dijo a Judá: «Edifiquemos estas ciudades, y cerquémoslas de murallas, torres, puertas y barras, mientras el país esté a nuestra disposición; pues hemos buscado a Yahveh, nuestro Dios, y por haberle buscado, Él nos ha dado paz por todas partes.» Edificaron, pues y prosperaron. Asá tenía un ejército de 300.000 hombres de Judá, que llevaban pavés y lanza, y 280.000 de Benjamín, que llevaban escudo y eran arqueros; todos ellos esforzados guerreros. Salió contra ellos Zéraj el etíope, con un ejército de un millón de hombres y trescientos carros, y llegó hasta Maresá. Salió Asá contra él y se pusieron en orden de batalla en el valle de Sefatá, junto a Maresá. Asá invocó a Yahveh su Dios, y dijo: «¡Oh Yahveh, sólo Tú puedes ayudar entre el poderoso y el desvalido! ¡Ayúdanos, pues, Yahveh, Dios nuestro, porque en ti nos apoyamos y en tu Nombre marchamos contra esta inmensa muchedumbre! ¡Yahveh, tú eres nuestro Dios! ¡No prevalezca contra ti hombre alguno!» Yahveh derrotó a los etíopes ante Asá y Judá; y los etíopes se pusieron en fuga. Asá y la gente que con él estaba los persiguieron hasta Guerar; y cayeron de los etíopes hasta no quedar uno vivo, pues fueron destrozados delante de Yahveh y su campamento; y se recogió un botín inmenso. Batieron todas las ciudades de los alrededores de Guerar, porque el terror de Yahveh cayó sobre ellas; y saquearon todas las ciudades, pues había en ellas gran botín. Asimismo atacaron las majadas y capturaron gran cantidad de ovejas y camellos. Después se volvieron a Jerusalén. Vino entonces el espíritu de Dios sobre Azarías, hijo de Oded, el cual salió al encuentro de Asá y le dijo: «¡Oídme vosotros, Asá y todo Judá y Benjamín! Yahveh estará con vosotros mientras vosotros estéis con él; si le buscáis, se dejará hallar de vosotros; pero si le abandonáis, os abandonará. Durante mucho tiempo Israel estará sin verdadero Dios, sin sacerdote que enseñe y sin ley. Mas cuando en su angustia se vuelva a Yahveh, el Dios de Israel, y le busque, Él se dejará hallar de ellos. En aquellos tiempos no habrá paz para los hombres, sino grandes terrores sobre todos los habitantes de los países. Chocarán pueblo contra pueblo y ciudad contra ciudad, porque Dios los conturbará con toda suerte de aflicciones. ¡Vosotros, pues, esforzaos, y que no se debiliten vuestras manos! Porque vuestras obras tendrán recompensa.” Al oír Asá estas palabras y esta profecía cobró ánimo e hizo desaparecer los monstruos abominables de todo el país de Judá y Benjamín y de las ciudades que había conquistado en la montaña de Efraím, y restauró el altar de Yahveh, que estaba ante el vestíbulo de Yahveh. Congregó a todo Judá y Benjamín, y a los de Efraím, Manasés y Simeón que habitaban entre ellos; pues se habían pasado a él muchos de los israelitas, viendo que Yahveh su Dios estaba con él. Se reunieron en Jerusalén en el mes tercero del año quince del reinado de Asá. Aquel día ofrecieron a Yahveh sacrificios del botín que habían traído: setecientos bueyes y 7.000 ovejas. Y se obligaron con un pacto a buscar a Yahveh, el Dios de sus padres, con todo su corazón y con toda su alma; y que todo aquel que no buscase a Yahveh, el Dios de Israel, moriría, desde el pequeño hasta el grande, hombre o mujer. Juraron, pues, a Yahveh en alta voz, con gritos de júbilo y al son de las trompetas y cuernos. Y todo Judá se alegró con motivo del juramento, porque de todo corazón había prestado el juramento, y con plena voluntad había buscado a Yahveh. Por eso él se dejó hallar de ellos; y le dio paz por todas partes. El rey Asá llegó a quitar a Maaká, su madre, el título de Gran Dama, porque había hecho un Horror para Aserá. Asá abatió este Horror, lo hizo pedazos y lo quemó en el torrente Cedrón. Pero no desaparecieron los altos de en medio de Israel, aun cuando el corazón de Asá fue perfecto todos sus días. Llevó a la Casa de Dios las ofrendas consagradas por su padre y sus propias ofrendas: plata, oro y utensilios. No hubo guerra hasta el año 35 del reinado de Asá. El año 36 del reinado de Asá subió Basá, rey de Israel, contra Judá, y fortificó a Ramá, para cortar las comunicaciones a Asá, rey de Judá. Sacó entonces Asá plata y oro de los tesoros de la Casa de Yahveh y de la casa del rey, y envió mensajeros a Ben Hadad, rey de Aram, que habitaba en Damasco, diciendo: «Haya alianza entre nosotros, como entre mi padre y tu padre; te envío plata y oro. Anda, rompe tu alianza con Basá, rey de Israel, para que se aleje de mí.» Ben Hadad escuchó al rey Asá y envió a los jefes de su ejército contra las ciudades de Israel; conquistó Iyyón, Dan, Abel Máyim y todos los depósitos de las ciudades situadas en Neftalí. Cuando Basá lo supo, suspendió las fortificaciones de Ramá e hizo parar su obra. Entonces el rey Asá tomó a todo Judá y se llevaron de Ramá las piedras y maderas que Basá había empleado para la construcción; y con ella fortificó Gueba y Mispá. En aquel tiempo el vidente Jananí fue donde Asá, rey de Judá, y le dijo: «Por haberte apoyado en el rey de Aram, y no haberte apoyado en Yahveh tu Dios, por eso se ha escapado de tu mano el ejército del rey de Aram. ¿No eran un ejército numeroso los etíopes y los libios, con carros y una muchedumbre de hombres de carro? Y, sin embargo, por haber puesto tu confianza en Yahveh, él los entregó en tu mano. Porque los ojos de Yahveh recorren toda la tierra, para fortalecer a los que tienen corazón entero para con Él. Has procedido neciamente en esto, y por eso de aquí en adelante tendrás guerras.» Irritóse entonces Asá contra el vidente y lo metió en la cárcel, pues estaba enojado con él por este asunto. En esa época también maltrató Asá a varios del pueblo. Estos son los hechos de Asá, los primeros y los postreros; están escritos en el libro de los reyes de Judá y de Israel. El año 39 de su reinado enfermó Asá de los pies, pero tampoco en su enfermedad buscó a Yahveh, sino a los médicos. Se acostó Asá con sus padres. Murió el año 41 de su reinado, y le sepultaron en el sepulcro que se había hecho en la Ciudad de David. Lo pusieron sobre un lecho lleno de bálsamo, de aromas y de ungüentos preparados según el arte de los perfumistas; y le encendieron un fuego enorme. En su lugar reinó su hijo Josafat, el cual se fortificó contra Israel. Puso guarniciones en todas las ciudades fortificadas de Judá y estableció gobernadores en el país de Judá y en las ciudades de Efraím, que Asá su padre había conquistado. Estuvo Yahveh con Josafat, porque anduvo por los caminos que había seguido anteriormente su padre David y no buscó a los Baales, sino que buscó al Dios de sus padres andando en sus mandamientos, sin imitar los hechos de Israel. Yahveh consolidó el reino en su mano; y todo Judá traía presentes a Josafat, que adquirió grandes riquezas y honores. Su corazón cobró ánimo en los caminos de Yahveh, hasta hacer desaparecer de Judá los altos y los cipos. El año tercero de su reinado envió a sus oficiales Ben Jáyil, Abdías, Zacarías, Natanael y Miqueas para que enseñasen en las ciudades de Judá, y con ellos a los levitas Semaías, Netanías, Zebadías, Asahel, Semiramot, Jonatán, Adonías, Tobías, y con estos levitas a los sacerdotes Elisamá y Yehoram, los cuales enseñaron en Judá, llevando consigo el libro de la Ley de Yahveh. Recorrieron todas las ciudades de Judá, enseñando al pueblo. El terror de Yahveh se apoderó de todos los reinos de los países que rodeaban a Judá, de manera que no hicieron guerra contra Josafat. Los filisteos trajeron a Josafat presentes y plata como tributo. También los árabes le trajeron ganado menor: 7.700 carneros y 7.700 machos cabríos. Así Josafat iba engrandeciéndose cada vez más, hasta lo sumo, y edificó en Judá castillos y ciudades de aprovisionamiento. Llevó a cabo muchas obras en las ciudades de Judá, y tuvo una guarnición de guerreros escogidos en Jerusalén. Esta es la lista, por sus casas paternas: De Judá, jefes de millar: Adná, el jefe, y con él 300.000 hombres esforzados. A su lado el jefe Yehojanán, y con él 280.000. A su lado Amasías, hijo de Zikrí, que se había consagrado espontáneamente a Yahveh, y bajo su mando 200.000 hombres esforzados. De Benjamín: Elyadá, hombre valeroso, y con él, 200.000 armados de arco y escudo. A su lado Yehozabad, y con él, 180.000 equipados para la guerra. Estos eran los que servían al rey, sin contar los que el rey había puesto en las ciudades fortificadas por todo Judá. Josafat tuvo grandes riquezas y honores; emparentó con Ajab, y al cabo de algunos años bajó a visitarle a Samaría. Ajab sacrificó gran número de ovejas y de bueyes para él y la gente que le acompañaba; y le incitó a que subiese con él contra Ramot de Galaad. Dijo Ajab, rey de Israel, a Josafat, rey de Judá: «¿Quieres venir conmigo a Ramot de Galaad?» Le contestó: «Yo soy como tú, y tu pueblo como mi pueblo; contigo estaremos en la batalla.» Pero Josafat dijo al rey de Israel: «Consulta antes, por favor, la palabra de Yahveh.» El rey de Israel reunió a los profetas, cuatrocientos hombres, y les dijo: «¿Debo atacar a Ramot de Galaad o debo desistir?» Le respondieron: «Sube, porque Dios la entregará en manos del rey. Pero Josafat dijo: «¿No hay aquí algún otro profeta de Yahveh a quien podamos consultar?» Respondió el rey de Israel a Josafat: «Queda todavía un hombre por quien podríamos consultar a Yahveh, pero yo le aborrezco, pues nunca me profetiza el bien, sino el mal. Es Miqueas, hijo de Yimlá.» A lo que respondió Josafat: «No hable el rey así.» Llamó el rey de Israel a un eunuco y le dijo: «Trae enseguida a Miqueas, hijo de Yimlá.» El rey de Israel y Josafat, rey de Judá, estaban sentados cada cual en su trono, vestidos de gala, en la era que hay a la entrada de la puerta de Samaría, mientras que todos los profetas estaban en trance delante de ellos. Sedecías, hijo de Kenaaná, se había hecho unos cuernos de hierro, y decía: «Así dice Yahveh: Con estos acornearás a Aram hasta acabar con ellos. Y todos los profetas profetizaban del mismo modo diciendo: «¡Sube contra Ramot de Galaad! Tendrás éxito. Yahveh la entregará en manos del rey.» El mensajero que había ido a llamar a Miqueas le habló diciendo: «Mira que los profetas a una voz predicen el bien al rey, procura hablar como uno de ellos y anuncia el bien.» Respondió Miqueas “«¡Vive Yahveh, que lo que mi Dios me diga, eso anunciaré!» Llegó donde el rey; y el rey le dijo: «Miqueas, ¿Debemos subir a Ramot de Galaad para atacarla, o debo desistir?» Le respondió: «Subid, tendréis éxito. Serán entregados en vuestras manos.» Pero el rey le dijo: «¿Cuántas veces he de conjurarte a que no me digas más que la verdad en nombre de Yahveh?» Entonces él dijo: «He visto todo Israel disperso por