TOBÍAS
Historia de Tobit, hijo de Tobiel, hijo de Ananiel, hijo de Aduel, hijo de Gabael, del linaje de Asiel, de la tribu de Neftalí, que en tiempo de Salmanasar, rey de Asiria, fue deportado de Tibé, que queda al sur de Cadés de Neftalí, en la Galilea superior, por encima de Jasor, detrás del camino del oeste y al norte de Sefat. Yo, Tobit, he andado por caminos de verdad y en justicia todos los días de mi vida y he repartido muchas limosmas entre mis hermanos y compatriotas, deportados conmigo a Nínive, al país de los asirios. Siendo yo joven todavía y estando en mi país, en la tierra de Israel, toda la tribu de mi padre Neftalí se apartó de la casa de David y de Jerusalén, la ciudad elegida entre todas las tribus de Israel para ofrecer allí sacrificios y en la que había sido edificado y consagrado, para todas las generaciones venideras, el Templo de la Morada del Altísimo. Todos mis hermanos y la casa de mi padre Neftalí ofrecían sacrificios al becerro que Jeroboam, rey de Israel, había hecho en Dan, en los montes de Galilea. Muchas veces era yo el único que iba a Jerusalén, con ocasión de las fiestas, tal como está prescrito para todo Israel por decreto perpetuo; en cobrando las primicias y las crías primeras y diezmos de mis bienes y el primer esquileo de mis ovejas, acudía presuroso a Jerusalén y se lo entregaba a los sacerdotes, hijos de Aarón, para el altar. Daba a los levitas, que hacían el servicio en Jerusalén, el diezmo del vino, del grano, del olivo, de los granados, de los higos y demás frutales; tomaba en metálico el segundo diezmo, de los seis años, y lo gastaba en Jerusalén. Entregaba el tercer diezmo a los huérfanos, a las viudas y a los prosélitos que vivían con los israelitas; se lo llevaba y entregaba cada tres años, celebrando una comida con ellos conforme a lo que se prescribe en la Ley de Moisés y conforme a los preceptos que me dio Débora, madre de nuestro padre Ananiel, pues mi padre había muerto dejándome huérfano. En llegando a edad adulta, me casé con Ana, mujer de nuestra parentela; y ella dio a luz a Tobías. Cuando la deportación de Asiria, yo también fui deportado y me trasladé a Nínive. Todos mis hermanos y los de mi linaje comían los manjares de los gentiles, más yo me guardé bien de comerlos. Como yo me acordaba de Dios con toda mi alma, me concedió el Altísimo gracia y favor ante Salmanasar, y llegué a ser procurador suyo. Me trasladé a Media y administré allí sus negocios hasta su muerte; y desposité en Ragués de Media, en casa de Gabael, hermano de Gabrí, unos sacos de plata por valor de diez talentos. Muerto Salmanasar, le sucedió en el trono su hijo Senaquerib; en su reinado, los caminos de Media se hicieron inseguros y no pude volver allí. En los días de Salmanasar hice yo muchas limosmas a mis hermanos de raza; di mi pan a los hambrientos y vestido a los desnudos; y si veía el cadáver de alguno de los de mi raza arrojado extramuros de Nínive, le daba sepultura. Enterré igualmente a los que mató Senaquerib (cuando vino huyendo de Judea después del escarmiento que hizo contra él el Rey del Cielo, a causa de sus blasfemias. Senaquerib, en su cólera, mandó matar a muchos israelitas); y yo sustraje sus cuerpos y los enterré. Senaquerib los buscó sin encontrarlos. Un ninivita fue a denunciarme al rey de que yo los había enterrado en secreto. Cuando supe que el rey tenía informes acerca de mí, y que me buscaba para matarme, tuve miedo y escapé. Me fueron arrebatados todos mis bienes; nada quedó sin confiscar para el tesoro real, salvo mi mujer Ana y mi hijo Tobías. Aún no habían transcurrido cuarenta días, cuando Senaquerib fue asesinado por sus dos hijos, que huyeron luego hacia los montes Ararat. Le sucedió su hijo Asarjaddón. Asarjaddón puso a Ajikar, hijo de mi hermano Anael, al frente de las finanzas de su reino, de modo que dirigía toda la administración. Ajikar intercedió por mí y pude regresar a Nínive. Ajikar, de hecho, había sido copero mayor, custodio del sello, administrador y encargado de las finanzas bajo Senaquerib, rey de Asiria; y Asarjaddón le confirmó en los cargos. Era sobrino mío y de mi propia parentela. En el reinado de Asarjaddón pude regresar a mi casa y me fue devuelta mi mujer Ana y mi hijo Tobías. En nuestra solemnidad de Pentecostés, que es la santa solemnidad de las Semanas, me habían preparado una excelente comida y me dispuse a comer. Cuando me presentaron la mesa, con numerosos manjares, dije a mi hijo Tobías: «Hijo, ve a buscar entre nuestros hermanos deportados en Nínive a algún indigente que se acuerde del Señor y tráelo para que coma con nosotros. Te esperaré hasta que vuelvas, hijo mío.» Fuese, pues, Tobías a buscar a alguno de nuestros hermanos pobres, y cuando regresó me dijo: «Padre.» Le respondí: «¿Qué hay, hijo?» Contestó: «Padre, han asesinado a uno de los nuestros; le han estrangulado y le han arrojado en la plaza del mercado y aún está allí.» Me levanté al punto y sin probar la comida, alcé el cadáver de la plaza y lo dejé en una habitación, en espera de que se pusiera el Sol, para enterrarlo. Volví a entrar, me lavé y comí con aflicción acordándome de las palabras que el profeta Amós dijo contra Betel: = Vuestras solemnidades se convertirán en duelo y todas vuestras canciones en lamento.