los montes, como ovejas sin pastor; Yahveh ha dicho: No tienen señor; que vuelvan en paz cada cual a su casa.» El rey de Israel dijo a Josafat: «¿No te dije que nunca me anuncia el bien sino el mal?» Miqueas entonces dijo: «Escuchad, pues, la palabra de Yahveh: He visto a Yahveh sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba a su derecha y a su izquierda. Preguntó Yahveh: “¿Quién engañará a Ajab, rey de Israel, para que suba y caiga en Ramot de Galaad?” Y el uno decía una cosa y el otro otra. Entonces se adelantó el Espíritu, se puso ante Yahveh y dijo: “Yo le engañaré” Le preguntó Yahveh: “¿De qué modo?” Respondió: “Iré y me haré espíritu de mentira en la boca de todos sus profetas.” Y Yahveh dijo: “Tú conseguirás engañarle. Vete y hazlo así” Ahora, pues, Yahveh ha puesto un espíritu de mentira en la boca de todos estos profetas tuyos, pues Yahveh ha predicho el mal contra ti.» Se acercó entonces Sedecías, hijo de Kenaaná, y dio una bofetada a Miqueas en la mejilla, diciendo: «¿Por qué camino se ha ido de mí el espíritu de Yahveh para hablarte a ti?». Miqueas replicó: «Tú mismo lo verás el día en que vayas escondiéndote de aposento en aposento.» El rey de Israel dijo: «Prended a Miqueas y llevádselo a Amón, gobernador de la ciudad, y a Joás, hijo del rey; y les diréis: “Así habla el rey: Meted a éste en la cárcel y racionadle el pan y el agua hasta que yo vuelva victorioso.”» Miqueas dijo: «Si es que vuelves victorioso, no ha hablado Yahveh por mí.» El rey de Israel y Josafat, rey de Judá, subieron contra Ramot de Galaad. El rey de Israel dijo a Josafat: «Yo voy a disfrazarme para entrar en combate, mientras que tú te pondrás tus vestidos.» El rey de Israel se disfrazó, y así entraron en la batalla. Ahora bien, el rey de Aram había ordenado a los jefes de sus carros: «No ataquéis ni a chicos ni a grandes, sino tan sólo al rey de Israel.» Cuando los jefes de los carros vieron a Josafat, dijeron: «Seguro que es el rey de Israel», y le rodearon para cargar sobre él. Pero Josafat gritó y Yahveh le socorrió, alejándolos Dios de él. Viendo los jefes de los carros que no era el rey de Israel, se apartaron de él. Entonces un hombre disparó su arco al azar e hirió al rey de Israel por entre las placas de la coraza; el rey dijo al auriga: «Da la vuelta y sácame de la batalla, porque me siento mal.» Pero arreció aquel día la batalla, y el rey de Israel fue sostenido en pie en su carro frente a los arameos hasta la tarde; y a la caída del Sol murió. Cuando Josafat, rey de Judá, regresaba en paz a su casa, a Jerusalén, salióle al encuentro Jehú, hijo de Jananí el vidente, y le dijo al rey Josafat: «¿Tú ayudas al malo y amas a los que aborrecen a Yahveh? Por esto ha caído sobre ti la cólera de Yahveh. Sin embargo, han sido halladas en ti obras buenas, porque has quitado de esta tierra los cipos, y has dispuesto tu corazón para buscar a Dios.» Residía Josafat en Jerusalén, pero volvió a visitar al pueblo desde Berseba hasta la montaña de Efraím; y los convirtió a Yahveh, el Dios de sus padres. Estableció jueces en el país, en todas las ciudades fortificadas de Judá, de ciudad en ciudad; y dijo a los jueces: «Mirad lo que hacéis; porque no juzgáis en nombre de los hombres, sino en nombre de Yahveh, que está con vosotros cuando administráis justicia. ¡Que esté sobre vosotros el temor de Yahveh! Atended bien a lo que hacéis, porque en Yahveh nuestro Dios no hay iniquidad ni acepción de personas ni soborno.» También en Jerusalén estableció Josafat levitas, sacerdotes y cabezas de familia de Israel, para la administración de la justicia de Yahveh y para los litigios. Estos habitaban en Jerusalén. Les dio esta orden: «Obraréis en todo en el temor de Yahveh, con fidelidad y con corazón perfecto. En todo pleito que venga a vosotros de parte de vuestros hermanos que habitan en sus ciudades, sean causas de sangre o cuestiones de la Ley, de los mandamientos, decretos y sentencias, habéis de esclarecerlos, a fin de que no se hagan culpables para con Yahveh y se encienda su ira contra vosotros y contra vuestros hermanos. Obrando así, no os haréis culpables. «Amarías, como sacerdote, será vuestro jefe en todos las asuntos de Yahveh; y Zebadías, hijo de Ismael, jefe de la casa de Judá, en todos los asuntos del rey. Los levitas os servirán de escribas. ¡Esforzaos, y manos a la obra! Y Yahveh sea con el bueno.» Después de esto, los moabitas y ammonitas, y con ellos algunos maonitas, marcharon contra Josafat para atacarle. Vinieron mensajeros que avisaron a Josafat diciendo: «Viene contra ti una gran muchedumbre de gentes de allende el mar, de Edom, que están ya en Jasasón Tamar, o sea, Engadí.» Tuvo miedo y se dispuso a buscar a Yahveh promulgando un ayuno para todo Judá. Congregóse Judá para implorar a Yahveh, y también de todas las ciudades de Judá vino gente a suplicar a Yahveh. Entonces Josafat, puesto en pie en medio de la asamblea de Judá y de Jerusalén, en la Casa de Yahveh, delante del atrio nuevo, dijo: «Yahveh, Dios de nuestros padres, ¿No eres tú Dios en el cielo, y no dominas tú en todos los reinos de las naciones? ¿No está en tu mano el poder y la fortaleza, sin que nadie pueda resistirte? ¿No has sido tú, oh Dios nuestro, el que expulsaste a los habitantes de esta tierra delante de tu pueblo Israel, y la diste a la posteridad de tu amigo Abraham para siempre? Ellos la han habitado, y han edificado un santuario a tu Nombre, diciendo: “Si viene sobre nosotros algún mal, espada, castigo, peste o hambre, nos presentaremos delante de esta Casa, y delante de ti, porque tu Nombre reside en esta Casa; clamaremos a tí en nuestra angustia, y tú oirás y nos salvarás.” «Pero ahora, mira que los ammonitas y moabitas y los del monte Seír, a donde no dejaste entrar a Israel cuando salía de la tierra de Egipto, por lo cual Israel se apartó de ellos sin destruirlos, ahora nos pagan viniendo a echarnos de la heredad que tú nos has legado. Oh Dios nuestro, ¿No harás tú justicia con ellos? Pues nosotros no tenemos fuerza contra esta gran multitud que viene contra nosotros y no sabemos qué hacer. Pero nuestros ojos se vuelven hacia ti.» Todo Judá estaba en pie ante Yahveh con sus niños, sus mujeres y sus hijos. Vino el espíritu de Yahveh sobre Yajaziel, hijo de Zacarías, hijo de Benaías, hijo de Yeiel, hijo de Mattanías, levita, de los hijos de Asaf, que estaba en medio de la asamblea, y dijo: «¡Atended vosotros, Judá entero y habitantes de Jerusalén, y tú, oh rey Josafat! Así os dice Yahveh: No temáis ni os asustéis ante esa gran muchedumbre; porque esta guerra no es vuestra, sino de Dios. Bajad contra ellos mañana; mirad, ellos van a subir por la cuesta de Sis. Los encontraréis en el valle de Sof, junto al desierto de Yeruel. No tendréis que pelear en esta ocasión. Apostaos y quedaos quietos, y veréis la salvación de Yahveh que vendrá sobre vosotros, oh Judá y Jerusalén. ¡No temáis ni os asustéis! Salid mañana al encuentro de ellos, pues Yahveh estará con vosotros.» Josafat se inclinó rostro en tierra; y todo Judá y los habitantes de Jerusalén se postraron ante Yahveh para adorar a Yahveh. Y los levitas, de los hijos de los quehatitas y de la estirpe de los coreítas, se levantaron para alabar con gran clamor a Yahveh, el Dios de Israel. Al día siguiente se levantaron temprano y salieron al desierto de Técoa. Mientras iban saliendo, Josafat, puesto en pie, dijo: «¡Oídme, Judá y habitantes de Jerusalén! Tened confianza en Yahveh vuestro Dios y estaréis seguros; tened confianza en sus profetas y triunfaréis.» Después, habiendo deliberado con el pueblo, señaló cantores que, vestidos de ornamentos sagrados y marchando al frente de los guerreros, cantasen en honor de Yahveh: «¡Alabad a Yahveh porque es eterno su amor!» Y en el momento en que comenzaron las aclamaciones y las alabanzas, Yahveh puso emboscadas contra los ammonitas y moabitas y los del monte Seír, que habían venido contra Judá, y fueron derrotados. Porque se levantaron los ammonitas y moabitas contra los moradores del monte Seír, para entregarlos al anatema y aniquilarlos, y cuando hubieron acabado con los moradores de Seír se aplicaron a destruirse mutuamente. Judá había venido a la atalaya del desierto y se volvieron hacia la multitud, pero no había más que cadáveres tendidos por tierra; pues ninguno pudo escapar. Josafat y su pueblo fueron a saquear los despojos y hallaron mucho ganado, riquezas y vestidos y objetos preciosos, y recogieron tanto que no lo podían llevar. Emplearon tres días en saquear el botín, porque era abundante. Al cuarto día se reunieron en el valle de Beraká, y allí bendijeron a Yahveh; por eso se llama aquel lugar valle de Beraká hasta el día de hoy. Después todos los hombres de Judá y de Jerusalén, con Josafat al frente, regresaron con júbilo a Jerusalén, porque Yahveh les había colmado de gozo a costa de sus enemigos. Entraron en Jerusalén, en la Casa de Yahveh, con salterios, cítaras y trompetas. El terror de Dios cayó sobre todos los reinos de los países cuando supieron que Yahveh había peleado contra los enemigos de Israel. El reinado de Josafat fue tranquilo, y su Dios le dio paz por todos lados. Josafat reinó sobre Judá. Tenía 35 años cuando comenzó a reinar, y reinó veinticinco años en Jerusalén. Su madre se llamaba Azubá, hija de Siljí. Siguió en todo el camino de su padre Asá, sin desviarse de él, haciendo lo que era recto a los ojos de Yahveh. Con todo no desaparecieron los altos, pues el pueblo aún no había fijado su corazón en el Dios de sus padres. El resto de los hechos de Josafat, los primeros y los postreros, están escritos en la historia de Jehú, hijo de Jananí, que se halla inserta en el libro de los reyes de Israel. Después de esto, Josafat, rey de Judá, se alió con Ocozías, rey de Israel, que le impulsó a hacer el mal. Se asoció con él para construir naves que fueran a Tarsis; y fabricaron las naves en Esyón Guéber. Entonces Eliezer, hijo de Dodaías, de Maresá, profetizó contra Josafat diciendo: «Por haberte aliado con Ocozías, Yahveh ha abierto brecha en tus obras.» En efecto, las naves se destrozaron y no pudieron ir a Tarsis. Se acostó Josafat con sus padres y fue sepultado con ellos en la ciudad de David. En su lugar reinó su hijo Joram. Joram tenía seis hermanos, hijos de Josafat, que eran Azarías, Yejiel, Zacarías, Azaryau, Miguel y Sefatías. Todos estos eran hijos de Josafat, rey de Israel. Su padre les había hecho grandes donaciones de plata, oro y objetos preciosos, y ciudades fuertes en Judá; pero entregó el reino a Joram, porque era el primogénito. Joram tomó posesión del trono de su padre; y cuando se afianzó en él pasó a cuchillo a todos sus hermanos y también a algunos de los jefes de Israel. 32 años tenía Joram cuando empezó a reinar, y reinó ocho años en Jerusalén. Anduvo por el camino de los reyes de Israel, como había hecho la casa de Ajab, porque se había casado con una mujer de la familia de Ajab, e hizo el mal a los ojos de Yahveh. Pero Yahveh no quiso destruir la casa de David, a causa de la alianza que había hecho con David, porque le había prometido que le daría siempre una lámpara a él y a sus hijos. En sus días se rebeló Edom de bajo la mano de Judá y se proclamaron un rey. Pasó Joram con sus jefes, y con todos sus carros. Se levantó por la noche y batió a los de Edom que le tenían cercado, a él y a los jefes de los carros. Así se rebeló Edom de bajo la mano de Judá hasta el día de hoy. Por ese mismo tiempo se rebeló Libná de bajo su mano, porque había abandonado a Yahveh, el Dios de sus padres. Construyó asimismo altos en los montes de Judá, incitó a la prostitución a los habitantes de Jerusalén y empujó a ella a Judá. Le llegó un escrito del profeta Elías, que decía: «Así dice Yahveh, el Dios de tu padre David: Porque no has seguido los caminos de tu padre Josafat ni los caminos de Asá, rey de Judá, sino que has andado por los caminos de los reyes de Israel, y has prostituido a Judá y a los habitantes de Jerusalén siguiendo las prostituciones de la casa de Ajab, y también porque has dado muerte a tus hermanos de la casa de tu padre que eran mejores que tú; he aquí que Yahveh castigará con terrible azote a tu pueblo, tus hijos, tus mujeres y toda tu hacienda; tú mismo padecerás grandes enfermedades y una dolencia de entrañas tal, que día tras día se te saldrán fuera a causa de la enfermedad.» Excitó Yahveh contra Joram el espíritu de los filisteos y de los árabes, vecinos de los etíopes, que subieron contra Judá y lo invadieron llevándose todas las riquezas que hallaron en la casa del rey, y también a sus hijos y a sus mujeres, no dejándole otro hijo que Ocozías, el menor. Después de todo esto le hirió Yahveh con una enfermedad incurable de vientre. Y al cabo de cierto tiempo, al fin del año segundo, se le salieron las entrañas a causa de su enfermedad, y murió en medio de terribles dolores. El pueblo no le encendió fuego, como lo había encendido por su padre. Tenía 32 años cuando empezó a reinar, y reinó en Jerusalén ocho años. Se fue sin que nadie le llorara; y le sepultaron en la ciudad de David, pero no en los sepulcros de los reyes. Los habitantes de Jerusalén proclamaron rey en su lugar a su hijo menor Ocozías, porque una banda de árabes que había invadido el campamento había dado muerte a todos los mayores, de suerte que llegó a ser rey Ocozías, hijo de Joram, rey de Judá. Tenía Ocozías cuarenta y dos años cuando empezó a reinar, y reinó un año en Jerusalén. Su madre se llamaba Atalía, hija de Omrí. También él siguió los caminos de la casa de Ajab, pues su madre le instigaba a hacer el mal. Hizo el mal a los ojos de Yahveh, como los de la casa de Ajab, porque después de la muerte de su padre fueron ellos sus consejeros para su perdición. También por consejo de ellos fue con Joram, hijo de Ajab, rey de Israel, para combatir a Jazael, rey de Aram, en Ramot de Galaad; los arameos hirieron a Joram, que se retiró a Yizreel, para curarse de las heridas que había recibido en Ramá, en la batalla contra Jazael, rey de Aram. Ocozías, hijo de Joram, rey de Judá, bajó a Yizreel para visitar a Joram, hijo de Ajab, que se hallaba enfermo; esta visita a Joram vino de Dios para ruina de Ocozías; pues llegado allí, salió con Joram contra Jehú, hijo de Nimsí, a quien Yahveh había ungido para exterminar la casa de Ajab. Mientras Jehú hacía justicia de la casa de Ajab, se encontró con los jefes de Judá y con los hijos de los hermanos de Ocozías que se hallaban al servicio de Ocozías, y los mató. Buscó luego a Ocozías, al que prendieron en Samaría, donde se había escondido. Lo llevaron donde Jehú, que lo mató, pero le dieron sepultura, pues decían: «Es hijo de Josafat, el que buscó a Yahveh con todo su corazón.» No quedó de la casa de Ocozías nadie que fuese capaz de reinar. Cuando Atalía, madre de Ocozías, vio que había muerto su hijo, se levantó y exterminó a toda la estirpe real de la casa de Judá. Pero Yehosebá, hija del rey, tomó a Joás, hijo de Ocozías, lo sacó de entre los hijos del rey a quienes estaban matando y lo puso a él y a su nodriza en el dormitorio. Yehosebá, hija del rey Joram, mujer del sacerdote Yehoyadá y hermana de Ocozías, lo ocultó de la vista de Atalía, que no pudo matarle. Seis años estuvo escondido con ellos en la Casa de Dios, mientras Atalía reinaba en el país. El año séptimo, Yehoyadá cobró ánimo y envió a buscar a los jefes de cien, a Azarías, hijo de Yerojam; a Ismael, hijo de Yehojanán; a Azarías, hijo de Obed; a Maaseías, hijo de Adaías, y a Elisafat, hijo de Zikrí; concertando un pacto con ellos, recorrieron Judá y reunieron a los levitas de todas las ciudades de Judá, y a los cabezas de familia de Israel, que vinieron a Jerusalén. Toda la asamblea hizo alianza con el rey en la Casa de Dios; Yehoyadá les dijo: «Aquí tenéis al hijo del rey que ha de reinar, como dijo Yahveh de los hijos de David. Esto es lo que tenéis que hacer: Un tercio de vosotros, así sacerdotes como levitas, los que entráis el sábado, se quedarán de porteros en las entradas; otro tercio, en la casa del rey; y otro tercio, en la casa del Fundamento; mientras que todo el pueblo estará en los atrios de la Casa de Yahveh. Nadie podrá entrar en la Casa de Yahveh fuera de los sacerdotes y los levitas que estén de servicio; éstos podrán entrar por estar consagrados, pero todo el pueblo tiene que guardar el precepto de Yahveh. Los levitas se pondrán en torno al rey, cada uno con sus armas en la mano, y cualquiera que penetre en la Casa, morirá. Sólo ellos acompañarán al rey cuando entre y cuando salga.» Los levitas y todo Judá hicieron cuanto les había mandado el sacerdote Yehoyadá. Tomó cada uno a sus hombres, tanto los que entraban el sábado como los que salían el sábado; pues el sacerdote Yehoyadá no exceptuó a ninguna de las secciones. El sacerdote Yehoyadá entregó a los jefes de cien las lanzas y los escudos, grandes y pequeños, del rey David, que se hallaban en la Casa de Dios, y apostó a todo el pueblo, cada uno con sus armas en la mano, desde el ala oriental de la Casa hasta el ala occidental, entre el altar y la Casa, para que rodeasen al rey. Hicieron salir entonces al hijo del rey y le pusieron la diadema y el Testimonio. Le proclamaron rey; Yehoyadá y sus hijos le ungieron y gritaron: «¡Viva el rey!». Al oír Atalía los gritos del pueblo que corría y aclamaba al rey, vino a la Casa de Yahveh, donde estaba el pueblo, miró, y vio al rey en pie junto a la columna, a la entrada, y a los jefes y las trompetas junto al rey, a todo el pueblo de la tierra, lleno de alegría, que tocaba las trompetas, y a los cantores que, con instrumentos de música, dirigían los cánticos de alabanza. Entonces Atalía rasgó sus vestidos y gritó: «¡Traición, traición!» Pero el sacerdote Yehoyadá dio orden a los jefes de cien, que estaban al frente de las tropas, y les dijo: «Hacedla salir de las filas, y el que la siga que sea pasado a espada.» Porque había dicho el sacerdote: «No la matéis en la Casa de Yahveh.» Así pues, ellos echaron mano de ella, y cuando llegó a la casa del rey por el camino de la Entrada de los Caballos, allí la mataron. Entonces Yehoyadá pactó alianza con todo el pueblo y el rey de que el pueblo sería pueblo de Yahveh. Fue después todo el pueblo a la casa de Baal y la derribaron; rompieron sus altares y sus imágenes, y mataron a Matán, sacerdote de Baal, ante los altares. Yehoyadá puso centinelas en la Casa de Yahveh, a los órdenes de los sacerdotes y levitas que David había distribuido en la Casa de Yahveh, conforme a lo escrito en la Ley de Moisés, para ofrecer los holocaustos con alegría y cánticos, según las disposiciones de David. Puso porteros junto a las puertas de la Casa de Yahveh para que no entrase ninguno que por cualquier causa fuese inmundo. Después tomó a los jefes de cien, a los notables, a los dirigentes del pueblo y al pueblo entero de la tierra; y haciendo descender al rey de la Casa de Yahveh, entraron por la puerta superior en la casa del rey y le sentaron en el trono del reino. Todo el pueblo de la tierra estaba contento, y la ciudad quedó tranquila; en cuanto a Atalía, la habían matado a espada. Siete años tenía Joás cuando empezó a reinar, y reinó cuarenta años en Jerusalén. Su madre se llamaba Sibía de Berseba. Joás hizo lo recto a los ojos de Yahveh durante toda la vida del sacerdote Yehoyadá. Este le casó con dos mujeres, y engendró hijos e hijas. Después de esto resolvió Joás restaurar la Casa de Yahveh. Reunió a los sacerdotes y a los levitas y les dijo: «Recorred las ciudades de Judá y juntad cada año plata en todo Israel para reparar la Casa de vuestro Dios; y daos prisa en ello.» Pero los levitas no se dieron prisa. Llamó entonces el rey a Yehoyadá, sumo sacerdote, y le dijo: «¿Por qué no has tenido cuidado de que los levitas trajesen de Judá y de Jerusalén la contribución que Moisés, siervo de Yahveh, y la asamblea de Israel prescribieron para la Tienda del Testimonio?» Pues la impía Atalía y sus hijos habían arruinado la Casa de Dios, llegando incluso a emplear para los Baales todas las cosas consagradas a la Casa de Yahveh. Mandó, pues, el rey que se hiciera un cofre, que fue colocado junto a la puerta de la Casa de Yahveh, por la parte exterior; y echaron bando en Judá y en Jerusalén de que trajesen a Yahveh la contribución que Moisés, siervo de Dios, había impuesto a Israel en el desierto. Todos los jefes y todo el pueblo se alegraron; y traían la contribución y la echaban en el cofre hasta que se llenaba. Cuando llevaban el cofre a los inspectores del rey, por medio de los levitas, si veían que había mucho dinero, venía el secretario del rey y el inspector del sumo sacerdote para vaciar el cofre; luego, lo tomaban y lo volvían a su lugar. Así lo hacían cada vez, y recogían dinero en abundancia. El rey y Yehoyadá se lo daban a los encargados de las obras del servicio de la Casa de Yahveh, y éstos tomaban a sueldo canteros y carpinteros para restaurar la Casa de Yahveh, y también a los que trabajaban en hierro y bronce, para reparar la Casa de Yahveh. Trabajaron, pues, los encargados de la obra, y con sus trabajos adelantaron las reparaciones del edificio; restituyeron la Casa de Dios a su primer estado y la consolidaron. Acabado el trabajo, entregaron al rey y a Yehoyadá el resto del dinero, con el cual hicieron objetos para la Casa de Yahveh, utensilios para el ministerio y