= Y lloré. Cuando el Sol se puso, cavé una fosa y sepulté el cadáver. Mis vecinos se burlaban y decían: «Todavía no ha aprendido. (Pues, en efecto, ya habían querido matarme por un hecho semejante.) Apenas si pudo escapar y ya vuelve a sepultar a los muertos.» Aquella misma noche, después de bañarme, salí al patio y me recosté contra la tapia, con el rostro cubierto a causa del calor. Ignoraba yo que arriba, en el muro, hubiera gorriones; me cayó excremento caliente sobre los ojos y me salieron manchas blancas. Fui a los médicos, para que me curasen; pero cuantos más remedios me aplicaban, menos veía a causa de las manchas, hasta que me quedé completamente ciego. Cuatro años estuve sin ver. Todos mis hermanos estaban afligidos; Ajikar, por su parte, proveyó a mi sustento durante dos años, hasta que se trasladó a Elimaida. En aquellas circunstancias, mi mujer Ana, tuvo que trabajar a sueldo en labores femeninas; hilaba lana y hacía tejidos que entregaba a sus señores, cobrando un sueldo; el siete del mes de Dystros acabó un tejido y se lo entregó a los dueños, que le dieron todo su jornal y le añadieron un cabrito para una comida. Cuando entró ella en casa, el cabrito empezó a balar; yo, entonces, llamé a mi mujer y le dije: «¿De dónde ha salido ese cabrito? ¿Es que ha sido robado? Devuélvelo a sus dueños, porque no podemos comer cosa robada.» Ella me dijo: «Es un regalo que me han añadido a mi sueldo.» Pero yo no la creí; ordené que lo devolviera a los dueños y me irrité contra ella por este asunto. Entonces ella me replicó: «¿Dónde están tus limosnas y tus buenas obras? ¡Ahora se ve todo bien claro!» Anegada entonces mi alma de tristeza, suspirando y llorando, comenzé a orar con gemidos: Tú eres justo, Señor, y justas son todas tus obras. Misericordia y verdad son todos tus caminos. Tú eres el Juez del Universo. Y ahora, Señor, acuérdate de mí y mírame. No me condenes por mis pecados, mis inadvertencias y las de mis padres. Hemos pecado en tu presencia, no hemos escuchado tus mandatos y nos has entregado al saqueo, a la burla, al comentario y al oprobio de todas las gentes entre las que nos has dispersado. Pero cierto es, Señor, que todas tus sentencias a la verdad responden cuando me tratas según mis pecados y los de mis padres; porque no hemos cumplido tus mandatos, y no hemos caminado en la verdad delante de ti. Haz conmigo ahora según lo que te plazca y ordena que reciban mi vida para que yo me disuelva sobre la faz de la tierra, porque más me vale morir que vivir. Tengo que aguantar injustos reproches y me anega la tristeza. Manda, Señor, que sea liberado de esta aflicción y déjame partir al lugar eterno, y no apartes, Señor, tu rostro de mí, pues prefiero morir a pasar tanta aflicción durante la vida y tener que seguir oyendo injurias. Sucedió aquel mismo día, que también Sarra, hija de Ragüel, el de Ecbátana de Media, fue injuriada por una de las esclavas de su padre, porque había sido dada en matrimonio a siete hombres, pero el malvado demonio Asmodeo los había matado antes de que se unieran a ella como casados. La esclava le decía: «¡Eres tú la que matas a tus maridos! Ya has tenido siete, pero ni de uno siquiera has disfrutado.¿Nos castigas porque se te mueren los maridos? ¡Vete con ellos y que nunca veamos hijo ni hija tuyos!» Entonces Sarra, con el alma llena de tristeza, se echó a llorar y subió al aposento de su padre con intención de ahorcarse. Pero, reflexionando, pensó: «Acaso esto sirva para que injurien a mi padre y le digan: "Tenías una hija única, amada y se ha ahorcado porque se sentía desgraciada." No puedo consentir que mi padre, en su ancianidad, baje con tristeza a la mansión de los muertos. Es mejor que, en vez de ahorcarme, suplique al Señor que me envíe la muerte para no tener que oír injurias durante mi vida.» Y en aquel momento, extendiendo las manos hacia la ventana, oró así: Bendito seas tú, Dios de misericordias, y bendito sea tu Nombre por los siglos, y que todas tus obras te bendigan por siempre. Vuelvo ahora mi rostro y alzo mi ojos hacia ti. Manda que yo sea librada de la tierra, para no escuchar ultrajes. Tú sabes, Señor, que yo estoy pura de todo contacto de varón; que no he mancillado mi nombre ni el nombre de mi padre en la tierra de mi cautividad. Soy la única hija de mi padre; no tiene otros hijos que le hereden, no tiene junto a sí ningún hermano ni pariente a quien me deba por mujer. Ya perdí siete maridos: ¿Para qué quiero la vida? Si no te place, Señor, darme la muerte, ¡Mírame con compasión! y no tenga yo que escuchar injurias. Fue oída en aquel instante, en la Gloria de Dios, la plegaria de ambos y fue enviado Rafael a curar a los dos: a Tobit, para que se le quitaran las manchas blancas de los ojos y pudiera con sus mismos ojos ver la luz de Dios; y a Sarra la de Ragüel, para entregarla por mujer a Tobías, hijo de Tobit, y librarla de Asmodeo, el demonio malvado; porque Tobías tenía más derechos sobre ella que todos cuantos la pretendían. En aquel mismo momento se volvía Tobit del patio a la casa, y Sarra, la de Ragüel, descendía del aposento. Aquel día, se acordó Tobit del dinero que había dejado en depósito a Gabael, en Ragués de Media, y se dijo para sí: «Yo, ya estoy deseando morirme. Así que voy a llamar a mi hijo Tobías y le voy a hablar de este dinero antes de morirme.» Llamó, pues, Tobit a su hijo, que se presentó ante él. Tobit le dijo: «Cuando yo muera, me darás una digna sepultura; honra a tu madre y no le des un disgusto en todos los días de su vida; haz lo que le agrade y no le causes tristeza por ningún motivo. Acuérdate, hijo, de que ella pasó muchos trabajos por ti cuando te llevaba en su seno. Y cuando ella muera, sepúltala junto a