para los holocaustos, vasos y objetos de oro y plata. Durante toda la vida de Yehoyadá se ofrecieron siempre holocaustos en la Casa de Yahveh. Envejeció Yehoyadá, y murió colmado de días. Tenía 130 años cuando murió. Le sepultaron en la Ciudad de David, con los reyes, porque había hecho el bien en Israel, con Dios y con su Casa. Después de la muerte de Yehoyadá vinieron los jefes de Judá a postrarse delante del rey, y entonces el rey les prestó oído. Abandonaron la Casa de Yahveh, el Dios de sus padres, y sirvieron a los cipos y a los ídolos; la cólera estalló contra Judá y Jerusalén a causa de esta culpa suya. Yahveh les envió profetas que dieron testimonio contra ellos para que se convirtiesen a él, pero no les prestaron oído. Entonces el espíritu de Dios revistió a Zacarías, hijo del sacerdote Yehoyadá que, presentándose delante del pueblo, les dijo: «Así dice Dios: ¿Por qué traspasáis los mandamientos de Yahveh? No tendréis éxito; pues por haber abandonado a Yahveh, él os abandonará a vosotros.» Mas ellos conspiraron contra él, y por mandato del rey le apedrearon en el atrio de la Casa de Yahveh. Pues el rey Joás no se acordó del amor que le había tenido Yehoyadá, padre de Zacarías, sino que mató a su hijo, que exclamó al morir: «¡Véalo Yahveh y exija cuentas!» A la vuelta de un año subió contra Joás el ejército de los arameos, que invadieron Judá y Jerusalén, mataron de entre la población a todos los jefes del pueblo, y enviaron todo el botín al rey de Damasco, pues aunque el ejército de los arameos había venido con poca gente, Yahveh entregó en sus manos a un ejército muy grande; porque habían abandonado a Yahveh, el Dios de sus padres. De este modo los arameos hicieron justicia con Joás. Y cuando se alejaron de él, dejándole gravemente enfermo, se conjuraron contra él sus servidores, por la sangre del hijo del sacerdote Yehoyadá, le mataron en su lecho y murió. Le sepultaron en la Ciudad de David, pero no le sepultaron en los sepulcros de los reyes. Los que conspiraron contra él fueron Zabad, hijo de Simat la ammonita, y Yehozabad, hijo de Simrit la moabita. Lo tocante a sus hijos, la gran cantidad de impuestos que percibió y la restauración de la Casa de Dios, se halla escrito en el midrás del libro de los reyes. En su lugar reinó su hijo Amasías. Veinticinco años tenía Amasías cuando comenzó a reinar, y reinó veintinueve años en Jerusalén. Su madre se llamaba Yehoaddán, de Jerusalén. Hizo lo recto a los ojos de Yahveh, aunque no de todo corazón. Cuando se afianzó en su reinado, dio muerte a los servidores que habían matado al rey su padre. Pero no hizo morir a los hijos de ellos, conforme a lo escrito en la Ley, en el libro de Moisés, donde Yahveh tenía prescrito: «No han de morir los padres por los hijos ni los hijos han de morir por los padres, sino que cada uno morirá por su propio pecado.» Amasías congregó a Judá y estableció por todo Judá y Benjamín, según las casas paternas, jefes de millar y jefes de cien; hizo el censo de ellos, desde los veinte años para arriba, y halló 300.000 hombres escogidos, aptos para la guerra y el manejo de lanza y pavés. Tomó también a sueldo en Israel, por cien talentos de plata, a 100.000 hombres valientes. Pero vino donde él un hombre de Dios que le dijo: «Oh rey, que no salga contigo el ejército de Israel, porque Yahveh no está con Israel ni con ninguno de los efraimitas. Si vienen contigo, tú te portarás esforzadamente en la batalla, pero Dios te hará caer ante el enemigo, porque Dios tiene poder para ayudar y para derribar.» Respondió Amasías al hombre de Dios: «¿Y qué hacer con los cien talentos que he dado a la tropa de Israel?» Contestó el hombre de Dios: «Tiene Yahveh poder para darte mucho más que eso.» Y Amasías apartó los destacamentos que le habían venido de Efraím, para que se volviesen a sus lugares. Ellos se irritaron mucho contra Judá y se volvieron a sus casas ardiendo en cólera. Amasías cobró ánimo y, tomando el mando de su pueblo, marchó al valle de la Sal, y dio muerte a 10.000 hombres de los seiríes. Los hijos de Judá apresaron vivos a otros 10.000 y, llevándolos a la cumbre de la peña, los precipitaron desde allí, quedando todos ellos reventados. Entretanto, la tropa que Amasías había hecho volver, para que no fuesen con él a la guerra, se desparramaron por las ciudades de Judá, desde Samaría hasta Bet Jorón, pero fueron derrotados 3.000 de ellos y se recogió mucho botín. Después de regresar Amasías de su victoria sobre los edomitas, introdujo los dioses de los seiríes; eligió los dioses de ellos, postróse ante ellos y les quemó incienso. Se encendió la ira de Yahveh contra Amasías y le envió un profeta, que le dijo: «¿Por qué has buscado a los dioses de ese pueblo, que no han podido librar de tu mano a su propia gente?» Mientras él le hablaba, Amasías le interrumpió: «¿Acaso te hemos hecho consejero del rey? ¡Cállate! ¿Por qué te han de matar?» El profeta concluyó diciendo: «Yo sé que Dios ha determinado destruirte, porque hiciste eso y no quieres escuchar mi consejo.» Amasías, rey de Judá, después de haber deliberado, envió mensajeros a Joás, hijo de Joacaz, hijo de Jehú, rey de Israel, para decirle: «¡Sube y nos veremos las caras!» Pero Joás, rey de Israel, mandó decir a Amasías, rey de Judá: «El cardo del Líbano mandó a decir al cedro del Líbano: Dame tu hija para mujer de mi hijo. Pero las bestias salvajes del Líbano pasaron y pisotearon el cardo. Tú te dices: “He derrotado a Edom.” Por eso te lleva tu corazón a jactarte. Sé glorioso, pero quédate ahora en tu casa. ¿Por qué exponerte a una calamidad y a caer tú y Judá contigo?» Pero Amasías no le escuchó, pues era disposición de Dios entregarlos en manos de sus enemigos, por haber buscado a los dioses de Edom. Subió Joás, rey de Israel, y se enfrentaron, él y Amasías, rey de Judá, en Bet Semes de Judá. Judá fue derrotado por Israel y huyeron cada uno a su tienda. Joás, rey de Israel, capturó a Amasías, rey de Judá, hijo de Joás, hijo de Ocozías, en Bet Semes y le llevó a Jerusalén; y abrió una brecha de cuatrocientos codos en la muralla de Jerusalén desde la puerta de Efraím hasta la puerta del Angulo. Tomó todo el oro y la plata y todos los objetos que se hallaban al cuidado de Obededom en la Casa de Dios, y los tesoros de la casa del rey, así como también rehenes, y se volvió a Samaría. Amasías, hijo de Joás, rey de Judá, sirvió quince años después de la muerte de Joás, hijo de Joacaz, rey de Israel. El resto de los hechos de Amasías, los primeros y los postreros, ¿No están escritos en el libro de los reyes de Judá y de Israel? Después que Amasías se apartó de Yahveh, se conjuraron contra él en Jerusalén, por lo que huyó a Lakís; pero enviaron gente en su persecución hasta Lakís y allí lo mataron. Trajéronle a caballo y le sepultaron con sus padres en la Ciudad de David. Todo el pueblo de Judá tomó a Ozías, que tenía dieciséis años, y le proclamaron rey en lugar de su padre Amasías. Reconstruyó Elat y la devolvió a Judá, después que el rey se hubo acostado con sus padres. Dieciséis años tenía Ozías cuando empezó a reinar, y reinó 52 años en Jerusalén. Su madre se llamaba Yekoliá, de Jerusalén. Hizo lo recto a los ojos de Yahveh, enteramente como lo había hecho su padre Amasías. Buscó a Dios durante la vida de Zacarías, que le instruyó en el temor de Dios; y mientras buscó a Yahveh, Dios le dio prosperidad. Salió a campaña contra los filisteos y abrió brecha en el muro de Gat, en el muro de Yabné y en el muro de Asdod; restauró las ciudades en la región de Asdod y entre los filisteos. Dios le ayudó contra los filisteos, contra los árabes que habitaban en Gur Báal y contra los meunitas. Los ammonitas pagaron tributo a Ozías, y su fama llegó hasta la frontera de Egipto, porque se había hecho sumamente poderoso. Ozías construyó torres en Jerusalén sobre la puerta del Angulo, sobre la puerta del Valle y en el Angulo, y las fortificó. Construyó también torres en el desierto y excavó muchas cisternas, pues poseía numerosos ganados en la Tierra Baja y en la llanura, así como labradores y viñadores en las montañas y en los campos fértiles, porque le gustaba la agricultura. Ozías tenía un ejército que hacía la guerra; salía a campaña por grupos, conforme al número de su censo hecho bajo la vigilancia de Yeiel el escriba, y Maaseías el notario, a las órdenes de Jananías, uno de los jefes del rey. El número total de los jefes de familia era de 2.600 hombres esforzados. A sus órdenes había un ejército de campaña de 307.500 hombres, que hacían la guerra con gran valor, para ayudar al rey contra el enemigo. Ozías proporcionó a todo aquel ejército en cada una de sus campañas escudos y lanzas, yelmos y corazas, arcos y hondas, para tirar piedras. Hizo construir en Jerusalén ingenios inventados por expertos, para colocarlos sobre las torres y los ángulos y para arrojar saetas y grandes piedras. Su fama se extendió lejos, porque fue prodigioso el modo como supo buscarse colaboradores hasta hacerse fuerte. Mas, una vez fortalecido en su poder, se ensoberbeció hasta acarrearse la ruina, y se rebeló contra Yahveh su Dios, entrando en el Templo de Yahveh para quemar incienso sobre el altar del incienso. Fue tras él Azarías, el sacerdote, y con él ochenta sacerdotes de Yahveh, hombres valientes, que se opusieron al rey Ozías y le dijeron: «No te corresponde a ti, Ozías, quemar incienso a Yahveh, sino a los sacerdotes, los hijos de Aarón, que han sido consagrados para quemar el incienso. ¡Sal del santuario porque estás prevaricando, y tú no tienes derecho a la gloria que viene de Yahveh Dios!» Entonces Ozías, que tenía en la mano un incensario para ofrecer incienso, se llenó de ira, y mientras se irritaba contra los sacerdotes, brotó la lepra en su frente, a vista de los sacerdotes, en la Casa de Yahveh, junto al altar del incienso. El sumo sacerdote Azarías y todos los sacerdotes volvieron hacía él sus ojos, y vieron que tenía lepra en la frente. Por lo cual lo echaron de allí a toda prisa; y él mismo se apresuró a salir, porque Yahveh le había herido. El rey Ozías, quedó leproso hasta el día de su muerte, y habitó en una casa aislada, como leproso, porque había sido excluido de la Casa de Yahveh; su hijo Jotam estaba al frente de la casa del rey y administraba justicia al pueblo de la tierra. El resto de los hechos de Ozías, los primeros y los postreros, los escribió el profeta Isaías, hijo de Amós. Acostóse Ozías con sus padres y lo sepultaron con sus padres en el campo de los sepulcros de los reyes, porque decían: «Es un leproso.» En su lugar reinó su hijo Jotam. Tenía Jotam veinticinco años cuando comenzó a reinar, y reinó dieciséis años en Jerusalén. Su