mí, en el mismo sepulcro. «Acuérdate, hijo, del Señor todos los días y no quieras pecar ni transgredir sus mandamientos; practica la justicia todos los días de tu vida y no andes por caminos de injusticia, pues si te portas según verdad, tendrás éxito en todas tus cosas, como todos los que practican la justicia. «Haz limosma con tus bienes; y al hacerlo, que tu ojo no tenga rencilla. No vuelvas la cara ante ningún pobre y Dios no apartará de ti su cara. Regula tu limosma según la abundancia de tus bienes. Si tienes poco, da conforme a ese poco, pero nunca temas dar limosna, porque así te atesoras una buena reserva para el día de la necesidad. Porque la limosna libra de la muerte e impide caer en las tinieblas. Don valioso es la limosma para cuantos la practican en presencia del Altísimo. «Guárdate, hijo, de toda impureza y, sobre todo, toma mujer del linaje de tus padres; no tomes mujer extraña que no pertenezca a la tribu de tu padre, porque somos descendientes de profetas. Recuerda, hijo, que desde siempre nuestros padres Noé, Abraham, Isaac y Jacob tomaron mujeres de entre sus hermanos y fueron bendecidos en sus hijos, de modo que su estirpe poseerá la tierra en herencia. Así pues, hijo, ama a tus hermanos; no tengas con tus hermanos ni con los hijos y las hijas de tu pueblo, corazón soberbio, en orden a tomar para ti mujer de entre ellos; pues la soberbia acarrea la ruina y prolija inquietud; y la ociosidad, bajeza y extrema penuria; porque la ociosidad es madre de la indigencia. «No retengas el salario de los que trabajan para ti; dáselo al momento. Si sirves a Dios serás recompensado. Pon cuidado, hijo, en todas tus acciones y muéstrate educado en toda tu conducta. No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan. No bebas vino hasta emborracharte y no hagas de la embriaguez tu compañera de camino. «Da de tu pan al hambriento y de tus vestidos al desnudo. Haz limosna de todo cuanto te sobra; y no tenga rencilla tu ojo cuando hagas limosna. Esparce tu pan sobre la tumba de los justos, pero no lo des a los pecadores. «Busca el consejo de los prudentes y no desprecies ningún aviso saludable. Bendice al Señor Dios en toda circunstancia, pídele que sean rectos todos tus caminos y que llegen a buen fin todas tus sendas y proyectos. Pues no todas las gentes tienen consejo; es el Señor quien da todos los bienes y, cuando quiere, eleva o abata hasta lo profundo del Hades. Así, pues, hijo, recuerda estos mandamientos y no permitas que se borren de tu corazón. «También quiero decirte que dejé en depósito a Gabael, hijo de Gabrí, en Ragués de Media, diez talentos de plata. No debes preocuparte, hijo, porque seamos pobres. Muchos bienes posees si temes a Dios, huyes de todo pecado y haces lo que es bueno ante el Señor tu Dios.» Entonces Tobías respondió a su padre Tobit: «Haré cuanto me has mandado, padre. Pero ¿Cómo podré recuperar el depósito? Ni él me conoce a mí ni yo a él. ¿Qué señal debo darle para que me reconozca, me crea y me devuelva el dinero? Por otra parte, desconozco la ruta que conduce a Media.» Tobit, entonces, respondió a su hijo Tobías: «Él me dio un recibo y yo a él otro; lo partí en dos, tomé una parte y dejé la otra con el dinero. ¡Ya va para veinte años que deposité esta suma! Ahora, hijo, busca un hombre de confianza que vaya contigo, y le tomaremos a sueldo hasta tu vuelta, y vete a recuperar esta plata.» Salió Tobías a buscar un hombre que conociera la ruta y fuera con él a Media. En saliendo, encontró a Rafael, el ángel, parado ante él; pero no sabía que era un ángel de Dios. Díjole, pues: «¿De dónde eres, joven?» Le respondió: «De los israelitas, tus hermanos y ando en busca de trabajo.» Díjole Tobías: «¿Conoces la ruta de Media?» Respondió: «Sí; he estado allá muchas veces y conozco al detalle todos los caminos. He ido a Media con frecuencia y he sido huésped de Gabael, nuestro hermano, el que vive en Ragués de Media. Hay dos jornadas de camino entre Ecbátana y Ragués, pues Ragués está en la montaña y Ecbátana en el llano.» Tobías le dijo: «Espérame, joven, que voy a decírselo a mi padre, porque necesito que vengas conmigo; y yo te pagaré tu sueldo.» Él le dijo: «Te espero, pero no tardes.» Fuese Tobías a informar a su padre y le dijo: «Ya he encontrado un hombre, que es israelita, hermano nuestro.» Contestóle Tobit: «Llámale, para que yo sepa a qué familia y tribu pertenece, y si es digno de confianza para que te acompañe, hijo.» Salió Tobías, le llamó y le dijo: «Joven, mi padre te llama.» Entró el ángel y Tobit se adelantó a saludarle; el ángel contestó: «Que disfrutes de mucha alegría.» Replicó Tobit: «¿Qué alegría puedo disfrutar ya? Estoy ciego y no puedo ver la luz del cielo; yazgo en tinieblas como los muertos, que no contemplan la luz; vivo como un muerto; oigo la voz de los hombres, pero no los veo.» Le dijo el ángel: «Ten confianza, que Dios te curará dentro de poco. Ten confianza.» Tobit le dijo: «Mi hijo Tobías quiere ir a Media. ¿Puedes ir con él y servirle de guía? Yo te daría tu salario, hermano.» Él respondió: «Puedo ir con él, pues conozco al detalle todos los caminos y he viajado a Media con frecuencia; he recorrido todos sus llanos y sus montes y tengo conocimiento de todas sus rutas.» Tobit le dijo: «¿Querrías decirme, hermano, a qué familia y tribu perteneces? Le respondió el ángel: «¿Qué puede importar mi tribu?» Tobit insitió: «Me gustaría, hermano, saber con seguridad tu tribu y nombre.» Respondió el ángel: «Yo soy Azarías, hijo del gran Ananías, uno de tus hermanos.» Le dijo Tobit: «Seas venido sano y salvo, hermano; y no lleves a mal, hermano, mi deseo de conocer con certeza tu nombre y familia. Resulta ahora que eres de mi parentela y que perteneces a un linaje bueno y honrado. He conocido a Ananías y a Natán, los dos hijos del gran Semeías; ellos iban conmigo a Jerusalén y conmigo adoraban allí, sin desviarse del buen camino. Tus hermanos son hombres de bien; de buen linaje procedes. ¡El gozo sea contigo!» Y añadió: «Te daré como sueldo una dracma por día, y en lo demás tendrás el mismo trato que mi hijo. Vete con mi hijo y después te añadiré un sobresueldo.» Le dijo el ángel: «Partiré con él y no abrigues temor; sanos partimos y sanos regresaremos a ti, porque la ruta es segura.» Le respondió Tobit: «Bendito seas, hermano.» Y llamando a su hijo le anunció: «Hijo, prepara las cosas para el camino y emprende la marcha con tu hermano; que el Dios que está en los cielos os proteja allí y os devuelva a mí sanos; y su ángel os acompañe con su protección, hijo.» Tobías se dispuso a emprender la marcha y besó a su padre y a su madre. Tobit le dijo: «¡Que tengáis buen viaje!» Pero su madre lloraba y dijo a Tobit: «¿Por qué has hecho que se vaya mi hijo? ¿No era él el bastón de nuestra mano, que siempre va y viene con nosotros? ¡Que no sea el dinero lo primero de todo! ¡Que no se convierta en el precio de nuestro hijo! ¡Con lo que el Señor nos daba para vivir teníamos bastante!» Él le dijo: «No pienses tal cosa; sano ha partido nuestro hijo y sano volverá a nosotros; con tus propios ojos lo verás el día que regrese sano junto a ti. No pienses tal cosa ni te atormentes por ellos, hermana; porque un ángel bueno le acompañará, le dará un viaje fácil y le devolverá sano.» Y ella dejó de llorar. Partió el muchacho en compañía del ángel, y el perro les seguía. Yendo de camino, aconteció que una noche acamparon junto al río Tigris. Bajó el muchacho al río a lavarse los pies, cuando saltó del agua un gran pez que quería devorar el pie del muchacho. Éste gritó pero el ángel le dijo: «¡Agarra el pez y tenlo bien sujeto!» El muchacho se apoderó del pez y lo arrastró a tierra. El ángel añadió: «Abre el pez, sácale la hiel, el corazón y el hígado y guárdatelo, y tira los intestinos; porque su hiel, su corazón y su hígado son remedios útiles.» El joven abrió el pez y tomó la hiel, el corazón y el hígado. Asó parte del pez y lo comió, salando el resto. Luego continuaron su camino, los dos juntos, hasta cerca de Media. Preguntó entonces el muchacho al ángel: «Hermano Azarías, ¿Qué remedios hay en el corazón, el hígado y la hiel del pez?» Le respondió: «Si se quema el corazón o el hígado del pez ante un hombre o una mujer atormentados por un demonio o un espíritu malo, el humo ahuyenta todo mal y le hace desaparecer para siempre. Cuanto a la hiel, untando con ella los ojos de un hombre atacado por manchas blancas, y soplando sobre las manchas, queda curado.» Cuando entraron en Media, y estando ya cerca de Ecbátana, dijo Rafael al joven: «Hermano Tobías.» Le respondió: «¿Qué deseas?» Contestó él: «Pararemos esta noche en casa de Ragüel; es pariente tuyo y tiene una hija que se llama Sarra; fuera de ella no tiene más hijos ni hijas; tú eres el más cercano, tienes más derechos sobre ella que todos los demás y es justo que heredes la hacienda de su padre; la muchacha es prudente, valerosa y muy bella y su padre la ama.» Y añadió: «Es justo que la tomes para ti. Escúchame, hermano. Yo hablaré esta noche al padre acerca de la muchacha para que te la conceda como prometida, y a nuestro regreso de Ragués celebraremos la boda. Estoy seguro de que Ragüel no puede negártela ni dársela a otro, pues se haría reo de muerte, según la sentencia del libro de Moisés, pues él sabe que te asiste el derecho a tomar a su hija por mujer. Así pues, óyeme bien, hermano; hablaremos esta noche sobre la muchacha y que la den como prometida; y cuando volvamos de Ragués, la tomaremos y la llevaremos con nosotros a tu casa.» Tobías respondió a Rafael: «Hermano Azarías, he oído decir que ya ha sido dada a siete maridos y que todos han muerto la noche de bodas; que cuando entraban donde ella, morían; también he oído decir que un demonio los mataba; así que tengo miedo, pues a ella no le hace ningún daño, porque la ama; pero al que intenta acercarse a ella, le mata; yo soy hijo único, y si muero, haré bajar en tristeza al sepulcro, por mi causa, la vida de mi padre y de mi madre. Ellos no tienen otro hijo que les dé sepultura.» Respondió el ángel: «¿Has olvidado las recomendaciones de tu padre, que te mandó tomar mujer de la casa de tu padre? Escúchame bien, hermano: no tengas miedo a ese demonio y tómala; sé bien que esta noche te la darán por mujer. Cuando entres en la cámara nupcial, tomas el corazón del pez y parte del hígado y lo pones sobre las brasas de los perfumes. Se difundirá el aroma y cuando el demonio lo huela, huirá y nunca aparecerá ya a su lado. Y cuando vayas a unirte a ella, levantaos primero los dos y haced oración y suplicad al Señor del Cielo que se apiade de vosotros y os salve. Y no tengas miedo, porque para ti está destinada desde el principio; tú la salvarás; ella se vendrá contigo y te aseguro que te dará hijos que serán para ti como hermanos. No te preocupes.» Cuando Tobías oyó las razones de Rafael y que era hermana suya, del linaje de la casa de su padre, se enamoró de tal modo que se le apegó el corazón a ella. Cuando entraron en Ecbátana