madre se llamaba Yerusá, hija de Sadoq. Hizo lo recto a los ojos de Yahveh, enteramente como lo hizo su padre Ozías, salvo que no penetró en el Templo de Yahveh. El pueblo, sin embargo, seguía corrompiéndose. Construyó la Puerta Superior de la Casa de Yahveh, e hizo muchas obras en los muros de Ofel. Edificó también ciudades en la montaña de Judá, y edificó castillos y torres en las tierras de labor. Hizo guerra contra el rey de los ammonitas, a los que venció. Los ammonitas le dieron aquel año cien talentos de plata, 10.000 cargas de trigo y 10.000 de cebada. Los ammonitas le trajeron lo mismo el año segundo y el tercero. Jotam llegó a ser poderoso, porque se afirmó en los caminos de Yahveh su Dios. El resto de los hechos de Jotam, todas sus guerras y sus obras, están escritos en el libro de los reyes de Israel y de Judá. Tenía veinticinco años cuando comenzó a reinar, y reinó dieciséis años en Jerusalén. Acostóse Jotam con sus padres, y le sepultaron en la Ciudad de David. En su lugar reinó su hijo Ajaz. Tenía Ajaz veinte años cuando empezó a reinar, y reinó dieciséis años en Jerusalén. No hizo lo recto a los ojos de Yahveh, como David su padre. Siguió los caminos de los reyes de Israel, llegando a fundir estatuas para los Baales. Quemó incienso en el valle de Ben Hinnom e hizo pasar a sus hijos por el fuego, según los ritos abominables de las gentes que Yahveh había arrojado de delante de los israelitas. Ofrecía sacrificios y quemaba incienso en los altos, sobre los collados y bajo todo árbol frondoso. Yahveh su Dios le entregó en manos del rey de los arameos, que le derrotaron, haciéndole gran número de prisioneros, que fueron llevados a Damasco. Fue entregado también en manos del rey de Israel, que le causó una gran derrota. Pecaj, hijo de Remalías, mató en Judá en un solo día a 120.000, todos ellos hombres valientes; porque habían abandonado a Yahveh, el Dios de sus padres. Zikrí, uno de los valientes de Efraím, mató a Maasías, hijo del rey, a Azricam, mayordomo de palacio, y a Elcaná, segundo después del rey. Los israelitas se llevaron de entre sus hermanos 200.000 prisioneros: mujeres, hijos e hijas. Se apoderaron también de un enorme botín, que se llevaron a Samaría. Había allí un profeta de Yahveh, llamado Oded, que salió al encuentro del ejército que volvía a Samaría, y les dijo: «He aquí que Yahveh, el Dios de vuestros padres, irritado contra Judá, los ha entregado en vuestras manos, mas vosotros los habéis matado con un furor que ha subido hasta el cielo. Y ahora pensáis en someter a los hijos de Judá y de Jerusalén como siervos y siervas vuestros. ¿Es que vosotros mismos no sois culpables contra Yahveh vuestro Dios? Oídme, pues, y dejad volver a vuestros hermanos que habéis tomado prisioneros, porque el furor de la ira de Yahveh viene sobre vosotros.» Entonces algunos hombres de los jefes de Efraím: Azarías, hijo de Yehojanán; Berekías, hijo de Mesillemot; Ezequías, hijo de Sallum, y Amasá, hijo de Jadlay, se levantaron contra los que venían de la guerra, y les dijeron: «No metáis aquí a estos prisioneros. ¿Por qué, además de la culpa contra Yahveh que ya tenemos contra nosotros, habláis de aumentar todavía nuestros pecados y nuestro delito?; pues grande es nuestro delito y el furor de la ira amenaza a Israel.» Entonces la tropa dejó a los prisioneros y el botín delante de los jefes y de toda la asamblea. Levantáronse entonces los hombres nominalmente designados, reanimaron a los prisioneros y vistieron con el botín a todos los que estaban desnudos, dándoles vestido y calzado. Les dieron de comer y de beber y los ungieron; y transportaron en asnos a todos los débiles, los llevaron a Jericó, ciudad de las palmeras, junto a sus hermanos. Luego se volvieron a Samaría. En aquel tiempo el rey Ajaz envió mensajeros a los reyes de Asiria para que le socorriesen. Porque los de Edom habían venido otra vez y habían derrotado a Judá, llevándose algunos prisioneros. También los filisteos invadieron las ciudades de la Tierra Baja y del Négueb de Judá, y tomaron Bet Semes, Ayyalón, Guederot, Sokó con sus aldeas, Timná con sus aldeas y Guimzó con sus aldeas, y se establecieron allí. Porque Yahveh humillaba a Judá a causa de Ajaz, rey de Israel, que permitía el desenfreno de Judá, y se había rebelado contra Yahveh. Vino contra él Teglatfalasar, rey de Asiria; y le puso sitio, pero no le dominó. Porque Ajaz despojó la Casa de Yahveh y la casa del rey y de los jefes, para dárselo al rey de Asiria, pero de nada le sirvió. Aun en el tiempo del asedio, el rey Ajaz persistió en su rebeldía contra Yahveh. Ofrecía sacrificios a los dioses de Damasco que le habían derrotado, pues se decía: «Los dioses de los reyes de Aram les ayudan a ellos; les ofreceré sacrificios, y me ayudarán a mí.» Ellos fueron la causa de su ruina y de la de todo Israel. Ajaz juntó algunos de los utensilios de la Casa de Dios e hizo añicos otros; cerró las puertas de la Casa de Yahveh y fabricó altares en todas las esquinas de Jerusalén. Erigió altos en cada una de las ciudades de Judá, para quemar incienso a otros dioses, provocando así la ira de Yahveh, el Dios de sus padres. El resto de sus hechos y todas sus obras, las primeras y las postreras, está escrito en el libro de los reyes de Judá e Israel. Se acostó Ajaz con sus padres y lo sepultaron dentro de la Ciudad, en Jerusalén: pues no le colocaron en los sepulcros de los reyes de Israel. En su lugar reinó su hijo Ezequías. Ezequías tenía veinticinco años cuando comenzó a reinar y reinó veintinueve años en Jerusalén. Su madre se llamaba Abía, hija de Zacarías. Hizo lo recto a los ojos de Yahveh, enteramente como David su padre. En el año primero de su reinado, el primer mes, abrió las puertas de la Casa de Yahveh y las reparó. Hizo venir a los sacerdotes y levitas, los reunió en la plaza oriental, y les dijo: «¡Escuchadme, levitas! Santificaos ahora y santificad la Casa de Yahveh, el Dios de vuestros padres; y sacad fuera del santuario la inmundicia. Porque nuestros padres han sido infieles haciendo lo malo a los ojos de Yahveh, nuestro Dios; le han abandonado, y apartando sus rostros de la Morada de Yahveh, le han vuelto la espalda. Hasta llegaron a cerrar las puertas del Vestíbulo, apagaron las lámparas, y no quemaron incienso ni ofrecieron holocaustos en el santuario al Dios de Israel. Por eso la ira de Yahveh ha venido sobre Judá y Jerusalén, y él los ha convertido en objeto de espanto, terror y rechifla, como lo estáis viendo con vuestros ojos. Por esto han caído a espada nuestros padres; y nuestros hijos, hijas y mujeres se hallan en cautividad. Pero ahora he decidido en mi corazón hacer alianza con Yahveh, el Dios de Israel, para que aparte de nosotros el furor de su ira. Hijos míos, no seáis ahora negligentes; porque Yahveh os ha elegido a vosotros para que estéis en su presencia y le sirváis para ser sus ministros y para quemarle incienso.» Levantáronse entonces los levitas Májat, hijo de Amasay, y Joel, hijo de Azarías, de los hijos de Quehat; Quis, hijo de Abdí, y Azarías, hijo de Yallelel, de los hijos de Merarí; Yoaj, hijo de Zimmá, y Eden, hijo de Yoaj, de los hijos de los guersonitas; Simrí y Yeiel, de los hijos de Elisafán; Zacarías y Mattanías, de los hijos de Asaf; Yejiel y Simí, de los hijos de Hemán; Semaías y Uzziel, de los hijos de Yedutún. Estos reunieron a sus hermanos, se santificaron y vinieron a purificar la Casa de Yahveh, conforme al mandato del rey, según las palabras de Yahveh. Los sacerdotes entraron en el interior de la Casa de Yahveh para purificarla, y sacaron al atrio de la Casa de Yahveh todas las impurezas que encontraron en el santuario de Yahveh. Los levitas, por su parte, las amontonaron para llevarlas fuera, al torrente de Cedrón. Comenzaron la consagración el día primero del primer mes, y el día octavo del mes llegaron al Vestíbulo de Yahveh; pasaron ocho días consagrando la Casa de Yahveh y el día dieciséis del mes primero habían acabado. Fueron luego a las habitaciones del rey Ezequías y le dijeron: «Hemos purificado toda la Casa de Yahveh, el altar del holocausto con todos sus utensilios, y la mesa de las filas de pan con todos sus utensilios. Hemos preparado y santificado todos los objetos que profanó el rey Ajaz durante su reinado con su infidelidad, y están ante el altar de Yahveh.» Entonces se levantó el rey Ezequías de mañana, reunió a los jefes de la ciudad y subió a la Casa de Yahveh. Trajeron siete novillos, siete carneros, siete corderos y siete machos cabríos para el sacrificio por el pecado en favor del reino, del santuario y de Judá; y mandó a los sacerdotes, hijos de Aarón, que ofreciesen holocaustos sobre el altar de Yahveh. Inmolaron los novillos, y los sacerdotes recogieron la sangre y rociaron el altar; luego inmolaron los carneros y rociaron con su sangre el altar; degollaron igualmente los corderos y rociaron con la sangre el altar. Acercaron después los machos cabríos por el pecado, ante el rey y la asamblea, y éstos pusieron las manos sobre ellos; los sacerdotes los inmolaron y ofrecieron la sangre en sacrificio por el pecado junto al altar como expiación por todo Israel; porque el rey había ordenado que el holocausto y el sacrificio por el pecado fuese por todo Israel. Luego estableció en la Casa de Yahveh a los levitas con címbalos, salterios y cítaras, según las disposiciones de David, de Gad, vidente del rey, y de Natán, profeta; pues de mano de Yahveh había venido ese mandamiento, por medio de sus profetas. Cuando ocuparon su sitio los levitas con los instrumentos de David, y los sacerdotes con las trompetas, mandó Ezequías ofrecer el holocausto sobre el altar. Y al comenzar el holocausto, comenzaron también los cantos de Yahveh, al son de las trompetas y con el acompañamiento de los instrumentos de David, rey de Israel. Toda la asamblea estaba postrada, se cantaban cánticos y las trompetas sonaban. Todo ello duró hasta que fue consumido el holocausto. Consumido el holocausto, el rey y todos los presentes doblaron las rodillas y se postraron. Después, el rey Ezequías y los jefes mandaron a los levitas que alabasen a Yahveh con las palabras de David y del vidente Asaf; y ellos cantaron alabanzas hasta la exaltación, e inclinándose, adoraron. Después tomó Ezequías la palabra y dijo: «Ahora estáis enteramente consagrados a Yahveh; acercaos y ofreced víctimas y sacrificios de alabanza en la Casa de Yahveh.» Y la asamblea trajo sacrificios en acción de gracias, y los de corazón generoso, también holocaustos. El número de los holocaustos ofrecidos por la asamblea fue de setenta bueyes; cien carneros y doscientos corderos; todos ellos en holocausto a Yahveh. Se consagraron