dijo Tobías: «Hermano Azarías, guíame en derechura a casa de Ragüel, nuestro hermano.» Le condujo, pues a casa de Ragüel y le encontraron sentado a la puerta del patio. Le saludaron ellos primero y él les contestó: «Mucha dicha os deseo, hermanos, y en buena salud vengáis.» Los llevó a su casa y dijo a su mujer Edna: «¡Cómo se parece este muchacho a mi hermano Tobit!» Edna les preguntó: «¿De dónde sois, hermanos?» Respondieron: «Somos de los hijos de Neftalí, de los deportados de Nínive.» Les dijo: «¿Conocéis a Tobit, nuestro hermano?» Ellos contestaron: «Sí, le conocemos.» - «¿Está bien?» - «Vive y está bien.» Y Tobías añadió: «Es mi padre.» Ragüel se puso en pie de un salto, le besó, lloró y le dijo: «¡Bendito seas, hijo! Tienes un padre honrado y bueno. ¡Qué gran desgracia, haberse quedado ciego un hombre tan justo y tan limosnero!» Y echándose al cuello de su hermano Tobías, rompió a llorar. También lloró su mujer Edna y su hija Sarra. Mató luego un carnero del rebaño y los acogió con toda cordialidad. Después de lavarse y bañarse, se pusieron a comer. Tobías dijo entonces a Rafael: «Hermano Azarías, di a Ragüel que me dé por mujer a mi hermana Sarra.» Al oír Ragüel estas palabras dijo al joven: «Come, bebe y disfruta esta noche, porque ningún hombre hay, fuera de ti, que tenga derecho a tomar a mi hija Sarra, de modo que ni yo mismo estoy facultado para darla a otro, si no es a ti, que eres mi pariente más próximo. Pero voy a hablarte con franqueza, muchacho. Ya la he dado a siete maridos, de nuestros hermanos, y todos murieron la misma noche que entraron donde ella. Así que, muchacho, ahora come y bebe y el Señor os dará su gracia y su paz.» Pero Tobías replicó: «No comeré ni beberé hasta que no hayas tomado una decisión acerca de lo que te he pedido.» Ragüel le dijo: «¡Está bien! A ti se te debe dar, según la sentencia del libro de Moisés, y el Cielo decreta que te sea dada. Recibe a tu hermana. A partir de ahora, tú eres su hermano y ella es tu hermana. Tuya es desde hoy por siempre. Que el Señor del Cielo os guíe a buen fin esta noche, hijo, y os dé su gracia y su paz.» Llamó Ragüel a su hija Sarra, y cuando ella se presentó, la tomó de la mano y se la entregó a Tobías, diciendo: «Recíbela, pues se te da por mujer, según la ley y la sentencia escrita en el libro de Moisés. Tómala y llévala con bien a la casa de tu padre. Y que el Dios del Cielo os guíe en paz por el buen camino.» Llamó luego a la madre, mandó traer una hoja de papiro y escribió el contrato matrimonial, con lo cual se la entregó por mujer, conforme a la sentencia de la ley de Moisés. Y acabado esto, empezaron a comer y beber. Ragüel llamó a su mujer Edna y le dijo: «Hermana, prepara la otra habitación y lleva allí a Sarra.» Ella fue y preparó un lecho en la habitación, tal como se lo había ordenado, y llevó allí a Sarra. Lloró ella y luego, secándose las lágrimas, le dijo: «Ten confianza, hija: que el Señor del Cielo te dé alegría en vez de esta tristeza. Ten confianza, hija.» Y salió. Cuando acabaron de comer y beber, decidieron acostarse, y tomando al joven le llevaron al aposento. Recordó Tobías las palabras de Rafael y, tomando el hígado y el corazón del pez de la bolsa donde los tenía, los puso sobre las brasas de los perfumes. El olor del pez expulsó al demonio que escapó por los aires hacia la región de Egipto. Fuese Rafael a su alcance, le ató de pies y manos y en un instante le encadenó. Los padres salieron y cerraron la puerta de la habitación. Entonces Tobías se levantó del lecho y le dijo: «Levántate, hermana, y oremos y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve.» Ella se levantó y empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo: ¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres, y bendito sea tu Nombre por todos los siglos de los siglos! Bendígante los cielos, y tu creación entera, por los siglos todos. Tú creaste a Adán, y para él creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los hombres. Tú mismo dijiste: =No es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él.= Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad. Y dijeron a coro: «Amén, amén.» Y se acostaron para pasar la noche. Se levantó Ragüel y, llamando a los criados que tenía en casa, fueron a cavar una tumba, porque se decía: «No sea que haya muerto y nos sirva de mofa y escarnio.» Cuando tuvieron cavada la tumba, volvió Ragüel a casa, llamó a su mujer y le dijo: «Manda a una criada que entre a ver si vive; y si ha muerto, le enterraremos sin que nadie se entere.» Mandaron a la criada, encendieron la lámpara y abrieron la puerta; y entrando ella vio que estaban acostados juntos y dormidos. Salió la criada y les anunció: «Vive, nada malo ha ocurrido.» Ragüel bendijo al Dios del Cielo, diciendo: ¡Bendito seas, oh Dios, con toda pura bendición y seas bendecido por los siglos todos! Seas bendecido por haberme alegrado y no haber ocurrido el mal que temía, sino que has hecho con nosotros según tu gran piedad. Seas bendecido por tener compasión de dos hijos únicos. Ten, Señor, piedad de ellos y dales tu salvación, y haz que su vida transcurra en alegría y piedad. Después ordenó a sus criados que rellenasen la fosa antes que amaneciera. Mandó a su mujer cocer una gran hornada; y él fue al establo, tomó dos bueyes y cuatro carneros y ordenó que los aderezaran. Y comenzaron los preparativos. Hizo llamar a Tobías y le dijo: «Durante catorce días no te moverás de aquí; te quedarás conmigo comiendo