también seiscientos bueyes y 3.000 ovejas. Pero como los sacerdotes eran pocos y no bastaban para desollar todos estos holocaustos, les ayudaron sus hermanos los levitas, hasta que terminaron la labor, y los sacerdotes se santificaron, pues los levitas estaban más dispuestos que los sacerdotes para santificarse. Hubo, además, muchos holocaustos de grasa de los sacrificios de comunión y libaciones para el holocausto. Así quedó restablecido el culto de la Casa de Yahveh. Ezequías y el pueblo entero se regocijaron de que Dios hubiera dispuesto al pueblo; pues todo se hizo rápidamente. Ezequías envió mensajeros a todo Israel y Judá, y escribió también cartas a Efraím y Manasés, para que viniesen a la Casa de Yahveh, en Jerusalén, a fin de celebrar la Pascua en honor de Yahveh, el Dios de Israel. Pues el rey y sus jefes y toda la asamblea de Jerusalén habían determinado celebrar la Pascua en el mes segundo, ya que no fue posible celebrarla a su debido tiempo, porque los sacerdotes no se habían santificado en número suficiente y el pueblo no se había reunido en Jerusalén. Pareció bien esto a los ojos del rey y de toda la asamblea. Y decidieron enviar aviso a todo Israel, desde Berseba hasta Dan, para que vinieran a Jerusalén a celebrar la Pascua en que eran muchos los que no la habían celebrado según lo escrito. Los correos, con las cartas del rey y de sus jefes, recorrieron todo Israel y Judá, como el rey lo había mandado y decían: «Hijos de Israel, volveos a Yahveh, el Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, y él se volverá al resto que ha quedado de vosotros, los que han escapado de la mano de los reyes de Asiria. No seáis como vuestros padres y vuestros hermanos, que fueron infieles a Yahveh, el Dios de sus padres; por lo cual él los entregó a la desolación, como estáis viendo. Ahora, no endurezcáis vuestra cerviz como vuestros padres; dad la mano a Yahveh, venid a su santuario, que él ha santificado para siempre; servid a Yahveh, vuestro Dios, y se apartará de vosotros el furor de su ira. Porque si os volvéis a Yahveh, vuestros hermanos y vuestros hijos hallarán misericordia ante aquellos que los llevaron cautivos, y volverán a esta tierra, pues Yahveh vuestro Dios es clemente y misericordioso, y no apartará de vosotros su rostro, si vosotros os convertís a él.» Los correos pasaron de ciudad en ciudad por el país de Efraím y de Manasés, llegaron hasta Zabulón; pero se reían y se burlaban de ellos. Sin embargo, hubo hombres de Aser, de Manasés y de Zabulón que se humillaron y vinieron a Jerusalén. También en Judá se dejó sentir la mano de Dios, que les dio corazón unánime para cumplir el mandamiento del rey y de los jefes, según la palabra de Yahveh. Se reunió en Jerusalén mucha gente para celebrar la fiesta de los Ázimos en el mes segundo; era una asamblea muy grande. Y se levantaron y quitaron los altares que había en Jerusalén; quitaron también todos los altares de incienso y los arrojaron al torrente Cedrón. Inmolaron la Pascua el día catorce del mes segundo. También los sacerdotes y los levitas, llenos de confusión, se santificaron y trajeron holocaustos a la Casa de Yahveh. Ocuparon sus puestos según su reglamento, conforme a la Ley de Moisés, hombre de Dios; y los sacerdotes rociaban con la sangre que recibían de mano de los levitas. Y como muchos de la asamblea no se habían santificado, los levitas fueron encargados de inmolar los corderos pascuales para todos los que no se hallaban puros, a fin de santificarlos para Yahveh. Pues una gran parte del pueblo, muchos de Efraím, de Manasés, de Isacar y de Zabulón, no se habían purificado, y con todo comieron la Pascua sin observar lo escrito. Pero Ezequías oró por ellos diciendo: «¡Que Yahveh, que es bueno, perdone a todos aquellos cuyo corazón está dispuesto a buscar al Dios Yahveh, el Dios de sus padres, aunque no tengan la pureza requerida para las cosas sagradas!» Y oyó Yahveh a Ezequías y dejó salvo al pueblo. Los israelitas que estaban en Jerusalén celebraron la fiesta de los Ázimos por siete días con gran alegría; mientras los levitas y los sacerdotes alababan a Yahveh todos los días con todas sus fuerzas. Ezequías habló al corazón de todos los levitas que tenían perfecto conocimiento de Yahveh. Comieron durante los siete días las víctimas de la solemnidad, sacrificando sacrificios de comunión y alabando a Yahveh, el Dios de sus padres. Toda la asamblea resolvió celebrar la solemnidad por otros siete días, y la celebraron con júbilo siete días más. Porque Ezequías, rey de Judá, había reservado para toda la asamblea mil novillos y 7.000 ovejas. Los jefes, por su parte, habían reservado para la asamblea mil novillos y 10.000 ovejas, pues ya se habían santificado muchos sacerdotes. Toda la asamblea de Judá, los sacerdotes y los levitas y también toda la asamblea que había venido de Israel y los forasteros venidos de la tierra de Israel, lo mismo que los que habitaban en Judá, se llenaron de alegría. Hubo gran gozo en Jerusalén; porque desde los días de Salomón, hijo de David, rey de Israel, no se había hecho cosa semejante en Jerusalén. Después se levantaron los sacerdotes y los levitas, y bendijeron al pueblo; y fue oída su voz, y su oración penetró en el cielo, su santa morada. Terminado todo esto, salieron todos los israelitas que se hallaban presentes a recorrer las ciudades de Judá; y rompieron las estelas, abatieron los cipos y derribaron los altos y los altares en todo Judá y Benjamín, y también en Efraím y Manasés, hasta acabar con ellos. Después volvieron todos los hijos de Israel, cada cual a su propiedad, a sus ciudades. Ezequías restableció las clases de los sacerdotes y de los levitas, cada uno en su sección, según su servicio, ya fuera sacerdote, ya levita, ya se tratara de holocaustos y sacrificios de comunión, ya de servicio litúrgico, acción de gracias o himnos, en las puertas del campamento de Yahveh. Destinó el rey una parte de su hacienda para los holocaustos, holocaustos de la mañana y de la tarde y holocaustos de los sábados, de los novilunios y de las solemnidades, según lo escrito en la Ley de Yahveh. Mandó al pueblo que habitaba en Jerusalén que entregase la parte de los sacerdotes y levitas a fin de que pudiesen perseverar en la Ley de Yahveh. Cuando se divulgó esta disposición, los israelitas trajeron en abundancia las primicias del trigo, del vino, del aceite y de la miel y de todos los productos del campo; presentaron igualmente el diezmo de todo en abundancia. Los hijos de Israel y de Judá que habitaban en las ciudades de Judá trajeron también el diezmo del ganado mayor y menor y el diezmo de las cosas sagradas consagradas a Yahveh, su Dios, y lo distribuyeron por montones. En el mes tercero comenzaron a apilar los montones y terminaron el mes séptimo. Vinieron Ezequías y los jefes a ver los montones y bendijeron a Yahveh y a su pueblo Israel. Cuando Ezequías preguntó a los sacerdotes y a los levitas acerca de los montones, respondió el sumo sacerdote Azarías, de la casa de Sadoq, y dijo: «Desde que se comenzaron a traer las ofrendas reservadas a la Casa de Yahveh, hemos comido y nos hemos saciado, y aún sobra muchísimo, porque Yahveh ha bendecido a su pueblo; y esta gran cantidad es lo que sobra.» Entonces mandó Ezequías que se preparasen salas en la Casa de Yahveh. Las prepararon, y metieron allí en lugar seguro las ofrendas reservadas, los diezmos y las cosas consagradas. El levita Konanías fue nombrado intendente, y Simí, hermano suyo, era el segundo. Yejiel, Azazías, Najat, Asahel, Yerimot, Yozabad, Eliel, Jismakías, Májat y Benaías eran inspectores, a las órdenes de Konanías y de Simí, su hermano, bajo la vigilancia del rey Ezequías y de Azarías, príncipe de la Casa de Dios. El levita Qoré, hijo de Yimná, portero de la puerta oriental, estaba encargado de las ofrendas voluntarias hechas a Dios, y de repartir la ofrenda reservada a Yahveh y las cosas sacratísimas. En las ciudades sacerdotales estaban permanentemente bajo sus órdenes Eden, Minyamín, Yesúa, Semaías, Amarías y Sekanías, para repartir a sus hermanos, así grandes como chicos, según sus clases, dejando aparte a los hombres de treinta años para arriba, inscritos en las genealogías, a todos los que entraban en la Casa de Yahveh, según la tarea de cada día, para cumplir los servicios de su ministerio, conforme a sus clases. Los sacerdotes estaban inscritos en las genealogías, conforme a sus casas paternas, igual que los levitas, desde los veinte años en adelante, según sus obligaciones y sus clases. Estaban también inscritos en las genealogías todos sus niños, sus mujeres, sus hijos y sus hijas, de toda la asamblea, porque se santificaban fielmente por medio de las cosas sagradas. Para los sacerdotes, hijos de Aarón, que vivían en el campo, en los ejidos de sus ciudades, había en cada ciudad hombres designados nominalmente, para dar las porciones a todos los varones de los sacerdotes, y a todos los levitas inscritos en las genealogías. Esto hizo Ezequías en todo Judá haciendo lo bueno y recto y verdadero ante Yahveh su Dios. Todas las obras que emprendió en servicio de la Casa de Dios, la Ley y los mandamientos, las hizo buscando a su Dios con todo su corazón y tuvo éxito. Después de todas estas pruebas de fidelidad, vino Senaquerib, rey de Asiria, invadió Judá, puso sitio a las ciudades fortificadas y mandó forzar las murallas. Cuando vio Ezequías que Senaquerib venía con intención de atacar a Jerusalén, tomó consejo con sus jefes y sus valientes en orden a cegar las fuentes de agua que había fuera de la ciudad; y ellos le apoyaron. Juntóse mucha gente, y cegaron todas las fuentes y el arroyo que corría por medio de la región, diciendo: «Cuando vengan los reyes de Asiria, ¿Por qué han de hallar tanta agua?» Y cobrando ánimo, reparó toda la muralla que estaba derribada, alzando torres sobre la misma, levantó otro muralla exterior, fortificó el Milló en la Ciudad de David, y fabricó una gran cantidad de armas arrojadizas y escudos. Puso jefes de combate sobre el pueblo, los reunió a su lado en la plaza de la puerta de la ciudad, y hablándoles al corazón, dijo: «Sed fuertes y tened ánimo; no temáis ni desmayéis ante el rey de Asiria ni ante toda la muchedumbre que viene con él, porque es más el que está con nosotros que el que está con él. Con él está un brazo de carne, pero con nosotros está Yahveh nuestro Dios para ayudarnos y para combatir nuestros combates.» Y el pueblo quedó confortado con las palabras de Ezequías, rey de Judá. Después de esto, Senaquerib, rey de Asiria, que estaba sitiando Lakís, con todas sus fuerzas, envió sus siervos a Jerusalén, a Ezequías, rey de Judá, y a todos los de Judá