y bebiendo y llenarás de gozo el corazón de mi hija por sus tristezas pasadas. Luego, tomarás la mitad de todo cuanto aquí poseo y te volverás con felicidad a casa de tu padre. Cuando mi mujer y yo hayamos muerto, también será para vosotros la otra mitad. Ten confianza, hijo; yo soy tu padre y Edna tu madre; junto a ti estaremos y junto a tu hermana desde ahora en adelante. Ten confianza, hijo.» Entonces Tobías llamó a Rafael y le dijo: «Hermano Azarías, toma contigo cuatro criados y dos camellos y vete a Ragués. Dirígete a Gabael, dale el recibo y hazte cargo del dinero; invítale también a que se venga contigo a la boda. Tú sabes que mi padre lleva cuenta de los días, y uno solo que demore, le doy un gran disgusto; ya ves que Ragüel me ha conjurado, y que no puedo desatender su deseo.» Rafael se puso en camino para Ragués de Media con los cuatro criados y los dos camellos y fueron a pernoctar en casa de Gabael. Le presentó el recibo y le dio la noticia de que Tobías, hijo de Tobit, se había casado y le invitaba a la boda. Gabael se levantó, le entregó todos los sacos de dinero, con los sellos intactos, y los cargaron sobre los camellos. Levantándose de madrugada, partieron juntos para la boda y llegados a casa de Ragüel encontraron a Tobías puesto a la mesa. Y como se levantara a toda prisa para saludarle, Gabael rompió a llorar y le bendijo diciendo: «¡Hombre bueno y honrado, hijo de un hombre honrado y bueno, justo y limosnero! Que el Señor te conceda las bendiciones del cielo a ti, a tu mujer, al padre y a la madre de tu mujer. ¡Bendito sea Dios, que me ha permitido ver un vivo retrato de mi primo Tobit!» Tobit, mientras tanto, llevaba cuenta, uno por uno, de los días de ida y vuelta. Cuando se cumplió el plazo sin que el hijo hubiera regresado, pensó: «¿Habrá algo que le retenga allí? ¡Acaso haya muerto Gabael y no haya nadie que le entregue el dinero!» Y empezó a ponerse triste. Ana, su mujer, decía: «Mi hijo ha muerto y ya no se cuenta entre los vivos.» Y rompió a llorar y a lamentarse por su hijo, diciendo: «¡Ay de mí, hijo mío! ¡Que te dejé marchar a ti, luz de mis ojos!» Tobit le dijo: «Calla, hermana, no pienses eso. Él está bien. Habrán tenido algún contratiempo allí, pero su compañero es hombre de fiar y uno de los nuestros; no te inquietes por él, que debe estar cerca.» Ella le replicó: «Déjame, no intentes engañarme. Mi hijo ha muerto.» Y todos los días se iba a mirar el camino por donde su hijo había marchado. No creía a nadie. Y cuando se ponía el Sol, entraba en casa y pasaba las noches gimiendo y llorando, sin poder dormir. Cuando se pasaron los catorce días con que Ragüel había determinado celebrar la boda de su hija, se dirigió a él Tobías y le dijo: «Déjame regresar, porque estoy seguro que mi padre y mi madre están pensando que ya no van a volver a verme. Así que te ruego, padre, que me permitas regresar al lado de mi padre. Ya te dije en qué situación le he dejado.» Ragüel respondió a Tobías: «Quédate, hijo; quédate commigo y yo enviaré mensajeros a tu padre Tobit para que le den noticias tuyas.» Pero Tobías replicó: «No. Te ruego que me permitas volver al lado de mi padre.» Entonces Ragüel se levantó y entregó a Tobías su mujer Sarra y la mitad de todos sus bienes, criados, criadas, bueyes y carneros, asnos y camellos, vestidos, plata y utensilios, y les dejó partir gozosos. Al despedirse de Tobías le dijo: «¡Salud, hijo, y buen viaje! El Señor del Cielo os guíe a vosotros y a tu mujer Sarra por buen camino y que pueda yo ver vuestros hijos antes de morir.» A su hija Sarra le dijo: «Vas al lado de tu suegro, pues desde ahora ellos son padres tuyos igual que los que te han engendrado. Vete en paz, hija. Que tenga buenas noticias de ti, mientras yo viva.» Y saludándoles, se despidió de ellos. Edna dijo a Tobías: «Hijo y hermano queridísimo: Que el Señor te devuelva y que yo viva hasta ver tus hijos y de mi hija Sarra antes de morir. En presencia del Señor te entrego a mi hija en custodia; no le causes tristeza en todos los días de tu vida. Vete en paz, hijo. A partir de ahora, yo soy tu madre y Sarra es tu hermana. ¡Ojalá pudiéramos vivir juntos todos los días de nuestra vida!» Y besando a los dos, los dejó partir llenos de gozo. Tobías salió de casa de Ragüel contento y gozoso, y bendiciendo al Señor del Cielo y de la tierra, rey de todas las cosas, porque había llevado a buen término su viaje. Bendijo a Ragüel y a su mujer Edna y les dijo: «Que pueda yo honraros todos los días de mi vida.» Cuando llegaron cerca de Kaserín, que está frente a Nínive, dijo Rafael: «Tú sabes bien en qué situación dejamos a tu padre; vamos a adelantarnos nosotros a tu mujer para preparar la casa, mientras llegan los demás.» Prosiguieron, pues, los dos juntos; el ángel le dijo: «Toma contigo la hiel.» El perro seguía detrás de ellos. Estaba Ana sentada, con la mirada fija en el camino de su hijo. Tuvo la corazonada de que él venía y dijo al padre: «Mira, ya viene tu hijo y el hombre que le acompañaba.» Rafael iba diciendo a Tobías, mientras se acercaban al padre: «Tengo por seguro que se abrirán los ojos de tu padre. Úntale los ojos con la hiel del pez, y el remedio hará que las manchas blancas se contraigan y se le caerán como escamas de los ojos. Y así tu padre podrá mirar y ver la luz.» Corrió Ana y se echó al cuello de su hijo, diciendo: «¡Ya te he visto, hijo! ¡Ya puedo morir!» Y rompió a llorar. Tobit se levantó y trompicando salió a la puerta del patio. Corrió hacia él