que estaban en Jerusalén para decirles: «Así dice Senaquerib, rey de Asiria: ¿En qué ponéis vuestra confianza, para que permanezcáis cercados en Jerusalén? ¿No os engaña Ezequías para entregaros a la muerte por hambre y sed, cuando dice: “Yahveh nuestro Dios nos librará de la mano del rey de Asiria”? ¿No es este el mismo Ezequías que ha quitado sus altos y sus altares y ha dicho a Judá y Jerusalén: “Ante un solo altar os postraréis y sobre él habréis de quemar incienso”? ¿Acaso no sabéis lo que yo y mis padres hemos hecho con todos los pueblos de los países? ¿Por ventura los dioses de las naciones de estos países han sido capaces de librar sus territorios de mi mano? ¿Quién de entre todos los dioses de aquellas naciones que mis padres dieron al anatema pudo librar a su pueblo de mi mano? ¿Es que vuestro Dios podrá libraros de mi mano? Ahora, pues, que no os engañe Ezequías ni os embauque de esa manera. No le creáis; ningún dios de ninguna nación ni de ningún reino ha podido salvar a su pueblo de mi mano ni de la mano de mis padres, ¡Cuánto menos podrá vuestro Dios libraros a vosotros de mi mano!» Sus siervos dijeron todavía más cosas contra Yahveh Dios y contra Ezequías su siervo. Escribió además cartas para insultar a Yahveh, Dios de Israel, hablando contra él de este modo: «Así como los dioses de las naciones de otros países no han salvado a sus pueblos de mi mano, así tampoco el Dios de Ezequías salvará a su pueblo de mi mano.» Los enviados gritaban en voz alta, en lengua judía, al pueblo de Jerusalén, que estaba sobre el muro, para atemorizarlos y asustarlos, y poder conquistar la ciudad, y hablando del Dios de Jerusalén como de los dioses de los pueblos de la tierra, que son obra de manos de hombre. En esta situación, el rey Ezequías y el profeta Isaías, hijo de Amós, oraron y clamaron al cielo. Y Yahveh envió un ángel que exterminó a todos los guerreros esforzados de su ejército, a los príncipes y a los jefes que había en el campamento del rey de Asiria; el cual volvió a su tierra cubierta la cara de vergüenza, y al entrar en la casa de su dios, allí mismo, los hijos de sus propias entrañas le hicieron caer a espada. Así salvó Yahveh a Ezequías y a los habitantes de Jerusalén de la mano de Senaquerib, rey de Asiria, y de la mano de todos sus enemigos, y les dio paz por todos lados. Muchos trajeron entonces ofrendas a Yahveh, a Jerusalén, y presentes a Ezequías, rey de Judá; el cual de allí en adelante adquirió gran prestigio a los ojos de todas las naciones. En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte; pero hizo oración a Yahveh, que le escuchó y le otorgó una señal maravillosa. Pero Ezequías no correspondió al bien que había recibido, pues se ensoberbeció su corazón, por lo cual la Cólera vino sobre él, sobre Judá y Jerusalén. Mas después de haberse ensoberbecido en su corazón, se humilló Ezequías, él y los habitantes de Jerusalén; y por eso no estalló contra ellos la ira de Yahveh en los días de Ezequías. Ezequías tuvo riquezas y gloria en gran abundancia. Adquirió tesoros de plata, oro, piedras preciosas, bálsamos, joyas y de toda suerte de objetos de valor. Tuvo también almacenes para las rentas de trigo, de mosto y de aceite; pesebres para toda clase de ganado y apriscos para los rebaños. Se hizo con asnos y poseía ganado menor y mayor en abundancia, pues Dios le había dado muchísima hacienda. Este mismo Ezequías cegó la salida superior de las aguas del Guijón y las condujo, bajo tierra, a la parte occidental de la Ciudad de David. Ezequías triunfó en todas sus empresas; cuando los príncipes de Babilonia enviaron embajadores para investigar la señal maravillosa ocurrida en el país, Dios le abandonó para probarle y descubrir todo lo que tenía en su corazón. El resto de los hechos de Ezequías y sus obras piadosas están escritos en las visiones del profeta Isaías, hijo de Amós, y en el libro de los reyes de Judá y de Israel. Se acostó Ezequías con sus padres, y le sepultaron en la subida de los sepulcros de los hijos de David; y todo Judá y los habitantes de Jerusalén le rindieron honores a su muerte. En su lugar reinó su hijo Manasés. Manasés tenía doce años cuando comenzó a reinar, y reinó 55 años en Jerusalén. Hizo el mal a los ojos de Yahveh según las abominaciones de las gentes que Yahveh había expulsado delante de los israelitas. Volvió a edificar los altos que su padre Ezequías había derribado, alzó altares a los Baales, hizo cipos, se postró ante todo el ejército de los cielos y les sirvió. Construyó también altares en la Casa de Yahveh, de la que Yahveh había dicho: «En Jerusalén estará mi Nombre para siempre.» Edificó altares a todo el ejército de los cielos en los dos patios de la Casa de Yahveh, e hizo pasar a sus hijos por el fuego en el valle de Ben Hinnom; practicó los presagios, los augurios y la hechicería, e hizo traer nigromantes y adivinos, haciendo mucho mal a los ojos de Yahveh y provocando su cólera. Colocó la imagen del ídolo, que había fabricado, en la Casa de Dios, de la cual había dicho Dios a David y a Salomón, su hijo: «En esta Casa y en Jerusalén, que he elegido de entre todas las tribus de Israel, pondré mi Nombre para siempre. Y no apartaré más el pie de Israel de sobre la tierra que di a vuestros padres, con tal que procuren hacer según todo lo que les he mandado, según toda la Ley, los decretos y las normas ordenados por Moisés.» Manasés desvió a Judá y a los habitantes de Jerusalén para que hicieran mayores males que las gentes que Yahveh había exterminado delante de los israelitas. Habló Yahveh a Manasés y a su pueblo, pero no hicieron caso. Entonces Yahveh hizo venir sobre ellos a los jefes del ejército del rey de Asiria, que apresaron a Manasés con ganchos, le ataron con cadenas de bronce y le llevaron a Babilonia. Cuando se vio en angustia, quiso aplacar a Yahveh su Dios, humillándose profundamente en presencia del Dios de sus padres. Oró a Él y Dios accedió, oyó su oración y le concedió el retorno a Jerusalén, a su reino. Entonces supo Manasés que Yahveh es el Dios. Después de esto edificó la muralla exterior de la Ciudad de David al occidente de Guijón, en el torrente, hasta la entrada de la Puerta de los Peces, cercando el Ofel, y la elevó a gran altura. Puso también jefes del ejército en todas las plazas fuertes de Judá. Quitó de la Casa de Yahveh los dioses extraños, el ídolo y todos los altares que había erigido en el monte de la Casa de Yahveh y en Jerusalén, y los echó fuera de la ciudad. Reedificó el altar de Yahveh y ofreció sobre él sacrificios de comunión y de alabanza, y mandó a Judá que sirviese a Yahveh, el Dios de Israel. Sin embargo, el pueblo ofrecía aún sacrificios en los altos, aunque sólo a Yahveh su Dios. El resto de los hechos de Manasés, su oración a Dios, y las palabras de los videntes que le hablaron en nombre de Yahveh, Dios de Israel, se encuentran escritos en los Hechos de los reyes de Israel. Su oración y cómo fue oído, todo su pecado, su infidelidad, los sitios donde edificó altos y donde puso cipos e ídolos antes de humillarse: todo está escrito en los Hechos de Jozay. Se acostó Manasés con sus padres, y le sepultaron en su casa. En su lugar reinó su hijo Amón. Amón tenía veintidós años cuando empezó a reinar, y reinó dos años en Jerusalén. Hizo el mal a los ojos de Yahveh, como había hecho su padre Manasés. Amón ofreció sacrificios y sirvió a todos los ídolos que había fabricado su padre Manasés. Pero no se humilló delante de Yahveh, como se había humillado su padre Manasés; al contrario, Amón cometió aún más pecados. Se conjuraron contra él sus siervos, y le dieron muerte en su casa. Pero el pueblo de la tierra mató a todos los conjurados contra el rey Amón, y proclamó rey en su lugar a su hijo Josías. Josías tenía ocho años cuando comenzó a reinar, y reinó 31 años en Jerusalén. Hizo lo recto a los ojos de Yahveh, siguiendo los caminos de su padre David; sin apartarse a derecha ni a izquierda. El año octavo de su reinado, siendo todavía joven, comenzó a buscar al Dios de su padre David; y en el año doce empezó a purificar a Judá y Jerusalén de los altos, de los cipos, de las estatuas y de los ídolos fundidos. Derribaron en su presencia los altares de los Baales, hizo arrancar los altares de aromas que había sobre ellos, y rompió los cipos, las imágenes y los ídolos fundidos reduciéndolos a polvo, que esparció sobre las sepulturas de los que les habían ofrecido sacrificios. Quemó los huesos de los sacerdotes sobre los altares y purificó a Judá y Jerusalén. En las ciudades de Manasés, de Efraím y de Simeón, y hasta en Neftalí y en los territorios asolados que las rodeaban, derribó los altares, demolió los cipos y las estatuas y las redujo a polvo, y abatió los altares de aromas en toda la tierra de Israel. Después regresó a Jerusalén. El año dieciocho de su reinado, mandó a Safán, hijo de Asalías, a Maasías, comandante de la ciudad, y a Yoaj, hijo de Yoajaz, heraldo, que reparasen la Casa de Yahveh su Dios para purificar la tierra y la Casa. Fueron ellos donde el sumo sacerdote Jilquías y le entregaron el dinero traído a la Casa de Dios, que los levitas y porteros habían recibido de Manasés y de Efraím y de todo el resto de Israel, de todo Judá y Benjamín y de los habitantes de Jerusalén. Lo pusieron en manos de los que hacían el trabajo, los encargados de la Casa de Yahveh, y éstos se lo dieron a los obreros para reparar y restaurar la Casa. Lo dieron a los carpinteros y obreros de la construcción para comprar piedras de cantería y madera y vigas de trabazón para el maderamen de los edificios destruidos por los reyes de Judá. Estos hombres ejecutaban los trabajos honradamente. Estaban bajo la vigilancia de Yájat y Abdías, levitas de los hijos de Merarí, y de Zacarías y Mesul-lam, de los hijos de Quehat, que les dirigían, y de otros levitas; todos ellos maestros en tañer instrumentos músicos. Dirigían también a los peones de carga y a todos los que trabajaban en la obra, en los distintos servicios. Entre los levitas había además, escribas, notarios y porteros. Cuando estaban sacando el dinero traído a la Casa de Yahveh, el sacerdote Jilquías encontró el libro de la Ley de Yahveh dada por Moisés; y Jilquías tomó la palabra y dijo al secretario Safán: «He encontrado el libro de la Ley en la Casa de Yahveh»; y Jilquías entregó el libro a Safán. Safán llevó el libro al rey, y le rindió cuentas diciendo: «Tus siervos están haciendo todo lo que les ha sido encargado. Han fundido el dinero traído a la Casa de Yahveh y lo han entregado a los encargados y a los que trabajan en la obra.» El secretario Safán anunció al rey: «El sacerdote Jilquías me ha entregado un libro.» Y