Tobías, llevando en la mano la hiel del pez; le sopló en los ojos y abrazándole estrechamente le dijo: «¡Ten confianza, padre!» Y le aplicó el remedio y esperó; y luego, con ambas manos le quitó las escamas de la comisura de los ojos. Entonces él se arrojó a su cuello, lloró y le dijo: «¡Ahora te veo, hijo, luz de mis ojos!» Y añadió: ¡Bendito sea Dios! ¡Bendito su gran Nombre! ¡Bendito todos sus santos ángeles! ¡Bendito su gran Nombre por todos los siglos! Porque me había azotado, pero me tiene piedad y ahora veo a mi hijo Tobías. Tobías entró en casa lleno de gozo y bendiciendo a Dios con toda su voz; luego contó a su padre el éxito de su viaje, cómo traía el dinero y cómo se había casado con Sarra, la hija de Ragüel, y que venía ella con él y estaba ya a las puertas de Nínive. Tobit salió al encuentro de su nuera hasta las puertas de Nínive, bendiciendo a Dios, lleno de gozo. Cuando los de Nínive le vieron caminar, avanzando con su antigua firmeza, sin necesidad de lazarillo, se maravillaron. Tobit proclamó delante de ellos que Dios se había compadecido de él y le había abierto los ojos. Se acercó Tobit a Sarra, la mujer de su hijo, y la bendijo diciendo: «¡Bienvenida seas, hija! Y bendito sea tu Dios, hija, que te ha traído hasta nosotros. Bendito sea tu padre, y bendito Tobías, mi hijo, y bendita tú misma, hija. Bienvenida seas, entra en tu casa con gozo y bendición.» Todos los judíos de Nínive celebraron fiesta aquel día. También Ajikar y Nabad, primos de Tobit, vinieron a congratularle. Acabados los días de la boda, llamó Tobit a su hijo Tobías y le dijo: «Hijo, ya es tiempo de pagar el salario al hombre que te acompañó. Y le añadirás un sobresueldo.» Respondió Tobías: «Padre, ¿Qué salario puedo darle? Aun entregándole la mitad de la hacienda que traje conmigo, no salgo perdiendo. Me ha guiado incólume, ha cuidado de mi mujer, me ha traído el dinero y te ha curado a ti. ¿Qué salario voy a darle?» Díjole Tobit: «Hijo, bien merece que tome la mitad de cuanto trajo.» Le llamó, pues, Tobías y le dijo: «Toma como salario la mitad de todo cuanto trajiste y vete en paz.» Entonces Rafael llevó aparte a los dos y les dijo: «Bendecid a Dios y proclamad ante todos los vivientes los bienes que os ha concedido, para bendecir y cantar su Nombre. Manifestad a todos los hombres las acciones de Dios, dignas de honra, y no seáis remisos en confesarle. Bueno es mantener oculto el secreto del rey y también es bueno proclamar y publicar las obras gloriosas de Dios. Practicad el bien y no tropezaréis con el mal. «Buena es la oración con ayuno; y mejor es la limosna con justicia que la riqueza con iniquidad. Mejor es hacer limosna que atesorar oro. La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado. Los limosneros tendrán larga vida. Los pecadores e inicuos son enemigos de su propia vida. «Os voy a decir toda la verdad, sin ocultaros nada. Ya os he manifestado que es bueno mantener oculto el secreto del rey y que también es bueno publicar las obras gloriosas de Dios. Cuando tú y Sarra hacíais oración, era yo el que presentaba y leía ante la Gloria del Señor el memorial de vuestras peticiones. Y lo mismo hacía cuando enterrabas a los muertos. Cuando te levantabas de la mesa sin tardanza, dejando la comida, para esconder un cadáver, era yo enviado para someterte a prueba. También ahora me ha enviado Dios para curarte a ti y a tú nuera Sarra. Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la Gloria del Señor». Se turbaron ambos y cayeron sobre sus rostros, llenos de terror. Él les dijo: «No temáis. La paz sea con vosotros. Bendecid a Dios por siempre. Si he estado con vosotros no ha sido por pura benevolencia mía hacia vosotros, sino por voluntad de Dios. A Él debéis bendecir todos los días, a Él debéis cantar. Os ha parecido que yo comía, pero sólo era apariencia. Y ahora bendecid al Señor sobre la tierra y confesad a Dios. Mirad, yo subo al que me ha enviado. Poned por escrito todo cuanto os ha sucedido.» Y se elevó. Ellos se levantaron pero ya no le vieron más. Alabaron a Dios y entonaron himnos, dándole gracias por aquella gran maravilla de habérseles aparecido un ángel de Dios. Y dijo: ¡Bendito sea Dios, que vive eternamente, y bendito sea su reinado! Porque Él es quien castiga y tiene compasión; el que hace descender hasta el más profundo Hades de la tierra y el que hace subir de la gran Perdición, sin que haya nada que escape de su mano. Confesadle, hijos de Israel, ante todas las gentes, porque Él os dispersó entre ellas y aquí os ha mostrado su grandeza. Exaltadle ante todos los vivientes, porque Él es nuestro Dios y Señor, nuestro Padre por todos los siglos. Os ha castigado por vuestras injusticias, mas tiene compasión de todos vosotros y os juntará de nuevo de entre todas las gentes en que os ha dispersado. Si os volvéis a Él de todo corazón y con toda el alma, para obrar en verdad en su presencia, se volverá a vosotros sin esconder su faz. Mirad lo que ha hecho con vosotros y confesadle en alta voz. Bendecid al Señor de justicia y exaltad al Rey de los siglos. Yo le confieso en el país del destiero, y publico su fuerza y su grandeza a gentes pecadoras. ¡Volved, pecadores! Practicad la justica en su presencia. ¡Quién sabe si os amará y os tendrá misericordia! Yo exalto a mi Dios y mi alma se alegra en el Rey del Cielo. Su grandeza sea de todos celebrada y confiésenle todos en Jerusalén. ¡Jerusalén, ciudad santa! Dios te castigó por las obras de tus hijos, mas tendrá otra vez piedad de