Safán leyó una parte en presencia del rey. Cuando el rey oyó las palabras de la Ley, rasgó sus vestidos, y ordenó a Jilquías, a Ajicam, hijo de Safán, a Abdón, hijo de Miká, a Safán, secretario, y a Asaías, servidor del rey: «¡Id!; consultad a Yahveh por mí y por el resto de Israel y de Judá, acerca de las palabras del libro que ha sido encontrado, porque grande es la cólera de Yahveh que se derrama sobre nosotros; pues nuestros padres no han guardado la palabra de Yahveh haciendo conforme a todo lo escrito en este libro.» Jilquías y los enviados del rey fueron donde la profetisa Juldá, mujer de Sallum, hijo de Toqhat, hijo de Jasrá, encargado del vestuario; vivía ella en Jerusalén, en la ciudad nueva; y ellos le hablaron conforme a lo indicado; ella les respondió: «Así habla Yahveh, el Dios de Israel: Decid al hombre que os ha enviado a mí: Así habla Yahveh: Voy a traer el mal sobre este lugar y sobre sus habitantes; todas las maldiciones escritas en el libro que se ha leído delante del rey de Judá; porque ellos me han abandonado y han quemado incienso a otros dioses, irritándome con todas las obras de sus manos; mi cólera se ha derramado sobre este lugar y no se apagará. Y al rey de Judá que os ha enviado para consultar a Yahveh, le diréis: Así dice Yahveh, Dios de Israel, acerca de las palabras que has oído. Porque tu corazón se ha conmovido y te has humillado delante de Dios al oír sus palabras contra este lugar y sus habitantes, y porque te has humillado ante mí, has rasgado tus vestidos y has llorado ante mí, por eso yo, a mi vez, he oído, oráculo de Yahveh. Voy a reunirte con tus padres y serás recibido en paz en tu sepulcro; y no verán tus ojos ninguno de los males que voy a traer sobre este lugar y sus moradores.» Ellos llevaron la respuesta al rey. Entonces el rey hizo reunir a todos los ancianos de Judá y de Jerusalén. Subió el rey a la Casa de Yahveh con todos los hombres de Judá y los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes y los levitas, y todo el pueblo desde el mayor hasta el menor, y leyó a sus oídos todas las palabras del libro de la alianza que había sido encontrado en la Casa de Yahveh. Y puesto en pie junto a la columna, hizo el rey alianza en presencia de Yahveh, para andar tras de Yahveh y guardar sus mandamientos, sus testimonios y sus preceptos, con todo su corazón y con toda su alma, cumpliendo las palabras de la alianza escritas en aquel libro. Hizo que la aceptaran cuantos se hallaban en Jerusalén y en Benjamín. Y los habitantes de Jerusalén hicieron conforme a la alianza de Dios, el Dios de sus padres. Josías hizo desaparecer todas las abominaciones de todas las regiones de los israelitas, y obligó a todos los que se hallaban en Israel a servir a Yahveh su Dios. Y mientras él vivió no se apartaron de Yahveh, el Dios de sus padres. Josías celebró una Pascua en honor de Yahveh en Jerusalén; inmolaron la Pascua el día catorce del primer mes. Restableció a los sacerdotes en sus ministerios y los animó al servicio de la Casa de Yahveh. Dijo a los levitas que tenían inteligencia para todo Israel y estaban consagrados a Yahveh: «Colocad el arca santa en la Casa que edificó Salomón, hijo de David, rey de Israel, porque ya no habréis de llevarla a hombros; servid ahora a Yahveh vuestro Dios y a Israel, su pueblo. Estad preparados según vuestras casas paternas y vuestras clases, conforme a lo escrito por David, rey de Israel, y lo escrito por su hijo Salomón. Ocupad vuestros sitios en el santuario según los grupos de casas paternas a disposición de vuestros hermanos, los hijos del pueblo; los levitas tendrán parte en la familia paterna. E inmolad la Pascua, santificaos y preparadla para vuestros hermanos, cumpliendo la orden de Yahveh, dada por medio de Moisés. Josías reservó para la gente del pueblo ganado menor, así corderos como cabritos, en número de 30.000, todos ellos como víctimas pascuales para cuantos se hallaban presentes, y 3.000 bueyes. Todo ello de la hacienda del rey. También sus jefes reservaron ofrendas voluntarias para el pueblo, los sacerdotes y los levitas. Jilquías, Zacarías y Yejiel, intendentes de la Casa de Dios, dieron a los sacerdotes, como víctimas pascuales, 2.600 ovejas y trescientos bueyes. Konanías, Semaías y Natanael, su hermano, y Jasabías, Yeiel y Yozabad, jefes de los levitas, reservaron para los levitas 5.000 corderos pascuales y quinientos bueyes. Preparado así el servicio, ocuparon los sacerdotes sus puestos, lo mismo que los levitas, según sus clases, conforme al mandato del rey. Se inmolaron las víctimas pascuales, y mientras los sacerdotes rociaban con la sangre que recibían de mano de los levitas, los levitas las desollaban y apartaban lo destinado al holocausto para darlo a las secciones de las casas paternas de los hijos del pueblo, a fin de que lo ofreciesen a Yahveh conforme a lo escrito en el libro de Moisés. Lo mismo se hizo con los bueyes. Asaron la Pascua al fuego, según el ritual; cocieron las cosas sagradas en ollas, calderos y cazuelas, y las repartieron con presteza entre todos los hijos del pueblo. Después prepararon la Pascua para sí y para los sacerdotes; porque los sacerdotes, hijos de Aarón, estuvieron ocupados hasta la noche en ofrecer los holocaustos y las grasas. Por eso los levitas la prepararon para sí y para los sacerdotes, hijos de Aarón. También los cantores, hijos de Asaf, estaban en su puesto, conforme a lo dispuesto por David, Asaf, Hemán y Yedutún, vidente del rey; lo mismo los porteros, cada uno en su puerta. No tenían necesidad de retirarse de su servicio, porque sus hermanos, los levitas, se lo preparaban todo. De esta manera se organizó aquel día todo el servicio de Yahveh para celebrar la Pascua y ofrecer los holocaustos sobre el altar de Yahveh, según la orden del rey Josías. Los israelitas que se hallaban allí celebraron en ese tiempo la Pascua y la fiesta de los Ázimos durante siete días. No se había celebrado Pascua como ésta en Israel desde los días de Samuel, profeta; y ningún rey de Israel celebró una Pascua como la que celebraron Josías, los sacerdotes y los levitas, todo Judá e Israel, que allí se hallaban presentes, y los habitantes de Jerusalén. Esta Pascua se celebró el año dieciocho del reinado de Josías. Después de todo lo que hizo para reparar el Templo, subió Nekó, rey de Egipto, para combatir en Karkemis, junto al Eufrates; y Josías le salió al encuentro. Nekó le envió mensajeros para decirle: «¿Qué tengo yo que ver contigo, rey de Judá? No he venido hoy contra ti, sino contra la casa con la cual estoy en guerra; y Dios me ha mandado que me apresure. Deja de oponerte a Dios, que está conmigo, no sea que él te destruya.» Pero Josías no se apartó de él, pues estaba decidido a darle batalla, sin escuchar las palabras de Nekó, que venían de boca de Dios. Y avanzó para librar batalla en la llanura de Meguiddó. Los arqueros tiraron contra el rey Josías, y dijo el rey a sus siervos: «Llevadme fuera, pues estoy gravemente herido.» Sus siervos le sacaron del carro, y pasándole a otro carro que tenía, le llevaron a Jerusalén, donde murió. Fue sepultado en los sepulcros de sus padres y todo Judá y Jerusalén hicieron duelo por Josías. Jeremías compuso una elegía sobre Josías, y todos los cantores y cantoras hablan todavía hoy de Josías en sus elegías; lo cual se ha hecho costumbre en Israel. Están escritas entre las Lamentaciones. El resto de los hechos de Josías, sus obras piadosas conforme a lo escrito en la Ley de Yahveh, y sus obras primeras y postreras, están escritas en el libro de los reyes de Israel y de Judá. El pueblo de la tierra tomó a Joacaz, hijo de Josías, y le proclamó rey en Jerusalén, en lugar de su padre. Joacaz tenía veintitrés años cuando comenzó a reinar, y reinó tres meses en Jerusalén. El rey de Egipto le destituyó en Jerusalén, e impuso al país una contribución de cien talentos de plata y un talento de oro. El rey de Egipto proclamó rey de Judá y Jerusalén a Eliaquim, hermano de Joacaz, cambiándole el nombre por el de Yoyaquim. Y a Joacaz, su hermano, le tomó Nekó y lo llevó a Egipto. Yoyaquim tenía veinticinco años cuando comenzó a reinar, y reinó once años en Jerusalén. Hizo el mal a los ojos de Yahveh su Dios. Nabucodonosor, rey de Babilonia, subió contra él y le ató con cadenas de bronce para conducirle a Babilonia. Nabucodonosor llevó también a Babilonia algunos objetos de la Casa de Yahveh que depositó en su santuario, en Babilonia. El resto de los hechos de Yoyaquim, las abominaciones que cometió y todo lo que le sucedió, está escrito en el libro de los reyes de Israel y de Judá. En su lugar reinó su hijo Joaquín. Joaquín tenía ocho años cuando empezó a reinar, y reinó tres meses y diez días en Jerusalén; hizo el mal a los ojos de Yahveh. A la vuelta de un año mandó el rey Nabucodonosor que le llevasen a Babilonia, juntamente con los objetos más preciosos de la Casa de Yahveh, y puso por rey en Judá y Jerusalén a Sedecías, hermano de Joaquín. Sedecías tenía veintiún años cuando comenzó a reinar, y reinó once años en Jerusalén. Hizo el mal a los ojos de Yahveh su Dios, y no se humilló ante el profeta Jeremías que le hablaba por boca de Yahveh. También él se rebeló contra el rey Nabucodonosor, que le había hecho jurar por Dios; endureció su cerviz y se obstinó en su corazón, en vez de volverse a Yahveh, el Dios de Israel. Del mismo modo, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según todas las costumbres abominables de las gentes, y mancharon la Casa de Yahveh, que él se había consagrado en Jerusalén. Yahveh, el Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira de Yahveh contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Entonces hizo subir contra ellos al rey de los caldeos, que mató a espada a los mejores en la Casa de su santuario, sin perdonar a joven ni a doncella, a viejo ni a canoso; a todos los entregó Dios en su mano. Todos los objetos de la Casa de Dios, grandes y pequeños, los tesoros de la Casa de Yahveh y los tesoros del rey y de sus jefes, todo se lo llevó a Babilonia. Incendiaron la Casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén: pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevó cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos de él y de sus hijos hasta el advenimiento del reino de los persas; para que se cumpliese la palabra de Yahveh, por boca de Jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.» En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra de Yahveh, por boca de Jeremías, movió Yahveh el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: Yahveh, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡Sea su Dios con él y suba!».