los hijos de los justos. Confiesa al Señor cumplidamente y alaba al Rey de los siglos para que de nuevo levante en ti, con regocijo, su Tienda, y llene en ti de gozo a todos los cautivos y muestre en ti su amor a todo miserable por todos los siglos de los siglos. Brillará luz de lámparas por todos los confines de la tierra. Vendrán a ti de lejos pueblos numerosos, y los habitantes del confín del mundo, al Nombre del Señor, tu Dios, llevando en sus manos los obsequios para el Rey del Cielo. Todas las generaciones darán en ti señales de alegría, y el Nombre del Elegido durará por siempre. ¡Malditos cuantos digan palabras crueles! ¡Malditos sean cuantos te destruyan! ¡Cuantos derriben tus muros echen tus torres por tierra y pasen a fuego tus moradas! ¡Mas sean benditos por siempre los que te construyan! Entonces exultarás, te alegrarás por los hijos de los justos, pues serán reunidos todos y bendecirán al Señor de los siglos. ¡Dichosos los que te amen! ¡Dichosos los que se alegren en tu paz! ¡Dichosos cuantos hombres tuvieron tristeza en todos tus castigos, pues se alegrarán en ti y verán por siempre toda tu alegría! Bendice, alma mía, al Señor y gran Rey, que Jerusalén va a ser reconstruida y en la ciudad su Casa para siempre. Seré feliz si alguno quedare de mi raza para ver tu Gloria y confesar al Rey del Cielo. Las puertas de Jerusalén serán rehechas con zafiros y esmeraldas, y de piedras preciosas sus murallas. Las torres de Jerusalén serán alzadas con oro, y con oro puro sus defensas. Las plazas de Jerusalén serán soladas con rubí y piedra de Ofir; las puertas de Jerusalén entonarán cantos de alegría y todas sus casas cantarán: ¡Aleluya! ¡Bendito sea el Dios de Israel! Y los benditos bendecirán el Santo Nombre por todos los siglos de los siglos. Aquí acabaron las palabras de acción de gracias de Tobit. Tobit murió en paz a la edad de 112 años y recibió honrosa sepultura en Nínive. Tenía 62 años cuando perdió la vista; y después de recuperarla, vivió feliz, practicando la limosna, bendiciendo siempre a Dios y proclamando sus grandezas. Cercana ya su muerte, llamó a su hijo Tobías y le recomendó: «Hijo mío, toma tus hijos y vete a Media, porque yo creo en la profecía que pronunció Dios por Nahúm sobre Nínive. Todo cuanto los profetas de Israel, enviados por Dios, anunciaron sobre Asur y Nínive, todo vendrá y se realizará. Todo tendrá cumplimiento. No se rebajará ni una sola de sus palabras. Todo llegará a su tiempo. Habrá más seguridad en Media que en Asiria y Babilonia, porque sé y creo que cuanto ha dicho Dios se cumplirá, sucederá y no fallará ni una de sus palabras. «Todos nuestros hermanos que habitan en la tierra de Israel serán numerados y deportados de aquella tierra venturosa. Todo el país de Israel quedará desierto. Un desierto serán Jerusalén y Samaría. La Casa de Dios quedará desolada y quemada durante algún tiempo. Pero Dios tendrá una vez más compasión de ellos y los volverá a la tierra de Israel; construirán de nuevo la Casa, aunque no como la primera, hasta que se cumplan los tiempos; entonces volverán todos del destierro, edificarán una Jerusalén maravillosa y construirán en ella la Casa de Dios, como lo anunciaron los profetas de Israel. Todas las naciones del universo se volverán a Dios en verdad y le temerán; abandonarán los ídolos que los extraviaron en la mentira de sus errores y bendecirán al Dios de los siglos en justicia. Todos los israelitas salvados aquellos días se acordarán de Dios en verdad, se reunirán e irán a Jerusalén y les será dada la tierra de Abraham, que ellos habitarán por siempre y en seguridad. Y los que aman a Dios en verdad se alegrarán. Pero los que cometen pecados e injusticias desaparecerán de toda la tierra. «Ahora, pues, hijos, yo os recomiendo que sirváis a Dios en verdad y hagáis lo que es agradable en su presencia. Mandad a vuestros hijos que practiquen la justicia y la limosna, que se acuerden de Dios y bendigan su Nombre en todo tiempo, en verdad y con todas sus fuerzas. «Tú, hijo, sal de Nínive. No te quedes aquí. El día que sepultes a tu madre junto a mí, ya ese mismo día, no te quedes en este territorio, porque he visto que se cometen aquí muchas injusticias y muchos engaños, sin rebozo. Mira, hijo lo que hizo Nadab con Ajikar, que le había criado. ¿No le hizo bajar vivo a la tierra? Pero Dios le cubrió de infamia ante su misma víctima. Sacó a Ajikar a la luz y metió a Nadab en las tinieblas eternas, por haber tramado la muerte de Ajikar. Por haber practicado la limosna se libró Ajikar de la trampa mortal que le había tendido Nadab. Fue Nadab quien cayó en la trampa de muerte para su perdición. Ved, pues, hijos, a dónde lleva la lismona y a dónde la injusticia: a la muerte. Pero me falta el aliento.» Le tendieron en el lecho y expiró, y se le dio honrosa sepultura. Cuando murió su madre, Tobías la sepultó al lado de su padre, y se marchó con su mujer y sus hijos a Media, quedándose a vivir en Ecbátana, junto a su suegro Ragüel. Los rodeó de atenciones en su ancianidad y los sepultó en Ecbátana de Media, heredando él la casa de Ragüel y la de Tobit, su padre. Murió, honrado, a la edad de 117 años. Antes de morir presenció y oyó la ruina de Nínive y vio cómo los ninivitas eran llevados cautivos a Media, cuando la deportación de Ciajares, rey de Media. Y bendijo a Dios por todo cuanto había hecho a los ninivitas y asirios. Antes de morir pudo alegrarse por la suerte de Nínive y bendijo al Señor Dios por los siglos de los siglos. Amén.